(cap 2) Palabras de condena (2)

Ambos vuelven a lo que estaban, sacan el poema nuevamente y comienzan a analizarlo. Estuvieron largo rato tratando de encontrarle una lógica a esas palabras. Lo dividieron por estrofas para poder analizarlo más detalladamente, separaron ideas, las horas pasaban, hicieron mil notas, vuelven a sacar el cofre esperando haber pasado por alto algo que esté a simple vista.

A cada instante sus cuerpos cambian de posición, parados, sentados, luego acostados para un lado, después para el otro. Desarmaron el poema completamente y lo volvieron a armar de maneras diferentes. Ahora ya están buscando anagramas… y por fin, al cabo de tres horas de búsqueda incansable llegan a la conclusión que no tienen la menor idea de lo que es, están como al comienzo, en nada.

Thomas ya abandonando la investigación saca un colchón del armario.

—Vamos a dormir amigo. No doy más —arrastra el colchón y lo ubica justo al lado de la cama.

—Si Thomas, demasiado por hoy —contesta Adrián y terminan de acomodar todo, el poema vuelve al cofre, no sin antes sentir nuevamente esa carga eléctrica al momento de guardarlo dentro del cofre y se ubica cada uno en su lugar dispuestos a descansar.

Estaban exhaustos así que sus párpados cayeron rápidamente.

Ya dormidos transcurre lo que queda de la noche. Las ventanas se ven escarchadas por el frío que acecha fuera. No está nevando, pero lo que hay es ese frío que atraviesa la ropa, la piel, la carne y lo sientes en los mismos huesos. La calefacción está encendida y eso hace que adentro el clima sea cálido, acogedor.

Repentinamente una gota de sudor brota de la frente de Thomas, casi a la par lo hace la segunda. Dentro de su mente solo hay oscuridad y de un instante a otro su cara se ve empapada de un sudor inexplicable. Dentro de su cabeza, en esa oscuridad comienza a aparecer una figura, algo que viene hacia él como en cámara lenta. No alcanza a distinguir qué es. Sus extremidades comienzan a temblar al momento en que percibe más cerca aquella figura, tiene la misma negrura que todo el entorno, pero alcanza a distinguirlo tan solo por un brillo que no tiene un proceder lógico. Es un caballo, negro, íntegramente oscuro como la noche y se dirige justo hacia él. Cuanto más se acerca su cuerpo tiembla con más intensidad. El equino ya está casi sobre él, la almohada está empapada, está a punto de arrollarlo cuando de la nada una espada da contra el cuello del caballo haciendo volar la cabeza de quien observa aquella locura, y sintiendo el rose de su oscura crin, al momento en que el cuerpo del animal se pulveriza volviendo humo su imagen.

Otra vez, un vacío negro y un silencio abrumador, el cuerpo de Thomas ya está completamente mojado al igual que las sábanas que lo cubren. Aquel silencio comienza a desaparecer, dando paso a una risa de lo más aterradora que suena y retumba cada vez más fuerte. Con un cambio brusco aparece la cara gigante de un ser horrible, quien abre su boca como queriendo engullirlo …. ¿Qué demonios es eso?, parece tener restos de tierra y raíces que salen de sus fauces. Al instante Thomas pasa a tener una expresión de enojo, al momento en que aprieta con sus manos aquel acolchado que le sirve de abrigo.

Comienza a oírse algo que se resquebraja, el sonido sobrepasa aquella risa y desde arriba se ve que ingresa un haz de luz, el cual desintegra la horrenda cara justo antes de que lo devore. La oscuridad misma comienza a romperse y las rajaduras van formando algo, aquel símbolo, otra vez ese engranaje. Los rayos de luz ingresan desde un afuera inexistente y en ese instante, con un espasmo en todo su cuerpo, Thomas abre sus ojos, los cuales se ven blancos, carente de iris y pupila.

Después de tal agitación su cuerpo se desvanece, al igual que lo hace todo en su cabeza.

Las horas pasaron y Thomas aún no despierta. Son las once de la mañana del sábado cuando Margareth golpea la puerta del cuarto.

—Chicos, ¿están despiertos? —al no tener respuesta decide golpear nuevamente, pero con más intensidad. Thomas reacciona.

—Si ma, ya nos vamos a levantar —responde mientras abre lentamente sus ojos. Su cabeza le da vueltas. Mira hacia su izquierda y ahí está su amigo, boca arriba, pálido y con los ojos abiertos, como si fuera un dos de oro.

—¿Que pasa amigo? —le pregunta al ver su expresión.

—Tuve una pesadilla horrible —su cara afirma sus palabras.

