Capítulo 2

CAPÍTULO 2.

EMMA QUEEN.

Abro la puerta. Agradezco que nadie me tiene encerrada por obligación y esta está abierta. Salgo directo al pasillo de la segunda planta. Sigilosa, camino como un animal con miedo. Entonces veo como una mujer sube las escaleras. Una mujer que no es mi madre. Es una señora de cabello canoso corto lleno de bucles pegados a la cabeza. Tiene una falda verde agua que le llega a las rodillas y una chaqueta del mismo color. 

Le gritan algo desde la primera planta y suelta una risa forzada que se desvanece en cuanto me ve. Retrocedo. O eso procesa mi cabeza porque realmente me he quedado petrificada.

Los labios de la anciana se abren, estupefacta.

Entonces la vieja se apresura a bajar como si no le dieran las piernas y yo entro en pánico. Tengo el impulso de tirarla por las escaleras para que no me delate, pero aun así es demasiado tarde.

—¡SABRINA QUEEN TIENE UNA HIJA! —grita ella con la voz carrasposa y a todo pulmón —¡Los señores Queen tienen una hija!

Caigo de rodillas al suelo, en shock. Ni siquiera me esfuerzo por ponerme de pie, supongo que me he entregado al sistema inconscientemente para tener algo de libertad.

De pronto tengo más de diez señoras a mi alrededor tocándome el cabello, susurrando, horrorizadas como si no las escuchara. 

—¡He traído galletas para acompañar la lectura, señoritas! —escucho gritar a mi madre con una gran alegría.

Supongo que no se ha enterado que todas sus amigas están a mi alrededor, en un pasillo desierto mientras lloro en silencio.

Y de pronto veo a mi madre subir las escaleras con prisa, como si presintiera lo peor. Se agarra del barandal de la escalera, observándome horrorizada.

—¡LARGO TODAS DE MI CASA! —grita mi madre a todo pulmón, sobresaltando a las señoras —¡LARGO, FUERA!

—No tienes que ser tan descortés, Sabrina —le dice la vieja que me vio primero con una soberbia superior —. Nadie de nosotras se ira porque toda la prensa está fuera ¿lo sabías?

—Eso es mentira —la voz de mi madre tiembla —. Acabo de ir a buscar las galletas y no hay nadie. 

Entonces el timbre de la casa suena con insistencia. Mi madre y yo nos miramos porque ya sabemos lo que significa. Debo casarme.

SAM

La familia Ivanov desayunaba con tranquilidad en su amplia mesa mientras veía la televisión. No les petición desayunar en la sala de banquetes como solían hacerlo. Zumo de naranja recién exprimido, tostadas, huevo revuelto y frutas. 

Sam debía estar bien alimentado ya que debía mantener su puesto de “el mejor jugador de tenis del pueblo”. Toda su familia tenía trofeos importantes en vitrinas que no tardaban en deslumbrar a sus invitados.

Su padre, Miguel Ivanov era un jugador retirado que había conquistado a la mayoría de los pueblos con sus partidos ganados. 

Un maldito obsesivo que se ocupaba de culpar a su hijo con palabras crueles cada vez que no conseguía una victoria.

—Me llegas a dejar mal parado con todo el imperio que he construido y puedes olvidarte de tus tarjetas de crédito —le decía su padre cada vez que podía.

Sam se mantenía callado y ahogaba sus penas con bebidas y sexo para olvidarse de la presión de su padre. 

Aquella mañana había encontrado consuelo recibiendo una mamada deliciosa por parte de Elizabeth, su compañera de tenis. Jugaban temprano con la excusa de tener sexo después y así, ducharse juntos.

No eran nada, pero le divertía que no lo fueran.

Su madre le subió el volumen a la televisión y toda su atención fue directo a ella en cuanto escuchó nombrar a la familia Queen.

—Conmoción en el pueblo The Sun . Una de las familias que ha mantenido su perfil bajo por año está envuelta en el escándalo —habla el reportero que tiene de fondo la casa de los Queen —. Los señores Queen han tenido oculta por años a una joven de rizos rubios y se estipula que puede llegar a ser su hija.

Sam abre los ojos, sorprendido. Intercambia miradas con sus padres y siguen mirando la pantalla.

—Cabe recordar que esta familia no pudo tener jamás herederos, pero hoy esto podría cambiar ¿será que resultó ser toda una farsa y consiguieron engañar a todo un pueblo? ¿Qué medidas se tomarán sobre esto? —cierra el reportero.

—Por todos los cielos —murmura la madre de Sam, mirando a su esposo —. Los Queen tienen una hija, Miguel.

—Sabía que la mentirita de que no podían tener hijos tarde o temprano se iba a caer —suelta despectivo mientras lee el periódico.

—Supongo que la conocerás cuando ingreses al palacio, hijo —le dice su madre mientras él devora su tostada —. Si la chica tiene más diecinueve años puede que sea una futura candidata para ti, los Queen son más que millonarios gracias a la generación de ganancia petrolera que los persigue.

Miguel levanta los ojos del periódico para ver a su hijo. Sam traga saliva en cuanto ve que lo está mirando.

—Yo que tú pongo los ojos en esa chica si entra al palacio de la elite en la próxima semana. Los Queen y los Ivanov podrían generar un imperio juntos ¿lo sabes verdad?

Sam asiente. De pronto se le ha quitado el apetito.

EMMA QUEEN.

Estoy sentada en el sofá de la sala viendo como mis padres discuten mi futuro como si yo no estuviera ahí. Refunfuñan, se llevan las manos a la cabeza, gritan. Pierden la cordura echándole la culpa al otro. Me mira, se compadecen. Vuelven a discutir entre ellos.

Digamos que no he desarrollado el don de enfrentarme a las personas porque el único contacto que tuve toda mi vida fue con mis padres en persona. 

Sí, me hubiese gustado gritarles y decirles que fue mi decisión salir del sótano porque estaba harta de estar oculta por años para no casarme con un desconocido.

Su experimento social falló mamá y papá, ahora soy un desastre lleno de pensamientos que podrían llevarme a mi propio suicidio. 

Mientras mi generación salía de fiesta, tenía redes sociales y disfrutaban de su adolescencia como personas normales yo contaba los azulejos de mi habitación todos los días para saber si lo había hecho bien.

—Emma —mi padre me saca de mis pensamientos. Pestañeo y lo miro —. A partir de ahora ya no podremos hacer más nada por ti, solo procurar que consigas candidatos con buen sustento económico.

Mi padre era alto, apuesto y de cabello rubio. Era un Kent bronceado de buen corazón que tenía una sonrisa maravillosa que rajaba la tierra. Eso yo no lo decía, lo decían las imágenes de P*******t, todos allí tienen los rasgos de mi padre.

—En unas semanas te llevaran a un palacio lejos de nosotros en donde estarás con un grupo de jóvenes mayores que tú y tendrás que ser especifica a la hora de elegir —me informa mi madre.

—¿No podré enamorarme? —los miro a ambos con el corazón encogido.

Mis padres intercambian miradas como si hubiese mencionado un grave error en aquel juego del horror.

Mi madre se pone de rodillas frente a mí colocando sus manos sobre mis muslos.

—Emma en este pueblo está prohibido enamorarse —me dice en voz baja, entristecida —. Eso implicaría sentimientos y nadie opta por amar, sino por poseer.

—Este pueblo es horrible —se me llenan los ojos de lágrimas.

—Bienvenida a The Sun , cariño —asimila mi padre en voz alta mientras observa, perdido, algún punto de la sala.

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