(cap 3) Despierta (2)

Adrián despierta con ánimos de seguir durmiendo, aunque su cuerpo siente como si hubiera dormido una eternidad. Tapa su cabeza con la almohada, a fin de que la luz que ingresa a la habitación no lo moleste, siempre odió que el sol le dé justo en los ojos.

—Un momento… ¿quién abrió las ventanas? —se levanta y ni bien pone un pie en el suelo advierte algo diferente.

—¿Quién puso esto acá? —al costado de su cama hay una alfombra de piel de zorro. Levanta la vista y automáticamente su boca queda nuevamente abierta y su cuerpo inmóvil por lo que ven sus ojos.

—¿En dónde demonios estoy? —claramente no es su habitación, o por lo menos la que él conoce. Ese cuarto tiene el triple de tamaño, los muebles hechos íntegramente de madera, el frío es más intenso y donde debería estar la estufa ahora hay una mesa con una ropa muy diferente a lo que él usa.

Ni bien quiere dar el primer paso su rodilla se afloja, provocando que se apoye en la cama para evitar su caída. Siente su cuerpo extremadamente débil. Respira profundo y una vez que se siente más seguro avanza hacia la mesa, se para delante y cuando baja la mirada para observar aquella ropa un mechón de pelo ondulado y rojizo pasa, cae por encima de su hombro, lo mira de reojo, lo toma y da un tirón acompañado por un grito, pero no de dolor, sino de espanto. Ese pelo colorado y largo es suyo.

La confusión lo hace querer salir de allí pero primero tiene que vestirse y la ropa que se encuentra en la mesa no lo convence.

—¿Quién usaría esta ropa? —se pregunta. Cuero, Pieles, parece más un vestuario de película que ropa que alguien usara cotidianamente. Mira hacia una esquina de la habitación, donde hay un gran armario y decide ir en busca de otra cosa que ponerse, pero para su decepción, halla lo mismo. Ropa que en su vida había visto y que jamás usaría. No tiene otra opción, salvo salir como vino al mundo, cosa que no está dispuesto a hacer. Toma la ropa que está en la mesa y se la pone. Avanza a la puerta de salida y observa que hay un gran espejo sobre una de las paredes del cuarto. Se detiene a mirarse.

—No está nada mal. —se dice, no le disgusta para nada como se ve y la verdad que aquella ropa es muy cómoda y lo suficientemente abrigada como para ni sentir el increíble frío que hace. Le es mucho más fácil asimilar el atuendo que su pelo largo y desalineado.

—¿Qué es toda esta locura?

Abre la puerta despacio, no sabe con qué o quién puede encontrarse. Imagínate despertar en un lugar en el que nunca estuviste. El miedo es inevitable al escuchar ruido en la casa ya que no puede saber de dónde proviene. No conoce esa casa como para saberlo. Sale de su cuarto y se encuentra con un pasillo similar al de su casa. Pero con gran diferencia en su aspecto. Las paredes lucen bastante avejentadas y las vigas de hierro son más que notorias. No tuvo mucho que caminar por ese pasillo para llegar a unas escaleras, también de hierro, que lo llevarían a la planta baja de esa desconocida casa. Desciende las escaleras sigilosamente, agazapado como una pantera al asecho. En la habitación que le sigue al pasillo donde está se escucha que alguien silba.

Mientras se acerca, el silbido se transforma en un tarareo femenino. Se asoma con cuidado y lo que ve logra confundirlo aún más. Quien está allí es Sophia, su madre. Alcanza a reconocer su perfil, es ella, aunque está vestida como de otra época también. Lleva un vestido violeta largo hasta los talones, unas mangas que se ensanchan a medida que se acercan a sus manos y un cordón negro que lo ajusta justo por el medio de su espalda. Prefiere no llamar su atención y sigilosamente continúa su camino hacia lo que es la puerta de salida que está justo al lado de una ventana que deja ver el exterior.

Ya está anocheciendo y Elizabeth sigue hablando sin parar.

—En fin, me gusta, pero como verás, la situación es un tanto complicada. —concluye su relato.

Thomas está sentado en su cama, con la mandíbula caída, su ceja izquierda levantada y mirándola fijamente. No puede creer las palabras que escuchó de su “no tan hermanita” y no sabe ni qué decir al momento en que a lo lejos se escucha el timbre de la casa. Thomas desea tener esa conexión telepática que tanto funcionaba con Adrián y que haya escuchado su pedido de socorro, pero al parecer, la telepatía, aunque había llegado a la misma casa, se ha desviado un poco.

Quien llama a la puerta es Sophia y desde la habitación se oye que está bastante alterada y sollozando.

—¡No sé qué hacer, no lo puedo despertar! —dice exaltada. Los hermanos se miran al escuchar sus palabras, en sus caras puede verse una mezcla entre preocupación y emoción, sin dudas es otra de estas locuras que vienen sucediendo.

Adrián ya está afuera de aquella casa donde misteriosamente despertó y nuevamente queda impactado por la imagen que se plasma en la retina de sus ojos.

Calm River se ve muy diferente al igual que sus habitantes, todos con ropas similares a las que tiene ahora Adrián y el tránsito de gente es mucho mayor. Lo que él conoce como un pueblo tranquilo, ahora, es todo lo contrario y ni hablar del río que lo cruza, su cauce es igual de tranquilo pero sus aguas son negras, tan oscuras como la noche.

