2. Olvidar los problemas

Elissa dejó salir el aire lentamente por sus pulmones. Le encantaba aquel jueguito de seducción, y sentía las manos masculinas calientes contra la piel descubierta de su abdomen. Todavía no veía su rostro, pero y están casi segura de que iba gustarle definitivamente.

—Eso depende de si me gustas o no.

Entonces se dió la vuelta con curiosidad, para encontrarse con el hombre más condenadamente guapo que había visto en la vida. Se quedó estática, viendo sus ojos grises, como si dentro se estuviera librando una tormenta. Eran tan bonitos. Tenía una sensual boca, unas espesas pestañas que hacían parecer que traía delineador. Pero claro que no tenía, era una belleza natural impresionante. Su cabello castaño ni siquiera estaba peinado, estaba de lado como si solo hubiera pasado los dedos y ya, lo que le confería un aspecto salvaje. Era alto, fibroso y bien vestido.

«Jesús, María y José...», gimió para sí. Estaba para envolverlo en un regalo de navidad, ser egoísta y quedártelo para ti nada más.

—¿Y bien? ¿Pasé la prueba? —le pregunto, en sus ojos había una chispa de burla. Su mirada paseaba por el cuerpo delgado y mal vestido de Elissa. Juró una maldición mental por haber elegido ese día para vestirse pésimo.

Ella asintió, embobada.

—Y como veinte pruebas más, Lobito —señaló, relamiéndose el labio superior que de repente estaba seco—. ¿Nos vamos?

No hubo nada más que decir, se fueron inmediatamente del lugar. Él la llevaba de la mano, tan rápido que le costaba seguirle el paso porque no era tan alta, pero demonios si no sentía la misma necesidad de llegar pronto a un lugar más privado. Él la guío a un auto, al que ni siquiera le echó un vistazo, solamente se metieron y comenzaron a besarse dentro, una pasión desenfrenada los dominaba. Como si una fuerza inexistente estuviera jalando unos hilos para mantenerlos pegados.

—¿Te va bien cualquier hotel? —le preguntó el hombre después de separarse para tomar aire.

Ella asintió, y Lobito comenzó a manejar. Le daba gracia llamarlo así, tal vez hubiera sido mejor dar los hombres reales.

Llegaron a un hotel que quedaba al final de la ciudad, y pidieron una habitación. Inmediatamente entraron, dieron rienda suelta a lo que querían hacer.

—Nunca te había visto —dijo Elissa, quitándose la falda.

Él se estaba quitando el saco y la camisa.

—Soy extranjero, vine por algo importante aquí en México. Y me alegro, porque así te he conocido, ricura —respondió, mirándola con tal intensidad que su corazón se puso a marchar como loco, le temblaban las manos—. Quiero besarte entera.

Elissa asintió, en acuerdo.

Él pareció darse por satisfecho con aquella respuesta porque sin más vacilación inclinó la cabeza para tomar sus labios. Beso tras beso la excitación de ella fue en aumento, y cuando la lengua de él acarició la suya una ráfaga de calor la sacudió.

Mientras exploraba cada rincón de su boca, su lobo le deslizó una mano por el costado. Cuando las yemas de sus dedos le rozaron el muslo mientras subía las manos lentamente, un escalofrío de placer le recorrió la espalda, y tuvo que recordarse que tenía que respirar. La mano de él continuó subiendo por su cuerpo hasta llegar a la curva de un seno, y frotó el pezón con el pulgar a través de la tela, haciéndola sentir acalorada.

Incapaz de permanecer quieta, alzó las manos un poco para que le fuera más fácil quitarle el top. Quería sentir sus manos en todo su cuerpo y quería sentir ambas pieles juntas.

Él la despojó del top con un movimiento limpio y lo arrojó al suelo. Entonces ambos se quedaron en ropa interior, se miraron con deseo, admirando el cuerpo contrario. Caminaron lentamente a la cama, presa y cazador. Elissa se acostó.

Luego, cuando se inclinó sobre ella, la agradable sensación de estar piel contra piel, inflamó todavía más el deseo de Elissa. Recorrió su torso y su abdomen con las manos, sintiendo el poder que vibraba en su interior. Le encantaba su cuerpo; le encantaba el contraste entre sus formas esculpidas y las curvas de su cuerpo femenino.

