Capítulo 3 Cole
Oh, Dios santo.

El dolor de cabeza me despierta de mi dulce sueño: eso y el inconfundible olor a coco y maracuyá. Me pongo de lado y frunzo el ceño cuando siento una pesadez en el pecho. Me obligo a abrir los ojos y hago una mueca de dolor por el brillo del sol que me da en la cara. Miro abajo a la cabeza de cabello castaño y sedoso y vuelvo a oler el aroma de coco y maracuyá. Es ella. Muevo la cabeza hacia un lado y estudio el rostro de la chica que está actualmente tendida sobre mi pecho. No nada está mal. Me he despertado con cosas peores. Sus labios son suaves y rosados, sus largas pestañas oscuras y sus cejas perfectamente perfiladas.

¿Qué diablos pasó anoche? No puedo recordar nada. ¿Quién es esta chica? Remuevo su brazo de mi pecho con suavidad, desenredo nuestras piernas, y ella gime cuando me la quito de encima, y se acurruca en la almohada con un suspiro. Dejo que mis ojos recorran su cuerpo desnudo, medio envuelto en las sábanas mientras ella está tumbada boca arriba, con su larga melena oscura esparcida sobre la almohada. Miro de cerca su rostro y frunzo el ceño. No, no recuerdo ni una maldita cosa. Una borrachera total. Miro alrededor de la habitación. Nuestra ropa está desordenada en el suelo de mármol. ¿Dónde carajos estamos? Me pongo los calzoncillos y me acerco a la ventana. ¿Por qué la vista me resulta tan familiar? Espera. ¿Estoy en las putas Vegas? Me froto las manos en la cara y vuelvo a mirar el paisaje. Ah, sí, estoy en Las Vegas. Recojo mis pantalones del suelo y me meto las manos en los bolsillos con la esperanza de encontrar alguna pista de qué diablos pasó. Saco un papel del bolsillo trasero junto con mi pasaporte y lo despliego. Está húmedo... Ahora que lo pienso, también lo están mis pantalones.

‘Certificado de Matrimonio’.

Miro fijamente las palabras durante un largo tiempo. De ninguna maldita manera. No fui a casarme con una chica extraña. Leo el resto del documento y maldigo. Oh, mierda. ‘Matrimonio de Tristan Cole Hoult y Shayla Hart’.

Por si el certificado no era suficiente prueba, tenía un anillo de oro en el dedo. Me inclino más y miro a la chica en la cama, y ella también lleva un anillo de diamantes en el dedo. Nos casamos. Volamos a Las Vegas y nos casamos.

“Maldición”. Encuentro mi teléfono en la mesa junto a la cama y salgo de la habitación. Tengo que llamar a mi abogado. Espero, no, rezo, que este matrimonio no sea legal.

“Señor Hoult. ¿En qué puedo ayudarle?”. La voz somnolienta de Franc, mi abogado, sonó del otro lado. Por supuesto, la diferencia horaria, probablemente aún sea temprano allá.

“Franc, discúlpame por despertarte. ¿Es el matrimonio en Las Vegas jurídicamente legal?”.

“¿Tienes un certificado de matrimonio?”, él responde. Le tomo una foto al certificado y se lo envío.

“Te acabo de enviar una foto. Échale un vistazo”.

Lo escucho dejar caer el teléfono al otro lado. “Sí. Es legal, Señor Hoult”, él afirma y mi corazón se hunde en la boca del estómago. Miro fijamente el certificado que tengo en la mano y suspiro.

“Por Dios. No recuerdo nada. Estábamos muy borrachos. ¿De seguro hay una laguna jurídica para librarme de esto?”.

“Lo investigaré. Haremos que se anule el matrimonio, basados en que ambos estaban intoxicados”, él dice, y yo asiento caminando de un lado a otro.

“Genial. Mantenme informado”, digo y termino la llamada. En qué coño estabas pensando en casarte con una chica que ni siquiera conoces, completo idiota. Esto no es propio de mí. No soy de beber mucho. Nunca. Diablos, ni siquiera salgo a fiestas. Mi vida se centra en el trabajo y, cuando tengo tiempo para desahogarme, me tomo un par de güisquis y me voy con la chica que me llame la atención esa noche. No, esto es imprudente e irresponsable, dos cosas que definitivamente no soy. Nunca me he emborrachado tanto como para no tener memoria.

Me doy la vuelta cuando escuche pasos en la otra habitación. Veo a Shayla deambulando por el comedor del balcón, con una sábana envuelta en su cuerpo. Una mirada de horror se dibuja en su rostro mientras intenta comprender su entorno. Lo primero en lo que me fijo de ella es sus ojos, de un tono más oscuro que los míos. Casi verde oliva, delineados con largas pestañas oscuras, no las falsas que llevan las chicas, las suyas eran naturales. Su cabello, brillante y largo, caía en cascada por su espalda en forma de ondas playeras sueltas, aunque despeinadas por una noche de sexo salvaje.

Me acerco a ella por detrás y me apoyo en el marco de la puerta mientras mira por la ventana del suelo al techo. “Buenos días”, la saludo, y ella se sobresalta, suelta un pequeño chillido y se da vuelta para mirarme. Sus ojos, muy abiertos y confusos, recorren mi torso desnudo y vuelven a mirarme a la cara. “Por fin te has despertado”.

“¿Quién eres tú?”, ella pregunta, apoyándose en la ventana. Le doy un sorbo a mi café y me relamo los labios. Mi cabeza seguía palpitando desagradablemente, y a juzgar por la forma en que ella se frotaba la cabeza, supongo que ella tampoco se sentía mucho mejor.

“Soy Cole”. Me presento y ella parpadea mientras me acerco a ella. Ella desvía su mirada de la mía y se rodea con sus brazos como si quisiera protegerse de mis ojos indiscretos, con los dedos agarrando la sábana con fuerza.

“Ehm, ¿en dónde estamos?”, ella pregunta mirando alrededor del balcón.

“Las Vegas, creo”.

Los ojos de Shayla se abren de par en par mientras me mira fijamente, sin pestañear, durante un buen minuto. Ella sacude la cabeza y frunce el ceño.

“¿Las Vegas?”, ella entona incrédula y yo asiento con la cabeza en respuesta. “¿Cómo diablos acabamos en Las Vegas?”.

Me encojo de hombros: “Ni idea. No recuerdo nada de la noche anterior. Lo único que recuerdo es que salí del club con una chica. Después de eso, no hay nada. ¿Recuerdas algo?”.

Ella sacude la cabeza. “No, no recuerdo nada. Estaba absurdamente borracha. No recuerdo haberte conocido”, ella explica, mordiéndose el labio con nerviosismo. Ella aparta su mirada y se pasa los dedos por el cabello. “¿Por qué tengo un anillo?”.

Me froto la nuca, levanto la mano y le enseño el anillo de boda que llevo en el dedo. Su expresión se oscurece. Ella mira el anillo en su dedo y luego vuelve a mirarme. “Dime que no lo hicimos. ¿Nos casamos? ¿Cómo diablos ocurrió esto? ¡¿Cómo pasamos de un club en el centro de Londres a casarnos en Las Vegas?!”.

Gimo cuando de repente me duele la cabeza por el fuerte tono de su voz. “Suave con el volumen, cariño; mi cabeza aún palpita”. Suspiro frotándome las sienes. “No sé cómo pasó esto, ¿de acuerdo? No planeé precisamente entrar en un estado de embriaguez y casarme con una desconocida que conocí en un club”.

Shayla me frunce el ceño. “Ah, ¿y yo sí? No te ofendas, pero no eres exactamente mi tipo”. Era mi turno de mirarla fijamente. ¿Va en serio esta chica? No tiene ni idea de quién soy yo. Jamás he conocido a una chica que no haya sido su tipo.

“¿Ah, sí? Estoy segurísimo que anoche sí parecía tu tipo”, le recalco y sus ojos se entrecierran hasta convertirse en rendijas, y ella da un paso hacia mí.
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