Capítulo 3

—Nestore, reúnete conmigo en mi oficina —ordenó Paolo mientras pasaba por el escritorio de su secretario a pasos agigantados.

El hombre no se inmutó ante el tono elevado de su voz. Esa era una de las primeras razones por la que todavía trabajaba para él.

Poco después de que Adriano le dejara al mando de empresas Giorsa, la secretaria que había estado bajo el mando de su cuñado decidió que era hora de jubilarse. Encontrar a alguien tan eficiente como ella había sido un reto. Una lista interminable de secretarias había pasado por su oficina. Ninguna había podido seguirle el ritmo y como si fuera poco se habían comportado como conejos asustadizos frente a un león.

—¿Asumo que no cerró el trato? —le preguntó Nestore tan pronto cerró la puerta tras de él. Luego colocó una taza de café sobre la mesa.

Tomó la taza y bebió la mitad del contenido de un solo sorbo. Como siempre la bebida era perfecta.

—No, no lo hice —dijo antes de explicarle todo el asunto—. No me gusta que me sorprendan. ¿Cómo fue que no nos enteramos que los Romano estaban también detrás de este proyecto? Se supone que pagamos una fortuna para que cosas como estas no sucedan.

Paolo se había acercado a Renardo D’agostino antes que cualquier otra compañía y había cometido el error de asumir que al estar el trato casi cerrado nadie más tendría oportunidad a esas alturas. 

—Al igual que nosotros, debieron mantener un perfil bajo para que otras empresas no se lleguen a enterar. ¿Qué es lo que va a hacer? —preguntó Nestore.

Sonrió.

Tenía la mirada puesta en D’agostino y asociados y no había manera de que no obtuviera esa asociación. No estaba precisamente feliz por la estratagema que había usado Renardo al hacerle creer que firmaría el acuerdo con su empresa, pero nunca se amilanaba ante un reto. Además, debía de aceptar que sería divertido enfrentarse a la señorita Romano y lo sería aún más cuando le ganara. 

—Vamos a replantear la propuesta, necesitamos mostrarle a Renardo que somos la mejor opción. No tenemos mucho tiempo, así que debemos darnos prisa. Por lo pronto, quiero un informe de la hija de Sabino Romano cuanto antes.

No había nada mejor que conocer al enemigo y todas sus debilidades.

—Está bien. —Nestore se retiró y lo dejó a solas con sus pensamientos.

A su mente vino la imagen de la ojiverde y su reciente enfrentamiento. Se había sentido tan tentado a besarla solo para borrar de su cara aquella expresión desinteresada. Sabía, por la forma que había respondido a sus caricias la noche anterior, que detrás de toda esa fachada se escondía una mujer pasional. Y por un breve momento también lo había visto mientras hablaban en la compañía de Renardo.

Aquella mujer lo intrigaba e irritaba en proporciones iguales.

Se concentró en su trabajo, tenía mucho que hacer si quería ganar aquel acuerdo. La señorita Romano al parecer era una mujer decidida, lastima para ella que él lo era aún más.

No fue hasta después del almuerzo que Nestore le entregó el informe que le había solicitado.

—Loredana Romano —leyó y miró la foto adjunta.

Por fin tenía un nombre para aquel rostro. Un nombre nada usual.

La foto mostraba su belleza natural, aunque era una de esas serias que usas para el carnet de identificación del trabajo. 

Loredana tenía 28 años y era la segunda al mando de la empresa de su padre. Había estudiado economía y gestión internacional y terminó como la primera de su promoción. Su historial hablaba de una lista de proezas desde una edad muy temprana.

Se tensó cuando leyó que estaba en una relación con un miembro de su compañía.

«Al parecer la señorita Romano, no es tan íntegra como aparenta —pensó con ironía».

Bueno eso no era asunto suyo, no le importaba si ella engañaba al pobre estúpido de su novio. Aquella información solo le habría interesado si hubiera estado dispuesto a chantajear a Loredana, pero ese no era su estilo.

Cerró el archivo luego de leer el informe completo. Llegó a la conclusión de que debía tener cuidado y ser astuto. Loredana era conocida por lograr cerrar negocios importantes para su compañía, la mayoría no habían sido del calibre de la que tenían en manos, pero eso no la hacía menos competente.

La puerta de su oficina se abrió sin aviso previo y lo saco de sus cavilaciones. Alzó para averiguar quien se había atrevido a entrar sin anunciarse. Su expresión mortal fue remplazada por una sonrisa al ver a su mejor a migo y esposo de su hermana.

Su presencia allí no era para nada inusual, al igual que la decisión de Nestore de no anunciarlo. Desde hace ya mucho tiempo que no lo hacía.

—Ezio, mi buen amigo —saludó mientras se ponía de pie—. ¿Qué te trae por aquí?

Rodeó su escritorio y avanzó hacia él.