Thomas le cuenta que también había tenido una pesadilla de lo más extraña y pasa a comentarle con detalles lo que había visto en ella, Adrián escucha atentamente su relato, todavía no logra quitar su expresión de susto.

Una vez concluido su relato, Thomas aguarda algún tipo de comentario, el cual no llega. Su compañero de cuarto está boquiabierto, como si estuviera viendo un fantasma.

—¿Qué te pasa, no vas a decir nada? —tal vez hubiera preferido no preguntarle, si supiera que la respuesta lo dejaría aún más desconcertado.

—Por lo menos era un caballo —responde.

Thomas lleno de curiosidad se sienta en la cama y pide que le explique que está queriendo decir, pero Adrián titubea, parece no querer contar lo que vio.

—Soñé exactamente lo mismo que tú —claramente no fue así. Una verdad a medias no es una verdad.

<< ¿Entonces a que vino el comentario del caballo?>> piensa Thomas. Se lo pregunta, pero Adrián decide justificarse con que todavía está medio dormido y algo confundido. En fin, al parecer ambos tuvieron la misma pesadilla y en sus cuerpos una sensación extraña, una mezcla entre temor y entusiasmo, no pueden creer esto que les está pasando.

Los dos concuerdan en que tienen que averiguar qué es lo que pasa y deciden que después del almuerzo darán comienzo a la búsqueda de información.

El almuerzo fue apurado, acusando que debían seguir con aquella tarea para el colegio que estaban haciendo, y a Margareth le parece totalmente extraño que no le hayan pedido nuevamente el cable de la consola.

Ni bien terminan de comer suben rápidamente al cuarto, Thomas agarra su computadora portátil y abre el buscador, lo mismo hace Adrián, pero con su celular.

—Yo me encargo del símbolo y tú del cofre —dice Thomas dirigiendo la investigación.

Lo primero que se le ocurre a Adrián es entrar a varias páginas de casas de antigüedades, esperando encontrar algo parecido a tan singular cofre. Thomas, lo único que encuentra similar al símbolo son puros engranajes, que no se asemejan salvo por los dientes, pero no hay señales de alguno que tenga esos rayos en su interior.

En ese momento alguien golpea la puerta y Thomas pide que quien sea ingrese, total el cofre está debajo de la cama. Margareth es quien cruza la puerta.

­­—Hola ma, ¿Qué ocurre? —pregunta su hijo sin sacar la vista de la pantalla.

—Pensé que esto podría interesarte —dice Margareth, mientras el cable de la consola columpia en su mano.

—Gracias ma, déjalo por ahí —responde con una despreocupación que a su madre la llama mucho la atención. Al parecer, están demasiado ocupados como para ponerse a jugar. La mujer no puede creer lo que escucha.

—¿Están bien ustedes dos? —dice mientras se acerca a su hijo, quien en ese instante tabula con una página cualquiera que tenía preparada si no quería que alguien viera en que están tan ocupados.

—Se los ve pálidos —Margareth posa sus manos en la frente de ambos, Adrián mira el cofre.

—¡Están volando de fiebre! —lo bueno es que no tiene que insistir en que hagan reposo, ambos siguen recostados y Margareth aún sigue extrañada de que ni siquiera levantarle el castigo parecía importar. Los ve ocupados, tranquilos y sin el joystick en las manos, eso le parece muy bien.

Se dirige a un mueble que hay en el cuarto y de un cajón saca un par de aspirinas que le da a los muchachos antes de retirarse, no sin antes informarles que va a salir a hacer unas compras y cuando vuelva pasará a ver como siguen.

Ni bien se da la vuelta Thomas vuelve a abrir la página de búsqueda.

Margareth está a punto de cerrar la puerta cuando Elizabeth es quien irrumpe ahora.

—¿Qué quieres acá Eli? —pregunta su hermano con un revoleo de ojos hacia arriba mientras vuelve a tabular en la computadora.

—¡Tengo buenas noticias! —responde con una enorme sonrisa en su juvenil rostro. En ese momento, ingresa Tankian a la habitación.

—¡Tankian! —gritan los amigos al unísono y el gato se abalanza sobre su dueño. Mientras se llenan de caricias Elizabeth les cuenta que lo encontró jugando con Davis cerca de la casa de Adrián.

—Gracias por traerlo Eli —le dijo rebosante de alegría—. No es que me haya olvidado, pero estamos con un temita aquí.

—¿En que andan ustedes dos ahora? —les pregunta con sus manos en la cintura.

Los amigos se miran y solo eso basta para entender de que en Elizabeth pueden confiar. Ella es muy inteligente y tres cabezas piensan más que dos. Secreto de hermanos era el acuerdo y Elizabeth entraba en el trato.

