Primera sangre

Todos los tonos del cielo eran oscuros, las estrellas pálidas y distantes no eran más que puntos sin brillo. La luna tampoco se veía especial, él jamás había alcanzado a entender la obsesión que tenía el mundo con ella. Pero no podía negarse que la noche hacía que todo fuera más dramático.

Escucho la puerta a su espalda abrirse y cerrarse pero no pasos. Sabía que era inútil tratar de escuchar sus pasos, caminaba con la sutiliza de una pluma, la sutiliza que le dio todos sus años de vida.

Giro y paso sus ojos de la ventana a la figura en medio de la habitación. Estaba vestido con una franela delgada y pantalones de pijama, pero no había nada en su postura que indicara informalidad.

Sus hombros anchos estaban tensos, su espalda estaba tensa, incluso sus músculos delgados se flexionaban alerta. Su cabello mantón oscuro terminaba en su mentón, un lado estaba peinado ligeramente hacia adelante para cubrir la cicatriz delgada y gris del costado de su rostro.

Él se inclinó ligeramente, no le gustaba como se sentía su espalda al bajar, el no creía haber nacido para inclinarse ante nadie, pero Javier era señor de Tierra de Nadie y él solo otro inquilino. Lo había estado esperando desde que había llegado con la chica pero había tardado más de lo que pensaba.

—¡Mi señor!

—¿Cómo la encontraste? ¿Por qué la trajiste aquí? Sabes que si los gobiernos se enteran nos matarán a todos —dijo Javier casi aguantando los gruñidos.

—Estamos en Tierra de Nadie, la ley…

—¿De verdad crees que la ley aplica a la Reina de Reyes? —La voz de Javier era tan afilada como un cuchillo— Eres aún un niño si crees eso.

Él mantuvo la frente en alto, orgulloso y prepotente, sabía que corría un gran riesgo pero la recompensa valía la pena.

—Matías, jamás has visto una Reina de Reyes, esa jaula no la detendrá, no detendrá a alguien con su poder…

—Dame un mes y verás que se arrodillara ante nosotros —vocifero Matías.

Él estaba tan calmado que por un momento Javier en realidad lo imagino. El ser más poderoso arrodillarse delante de él. Él, que era tan prescindible como una hormiga. Pero recordó años de guerra, la perdida, incluso su cicatriz le escocía con el recuerdo.

Matías no podía recordar aquellos tiempos, no los había vivido.

Los ojos oscuros de Javier comenzaron teñirse ligeramente de verde, el borde del iris resplandecía como una advertencia de peligro, y Matías retrocedió hasta que su espalda toco la ventana, sabía que perdería en una pelea directa, Javier era más fuerte y tenía una experiencia en combate que él solo podía aspirar a tener con los años.

—Soy Señor de Tierra de Nadie y no viví 300 años para que tú me matarás. Tienes 48 horas para sacarla de aquí, no me importante donde la dejes y roguemos para que no recuerde que estuvo aquí —dijo Javier.

La voz de Javier fue tajante y salió con el mismo silencio con el que entro, solo con el sonido de la puerta al cerrarse.

*******

Leonardo era tan alto que tenía que inclinarse para pasar por la puerta, sujetaba a la humana con la misma fuerza con que sujetaría una muñeca de trapo, ella forcejeaba y plantaba los talones en el suelo para evitar su avance, pero él apenas sentía que se esforzaba.

Podía oler la sangre salir de sus talones raspados por el concreto, y la sentía recorrer sus venas, escuchaba su corazón como una suave música y su boca se secaba, pero tenía órdenes y la cumpliría esa humana no era para él.

Entro a la celda.

De pronto el concreto oscuro y mohoso se convirtió grandes y gruesos paneles de plata. Allí no había nada más que una camilla, tan plateada como las paredes y el suelo. La chica que había traído Matías estaba sobre ella, tenía correas que destellaba doradas rodeándole el cuerpo y fijándola en la camilla.

La humana dejo de forcejear y miro a la chicha con el terror y el amor que solo una madre podía tener. Pero Leonardo miraba a la chica con cierta suspicacia, no sabía que era, pero era fuerte, mucho más fuerte de lo que cualquiera de ellos era, los ángulos extraños en los que se doblaba la camilla de plata eran una prueba.

La chica en la camilla tenía un corazón inquieto, latía rápido. Y la sangre que recorría su cuerpo le daba un todo rozagante a su piel pálida. Los risos de sus cabellos eran profundas ondulaciones sedosas, oscuras y brillantes como la noche.

Era hermosa, para él que estaba acostumbrado a mirar rostros bellos, el suyo le arrebato un suspiro. Eres era un rostro para adorar.

