El destino comienza a moverse

Agnes:

Esa noche había terminado bastante bien, no habíamos conocido al joven empresario, durante toda la noche no dejaron de comentar la razón de su falta de presencia, unos aseguraban que no deseaba reunirse con nadie esa noche, otros aseguraban que había preferido irse de fiesta, incluso había quienes aseguraban que estaba en los brazos de una hermosa modelo, por mi parte, pensaba que quizás estaba cansado y que deseaba un poco de calma antes de que todos estos buitres comenzaran a rondarlo. Uno de ellos era mi padre, que como el buen actor que es, había enmascarado muy bien su furia por la ausencia del joven Edevane-Gray, en tono bajo y lejos de la gente, me había dicho que tarde o temprano lo atraparíamos, aunque estaba segura que se refería a él y su empresa, porque yo era una inútil que sólo servía para hacerlo ver bien, esas palabras me las había repetido toda mi vida, e incluso sabía identificar la mirada que indicaba aquello; con respecto a mi padre, estaba segura que buscaría por todos los medios entrevistarse con él, incluso lo haría ver como algo casual; aunque nadie pudo predecir el tiempo que le tomaría aquello.

Y así, el tiempo pasó volando, cuando menos lo pensé, 3 meses se pasaron demasiado rápido, durante todo ese tiempo había estado más ocupada que nunca, algo que agradecía porque mi padre pocas veces me pedía ir alguna comida, después de todo, eso no era tan importante como lucirme ante cientos de personas que asistirían a la graduación, personas que debía conocer, muchos de mis colegas eran hijos de gente importante, aunque no tanto como para que mi padre me ordenará salir con alguno de ellos, solía decir que su cargo algún día se acabaría, y aunque conservaran algunos contactos, su poder no sería el mismo, así que buscaba hacerlos sus socios con otros métodos.

El gran día de lo que sería el resto de mi vida, había comenzado con un insulso desayuno, que si bien era habitual, no dejaba de ser horrible, además de dejarme con hambre, no es que no me llenará, lo que ocurría es que a veces mi cuerpo me pedía alguna cosa en específico, y casi siempre era comida chatarra.

- No debe preocuparse señorita, todo está en orden, las mesas están distribuidas al igual que los invitados, el programa también lo revisé y todos confirmaron su asistencia, además –me concentro en terminar mi desayuno, sabía a la perfección todo lo que me estaba diciendo, después de todo, me había encargado hasta el último detalle, además de saberme toda mi m*****a agenda de memoria, a veces creía que mi asistente me consideraba estúpida o algo por el estilo, ¿de verdad creía que me olvidaría de algo? A veces quería tomar la tableta de su mano y estrellarla contra su cabeza mientras le decía que ya sabía todo lo que tenía que hacer, pero claro, eso sería traerme un problema con mi padre, y la verdad, me había acostumbrado a la pequeña paz que tenía.

- Ahora iré al salón de belleza –digo tras terminar mi desayuno, salgo de la mansión seguida de mi asistente, quizás si la enviaba a otro lado, dejaría de molestarme. No me malentiendan, no es que fuese mala, sólo que me sentía demasiado presionada, sentía que estallaría todo dentro de mí, y si eso llegaba a pasar, no quería que ella lo presenciará, el chófer por lo regular no decía nada, no estaba en ningún bando, sólo con él podía hacer mis rabietas, casi estaba segura que le dama lástima mi patética situación.

La cita en el salón había transcurrido según lo previsto, así mismo, el resto del día. Había presentado a la generación, dado el discurso, inaugurada la cena y coordinado que todo fuera perfecto, y así había sido, el costo de aquello, había sido dolor intenso, desde la punta de los dedos del pie hasta el último cabello.

Al día siguiente, todos hablaban de ese evento, era el mejor al que habían asistido, no se esperaba menos de la señorita St. Vincent. Quería vomitar con todas las felicitaciones y halagos que me hacían, para mí eso no tenía valor, era tan vacío como todo lo que hacía, odiaba a esas personas, odiaba mi carrera, pero al menos, eso había hecho feliz a mi padre y no me molestó el resto del fin de semana, quizás quería que me preparara para lo que venía el lunes, mi incorporación oficial a la empresa como la abogada oficial, eso quería decir que le ayudaría con sus negocios sucios, al menos hasta que me casara o decidiera que ya no le era útil, sabía que había otra persona a la que mi padre estaba entrenando, casi podía asegurar que lo engatusaba diciéndole que era el hijo que nunca tuvo, además del dinero y el reconocimiento que eso le traería, trabajar para Alexander St. Vincent, te aseguraba un futuro exitoso.

Así que el lunes a primera hora, estaba de pie colocándome un traje sastre con falda en tubo hasta las rodillas de color gris humo, así como una blusa de manga larga y cuello de lazo vintage, además de unas pantimedias transparentes. Mi cabello iría en una coleta alta, usaría los aretes de perlas y unos Louboutins stiletto so Kate en color negro, era algo sencillo pero elegante.

