Capítulo #1

CAPÍTULO #1 CLIENTE PROHIBIDO

Cuando Marcelo se enteró de que sería tío, se volvió loco, a tal punto de que estaba dispuesto a pegarle una paliza a su hermana, estaba tan furioso que tuvo que mantenerse alejado de casa por dos días hasta que calmara su ira, pero, desgraciadamente el pobre novio de su hermana no se salvó como ella, él sí terminó en el hospital con una golpiza que casi le cuesta la vida.

Todo dio un cambio radical, muy radical cuando la pequeña Emely nació, no había quien podía separar a éstos dos, Marcelo era el doble de sobre-protector con la niña que lo que era con su hermana, esa chiquilla se volvió sus ojos, podía estar furioso pero cuando la veía se volvía un niño, sin duda alguna, esa pequeña era su punto más débil.

El sujeto se giró sobre su asiento para atender al teléfono, llevó el aparato a su oído mientras golpeaba el lápiz contra la mesa.

—Bueno —saludó.

—Hola, me preguntaba si podías pasar por Emely a la escuela y llevarla a sus clases de ballet, es su primer día —explicó la persona detrás de la línea con rapidez.

—Claro —arrojó sin pensar y colgó. Miró la hora en su muñeca y ladeó la cabeza.

Nadie lograba entender ¿Por qué rayos seguía tenso con su hermana? Habían pasado cinco años desde el incidente, y se había enamorado perdidamente de la pequeña, pero él aún no perdonaba a su hermana por haberse embarazado de su peor enemigo, y lo consideraba la peor traición, lo que para él no tenía perdón. Seguía resentido, y hasta el momento no se llevaba bien con su cuñado, pero sólo hacía el intento por la pequeña Emely, decía que ella sí merecía todo de él, y definitivamente su odio disminuyó sólo un poco.

Se paró de su escritorio y tomó su saco del respaldo de la silla, se lo puso y caminó hacia la puerta para salir de su oficina, el simple ruido de la puerta cerrándose alertó a todos los trabajadores de la empresa, no había quien de sus trabajadores se atrevieran a sostenerle la mirada, era un hierro con el cual si chocabas terminabas lastimado de alguna u otra manera. Pero quien lo viera con su sobrina, creería que es el hombre más dulce del planeta, él nunca fue de los niños que le gustaban cargar bebés, de hecho nunca se atrevió a cargar a su hermanita de pequeño, razón por la que ni siquiera su familia entendía: ¿Cómo rayos la pequeña le robó el corazón?

Ignoró las miradas de reojo de sus trabajadores y caminó de largo para tomar el ascensor, no iba a reprenderlos, en todo caso iba a ver a la luz de sus ojos, y estar molesto no es algo que él quería en ése momento.

Inmediatamente que salió del edificio, dos de sus hombres se colocaron a sus espaldas y lo siguieron hasta que se montara en su jeep, no saludó a su chófer, sólo le ordenó que lo llevara a la escuela de la niña sin siquiera darle una mirada, dado que lo primero que hizo al subirse fue sacar su celular y concentrarse en él.

Cuando el chófer se estacionó, bajó del jeep sin quitar los ojos del celular, concentrado cerró la puerta causando un fuerte ruido que llamó la atención de aquellos padres que habían venido por sus hijos a la escuela. Tanto hombres como mujeres plasmaron sus ojos en el hombre, sorprendidos, y algo intimidados por el aura de autoridad que desbordaba aquel sujeto a donde fuera que fuera.

Apagó el celular y lo metió en su bolsillo delantero, levantando la mirada empezó a buscar a su pequeña, unos cortos segundos después, vio a la rubia de ojos grandes saliendo de la escuela aferrada a su pequeña mochila, la niña hacía una mueca extraña con sus hermosos labios rosados, era una seguridad que al crecer iba a ser la tentación más grande de todo brasil.

Él sonrió, embobado de verla así, parecía enojada y hasta estaba roja la niña. Alzó su mano haciendo un leve ademán para llamar la atención de ella, ella no tardó en reconocer su mano en la que llevaba un anillo, el rostro de la rubia se iluminó y empezó a correr alegremente.

Abrió sus brazos y se hincó para recibir a la niña, quien no tardó en lanzarse a ellos alegremente.

—Hola hermosa —exclamó alejándose para verla a los ojos. —. ¿Cómo te fue? —preguntó tocándole el cabello, mientras la escaneaba para asegurarse de que todo estuviese bien con ella.

