Destino travieso

Han pasado años, aunque no podria nadie decir que eran muchos, para Frank, habian sido largos años.

Tiempo

Aquel en el que el jamás ha desistido de encontrar a su hijo, cada cumpleaños el compra un regalo acorde a la edad que debería cumplir y lo deja en el armario donde los recuerdos de su pequeño aún se conservan como si él estuviera allí.

Su vida a parte de buscarle, es el trabajo, se niega a estar con otra mujer por temor a nuevamente perderlo todo.

Aquella mañana sería un día común para todos, menos para el destino el cual tenía preparada la primera de sus bromas. Eran apenas las ocho de la mañana, mucho trabajo como todos los días, estaba muy tranquilo y absorto en sus labores hasta que algo interrumpió aquel apacible omento. Unos ojos azules con cabellera rubia interrumpieron, como siempre, su mente no de la mejor manera.

—¡Frank! –Escucho gritar a cierto personaje que conocía muy bien mientras este entraba por la puerta, una de las pocas personas en las que confiaba y que aun así le sacaban de quicio.

—¡Jhon deja de gritar tan temprano! — se quejó el azabache tomándose la cabeza con molestia, inclusive una venita en su frente apareció en ella.

—¡deja eso mismo ahora! ¡Tienes que venir conmigo! –casi ordeno el rubio mirando con un semblante de semi seriedad y un rastro de alegría en sus ojos, un brillo que él consideraba muy característico de ese rubio, sin embargo, esta vez estaba tan extrañado que levanto una ceja. — ¡Encontramos a la persona a la que Susan le dio al pequeño Gabriel hace años! ¡Sabemos a dónde lo fue a dejar! — Grito con emoción haciendo al azabache pararse de golpe y colocarse frente a él tomándole de los hombros.

—¡Estas completamente seguro de lo que estás diciendo! ¡Si no es así te romperé la cara Jhon! –Reclamo con esperanza en sus ojos el azabache mirando la sonrisa de alegría que esta tenía en el rostro.

—¡Si hombre! ¡Nos enfocamos mal todo este tiempo pensando en que se había ido al extranjero! Según nos contó un tipo llamado Arnold, que fue quien se llevó al pequeño Gabriel, lo entrego a un hogar de Inglaterra— informo con alegría el rubio, al fin estaban viendo resultados de tan ardua espera y esfuerzo por parte no solo del azabache, si no dé el mismo.

—Jhon… cancela todas mis reuniones, ¡voy a Inglaterra ahora mismo! –ordeno el azabache con prisa al momento de salir corriendo de su oficina y dejando al rubio tirado en el suelo por el empujón que le dio.

Maldito, ni las gracias da, bueno, ¿Qué puedo esperar?, digo, al fin va a ir a ver a su hijo después de tanto, quien diría que iría a… un segundo… —murmuro solo el rubio aun tirado en el suelo luego colocando ojos de platos parándose a la velocidad de la luz. — ¡espérame hombre! ¡Yo también quiero ir! –grito a todo pulmón el rubio corriendo por donde se había ido su amigo, él también quería conocer a ese pequeño.

Pasado el mediodía, en otro lugar del mundo, más específicamente un aeropuerto, vemos a otra persona. Figura esbelta, ojos alegres tan verdes como la joya más hermosa y cabellos rubios largos de color sol eran lo que lucía con tanto orgullo aquella mujer junto a una falda negra de tabillas con una blusa color blanca y zapatos de tacón.

Pero ella no iba sola

Un pequeño niño iba a su lado tomado de la mano. Cabellos rojos vivos y ojos negros despiertos, aquellos que todos consideraban como una mirada penetrante y fría, pero que a la rubia le miraban con la mayor alegría y calidez del mundo.

—¿a qué hora sale el avión a Londres? –Pregunto aquel muchacho de mirada oscura posada en aquella rubia quien le miro con tranquilidad.

—Cerca de la una de la tarde Armand, no apresures, teníamos que venir con tiempo para registrarnos –explico sonriente la rubia mirando a aquel pequeño que llevaba de la mano, porque en la otra llevaba un gran bolso y el mismo niño llevaba otro.

—¿y porque a Londres mamá?, es bastante lejos — expreso su duda aquel niño que para tener la corta edad que tenía ya sabía expresar sus molestias como todo un adulto.

—¿Recuerdas todo el dinero que ahorre durante estos dos últimos años? –pregunto la mujer mirando al pequeño quien asintió sin entender mucho. — digamos que valió la pena, porque postule a un crédito para una casa y me lo dieron, pero tengo que comenzar a pagar mensualmente y la cuota no es algo que pueda cumplir con trabajos de medio tiempo o esporádicos como los que tenía en Inglaterra, así que decidí trasladarme a Londres que es la capital para encontrar un trabajo mejor –explico de forma fácil tratando de ser lo más simple posible para que el pelirrojo entendiera, por muy inteligente que fuese, aún seguía teniendo apenas cuatro años.

—Claro, y se olvidan de preguntar qué pasa con uno, tuve que dejar la escuela que acababa de comenzar –expreso el pelirrojo con algo de fastidio en el rostro, rostro que cambio al ver la mirada fulminante de su madre sobre él.

—No me hables así, ¡sabes que lo detesto! –Expreso molesta la mujer de cabello rubio haciendo suspirar al pelirrojo quien trago grueso al momento de volver a abrir la boca, su hijo era muy inteligente y analítico, demasiado para un niño de cuatro años recientemente cumplidos y que recién comenzaba el preescolar.

—¿Qué va a pasar con mi escuela mami? –pregunto con las mejillas rojas y ojitos llorosos el pequeño quien sonreía nerviosamente mirando a su madre.

—No sé de qué te preocupas hijo, con tu promedio puedes ir a cualquier escuela, veras que en Londres están las mejores escuelas del país, además de que ahora que viviremos en una casa podrás tener tu propia habitación –expreso sonriente la rubia haciendo que al pequeño le brillaran los ojitos de emoción, cosa que a ella siempre le causaba gracia.

—¿Pues que esperamos? ¡Allá voy Londres! –Grito emocionado el muchacho soltando la mano de su madre y comenzando a correr con todo y su bolso a rastras.

—¡Armand Grant ven aquí! –Grito aquella mujer comenzando a correr por entre la gente tras su hijo.

La gente, una de las horas de más congestión dentro de aeropuerto al parecer. El lugar era enorme, perderle la pista era perder el vuelo. No sabía de nada de las preocupaciones de su madre, solo corría alegre esperando ver el avión en donde viajarían, realmente le emocionaba la idea de una nueva escuela y una habitación propia, con tan poco ese niño era muy feliz. Sin previo aviso choco con cierta persona al no poder detenerse a tiempo por ir corriendo inmerso en su mundo. Aquel golpe hizo que no solo el pequeño cayera, sino que también, aquel contra el que choco. En ese instante, unos ojos negros se quedaron viendo al niño de cabello rojo y ojos negros sobarse donde se había pegado. Abrió mucho los ojos tomando por los hombros al niño quien se asustó por esto, su reacción era la más normal, después de todo…

El destino es muy travieso…y sin querer, había puesto a un solitario y desesperado padre, frente a aquel hijo perdido que durante lo que pareció una eternidad, había estado buscando.

—Siento haberle golpeado –expreso con algo de miedo el niño pensando en que le regañarían o algo peor, después de todo, aquel hombre le tomo desprevenido por los hombros y era un hombre bastante fuerte a su vista, sus ojos de penetrante mirada lo demostraban.

—Acaso… acaso será… —pensó el azabache sin en ningún momento despegar la vista de ese pequeño de asustadizos ojos negros y cabellos tan rojos como el fuego.

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