Una vez lista, bajo a la cocina para tomar mi delicioso desayuno, quisiera decir que iba tarde para evitar comerlo, pero debido a que no podía llegar tarde, esa excusa no era válida.

Cuando termino, tomo mi maletín y salgo de la enorme mansión, me subo a la camioneta y miro por la ventana el paisaje, me concentraba en verlo evitando pensar en nada, y ese nada era mi padre como mi jefe, todos hablando acerca de mi estancia ahí, más que nada por ser la hija del jefe.

Nos tomó llegar cerca de 15 minutos, en los cuales no me di cuenta del mensaje de mi padre acerca de traer su café favorito, alegando que la inútil de su secretaria no prepara un buen café, también agregaba que ese sería mi trabajo cada mañana, maldigo para mis adentros mientras le envío un mensaje a mi asistente pidiéndole que los traiga lo más rápido que le sea posible, por lo pronto intentaría mantener un bajo perfil, de verdad rogaba que no me viera nadie antes de que Monique llegara.

Gracias al cielo no fue así, y cuando Monique llegó casi corriendo, estuve a punto de abrazarla, sin embargo me límite a tomarlos y entrar con prisa al edificio, con horror veo como se cierra el elevador, así que camino lo más rápido que puedo para evitar esperar al siguiente, justo consigo entrar, sin embargo, llevo tanta prisa que termino por chocar contra alguien derramando uno de los dos cafés, miro con horror lo que hice.

- Lo lamento, de verdad lo lamento –digo roja debido a la pena–¸ te la pagaré o en su defecto pagaré la tintorería, lo lamento tanto –digo al borde del llanto.

- Tranquila, ha sido un accidente, además, no esta tan caliente –dice una suave pero varonil voz, al volver la vista me encuentro con los ojos negros más hermosos y penetrantes que hubiese visto nunca, además de eso, unos suaves mechones de cabello de un brillante negro obsidiana adornaban un hermoso rostro griego, no pude evitar mirarlo embelesada–¸ y no es tan malo si el café te lo tira encima una chica tan bonita –esas palabras me hicieron reaccionar sonrojándome con ganas, no era de buena educación mirar a una persona así, por muy guapo que este fuese.

Sebastien:

- ¿Tú estás bien? –pregunto viendo que su blusa se ensucio un poco.

- Oh –es todo lo que dice al darse cuenta de lo que ocurre–, estoy bien, gracias, y otra vez, lo lamento tanto –dice haciendo una reverencia, era muy tierno de ver.

- De verdad está bien, si no fuese por este incidente, no la habría conocido, señorita –digo bajo, ella alza la vista, sus mejillas de un tenue rosa.

- Yo –abre la boca para decir algo, cuando el elevador se abre–, debo irme, pero pregunté por Agnes St. Vincent, le pagaré la camisa o la tintorería –dice antes de salir casi corriendo, la veo perderse y río bajo antes de salir y caminar a la recepción.

- Buenos días, ¿puedo ayudarlo? –dice una mujer bastante mayor, luce serena y es muy amable.

- Soy Sebastien Edevane-Gray, y tengo una cita con el señor Alexander St. Vincent –digo en tono amable, ella asiente. Ahora caigo en cuenta porque el apellido de ella me sonaba, quizás era su hija, según lo que sabía, él era divorciado.

- Lo esperan, pasé –dice poniéndose de pie, me guía hasta una sala de juntas, me invita a pasar y me pide que espere.

A los pocos minutos entra un hombre de unos 60 años, detrás de él la joven del elevador.

- Señor St. Vincent –me pongo de pie y me acerco para estrechar su mano–, señorita St. Vincent, me alegra verla de nuevo –digo tomando su mano, deposito un casto beso y noto como se sonroja.

- ¿Ya se conocían? –pregunta su padre confundido–, no me comentaste nada cariño –dice suave mirando a su hija.

- Oh, lo conocí hace unos momentos, el incidente con el café –le comenta apenada.

- Ya le dije que no se preocupe por eso, uno no puede enojarse con una señorita tan linda como usted –le guiño un ojo y ella se pone más roja.

- G-Gracias –dice nerviosa, la veo jugar con un mechón de su cabello.

- Lamento esto señor St. Vincent, comencemos –digo serio–, me interesa mucho su propuesta de negocios, como bien sabe, me gusta expandirme en muchos sectores, y la verdad, he escuchado que hacer un negocio con usted, es un éxito asegurado –lo miro sonreír.

- Un honor viniendo de una persona que, siendo tan joven, ha levantado un imperio en 2 continentes –dice él con respeto y admiración.

- Me gustan mucho los negocios, así que si puedo hacer algo que me gusta y ganar dinero, pues que mejor, ¿no le parece? –lo miro atento, cada tanto la veía de reojo, ella estaba atenta a la conversación.

- Tiene toda la razón, ahora, le presentaremos nuestra propuesta –mira a su hija, ella asiente y me extiende una carpeta, le sonrío a modo de agradecimiento, ella se sonroja y sonríe. La propuesta ya me gustaba, pero si además, podría trabajar con ella, este trato estaba más que cerrado.

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