Cap. 2 Cautivado por una Ninfa

“Una sola mirada bastó para cautivar su corazón, no era cualquier mirada… Era la mirada de una Ninfa”

Acsa observaba la satisfacción del hombre mientras orinaba y lo largo de su miembro. Vio el rastro de pipí que se acercaba a ella y exclamó asqueada.

—¡Puaj!

Edward miró en torno asustado y cuando terminó su labor buscó al causante de ese sonido.

—Por tu vida, sal de allí…

Acsa intentaba huir del rastro de pipí y de repente se sumergió para evadirlo y Edward miraba en torno detenidamente.

Emergió detrás de la roca y alcanzó a ver las flores rojas.

—Te vi Cosa, sal de allí o iré por ti—nada, absolutamente nada—¿te gusta mirar los miembros de tus señores a escondidas?

¿Quién se creía que era ese tipo, acaso el rey del mundo?

—¿Quieres ver mi miembro desde más cerca?

¡Petulante!

—Te lo mostraré para darte deleite de noche, Cosita.

¡Cosita y un cuerno!

—Puedo ver desde aquí tus flores, sal ya.

No podía salir y dejarse ver, así que tomó una piedrita y se la lanzó a un lado. Edward miró dónde cayó la piedra y vio que la extraña cosa se movió.

—¿Intentas engañarme con eso? Iré por ti ahora, Cosita.

Ya se metía en el agua. Tenía que detenerlo y le dijo:

—No te acerques…

Él se detuvo en seco.

—No es bueno que me veas, puedes salir perjudicado…

—¿Por qué?

Su mente comenzó a hilvanar una idea.

—Una ninfa no puede ser vista, si descubierta, más vista nunca… Oh, el pobre mortal quedará prendado de su belleza.

Una criatura que se creía bella… Interesante.

—¿Viste lo dotado que soy?

Ella hizo una mueca y escuchó al petulante sujeto.

—Puede ser que la prendada sea otra… Ninfa.

¿Qué podía decir al respecto?

—El Creador ha sido benévolo con usted, por eso debe cuidar su cordura.

—Nunca he visto una ninfa, déjate ver—ordenó.

—Veo que el señor no teme perder su cordura, pero, ¿qué haría yo con un hombre encantado?

—Nada puede encantarme, soy de hierro

Hierro y un cuerno, aguantó la risa y le dijo:

—Bajo su propio riesgo, esto soy.

Edward vio emerger de debajo del agua media cabeza y unos ojos como el verde del bosque que sintió penetraban sus pensamientos. Ella miró los de él de un tono exótico y hermoso, una sola mirada bastó para sentirse cautivado por ella y ella por él.

Entonces se escuchó un ruido bastante fuerte que los sacó de la conexión de sus miradas. El ruido era escalofriante, como el de una fiera herida y él miró en torno, sacó su espada listo para la acción.

Una Huldra, criatura del bosque, salió de entre las hierbas y parecía molesta.

Acsa aprovechó la distracción para huir y nadó lejos; el chillido de la criatura estremecía todo a su alrededor. Cuando la vio su aspecto daba miedo, en verdad toda belleza se había ido de ella y supo que la leyenda del mal de amores deformaba a esa criatura convirtiéndola en un monstruo.

Ella salió del agua y la criatura la vio, dio un chillido de rabia al ver a la joven y bella Acsa: cuando perdían su belleza y encontraban a una mujer bella en el camino, a las Huldras, les invadía un sentimiento de celos.

El caballero se enfrentó a ella con su espada:

—¡Detente monstruo!

Cuando un hombre las veía desprovista de belleza solían atacar violentamente y esa cosa se fue contra Edward, quien la enfrentó con toda sus fuerzas y vaya que era una criatura con mucho poderío, pero llena de ira y por eso Edward aprovechó cada movimiento para vencerla.

No puedo dejar de pensar…

Acsa secaba su cabello con una toalla, mientras recordaba lo visto en el río, ese sujeto, sea quien sea en verdad, era… Muy descarado y dotado, aunque no había visto el miembro de ningún hombre antes, se sintió llena de curiosidad por todo lo que escuchaba decir a las mujeres sobre los hombres. Cuando llegó Ilena con sus amigas.

—Lo dice todo el mundo, el rey cazó una Huldra.

—Tenemos un rey valiente y apuesto.

Acsa, escuchó esto último y se acercó a preguntar.

—¿Qué tanto dicen?

—Parece que eres la única que no lo sabe—dijo Ilena—el Rey Edward, atrapó una Huldra.

Acsa las miró sorprendida y preguntó.

—¿Es eso cierto?

—La insensata quiso atacarlo en el lecho del río y fue derrotada—dijo otra.

Entonces… Ese sujeto era él, ¿rey? Su rostro se tiñó de rojo de pronto al pensar que había visto el pene real y todas la notaron.

—¿Y a ti qué te dio?

—Voy a… Preparar té.

Ella fue a la cocina y comenzó a preparar un sabroso té y su primo llegó con el pescado.

—Dicen que el rey atrapó una Huldra, pudimos haber sido nosotros sus víctimas.

—Sí, pero el rey lo impidió.

Comentó ella impresionada por haber visto de cerca al rey y mucho más de lo que tal vez nadie vería de él. No salía de su mente lo visto y hasta sintió que debía hacer penitencia, de tanto reflexionar en aquello.

Celebrando el arrojo

Siempre era bueno celebrar alguna hazaña, pero con el cuerpo de la Huldra como testigo de su proeza, Edward era rodeado de sus hombres de confianza y con vino en mano celebraban.

—Se me vino encima toda enojada y saqué mi espada, no pudo conmigo, fue toda una batalla digna de ver.

—Criatura horrorosa—movía con el pie su cuerpo.

—Hoy he sido bendecido por el Creador, viví para matar a un Huldra y sobrevivir al encanto de una Ninfa, ¿pueden creerlo?—dijo sonriente—la criatura más bella que mis ojos han visto.

—Pero las ninfas no se pueden ver porque quedarías encantado…—dijo Rob.

—Yo la vi y sigo en pie… Son bellas, tal vez sea inmortal a los efectos de las criaturas.

Su abuela se acercó al grupo de varones y de repente aplaudió y todos guardaron solemne silencio.

—Abuela casé una Huldra—dijo él.

—Y es un buen momento para que tu prometida sepa lo valiente y aguerrido que eres.

—¿Prometida?

—La futura reina viene en camino.

Rob miró a su rey con rostro de terror y supo que malos eventos se acercaban para él.

Su abuela había preparado una comitiva para recibir a la mentada princesa de Uldrik y Edward visiblemente molesto comentó.

—No deseo casarme aún.

Llamó a su consejero más sabio.

—Vilan ¿hay alguna forma de evitar esto?

Vilan con su usual paciencia y sabiduría, le dijo:

—¿Puede el niño evitar convertirse en hombre? El tiempo no perdona y convierte al niño en hombre.

Rob entonces confirmó sus sospechas.

—Creo que eso quiere decir que no.

—La Reina Madre tiene razón en asegurar el trono de Vraelon.

Entonces una idea pasó por su mente.

—Veré si esa princesa es digna de mi alteza.

Rob lo miró sorprendido y lo vio ir hacia las caballerizas.

—¿Qué se supone que vas a hacer?

—Salir al encuentro de la princesa, si no me gusta la puedo despachar en el camino—subía a su garañón.

—¡Es una locura! No es el protocolo a seguir…

Vilan entonces dijo:

—El espíritu impetuoso no es bueno en los reyes.

Vientos, lo vieron ir raudo, ahora cabía la pequeña posibilidad de que le gustara la mujer y que quedara flechado por el encanto de la dama.

La comitiva iba de camino al reino cuando les informaron que un jinete iba hacia ellos, poco común, porque esperaban una comitiva más ostentosa. Así que ordenaron parar para recibir al emisario.

La princesa Astrid estaba en su poltrona viendo el hermoso paisaje que la circundaba y dijo a su mayordomo.

—Es un lindo lugar, sin duda, un reino poderoso.

Les anunciaron que el emisario se acercaba y ella ordenó que la refrescaran, pues el clima era cálido y no era bien visto que una princesa sudara.

Edward frenó su garañón y vio a la guardia de la princesa lista para la acción.

—Emisario del reino de Vraelon, ¿Qué os trae a nuestro encuentro?

—Emisario y un cuerno, yo no envío emisarios, soy el rey Edward—dijo arrogante.

La sorpresa invadió a todos y el mayordomo de la princesa se presentó.

—Señor, no sabía que vendría a nuestro encuentro.

—¿Dónde está la mentada princesa? Quiero verla.

El mayordomo carraspeó y le dijo al impetuoso caballero.

—La verá mañana en el altar.

—No compro mercadería sin antes verla—bajaba del caballo—o me la muestran o no hay boda.

La sorpresa se extendió en todos, pues no esperaron esas palabras del mismo rey de Vlaeron.

Todo esto llegó a oídos de Astrid, que era refrescada en esos momentos y preguntó.

—¿El rey está aquí en persona?

—Sí, señora.

—Vaya honor…—se levantó—¿mercancía me dijo? Veremos al arrogante.

Edward no se caracterizaba por su paciencia y ya estaba molesto.

—¿Es la princesa tortuga?

—Señor, es poco común… Ella debe estarse arreglando.

—Pues si se arregla mucho pensaré que se está poniendo rostro.

En ese momento se escuchó una voz delicada y a la vez firme.

—¿Deseaba verme rey de Vraelon?

Edward se dio la vuelta y… la princesa Astrid quedó frente a él y era una bella, bella mujer de impresionante hermosura.

—Heme aquí, ante usted.

Por un instante digirió lo visto, más no quedó cautivado, pues su corazón ya lo estaba por una Ninfa.

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