—En vista de que ya no tienes tiempo para mí, decidí que podía dejar a lado mis asuntos, que al parecer no son tan importantes como los tuyos, y visitarte.

—Siempre tan dramático.

Ambos se dieron un abrazo y luego lo invitó a sentarse en uno de los sillones dispuestos para las visitas mientras él iba a servir un par bebidas.

—¿Entonces? —preguntó mientras le alcanzaba su bebida justo antes de sentarse frente a él.

—¿Es que acaso no puedo venir a ver cómo estás?

—¿Y es una casualidad que estés aquí el día después de que tu adorada esposa y mi otra maquiavélica hermana me tendieran una trampa?

Ezio sonrió divertido.

—Me aseguraré de que se enteren de que dijiste eso.

—Claro que lo harás.

Los dos compartieron una sonrisa.

Ezio era probablemente una de las pocas personas en las que confiaba. Él nunca lo había mirado por debajo del hombro debido a sus orígenes.

Quizás al principio no le había agradado demasiado. Por todo el asunto de hermano mayor queriendo proteger a su hermanita, a quien apenas conocía por aquel entonces. Pero nadie podía detestar al hombre por mucho tiempo. Ezio siempre era demasiado honesto con sus intenciones.

Cuando Elaide había dejado a Ezio con el corazón roto, Paolo y él se habían vuelto más cercanos. Se alegraba de que ambos estuvieran casados y con hijos ahora. Se merecían ser felices. 

—¿Y cómo estuvo tu cita? —preguntó su amigo con desinterés y bebió su whisky.

Lo evaluó con la mirada. Conocía bastante bien al hombre para decir que su actitud era una farsa.

Podía afirmar que estaba al tanto de todo y que Elaide lo estaba usando de espía. Su pequeña hermana probablemente dedujo que iba a tratar de evitarla. Debió sospechar que ella estaba tramando algo cuando no lo llamó durante toda la mañana para reclamarle por lo sucedido con su cita a ciegas.

Su hermana no era ninguna tonta y debió suponer que no le iba a responder, así que mandó a su esposo, que como siempre estaba dispuesto a hacer todo por verla feliz.

—Me das vergüenza. —dijo en tono jocoso—. No solo te has convertido en una vieja chismosa, sino que también estás trabajando para el enemigo. ¿Cuándo te volviste el títere de mi hermana?

Uno de sus pasatiempos favoritos era tomarle el pelo. Y es que el hombre le daba material suficiente. Además, solo le devolvía el favor, Ezio siempre estaba buscando maneras de irritarlo.

Aunque se reía con frecuencia de la devoción de Ezio a su hermana, eso solo hacía que lo respetara más.

—Creo que fue cuando la vi por primera vez. —Su amigo se encogió de hombros—. Además, no me importa ser su títere por las noches, ella puede…

—Detente, ni se te ocurra hablar de sexo y mi hermana en una misma oración.

—No lo iba a hacer, pero es divertido dejarte creer que lo haré. —El maldito tuvo el atrevimiento de sonreír con descaro—. Ella está preocupada por ti. Cree que deberías salir un poco más y dejar de trabajar tanto. Para ser sincero pienso lo mismo.

—Bueno anoche salí.

—Y te marchaste antes de tiempo por lo que oí. Tu cita llamó a Vanessa indignada justo después de que salieras como si llevaras un cohete en el trasero.

—Llegué allí esperando encontrarme con ellas. No pensaba asistir, pero usaron la carta de la familia, hablaron de una noche de hermanos. —Debió sospechar que estaban tramando algo—. En su lugar, encontré a una extraña.

—Al menos pudiste permanecer hasta acabar de cenar, una persona normal lo habría hecho.

—Supongo que soy un fenómeno entonces.

—No entiendo tu problema con las mujeres, a menos que… ¿Es que acaso no te gustan las mujeres? Solo tienes que decirlo, nadie te juzgará.

Y era por eso que su peor lado salía a relucir cada vez que se reunía con Ezio y se encontraba ideando maneras de asesinarlo.

—Imbécil —lo insultó.

Ezio solo se soltó a reír como un loco.

—No puedo creer que con dos hijos aun seas tan infantil —acotó.

—Y tú eres demasiado serio. Mi tío abuelo de noventa y cinco años tiene más sentido del humor que tú.

—Ya me cansé, largo de aquí. —Hizo amago de levantarse.

—Está bien —dijo él alzando las manos a aire—. No tienes por qué ponerte todo agresivo —continuó sin perder la sonrisa de diversión en el rostro—. ¿Entonces, qué quieras que le diga a tu hermana sobre anoche?

—Invéntate lo que quieras.

—Muy bien, le dejaré en claro que tus gustos apuntan en otro sentido.

Sacudió la cabeza, Ezio rara vez se comportaba como un adulto serio.

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