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Un cenicero que se apoya sobre la mesa es quien devuelve su vista.

—Buenas tardes, señor Frederich.

Frente a él y dispuesta a tomar su pedido se encuentra una de las meseras. Federico no puede evitar recorrerla con la vista de punta a punta recordando que, el Cadillac y la ambientación, no es lo único hermoso de Fiftys. Bandeja en mano, sosteniéndola perpendicular a su vientre, se encuentra Candela. Luciendo el característico uniforme del lugar. Una visera corta y roja, chomba de cuello rojo con franjas verticales blancas y rojas, ceñida en su cintura por una falda plato azul con pespuntes camel que deja ver sus rodillas, haciendo juego con sus zapatillas náuticas azules, de cordones blancos impolutos.

—Hola Candela— la saluda ya mirándola a los ojos —. Te dije que me llames Federico.

Siempre que se lo pide es lo mismo, las mejillas de Candela adoptan un particular rosado y una sonrisa se dibuja en su boca.

—¿Le traigo lo de siempre Federico? — pregunta la joven inclinada sobre la mesa mientras le pasa un trapo húmedo.

—Lo de siempre Candela, lo de siempre— contesta con resignación, como si su respuesta se tratara mas de su vida que de su pedido.

—¿Cómo va el libro? — La joven trata de darle conversación al notar el desgano en sus palabras. Aunque su pregunta no es algo casual. Candela se considera a si misma como la fanática número una de sus novelas.

—Va muy bien— responde ya con algo de entusiasmo —Hoy lo termino. Espero poder ponerlo pronto en tus manos.

La joven no dice ni una sola palabra y se sonroja aún más.

—El libro… de eso estamos hablando ¿no?

La aclaración rompe la tensión y juntos sueltan una carcajada. Siempre hubo mucha empatía entre ellos dos, pero la timidez de Candela y el prejuicio de Frederich sobre su diferencia de edad los mantiene a raya.

La joven mesera se retira y Federico enciende su habano. Despliega su diario que ocupa prácticamente el total de la mesa y sus ojos comienzan a recorrerlo. Lo primero que hace, por mas que haya visto el calendario antes de salir, es mirar la fecha. 08 de noviembre de 2014. Sin interponerse nada en medio, sus ojos van directamente a ese titular y continúa leyendo el copete. Uno de los hechos más misteriosos de Stonelake, desde aquel evento de desapariciones en 1984, tiene como escenario al edificio 436 cerca de la zona rural. Seis muertes en dos días, donde no hay una causa aparente ni conexión entre los casos. Los cuerpos carentes de signos de violencia son todo un asertijo para la policía local. ¿Suicidios en masa? ¿Un asesino silencioso suelto en el lugar? Aún no hay una hipótesis firme, pero las investigaciones continúan.

En ese momento una extraña sensación invade su cuerpo y puede identificarla. La sensación de sentirse observado. Continuando con su obstinada forma de ser, pensando que se trate de alguien que lo reconozca por su trabajo o alguien que forme parte de su pequeño círculo personal, evita despegar los ojos de las letras y continúa leyendo.

Al cabo de unos minutos regresa Candela con un café doble, el cual deposita en la mesa cuando Frederich hace a un lado el periódico.

—Si se le ofrece algo más me avisa.

—Claro que si linda— alcanza a decir antes de que la joven se retire.

La sensación de ser observado ya no está, igualmente decide mirar hacia todos lados, buscando algunos ojos que hagan contacto con él. Nadie lo observa por allí.

Lleva su mano derecha hacia el bolsillo interno de su saco y de allí extrae una pequeña petaca. La destapa y disimuladamente vierte un poco de su contenido en el café. Con la misma cautela la devuelve a su lugar.

Unos sorbos de café y vuelve al periódico. El copete que acaba de leer ya no dice mucho más, así que busca en su interior la noticia completa. La misma ocupa toda la pagina central. Claramente es algo importante para “La última noticia” y para la ciudad de Stonelake.