—Ven, pasa —dice Adrián en voz baja, denotando que lo que viene es un secreto. Eli entiende perfectamente y antes de acercarse cierra la puerta con llave. Los tres coinciden en algo. Estas situaciones les encantan.

Adrián se levanta, se sienta en la cama, justo al lado de su amigo y la muchacha se acomoda en el colchón que está sobre el suelo.

—De esto ni una palabra a nadie, ¿de acuerdo? —le dice su hermano y Eli asienta con la cabeza y con una sonrisa de oreja a oreja.

Adrián levanta la sábana que cae sobre un costado de la cama y deja al descubierto el cofre.

—¿Qué es eso? —pregunta sorprendida y con los ojos abiertos a mas no poder. —¿De dónde lo sacaron? —sabía muy bien que algo se traían estos dos, pero nunca se imaginó algo así.

—Lo encontramos en el bosque, a la vera del río —le comenta Adrián mientras saca el cofre debajo de la cama.

—No sabemos qué es, ni de dónde viene —se adelanta Thomas a las preguntas de su hermana. La pone al tanto de la búsqueda de información que están llevando a cabo y de qué manera se dividieron las tareas.

—A vos te podemos usar para algo en particular —dice Adrián mientras abre el cofre y muestra su interior a la muchacha.

—¿Una hoja? —pregunta extrañada.

—Yo pensé exactamente lo mismo —dice Adrián al momento que le palmea la espalda— pero sácala del cofre.

Introduce su pequeña mano y al hacerlo, también siente la misma carga magnética. Mira a ambos muchachos con su ceño fruncido y pone las letras de aquel poema frente a sus ojos.

—Estaba cerrado con un candado y esto es lo único que estaba en su interior —dice Thomas —. Tu deber es entender que quiere decir.

Ella asiente y se acerca al mueble bajo de donde Margareth sacó las aspirinas. Busca rápidamente un lápiz y una hoja en blanco, y se acomoda en la silla a hacer lo suyo. Thomas también vuelve a su computadora. Adrián embobado mira a Elizabeth hacer anotaciones, hasta que un golpecito en la nuca lo hace volver a la realidad.

—Seguí con lo tuyo vos… y no te hagas el vivo —le dice Thomas.

—Es que es tan linda cuando escribe —le contesta y se escucha como se escapa una risita de Eli.

Una vez pudieron enfocarse, nuevamente el tiempo corrió sin parar. Así estuvieron toda la tarde buscando, ninguno quiso merendar. El trío estaba envuelto en una intriga que, al parecer, nadie quería que se quede sin descifrar. La fiebre no les baja, pero eso no hace que paren ni un instante. Las horas pasan y no hay quien lo note en la habitación.

Golpean la puerta, hasta el momento Elizabeth no había sacado los ojos del poema, es más, ya se lo sabe de memoria y lo va susurrando mientras se dirige a la entrada. Adrián empuja el cofre con el pie y lo devuelve a su escondite.

Quien está del otro lado de la puerta no es más que Margareth, ya viene a buscarlos para cenar. En ese momento y sorprendidos los tres miran hacia la ventana y se dan cuenta de que ya ha oscurecido.

—Ya bajamos ma —responde Eli. Antes pretende charlar sobre los avances de la búsqueda. Antes de retirarse, la madre se acerca a los muchachos y chequea que efectivamente ambos siguen con fiebre, aunque no tanta como antes.

—Siguen con fiebre, antes de bajar se dan una ducha —ordena Margareth —. Voy a llamar a tu mamá Adrián, para avisarle que te quedas a dormir—agrega justo antes de salir.

Elizabeth es la menor pero automáticamente se puso al frente de la investigación.

—¿Qué encontraste? —le pregunta a su hermano.

—Nada… sigo viendo puros engranajes viejos y oxidados —responde. También había visitado miles de sitios en internet sobre simbologías de diferentes religiones y culturas, pero no pudo dar con algo semejante a aquel símbolo que no puede sacar de su cabeza.

—Y vos Adrián, ¿qué hay de ese cofre? —desea que por lo menos alguno de los dos tenga algo que decir.

—Lo único que pude encontrar es que el diseño que tiene a los costados son nudos Celtas —responde mostrando las imágenes halladas en la pantalla de su celular.

Thomas se sorprende y juntos comienzan a buscar las similitudes de las imágenes con el cofre, mientras Eli espera con ansias que alguno le pregunte sobre lo suyo. No esperó mucho, solo hasta que no aguantó más, dos segundos y ya sus nervios la sobrepasaron.

—¡Ey! —grita para llamar la atención— ¿Al cerebro de todo esto no le van a preguntar? — ya está enojada. Recién ahí se percataron de que lo más intrigante lo tiene ella y ambos se disponen a escucharla atentamente.

Enseguida saca la hoja, donde tiene las anotaciones que fue haciendo, en donde hay tachaduras y flechas para todos lados las cuales solo ella se puede entender.

—Miren, por lo que veo no hay mucho para investigar —dice seriamente—. Solo hay que reinterpretar el contenido del poema —La cara de Adrián muestra que no entiende muy bien que quiere decir con “reinterpretar el poema”.

—¿Y… reinterpretaste mucho? —le pregunta.

Elizabeth se remanga el pullover.

—¿Sinceramente?... lo único a lo que le encontré algún sentido es a los primeros dos renglones —procede a leerlos—. Cuando más vulnerable seas, todo comenzará a pasar — ni bien termina la frase los muchachos se miran automáticamente, para ellos sigue siendo una frase sin sentido, por lo que aguardan una explicación.

—¡¿No entienden?! —exclama Elizabeth— ¿Cuándo una persona es más vulnerable?

—¡Cuando duerme! —responden al unísono y mirándose nuevamente.

—Por sus caras puedo saber que ahora ustedes entienden más que yo —sin dudas Elizabeth es mucho más rápida e inteligente.

Ambos prefieren no agregar nada y el llamado de Margareth es la campana salvadora. La muchacha es requerida para ayudar a servir la cena, mientras que Adrián es quien se mete a bañar primero. En cuanto a Thomas, se dispone a continuar buscando información mientras aguarda su ducha.

En su cabeza, mientras gira la rueda del ratón, no para de repetirse una y otra vez <<las cosas pasarán cuando duermes>> Por más que ahora pueden entender el significado del comienzo, todavía quedan muchos cabos sueltos por atar.

Ni bien Adrián sale del baño hace su ingreso Thomas, en sus manos lleva la ropa que va a ponerse luego. Abre la ducha y se desviste mientras espera que el agua levante temperatura, para cuando ingresa a la bañera, el baño entero es una nube de vapor, nunca hizo caso a las veces que le dijeron que no hace bien bañarse con agua tan caliente, a él le gusta así, prácticamente hirviendo.

<<Cuando duermes pasarán las cosas>> piensa mientras el agua moja su pelo, <<pero ¿Qué son esas cosas que pasarán?>>, no puede despegar esa idea de su mente ni por un segundo. << ¿Qué fue ese sueño tan extraño?, ¿obsesión?, ¿causa de la fiebre?>>

Sale de la bañera y se para frente al espejo dispuesto a secarse, como es habitual, después de su ducha el espejo se encuentra totalmente empañado, no puede verse y menos peinarse. Levanta su mano derecha y con una sola pasada desempaña una diagonal perfecta de un extremo al otro, allí ve su pecho y algo más que llama poderosamente su atención. Ahí, justo en el centro, entre sus pectorales tiene una pequeña mancha negra, poco más grande y oscura que cualquiera de sus tantos lunares. Primero se exalta pensando que es algún tipo de insecto, luego piensa que es simplemente una mancha y aunque recién terminaba de bañarse intenta en vano limpiarla. No se corre, ni siquiera tiene relieve, parece como si alguien durante la noche le hubiera tatuado un punto negro.

Desesperado sale del baño, va corriendo hacia donde está Adrián, quien ya casi termina de ponerse las zapatillas e intenta sacarle la remera.

—¿Qué haces Thomas, estás loco? —le pregunta mientras intenta sacárselo de encima. Thomas no dice ni una palabra, parece que lo único que le interesa es desnudar a su amigo.

—¡Para!, le voy a contar a tu papá que me estás acosando —para Adrián cualquier situación es ideal para hacer alguna broma.

Forcejean un poco más, hasta que Adrián desiste, queda en cuero y Thomas toma distancia para observarlo.

—¿Y, quieres admirar este cuerpito? —dice mientras adopta la postura típica de fisicoculturista. Cabe aclarar que lo único que puede adoptar es la postura.

—Eres tarado eh —responde Thomas mientras inevitablemente ríe —. Esto es lo que quiero ver —con su dedo índice señala el pecho de su amigo.

Ahí está, el mismo punto, en el mismo lugar y Thomas le muestra que él tiene lo mismo.

—¿Qué demonios es esto? —pregunta extrañado mientras acerca su cara para verlo más de cerca.

—No sabemos lo que es, pero tengo la certeza de que ayer no lo teníamos —aclara Thomas —. Ahora bajemos a cenar que deben de estar esperándonos.

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