(cap 2) Palabras de condena (1)

Margareth se encuentra en la cocina preparando la cena, mientras Robert y Elizabeth están sentados en la mesa de la sala principal.

El padre lee su diario como es habitual y la niña se pinta las uñas de color azul.

­­—¿Dónde se habrán metido estos dos? —pregunta la madre con tono preocupado, revolviendo con un cucharon de madera el guiso de lentejas, el cual será la cena de hoy. Padre e hija siguen con lo suyo. Al ver que ambos actúan como si no la hubieran escuchado se acerca al desayunador que divide la cocina de la sala.

—¿En esta casa a nadie le importa lo que sucede? —increpa con enfado.

Robert, quien es el que está dándole la espalda, hace a un lado lo que está leyendo y gira su cabeza para poder mirarla a los ojos.

—Las marmotas ya tienen dieciocho años —dice y vuelve a su postura anterior—. Ya están un poco grandes, ¿no? —agrega mientras levanta nuevamente el periódico.

A Margareth no le gusta nada su respuesta, en cambio a Elizabeth la hace sonreír. Siempre le causa gracia que su padre los llame de esa manera.

—Claro pa, Tienes razón, ya son dos señores —comenta Elizabeth con tono irónico y mira a su madre— ¿No viste ma? ya tienen pelusa en la cara —al parecer la ironía abunda en los Tindergar. A Robert le encanta, por eso no intenta disimular su risa al escuchar tal acotación.

Claramente la única que está preocupada es Margareth. Para ella su hijo siempre será pequeño y necesitará de ella, por lo que suelta un suspiro y haciendo que no con la cabeza vuelve donde su olla para seguir con lo suyo.

De fondo, en la ventana que da al patio trasero, se ve asomada la cabeza de Thomas, quien observa la situación, pero sin alcanzar a oír lo que dicen. A lo largo de su regreso no habían hallado a Tankian y volvieron planeando su entrada a la casa ya que no pueden dejar que lo vean a Thomas en el estado en que se encuentra. Concuerdan en que mantener el cofre en secreto sería lo mejor, secreto de hermanos lo llamaron.

Ya son las ocho de la noche, la tranquilidad de Calm River sumada a que las familias ya se están preparando para la cena, fue lo que ayudó a que nadie percibiera su regreso al pueblo.

En esta situación lo mejor es que ingresen por esa misma ventana trasera y suban directamente a la habitación de Thomas. Eso fue lo que hicieron. Una vez allí esconden el cofre debajo de la cama y Thomas se dispone a cambiarse de ropa. Sus prendas por lo general son similares, muchas remeras negras y pantalones de jeans, son pocas las probabilidades de que su madre y su hermana, quienes fueron los que lo vieron salir, noten dicho cambio. De los dos es el que está en peor estado, debido a la caída y tampoco pueden aparecer como por arte de magia dentro de la casa. Callados y tratando de hacer el menor ruido posible, salen por el mismo lugar que ingresaron, sin olvidar limpiar los rastros de barro que quedaron en la ventana a su paso.

—Ven Adrián —le dice en voz baja mientras se sitúa debajo de un arbolito que tienen en el parque trasero y pide a su amigo que sacuda las ramas que están encima de él.

—Pero vas a mojarte otra vez —cuestiona Adrián, aunque no demora ni un segundo en hacer lo pedido. No perdería la oportunidad de hacer lo que parecía una broma de mal gusto, pero a pedido. Efectivamente, al hacerlo, un centenar de gotas cayeron sobre él, dejándolo nuevamente mojado.

Mientras se dirigen a la puerta de entrada, Adrián le pregunta que fue eso de mojarse. Thomas planea muy bien, lo único que no se había cambiado son las zapatillas embarradas y no debía estar totalmente seco si su amigo no lo estaba ya que se encontraban juntos. Es una coartada perfecta.

Ahora sí, parados en la puerta principal ambos sueltan un suspiro a fin de relajarse.

—Aquí no pasó nada —dicen al mismo tiempo y cruzan la puerta.

Margareth al escuchar la puerta suelta el cucharon de madera que está utilizando y se apresura a recibirlos.

—¡¿En dónde se habían metido?! —exclama mientras limpia sus manos en un trapo amarillo que lleva colgando del bolsillo del delantal.

—Fuimos a dar una vuelta ma. Cuando empezó a llover, nos quedamos bajo el primer techo que encontramos, esperando que pare un poco —responde Thomas rápidamente, mientras lo hace, con la mirada busca a su desaparecido Tankian.

—¿Y Tankian? —pregunta al no verlo en su lugar habitual, cerca del hogar a leña situado en la sala de estar.

—Se fue con ustedes. No me digas que se perdió —exclama Eli desde la mesa. Si bien su hermano es el dueño legítimo, ella también siente un gran aprecio por el felino.

—Cuando comenzó a llover salió corriendo —se adelanta a contestar Thomas. No está dispuesto a confesar que en realidad lo perdió de vista estando en el bosque.

—Pensamos que venía para aquí —agrega su amigo, avalando la mentira.

—Aquí no está —afirma su madre —. De ser así, estaría conmigo en la cocina —siempre que Margareth se dispone a preparar algo, Tankian se sienta junto a ella esperando recibir algún bocado.

La casa ya tiene ese aroma a comida casera cuando Margareth apaga la hornalla y Thomas, aprovecha para preguntarle si su amigo puede quedarse a dormir ya que al día siguiente no hay clases. Comienza el fin de semana.

—Claro que puede quedarse, siempre y cuando, avise a su madre —Adrián siempre es bien recibido por los Tindergar —. Ahora suban a ponerse ropa seca y bajen que la cena está lista.

El pedido fue acatado, tanto cambiarse como cenar nunca lo habían hecho tan rápido. Arriba hay un cofre esperándolos.

El momento de terminar de cenar vino con la solicitud de levantarse de la mesa y Thomas suma el pedido de un alicate a su padre. Si no pueden abrir ese candado da lo mismo que haya cofre o no.

—¿Para qué lo quieren? —pregunta Robert.

—Tenemos que hacer un trabajo para la escuela —contesta Adrián mientras Thomas ya está buscando la herramienta, que está en una caja en un mueble del baño. Adrián levanta los platos de la mesa, abre la canilla y se dispone a lavarlos.

—¡Deja Adrián, yo ahora los lavo! —grita Margareth desde la sala.

—De ninguna manera señora —responde el muchacho, mientras piensa que muchas veces los adultos no saben lo que quieren. Ese mismo día Margareth, durante su enojo, le había preguntado si la ayudaba a lavar los platos y ahora que lo hace a voluntad le dice que lo deje. El doble discurso, aunque no lo parezca, puede ser muy dañino. Igualmente, Adrián quiere hacer buena letra —. Yo me encargo —dijo y terminó con la tarea.

Thomas encuentra por fin el alicate y busca algo más.

—¡Me llevo un balde y un trapo también! —grita mientras ya está subiendo las escaleras. Al instante, Adrián deja el último plato limpio y va tras él. Ambos suben corriendo, arriba hay un cofre por abrir.

—¿Un trabajo para la escuela? Se golpearon la cabeza o algo se traen entre manos las marmotas —comenta Robert, sin poder salir de su asombro.

Entran en la habitación, cierran la puerta con llave y se dirigen directamente hacia el cofre.

Adrián quiere abrirlo ya, en cambio, Thomas se toma todo su tiempo para limpiarlo bien. El hecho de que tenga ese símbolo lo inquieta y mucho. En unos cuantos minutos ya está limpiando el último rastro de barro que tiene. Lo toman uno de cada lado, lo suben a la cama y ambos con sus manos en la cintura lo observan por un tiempo.

El cofre es completamente de madera, salvo sus bordes que están reforzados con hierro. En sus lados, por fuera, tiene tallado lo que parecen nudos celtas, y en la tapa, justo en su centro, aquel dibujo misterioso, también tallado. Un engranaje con un rayo que corre por el centro y se ramifica en tres.

El cofre es de un gran tamaño, aproximadamente un metro de largo, pero de tan solo unos veinte centímetros de alto y nos treinta centímetros de ancho. Su peso, les hace pensar que contiene algo en su interior, por más que al transportarlo no sintieron que se mueva algo dentro de él. Sería una decepción que sea solo un cofre vacío. Si bien los detalles de las tallas se distinguen perfectamente, la madera está atrozmente degradada como por el paso de muchísimo tiempo y sus herrajes completamente oxidados.

—A ver… dame el dibujo —dice Adrián. Para él es prácticamente imposible salir de su admiración, en cambio, el alicate ya está en las manos de Thomas, quien antes de que su amigo lo note, lo utiliza para romper el candado.

—Con lo que haya dentro vamos mitad cada uno, ¡eh! —aclara Adrián al momento en que ponen sus manos en la tapa dispuestos a abrirlo. Enseguida se oye el chirrido de las bisagras al abrirse.

Ambos están prácticamente encima del cofre, sus caras muestran un entusiasmo que ninguno de sus videojuegos favoritos les había generado. Pero, la decepción no tarda en aparecer.

—¿Una hoja nada más? —dice Adrián mientras hace una mueca de extrañeza —. Yo quiero mi mitad de hoja igual —agrega ya burlándose de la situación.

Thomas introduce su mano dispuesto a tomar aquella única cosa que contiene semejante cofre, al hacerlo, los cabellos de su brazo se le erizan como si dentro existiera algún tipo de carga eléctrica. Saca la hoja y la observa, parece no tener el mismo tiempo que el cofre, está intacta y no muestra rasgos de paso del tiempo. Sobre ella, lo que parecen unos versos manuscritos con tinta negra.

—¿Qué dice? —pregunta Adrián, dicen que la curiosidad mató al gato, de ser un felino, él ya se hubiera quedado sin vidas.

Thomas se dispone a leer en voz alta dichos versos:

“Cuando más vulnerable seas,

Todo comenzará a pasar.

Entre idas y vueltas tendrás una cabeza,

Pero dos cuerpos ocuparás.

Tendrás que tomar elecciones,

aunque solo un destino tendrás,

si no eliges rápido

perpetuado allí quedarás.

La tinta brotará como río

Y su curso te marcará.

Pero todo es solucionable,

Para eso tendrás que buscar.

La vuelta tiene raíces

más profundas de lo normal.

Quedarás condenado de no hallarla,

inmerso en otra realidad.”

Ambos se miran, claramente ninguno entiende a que refieren esos versos y lo que más los desconcierta es por qué un cofre de ese tamaño, cerrado por un candado, contiene solo una hoja con lo que parece ser un poema carente de sentido.

—¿Una cabeza?, ¿dos cuerpos?, ¿tinta que brota? —Adrián está claramente decepcionado. —¿Qué basura ridícula es ésta? —dice mientras arrebata la hoja de la mano de su amigo y se dispone a revisarla.

—Tranquilo amigo. Tenemos que averiguar qué es —le responde—. Vamos a leerlo otra vez.

En ese instante se escucha el picaporte de la puerta demostrando que alguien quiere entrar.

—¿Quién es? —pregunta Thomas mientras Adrián guarda el poema en el cofre.

—¡Soy Eli! —quien por más que esté con llave sigue forzando su entrada —¡Abre la puerta, vamos!

Ambos toman el cofre y lo esconden debajo de la cama nuevamente, mientras Adrián acomoda las sábanas de manera que no se vea, Thomas se dirige a la puerta. Abre, pero solo un poco, para poder ver a su hermana, pero sin permitirle el acceso.

—¿Qué quieres Eli? —le pregunta lo más tranquilo posible.

—¡¿Dónde está Tankian?! —pregunta preocupada, aunque un tanto exaltada. Si bien todos están inquietados por el integrante perdido de la familia, los amigos están muy ocupados con el hallazgo.

—Ya te dije que salió corriendo nena intenta persuadir a su hermana. Pensé que venía para acá.

—Si no llega a ser así… —le dice levantando su puño y mirándolo fijamente— te la vas a ver conmigo —Mientras Thomas se queda sorprendido y sin entender esa reacción tan brusca de su hermana, Adrián la mira con tremenda cara de embobado y con brillo en sus ojos.

—Realmente, eres más hermosa cuando te enojas —después de esas palabras de Adrián, Eli se da media vuelta y se retira hacia su cuarto. Thomas vuelve a cerrar con llave, mira a su amigo y hace un gesto con su dedo índice a la altura de su sien.

—Y… muy normalita no es —afirma quien observa.

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