Al momento de sumergirse en las letras vuelve la misma sensación, pero esta vez de una forma más intensa, al punto en que le es imposible hacerse el indiferente. Levanta su mirada y recorre su alrededor. Ve gente con la vista pegada al celular como si fueran zombis, una madre camina junto a su niña la cual disfruta un esponjoso algodón de azúcar, una pareja sentada en un banco sobre la acera se acaricia amorosamente. Nada fuera de lo común, ni nadie que lo esté mirando, pero la sensación no lo deja tranquilo y continúa buscando.

Desde dentro de Fiftys, Candela lo observa. Le llama la atención la actitud de Frederich mirando hacia todos lados. Aunque no es la mirada de Candela la que genera esa sensación en el escritor.

Una figura atrae poderosamente la atención de Federico y justamente es quien tiene sus ojos clavados en él. Caminando hacia él, se aproxima una mujer exquisitamente bella. Su piel es tan blanca como la nieve, luce una elegante capelina negra que evita que el sol se proyecte sobre su rostro. Su pelo super lacio, negro como el petróleo, salvo por un mechón blanco que sale del costado derecho de su frente, cae como cascada sobre sus hombros. Sus ojos haciendo juego con el cabello, oscuros como la noche, fijos en Frederich que observa hipnotizado como se acerca a él.

Su andar es sumamente elegante. Imposible no mirarla con el vestido entallado y de color rojo que lleva puesto, junto con unos zapatos taco aguja que combinan perfectamente con su vestimenta y con sus labios pintados del mismo tono. Una pequeña cartera negra cuelga de su hombro para terminar de completar una imagen de lo más cautivadora que avanza hasta ubicarse junto a un embobado Frederich.

El escritor observa como esos carnosos labios se mueven, pero las hormonas en su cabeza se interponen entre las palabras y sus oídos.

—¿Perdón? — dice una vez que vuelve en sí.

—Que si tienes fuego— repregunta y de su cartera se hace de una cigarrera dorada que, a estas horas, reluce con tonos anaranjados por el sol que ya quiere ocultarse. Toma un cigarrillo y lo sujeta con sus dientes, para luego acercar su cara hacia él.

—Eeee… si, toma— contesta como un estúpido.

El fuego se presenta desde un encendedor zippo. La llama roza el tabaco, ella inspira quemando el cigarro, para luego expulsar el humo hacia arriba, acompañado de lo que parece un suave gemido de satisfacción.

—No sabes las ganas que tenia de fumar. Muchas gracias— pronuncia amablemente para luego retirarse como vino. En el mismo sentido en el que caminaba antes de detenerse.

Tan solo unos segundos pasan antes de que vuelva a guardar el encendedor y deja que aparezca una sonrisa en su rostro, al momento en que gira su cuello para observar el movimiento de aquel vestido rojo que se aleja indiferente.

Sin dudas fue sobrepasado, tanto por la situación como por la actitud de aquella cautivante mujer. Su sonrisa es porque no fue capaz de decir algo elocuente más que un -eeee… si, toma- Algo que sonó tan tosco como un saludo de tribu.

Sorprendido como está, se acomoda en la silla y mira hacia dentro de la cafetería. Puede ver como Candela lo observa extrañada. Con un gesto le pide a la joven que se acerque y la mesera acata la orden.

—¿Todo en orden Federico? — su tono es de preocupación, al igual que la expresión de su rostro.

—¿Conoces a esa mujer?

—¿Qué mujer?

Frederich se da vuelta, pero no hay señales de aquel vestido rojo ni de su curvilínea figura.

—La del vestido rojo… Vamos Candela. Vi que estabas mirando hacia aquí.

—Claro que lo estaba haciendo, si parecías un loco mirando para todos lados y prendiendo el encendedor como en un recital.

—Perdón Candela, debo de estar muy cansado— decide terminar la charla al ver con la extrañez con que lo mira la joven. Si realmente no había visto a la mujer y sigue insistiendo con el tema, va a pensar que está volviéndose loco.

—No te preocupes Federico, seguramente es cansancio.

Candela elije creer que solo se trata de eso y el estrés de culminar una obra. Prefiere creer eso antes que pensar que su escritor favorito está enloqueciendo después de tantos escritos de terror.

—¿Te puedo ayudar en algo más? — pregunta amablemente.

—Por ahora no linda. Tráeme la cuenta por favor.

Frederich termina su “café”. Paga y deja la correspondiente propina antes de retirarse, nuevamente con el diario bajo su axila.

Camina hasta Boulevard para tomarla a su derecha, con dirección a su hogar, con la decisión firme de que ahora si terminará el libro y se lo enviará a Carlos antes de un sueño de lo mas reparador.

Su trayectoria es directa, por lo que no piensa detenerse hasta llegar. Pero luego de caminar una cuadra por Boulevard ve algo que lo deja realmente desconcertado. A cincuenta metros de él, doblando en la esquina y en su dirección viene caminando la misma mujer del vestido rojo. << Tengo que decir algo más esta vez >> piensa mientras se aproximan. Sus miradas se entrelazan y se mantienen fijas como hace minutos atrás. El sonido de los tacos acrecienta a medida que se acercan, a él le parecen retumbar en su cabeza.

—Disculpe— dice él, interponiéndose en su trayectoria — ¿La conozco?

—Enloquecerías— es la única palabra que la dama utiliza como respuesta antes de pasar a su lado con indiferencia, dejando al escritor sin saber que pensar y tan desconcertado como antes, viendo como aquella misteriosa mujer se aleja y da vuelta en la primera esquina sin siquiera detenerse.

Ni bien gira y sale de su campo de visión, Frederich va tras ella con paso apurado. Tan solo cincuenta metros y los recorre rápidamente hasta llegar al punto en donde la perdió de vista, pero para sorpresa de él, la mujer del vestido rojo no se ve por ninguna parte. Es como si se hubiese esfumado en aquella cuadra.

<<Imposible que viva por aquí y no la conozca>>

En el mismo estado de confusión y dándole vueltas a la idea de que es lo que le está sucediendo, ingresa a su casa.

El sol ya se ha ocultado. La morada se encuentra en completo silencio, salvo por el habitual sonido que emite el tétrico reloj de péndulo.

Camina hasta su templo a oscuras y en su camino enciende una lampara de pie que hay junto a un sillón. Ni bien se ubica en su escritorio prende la computadora. Se encuentra dispuesto a terminar su libro, no sin antes, con el control, obligar a sus persianas a que se cierren por completo. Agarra el vaso de whisky que nunca terminó de beber y sin dudarlo lo vacía en un pequeño tacho que reposa junto al escritorio, repleto de papeles arrugados como bollos. Del lado contrario, también sobre el suelo, descansa una botella cuadrada con menos de la mitad de su contenido, con la cual vuelve a llenar su vaso. Del cajón extrae un nuevo habano que enciende y lo deja en su boca al momento en que sus dedos comienzan a recorrer el teclado nuevamente a una velocidad frenética, a un ritmo constante y sin detenerse mas que para quitarse el habano de la boca cuando sus ojos comienzan a irritarse por el humo, y también para alternar con pequeños sorbos de whisky.

La escritura es interrumpida por una nueva llamada que ingresa a su celular que yace sobre el escritorio. Sin tomarlo, tan solo ubicándolo de manera de poder leer, chequea lo que muestra la pantalla. La misma indica una llamada entrante de alguien a quien tiene agendado como Agustina seguido de un corazón. Al ver quien lo requiere no duda en contestar.

—¡Agustina! Que sorpresa— se muestra entusiasmado.

—Sorpresa es escucharte a ti de buen humor.

Agustina es la mujer con la cual Frederich estuvo casado durante diez años y de quien se separó hace cinco. De su unión nació Joaquín, que tiene la misma cantidad de años que ellos tuvieron de matrimonio. Su exmujer e hijo viven en una propiedad a las afueras de Stonelake. Una propiedad cedida por él, al momento de la separación. La que era la casa de vacaciones de la familia.