–Voy a besar y a acariciar cada centímetro de tu cuerpo –murmuró él contra su piel mientras sus labios descendían por su cuello, beso a beso–. Está piel blanca tuya es exquisita. Toda tú lo eres… thea mu.

Aquél término desconocido le hizo suspirar.

Cuando los labios del masculinos llegaron a la curva de su seno y se cerraron sobre el sensible pezón, se le cortó el aliento.

Sostuvo la cabeza de él con ambas manos mientras lo succionaba y lo lamía. Incapaz de contenerse, un tímido gemido de placer escapó de su garganta. La estaba volviendo loca y estaba disfrutando de cada instante, era innegable la atracción sexual entre ellos dos.

–¿Te gusta esto, Caperucita? –le preguntó mientras sus labios bajaban por su estómago, depositando en su piel un reguero de besos.

–Sí... sí...

Él trazó con un dedo el elástico de sus braguitas.

–¿Quieres que pare?

–No, no te lo perdonaré nunca –jadeó ella sin aliento. La suave risa del hombre hizo que su alma vibrara, igual que la cuerda de un instrumento.

–Cariño, yo tampoco quiero parar. Quiero disfrutarte largo y tendido...

Ella le creyó, estaba tan desesperada por su toque, que casi rogaba que lo hiciera, jamás había tenido tremendas ansias por un poco de placer, eso la dejó sorprendida.

Cuando deslizó la mano dentro de sus braguitas, Elissa levantó las caderas y él se deshizo en cuestión de segundos de la minúscula prenda, que fue a unirse con la demás ropa en el suelo. El corazón le martilleaba contra las costillas mientras esperaba a que la tocase, y en el momento en que su mano finalmente cubrió sus suaves rizos púbicos e introdujo los dedos entre ellos para acariciarla con una ternura exquisita, sintió que no podía más.

—Por favor… –le suplicó, alargando el brazo para tocarlo a él también. Quería más; quería que llenase ese vacío que amenazaba con consumirla–. Te necesito... Ahora.

Estaba suplicando por aquello, con un gruñido, el hombre fue a hacer exactamente lo que le había pedido.

Él se quitó los boxers y volvió a colocarse sobre ella. El vientre palpitó en respuesta a su erección, que notaba apretándose contra su delicado muslo, sintiendo así la humedad de ambas partes íntimas por el deseo que estaban experimentando. Se colocó un preservativo, y se colocó en medio de sus piernas, rozando su centro con lo que podía liberar su más primitivo deseo. Era definitivamente largo y ancho, perfecto para Elissa. Sintió que se humedecía con el solo tacto.

—¿Te cuidas con algo? —le preguntó.

La nube de deseo que tenía en la cabeza, apenas le permitió murmurar algo coherente.

—Parches.

Eso fue suficiente para él, que inmediatamente la hizo suya. Un fuego abrasador estaba apoderándose de ella, como una espiral de calor, mientras respondía con abandono a cada una de sus embestidas, perdió la noción del tiempo, solo sentía. Se aferró a sus anchos hombros, y los músculos de su interior se contrajeron en torno al miembro de él. El tiempo pareció detenerse mientras la tensión en su interior iba in crescendo, y de pronto se liberó en forma de oleadas de placer que reverberaron hasta su alma. El sonido de carne contra carne resonó en todo el cuarto, seguido se gemidos, súplicas y grititos. Elissa lo estaba disfrutando en grande. Cerrando los ojos, ella emitió un gemido de satisfacción, por fin había encontrado su tan esperada liberación.

Momentos después el hombre profirió un intenso gruñido, y Elissa lo sintió tensarse dentro de sí al llegar él también al orgasmo.

Durante la noche se entregaron a la pasión, que no se calmó ni con una segunda vez… Y cuando él dormía, finalmente exhausto después de las horas que compartieron en la cama, recogió sus cosas apresuradamente, se vistió con la ropa que estaba tirada en el piso, en la completa oscuridad. Y se marchó en silencio cual ladrón. Llegó a su casa tan cansada que solamente se metió entre las sábanas para perderse en el mundo de los sueños, aunque ciertamente antes de lograrlo pensó en la maravillosa noche que acababa de pasar con aquél desconocido.

Al final, consiguió exactamente lo que quería: se olvidó de sus problemas.

Pero había ganado otros más difíciles de solucionar.

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