Capítulo II

No conocemos nuestros verdaderos nombres, solo los apodos que nos designan al unirnos a la guardia. Apodos que salen a la luz por algún aspecto o habilidad que tengamos. Aunque bien podemos decir nuestros nombres, corremos con el riesgo de exclamarlo en plena batalla y, de ese modo, dejar al descubierto alguna identidad. Por eso se eligió tener un apelativo, por llana seguridad, dado que esos monstruos nunca olvidan. Al tener algo mínimo podrán cazarnos con suma facilidad, ya que todos los registros de nacimiento, médicos y demás están en sus manos.

Puede ser improbable el hallar la persona indicada entre miles con el mismo nombre, pero no imposible el encontrar los rasgos del desalmado a través de otro, de algún compañero.

Mi apodo es Red por mi cabello y el de mi compañero Tiger por sus ojos.

Suspiro ante el frío que se cala por mis pantalones, pero ese gélido me hace sentir satisfecha, a salvo. Me quito la máscara y dejo caer la capucha. Libre por fin.

Los demás conversan casi alegres alrededor del comedor, algunos contando nuevas experiencias y otros dando a conocer sus vidas fuera de la labor. Yo sé que todos extrañamos a nuestras familias. De vez en cuando las vemos. Estamos muy apartados de ellos en un cuartel cercano al agua cristalina que nos rodea. Apartados de la pequeña civilización que consta de diez mil —tal vez menos— personas. Nos hemos acostumbrado a compartir incluso el jabón, todo.

Le estiro los labios a la muchacha frente a mí. Es nueva y demasiado tímida. Aún no le toca hacer rondas, pero pronto la veremos tras un tronco a la espera de tumbar al enemigo.

—Hola —alcanzo a oír, pues las voces de los demás opacan su voz de niña.

Palmeo el lado vacío a mi izquierda. Vacilante, deja su puesto para posarse donde señalé. Es casi cómica por su baja estatura y cara de bebé.

—Soy Red, es un gusto.

Se muerde el labio y, titubeante como llegó, me extiende su mano.

—Bird.

Me trago la risa.

Tenemos otro pájaro, pero esta vez a secas.

—Es un gusto conocerte —murmura. Hago mi mayor esfuerzo para lograr escucharla—. Eres una de las mejores… Me gustaría ser como tú.

Arrugo la nariz y desvío la atención al pedazo de carne intacto en mi plato.

Estoy entre esa clasificación por mi descendencia. Tan solo saber qué corre por mis venas hace que me corroa con lentitud. Todos los presentes —incluso Bird— somos muy diferentes a un humano común, por ello somos pocos los que podemos estar en lo alto, ser los mejores. En cambio, en el otro comedor están los corrientes.

Vuelvo a posar las pupilas en ella un poco desorientada.

—Ojalá seas mejor que yo pronto.

Me otorga una mueca de amabilidad mezclada de simpatía.

No digo más. Realmente no sé qué decir. Me he quedado en cortocircuito con el elogio que me dio. No soy la mejor, solo pongo mucho empeño en lo que hago y alejo la empatía a la hora de salir de este lugar. Lo que no hacen la mayoría, alejar el corazón.

Alejo los malos pensamientos y prefiero perder el tiempo cortando el filete. No obstante, la tranquilidad se rompe cuando Bird abre la poca de nuevo.

—¿Será que nos tocará beber sangre más adelante?

Lo dice tan alto que los demás cesan su charla, incluso algunos mantienen el tenedor a escasos centímetros de sus bocas.

—No —exclama un moreno en la esquina. Se me olvidó su apodo—, ni lo pienses. Seguiremos con carne, arroz, verduras, postres… ¡Con todo menos eso!

Ese grito hace que ella se encoja en su puesto.

Le lanzo una mirada irritada. Su pico de gallito se cierra con celeridad. Asimismo, sigo con los otros, que bajan sus cabezas y empiezan a devorar sus platos como si no hubiese pasado eso.

—No es necesario ingerir sangre —digo con suavidad, como si le hablase a un niño pequeño—. El hecho de que tengamos a nuestra madre o padre vampiro no nos hace igual a ellos. Tenemos una dieta balanceada… no comemos como los que están allá —señalo la otra mesa—. Comemos una o dos veces al día porciones equilibradas, más que todo con carne. Ni me preguntes por qué. Eso no nos hace diferentes del todo. La deferencia radica en nuestra agilidad, fuerza y sentidos agudos. Somos los raros y los que se ganan el desprecio con facilidad por solo tener compatibilidad con esos apestosos. Somos…

—Somos mestizo —interrumpe decaída—. Me gustaría saber quién es mi padre.

Cierro los ojos con el dolor igualándose al de ella.

—Tal vez estén muertos o estén con los suyos. Solo sabemos que cuando explotó todo este desastre desaparecieron.

Asiente.

—Me fue duro saber que la parte paternal que me faltaba era de… —carraspea— de uno de ellos, de un chupasangre. No todos los vampiros son malos, porque si algunos fueron capaces de criar con humanos, es porque jamás dejaron su humanidad, o qué sé yo.