De pronto la chica abrió los ojos y él se obligó a no dar un salto atrás. Miraban con hambre, con sed. Los iris se resquebrajaban compartiendo el espacio con tres colores totalmente diferentes; como si alguien hubiera pintado sus anteriores ojos marrones para que los colores se fusionaran en extraños arcos.

El más próxima a la pupila, era en un círculo perfecto de color marrón dorado, como un anillo de boda opaco. Estaba encerrado por otro arco del mismo fino grosor, pero de color violeta, tan intenso como las luces de neón, por último el negro batallaba en el borde del iris para quedarse en su lugar como una sombra que trataba de tragarse cualquier brillo.

Leonardo la miro respirar, empaparse del aroma a sangre de su madre y el arco negro fue tiñéndose de verde con rapidez, aclarándose hasta tornarse pálido.

Leonardo sabía cómo se sentía aquella hambre, como si la cabeza fuese a explotar. Le acerco el cuello de la humano a su boca.

No quería saber si ella era capaz de liberarse de la camilla por hambre. Escucho su lucha, la forma en que trataba de mantener la boca cerrada. Pero el hambre fue más grande, Celeste rompió la piel frágil del cuello de su madre y bebió, tan rápido y con tanta fuerza que probo no solo el sabor de su sangre sino de su piel.

Celeste sintió la sangre cálida bajaba por la garganta ácido y dulce el horror cruzar por su rostro, no podía moverse no podía retroceder, escuchaba los latidos de su madre luchar.

Celeste se sentía cálida, agradable mientras el cuerpo de su madre se enfriaba. La imprecisión la aturdió, no sabía qué hacía, ni porque lo hacía, solo sabía que el dolor disminuía con cada trago.

Escucho el último latido de su madre, y luego sintió la dolorosa sombra de saber lo que había hecho. No tuvo tiempo de pensar o sentir nada más todo se volvió negro cuando sintió manos frías tomar su cuello.

Leonardo ni siquiera le dio una última mirada al cuerpo de la madre de Celeste, lo tiro a un lado como si fuera una servilleta usada. Y se apresuró a liberar a Celeste de la camilla, su cuello se doblaba en un ángulo visualmente doloroso, romperlo le había costado más fuerza de la que creía. Por primera vez en siglos se permitió tener miedo por aquella pequeña y minúscula chica.

Lo que sea que estaba tratando de hacer Matías con ella esperaba ya no ser incluido, pero él pocas veces obtenía lo que quería.

Él se movió como un borrón, la sombra de una sombra, trataba de ser lo más rápido posible, no quería estar cerca de ella más tiempo del necesario.

La tomó en sus brazos, se sorprendió de lo liviana que era, y salió de la celda con ella.

Camino hacia las tumbas de Tierra de Nadie, era como caminar por una especie de infierno, las gruesas paredes de concreto oscuro no hacían nada para mitigar el sonido del llanto y el dolor. Los alaridos de los futuros muertos subían por las paredes hasta llegar a las habitaciones de los recién llegados.

Javier decía que era una forma de hacerles entender que ya no eran humanos, que eran algo más.

Leonardo recordaba sus primeras semanas allí, mientras organizaban a donde enviarlo, en habitaciones que eran cajas vacías, sin camas, ni siquiera puertas, no es que las necesitaban allí nadie podía dormir, y cada alarido parecía venir directamente hacia él como una venganza.

Al final no lo enviaron a ningún lado, cuando salió del piso de los recién llegados, fue como entrar a un mundo donde todo era plata opaca y vieja, y donde ya no escuchaba ningún alarido, solo ordenes, y eso era todo en lo que se había convertido su vida.

Bajo hasta las tumbas, los humanos encerrados seguían envueltos en su queja inútil, morirán todos de igual forma, ellos no lograron ver que él pasaba frente a sus puertas, se movía tan rápido que alguien apenas sintió una brisa.

Leonardo fue directamente a la última celda, la más pequeña y oscura, la única unida al muro de plata pura que rodeaba Tierra de Nadie; en esa pared descansaban un juego de grilletes, la cadena de plata lucia tan delgada que a él le preocupo que ella pudiera romperla.

Coloco a Celeste con cuidado en el suelo. Y miro su cuello, estaba tomando un ángulo más natural, sabía que era cuestión de tiempo para que sanara y ella despertara; y no quería estar allí para ese momento.

Le esposo sus manos y pies a los grilletes  y le dio una última mirada, sentía que el aliento se le quedaba atorado en la garganta.

El olor a orina y heces, penetraba profundamente cada espacio, opacando el delicioso aroma a sangre. Leonardo sintió una especie de reflejo al vómito, pero sabía que el vómito no llegaría, y se lamentó mientras apartaba los ojos de Celeste, «tanta belleza alrededor de tanta mierda», pensó.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo