CULPA

CAPÍTULO IV

— Basta Sara, no comiences a llorar. Hija recuerda llamar si te sientes mal y toma el medicamento ahora que faltan diez minutos — dice su padre tomándola de las manos. 

— Ay Lucían — espetó la madre con un puchero en su rostro —. Deberías ser más empático en estos casos, tu hija y yo nos abrazamos y tú sales con tus cosas — esta lo mira y sonríe con superioridad —. ¿O es que acaso estás celoso?

El hombre hace una mueca de disgusto a tales palabras, había dado en el clavo así que ambas rieron por lo bajo y este terminó por bufar. 

— Tengo mucho amor para ustedes dos, papá, sabes que eres mi preferido — le da un beso en la mejilla y este se sonroja, escuchar a su hija de esa manera era algo ya experimentado, pero que fuese frente a otra persona que en su momento vio la fase hecha trizas de ella, era algo nuevo por completo.

— Estoy aquí ¿Recuerdan? Malagradecida, me doliste a mí, yo sufrí los dolores de parto no tu padre, él sólo se desmayó en plena sala — entonces el auto se llenó de risas, ella amaba a sus padres quienes tenían una manera única de ser y ellos amaban a su hija quien estaba agradecida de seguir con vida.

— Bien, es hora Sara, nos iremos en un transporte normal — Lucian le guiña un ojo. 

— ¿Cómo en nuestros días de universidad? — se dieron una mirada de complicidad y sonrieron.

Los padres de Sara habían tenido sus problemas como todo matrimonio, pero después de estar lejos del trabajo y la gente mal intencionada su vínculo se hizo más fuerte, para cuando su hija los necesitó ellos estuvieron allí con ella, eso los hizo valorar su vida al igual que la de su pequeña pues aunque tuviese veinte o treinta años seguiría siendo siempre su pequeña y adorada hija. 

— Basta papás melosos, vayan a darse amor al hotel o en la casa, no frente a mí — Sofía hace una mueca de asco. 

El chófer al escuchar eso no sabía dónde meter la cara, por lo que recordaba y sabía sus señores eran tremendos en ese aspecto, en diversas ocasiones le tocó salir del auto y esperar en un restaurante a que ellos terminasen de hacer sus cosas.

— Está bien nosotros nos vamos, déjanos en una parada del bus Jorge.

Una vez que los dos se bajaron el chófer siguió su camino. Minutos después iba viendo por el espejo a la que era como su nieta, una bella flor que solo le hacía falta amor para florecer, ahora que era primavera resaltaba todo su esplendor. Agradecía a Dios que estuviese con vida.

— Jo, dime una cosa — le tomó por sorpresa la seriedad con la que había hablado, cuando hace unos segundos había estado tan feliz —. ¿Puedes?

— Dígame señorita — giró en U para entrar al estacionamiento del centro comercial y estacionarse — ¿Qué se le ofrece?. 

— El joven Andrés — agachó la cabeza —. ¿Qué fue de él? — ella no miraba hacia donde se encontraba Jorge, sólo tenía su mirada perdida en algún lugar.

— ¿Se refiere al joven Andrés Beckman su prometido? — esta asintió levemente no dándole mucha importancia al título —. El joven actualmente está estudiando en la Universidad del Pacífico, sólo le queda el próximo año para graduarse — bajaron del coche, Jorge no sabía si había hecho del todo bien al hacerle saber tal información. Esta al fin lo miró dudando si seguir preguntando o no —. ¿Sucede algo señorita? 

— Jo, me refiero a que si… si ha preguntado por mí alguna vez, yo corté toda comunicación con las personas que amaba en esta ciudad, incluyéndolo a él — decía con culpa. 

Entonces, dudó en si responder con la verdad, no quería que su señorita se decepcionara de lo que alguna vez fue ese joven, pero por otro lado no quería tampoco mentirle.

— El joven Andrés estuvo viniendo por todo un año a la casa, llegaba borracho a gritar que regresara usted, que sin la niña de sus ojos él no era nadie. Claro, hasta que su padre le puso un alto definitivo cuando intentó suicidarse — los ojos de Sofía se llenaron de lágrimas —. Esa fue una nota que salió en todos los periódicos por desgracia, a pesar de que intentó volver a ser quien fue una vez su reputación ya no es tan buena como cuando tenía dieciséis, ahora es tachado de mujeriego y alcohólico. Su padre tampoco hizo algo por cambiar ante la prensa. 

Sofía se sintió tan culpable que comenzó a llorar, al parecer la felicidad de la que gozaba instantes atrás había sido derribada como torre de bloques, una muy frágil claramente.

— Es mi culpa Jo — decía entre sollozos —. Sin darme cuenta le dejé todo el peso de mi accidente sobre sus hombros — lloró unos segundos más y se limpió las lágrimas decidida —. Ya verás que lo voy a ayudar, sigue siendo mi prometido y yo ya soy mayor de edad, el trato era casarme en cuanto yo cumpliese los dieciocho ahora tengo veinte años, lo menos que puedo hacer es orientarlo.

— Mi niña Sofía, no se si eso sea lo correcto, el joven no es el mismo que fue hace algunos años, sólo espero que no esté cometiendo un error mi pequeña señorita — claro que le preocupaba a Jorge pues la fama de aquel joven no era de alabar y menos tan sencillo de modificar. 

— Por supuesto Jo, no cometeré más errores, ahora iremos por ese regalo para el retoño y unas cuantas cosas más.

Ambos entraron a la plaza, primero pararon a comer algo debido al hambre que Sofía tenía, aunque fue más que nada por volver a probar comida típica de su ciudad. Al recorrer tienda por tienda terminó comprando un poco más de lo debido y aún le faltaban las cosas para el bebé. 

En cuanto llegó a esa sección fue inevitable para ella pensar en la posibilidad de ser madre, de tener a un pequeño o pequeña en sus brazos y disfrutar de su llanto, aunque todos esos pensamientos eran simples fantasías. 

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