EPÍLOGO

Dos años después.

Eric cerró los ojos cuando sintió aquel líquido caliente corriendo por su pierna, y su grito resonó en toda la mansión.

—¡Dianaaaaaaaaa!

La niña asomó en su vestido de fiesta, porque estaba cumpliendo años y sonrió de oreja a oreja.

—¿¡Por qué tu maldit0 perro me está orinando encima!? —gruñó y su hija se encogió de hombros con una expresión de inocencia.

—¡No lo sé, papá! ¡Está de un desobediente últimamente…!

—Mira, princesa, te lo creería si no le hubiera contratado yo mismo un entrenador al perro y supiera que solo te hace caso a ti —sentenció su padre—. Así que voy a reformular mi pregunta: ¿Por qué mandaste a tu perro a que me orinara?

Diana sacó el labio inferior con una mueca.

—Escuché cuando le dijiste a mamá que no querías que aprendiera a disparar.

—¡Eres una mocosa de diez años! —replicó su padre.

—¡Mis hermanos son más chiquitos y ya saben disparar! —replicó Diana cruzándose de brazos, enojada.

—¡Son pistolas de juguete, Diana!

—¡Pues yo también las quie
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