El fin de su matrimonio se encuentra lejos de ser algo agradable y en buenos términos. La pareja se fue desgastando, como el pie derecho de la estatua del Vaticano que muestra a San Pedro, ya carente de dedos por causa de los toques y besos de sus peregrinos. Frederich fue devorado por la pasión y devoción hacia la escritura, lo que lo llevo a descuidar a su familia a niveles máximos. Agustina, al ver que la obsesión de Federico con sus historias no disminuía en lo mas mínimo, al contrario, se volvía cada vez mas aislado de su entorno, no tuvo más opción que ponerlo entre la difícil y cruel elección entre su trabajo y la familia. Por lo que ya sabemos cuál fue la decisión que tomó.

—¿Sucedió algo? ¿Está bien Joaquín? — pregunta, sabiendo que cada llamada de su expareja es para anunciar algo que necesita. No porque ella no sea una mujer independiente, que por cierto lo es, sino porque la ley es la ley. En esta ocasión lejos está de ser monetario el tema.

—Joaquín está bien, pero a mi me surgió hacer una presentación importantísima.

—Ajam… ¿Y?

—Como es mañana y me surgió de improvisto, no tengo con quien dejarlo. Viendo que también tiene padre tengo pensado en subirlo a un micro a última hora y que lo pases a buscar por la terminal bien temprano. ¿Qué dices?

—¿Qué te voy a decir Agustina? Si parece que ya haz planeado y organizado todo— Frederich observa la hora marcada en el reloj de péndulo.

—Bueno Federico ¿Hace cuanto que no ves a tu hijo? ¿Ocho meses? — cuestiona enfadada.

—Está bien mujer— el desgano rebalsa de su boca.

—¿Ves como puedes ser amable cuando quieres? Y hazme un favor… trata de no asustarlo como la última vez.

Prometido— afirma el escritor cruzando los dedos de su mano.

—¡Genial! — el tono de Agustina cambia de forma drástica. —Después te envío por mensaje la empresa por la cual viaja y a la hora que llega a la terminal de Stonelake.

—No hay problema. Cualquier cosa hablamos.

—Una cosa más— agrega Agustina antes de cortar —Creo que tu agente sabe que no vives aquí ¿no?

—No se de que estas hablando Agustina. Carlos sabe perfectamente que esta es mi casa. Hace ya cinco años— responde casi riendo, como sabiendo que se trata de tan solo una broma.

—Ya lo sé, pero pensé que habías cambiado de agente. Hace una hora vino alguien a buscarte.

—No tengo idea de quien pueda ser ¿Dejó algo dicho? ¿Dijo su nombre?

—No dijo nada, solo preguntó por ti. Cuando le dije que no vivías aquí se fue como vino. Pensé que la habías elegido por la figura que lucia en ese vestido rojo.

<<Es solo una coincidencia>>

—¿La conoces? — cuestiona al no recibir palabra de Federico.

Frederich se percata que, por mas que piense que es imposible, se había quedado en silencio.

—No. No tengo idea de quien puede ser. Cuídate Agustina.

La llamada finaliza y la cabeza de Frederich comienza a dudar. Su mano revuelve sus cabellos mientras por un momento aleja la idea de la coincidencia y se pregunta si aquel vestido rojo seria el mismo que vio el día de hoy. Pero tan solo hay una justificación que demuestra que es pura coincidencia. Una justificación tan coherente, que lo devuelve a sus cabales. Agustina y su hijo viven en las afueras de Stonelake, no hay manera posible de que aquella mujer haya llegado, en una hora, desde la zona alta hasta allí.

<<No puedo pensar en esto. Tengo un libro que terminar>>

Sin moverse de su templo, observa el vaso de whisky que lo acompaña y, bebiendo por completo su contenido, trata de despejar su mente y enfocarse nuevamente en las teclas de su pc. Lo logra y después de un hondo suspiro sus dedos comienzan a correr nuevamente.

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