Concuerdo con lo último, mas no lo digo.

—Bueno, olvidemos eso, ¿sí? —gorjeo para atenuar el ambiente.

Apresa de nuevo los dientes en su labio.

De repente, mi apetito se ha largado.

Acompaño a Bird a su camarote.

A lo último comí a las malas.

Ese tema que sacó a la luz me dio mucho qué pensar; mi padre nunca me ocultó qué era mi madre cuando llegamos a estos lares. Me lo informó sin anestesia el día que le pregunté dónde estaba ella. Le dolió comentarlo, pero sé que lo hizo por un bien. Comprendí entonces por qué desde pequeña fui diferente a los demás niños. Sin embargo, el procesar esa información fue extenuante. Al momento de desembuchar esa cruel verdad, recuerdos que mi cerebro decidió ocultar para protegerme empezaron a surgir en sueños.

«Sé que mamá fue llevada a la fuerza por hombres tan pálidos como ella».

—Descansa.

—Tú también.

Mueve su mano despidiéndose del todo.

Le devuelvo el gesto sin la emoción que ella trasmitió.

«Y también sé que esos hombres no solo se llevaron a mi madre, también a mi mellizo».

«—¡Mami!

Papá intenta detener mis manoteos mientras retrocede, agitado y dolido.

—Se llevan a mi hermano. ¡Suéltame! —lloriqueo al mismo tiempo que veo a uno de esos hombres con traje negro con mi mellizo sobre su hombro, que de igual modo forcejea y chilla.

—No puedo, cariño, no puedo —solloza adentrándose en el bosque poco a poco.

Mamá se deja sacar de nuestra casa con las mejillas bañadas en lágrimas sin tan siquiera luchar».

—¡Mami, hermanito! —gruño al separar los párpados. El sudor corre por mi frente y mi brazo se halla tieso por estar estirado por mucho tiempo.

Trago.

Otro mal sueño.

Quito las sabanas húmedas de mi pecho y me incorporo un poco desorientada. No le doy más importancia a la pesadilla, habrá algún otro momento para hacerlo.

Me doy cuenta de que la sala está sola. Arrugo las cejas y maldigo en voz baja. No tuvieron la decencia de despertarme. Alcanzo de la mesa auxiliar el frasco de hierbas disueltas en un líquido marrón que va directo a mi garganta. El fuerte sabor me despierta del todo.

Esa bebida se disuelve en nuestro torrente sanguíneo y hace que el olor de la piel y, con obviedad, de la sangre sea poco atractivo para los chupasangres. En pocas palabras, confunde nuestro aroma. Dura en nuestro organismo aproximadamente catorce horas. Si se duplica la ración, se puede obtener una jaqueca tremenda. Desde luego, mantenemos con varios frascos atados en nuestro cinturón por si las dudas. Es algo que nos dan los hechiceros. Son los únicos que saben cómo hacer el brebaje. Desde mi perspectiva, únicos también en hacer menjurjes extraños.

Exhalo una bocanada de aire al estar preparada.

Hoy no tengo ronda, así que saldré por mi cuenta.

Me gustaría despejarme un poco.

Una mano me detiene al salir. Con las cejas rozándose entre sí, miro a Tiger.

—Vuelve a la cama. Duerme más.

—Suéltame —mascullo de vuelta.

Expira derrotado. Sus dedos dejan de estar envueltos en mi bíceps.

—Bueno, entonces iré contigo.

—¿Al patio? —me burlo.

—Sé que no vas para allá. Te conozco muy bien.

—Necesito despejarme y estar sola. Solo iré al río, al otro lado. —Encojo los hombros—. Me acostaré en la hierba y pensaré, ¿entiendes? Lo has hecho otras veces y nunca te reclamé.

Veo en sus ojos la resignación.

—Ve con cuidado entonces.

Vuelvo a sentir envidia de las hojas, que son tan libres.

No tuve elección alguna, me obligaron a ingresar a la guardia por esa condición, por tener genes de vampiro en mi organismo, solo por eso. Sin embargo, me entrenaba para entrar a pesar de que en el fondo de mi ser, no me agrada la idea. Muy contradictorio. Mi padre me enseñó lo suficiente, como exmilitar, me trasmitió mucho. Así que entré preparadísima.

Aunque ya pasó mucho tiempo, aún no asimilo mis orígenes y cómo la coincidencia de hallar personas iguales a mí, es decir, me parece extraño que en la comunidad había diez más que yo, me parece extraño. Igual, puede ser coincidencia… no sé.

Manoteo la hierba en búsqueda de la máscara. Mi cerebro me susurra que me la ponga y entiendo esa necesidad al oírlo detrás de mí. Menos mal jamás dejo de emplear la capucha.

 Finjo que no lo he percibido, pero me sorprendo cuando el sujeto se acuesta a mi lado. Me pongo rígida. Tan solo puedo girar mis orbes para examinarlo con sorpresa. Tiene la cabeza apoyada en sus brazos y una sonrisa baila en su boca.

—Qué linda vista, ¿no?

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