—Bien —respondió la pequeña con una sonrisa mientras llevaba su dedo a sus labios.

—No habrá helado si haces eso —le advirtió y rápidamente se alejó el dedo de los labios.

Tomó su manita y caminó de regreso hacia el jeep con las miradas de las mujeres en él, si alguien no conocía a Marcelo Almeida, pues no era normal, era el único heredero varón de la familia Almeida, dueños de la empresa más productiva de café, pero aparte de eso, era el mafioso más codiciado y deseado por las mujeres de su sociedad.

Cargó a la pequeña y la subió al jeep, luego se montó él.

—¿Está tu ropa de ballet? —preguntó mientras abría su mochila.

—No lo sé —la niña se encogió de hombros moviendo sus pies que guindaban del asiento.

—Sí, aquí está —dijo Marcelo asegurándose de que no llevase muchas cosas y que su mochila le pesara. —. Oye, ¿y te gusta el ballet? —preguntó dejando la mochila a un lado.

—Aún no lo sé.

—Pues si no te gusta, no tardes en decirme —inclinó su mano y le apretó el cachete levemente con  cariño.

Cuando llegaron a la escuela de baile, ya habían muchas personas, y algunas sesiones habían empezado, Marcelo no sabia que hacer, fue tan breve con su hermana que ni siquiera le preguntó el salón o acerca de la maestra, razón por la que tuvo que ir a recepción para preguntar.

Una señora le indicó hacia donde dirigirse y sin perder tiempo, caminó hacia el fondo del primer piso, desde ya le estaba preocupando que su sobrina tomara clases en la segunda por el peligro al bajar.

Giró la cabeza para mirar a su izquierda, y terminó viendo a través del cristal una clase de baile, pero no era ballet, sus ojos se plasmaron en la mujer que enseñaba, era una pelinegra de piel blanca con un cuerpo de Diosa, su cabello caía sobre su espalda, sus labios no eran tan pequeños pero sí perfectos, no era muy alta y en sus ojos se podía ver la pasión por lo que hacía.

El hombre quedó tan hipnotizado que no podía alejar su mirada de ella, seguía detallándola con los ojos, le frustraba no poder comprobar el color de sus ojos a la distancia, pero aún así, la vista no lo dejaba irritarse, estaba completamente perdido en esa mujer, que para él era una diosa.

“Esa mujer” pensó, mirándola sin poder objetar palabra alguna.

La mujer se dio la vuelta en un movimiento sensual que sólo hizo morir a ése hombre por dentro. Cuando el baile culminó las chicas empezaron a salir, pero Marcelo seguía perdido hasta que aquella mujer giró la cabeza hacia el ventanal, él retiró la mirada rápidamente y procedió por adentrarse al salón, en una esquina se agachó para despedirse de su sobrina mientras de reojo observaba a la pelinegra.

Ni de bromas se acercaría a ella, él no era ése tipo de hombres que se espantaban sobre las mujeres, él sabía lo que provocaba y le gustaba atraerlas, pero también sabía como apoderarse de algo sin hacer mucho esfuerzo.

—Nos vemos preciosa —beso la mejilla de la niña y la abrazó con mucho amor antes de darse la vuelta y marcharse del salón, no sin antes darle una breve mirada a la pelinegra con quien casi tuvo un contacto visual.

Con pasos seguros salió de la institución soltando los botones de su saco, se subió al auto indicándole a su chófer que lo pusiera en marcha. Apoyó una mano a la ventana pensativo, desgraciadamente aquella mujer se había colado en su cabeza, y no podía dejar de repetir la imagen de ella en su mente.

“Es realmente hermosa”

Llevó su puño  contra su bigote mirando por el retrovisor con esa mirada que espantaba a cualquiera. Decidió llamar a su hermana para que le diera un poco más de información acerca del instituto, y acerca de las clases de Emely, quería saber a que hora entraba y salía, esto no sorprendió a su hermana, ni le fue sospechoso, pues siempre había sido así con la pequeña.

Si algo era seguro, era que aquella vez no iba a ser la única, él volvería, no sólo por acompañar a la luz de sus ojos, sino para ver aquella mujer que le había robado el aliento con tan sólo verla por unos segundos. Y en su mente ésta escena no paraba de repetirse, era un hombre serio, muy seguro y literalmente un hielo como persona.

Y donde ponía los ojos, las manos también.

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