Se oye hablar alto a la gente, muchos incluso a los gritos, sonidos de herramientas chocando con metales, balidos de ovejas, una carreta que pasa vendiendo pan recién horneado. Todo junto produce un sonido tan fuerte que logra confundir aún más al joven recién despierto. A esta altura piensa que lo mejor es pasar desapercibido, así que se coloca la capucha que lleva su abrigo y comienza a caminar hacia donde debería estar la casa de los Tindergar. Si no fuera porque las construcciones se encuentran exactamente en la misma ubicación le sería prácticamente imposible reconocer donde está la casa de su amigo ya que las moradas tienen también un aspecto muy diferente, todas presentan un tamaño notablemente mayor que las construcciones modernas. La madera que se utiliza no es la misma, ya que ésta, presenta un color mucho más oscuro. Las ventanas son amplias y no muestran barrotes que las protejan. Todo es aún más verde y natural que en Calm River. En esta ciudad las calles son todas de tierra. No hay rastro de asfalto por ningún lado. Al parecer está en un Calm River, pero de la época medieval.

A medida que avanza trata de retener en sus retinas la mayor cantidad de información posible. De todos los rostros que alcanza a distinguir, ninguno le resulta conocido. Cubierto tras su capucha, llega a su destino y en el jardín delantero se encuentra con Margareth barriendo las hojas secas que lo cubren. Adrián la observa escondido detrás de un enorme pino que logra cubrirlo totalmente y sigue sin poder salir de su asombro.

<< ¿Qué es todo esto? ¿qué está pasando?>> se pregunta una y otra vez.

Aunque todo lo que ve parece real, en aquel lugar los colores son mucho más intensos, más vívidos. Hay una leve bruma en los alrededores. Su estado de somnolencia lo hace dudar si está despierto o todo lo que ve no es más que un increíble y vívido sueño.

Es el momento justo, Margareth camina hacia el lado trasero de la casa, en donde parece haber un establo. Adrián aprovecha la situación y corre como una gacela hacia la puerta de entrada e ingresa con cuidado. Al parecer no hay nadie más allí.

La casa de los Tindergar también es mucho más grande que antes. Al ingresar identifica perfectamente lo que sería la sala principal y la cocina, solo queda revisar las habitaciones y dar con la de Thomas. Si sus sospechas son ciertas debería de estar ahí. Sube una gran escalera caracol ubicada al fondo del cuarto de estar, en el lado contrario adonde se haya un enorme hogar a leña. Aquellos escalones lo llevan a un largo pasillo que distribuye las habitaciones, parecido al que conoce, pero sus dimensiones son mayores.

Al abrir la primera puerta divisa una cama matrimonial, deduce que es la habitación de Margareth y Robert, a esta altura ya no sabe que creer.

Prueba suerte con el cuarto contiguo. Abre la puerta lentamente y lo primero que llama su atención son las cosas que están colgadas de las paredes. Puede ver una bandera, al parecer manchada con sangre, con un símbolo, no llega a distinguir qué es ya que está verdaderamente casi destrozada. Al lado hay una espada algo oxidada y más a la derecha un escudo de madera con bordes de hierro.

—Debe de ser éste. —se dice en voz baja e ingresa.

No hay rastros de su amigo. Puede ver una cama tendida perfectamente con una colcha azul que se ve por demás abrigada, junto a ella, sobre una mesa observa que hay algunas cosas desparramadas y se dispone a revisar. No tiene idea de qué es lo que busca, pero tiene que aprovechar, mientras pueda, debe averiguar qué está pasando.

Se acerca a la mesa y toma un cuaderno que hay sobre ella, en su tapa, bordado con hilo azul hay un nombre.

—¿Elizabeth? —ahora sí que su confusión es total.

Sigue observando lo que hay allí, cosas más propias de un varón que de la mujercita que él conoce. En ese momento se escucha a lo lejos una puerta que se cierra. Adrián da un salto, sale corriendo y entra en otra habitación. Ingresa, cierra la puerta y apoya su espalda contra la misma. Trata de calmar su respiración. Al rato cae en la cuenta de que del susto ni siquiera se fijó si había alguien dentro.

Levanta su mirada lentamente, al otro lado del cuarto divisa una cama y sobre ella el cuerpo de Thomas, al parecer dormido. Mientras se acerca lentamente a él quita su capucha y una vez a su lado toca la cicatriz que su amigo lleva en el pómulo. Si bien el corte es exactamente el mismo, se lo ve cocido de una manera más rudimentaria.

—Thomas despiértate. —le dice en voz baja mientras le toca el hombro—. Thomas, vamos, despiértate. —insiste ya tomándolo de los brazos y sacudiendo con un poco más de fuerza. Escucha unos pasos que se aproximan y su corazón se acelera, el tiempo se acaba —. Thomas por favor, tienes que despertar. —para ese momento ya lo está sacudiendo tan fuerte que es imposible que alguien no despierte así, en cambio, Thomas sigue igual, como si en realidad estuviese desmayado, o peor aún, parecía estar en un profundo coma.

Adrián piensa lo peor y una lágrima de desesperación brota de su ojo derecho al momento en que Margareth abre bruscamente la puerta.

—Adrián, ¿eres tú? —pregunta al ver aquellos rulos rojos del joven que está parado junto a su hijo. Sin tiempo a responder, al muchacho se le cierran automáticamente los ojos y cae desvanecido sobre su amigo.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo