capitulo 5

_ De todos modos, tampoco la quiero! _ le dijo al sabueso que estaba sentado junto a él antes de levantarse _. Sea cual sea la razón por la que Dolores de Romsome haya oído la llamada del Monasterio de santa marta, solo puedo decir ¡gracias a Dios!

En una habitación circular de la torre que cerraba la gran fortaleza que los Romsome tena en Talgrend, más hacia el norte, un hombre coloco la túnica negra de los magos encima de su ropa. Risto Rubrend, sacerdote degenerado y renegado, nigromante, leerdor de horóscopos y consejero personal en todos los asuntos no ortodoxos de sir Latís, encendió una única vela. El maestro Risto Rubrend era un hombre ambicioso, sin fin y fina perversión, y según el todo estaba a punto de florecer y dar una fructificación especial.

¡poder que más se podía desear! ¿Qué más se podía desear? El poder para manipular, para doblegar a un hombre a su voluntad como las piezas de un tablero de ajedrez. El poder para destruir, si era necesario.

Se acomodó tras la mesa en una silla de brazos y respaldo alto pintada con extraños símbolos y cuyas patas eran espadas tintas en sangre. Retiro el paño de terciopelo que cubría un cristal, y apoyando las palmas abiertas sobre la madera, miro atentamente a la bola de cristal.

_ ¿qué futuro aguarda aquí?

 Al lado de la bola había tres trozos de pergaminos roso escritos con la letra de Rubrend. Tres nombres, Latís de Romsome, su señor de aquel momento … o al menos eso creía el fiero magnate. Se sonrió, de Latís jamás sería su amor. Nicolás de Carter de Gland, cuyo poder iba en aumento en la marca, y seguiría creciendo si no tomaban medidas necesarias para frenarlo. Y luego su propio nombre, por el que conocía todo el mundo. Risto Rubrend.

_ Nuestros destinos están conectados! _ cubrió los tres nombres con las manos _. Lo sé. ¡Enséñame el futuro!

Lo que le mostró la bola le sorprendió. Era una figura femenina de cabellos oscuros, alta y delgada.

_ ¿Quién eres tu?

La figura se dio la vuelta y vio su rostro.

_ ¿Dolores de Romsome? _ susurro _. Esto no me lo esperaba.

En la esfera de cristal las figuras aparecían en silencio, casi como ejecutasen complicados pasos de danza, hasta que Latís de Romsome y él se desvanecieron y en el centro mismo de la esfera quedaron Dolores de Romsome y Nicolás Carter. 

Con una cadencia suave se fueron acercando el uno al otro como si tirasen de ellos cuerdas invisibles. Sonrieron. Carter le ofreció la mano y Dolores puso en ella sus dedos para que él pudiera besarlos delicadamente. Entonces le ofreció los brazos y ella dio un paso para dejarse abrazar. La escena desprendían intensidad cuando él se inclinó para besarla, y ella se lo permitió aferrándose a él, tan cerca que era como si fueran un solo ser.

La falda oscura de su vestido le envolvió a él, las piernas, su melena le descanso en el hombro, y el beso fue interminable, aderezado con una intensa pasión.

Risto frunció el ceño.

_ De modo que tu también vas a tener tu propio papel. Dolores de Romsome. Parece que los dos estáis destinados a ser amantes, y eso me sorprende. Puede que al final no resulte tan buena dejar que pudras soltera en un monasterio. Quizás deba ignorar tu terquedad y encontrar un nuevo camino?!.

La escena cambió, Nicolás desapareció y Dolores quedo sola. En sus brazos un niño recién nacido de pelo oscuro. Un camino de nubes oscuras amenazaba tormenta. Risto sonrió y tras echar el paño sobre la bola se recostó sobre la silla y apago la vela, sumiendo a los amantes, tejiendo, deshaciendo y volviendo a tejer en su cabeza hasta que el tapiz resultante sirviera a su propósito. Utilizar sus poderes a favor de sir Latís de Romsome mientras sirviera a sus intereses. Era ventajoso ser el poder tras el guante de malla del que nadie sospecharía.

¿Y después? Pues después, todo sería revelado. Pero en una cosa estaba seguro:Nicolás cárter y Dolores de Romsome deberían de estar unidos y luego usarlo, como puerta de grandeza.

En la gran misión de los Pertong esta mañana, estaba muy reluciente. Había sirviente dando vuelta, de arriba y abajo, en sus deberes. Mientras en la gran sala estaba reunida la familia para el desayuno. La cara de Aita no estaba tan contenta, se sentó y mirando la mesa repleta de comida y su estómago no aclamaba tanto por ellos.

 Sir Pertong se sentó en su lugar en la mesa, levanto la barbilla para mirar, a Aita sentada en su silla sin el mínimo deseo de saborear el desayuno servido.

_ Te alegrará saber que te he encontrado un marido! _ anuncio el conde de pertong sin levantar la vista del periódico. 

 Aita miro el plato con el ceño fruncido. ¿Alegrarse? Más bien todo lo contrario. El corazón se le detuvo y una garra de hierro le atenazo el estómago hasta revolverle el poco desayuno que había ingerido.

_¿Es alguien que conozco? _

Mantuvo un tono despreocupado e indiferente. Era más fácil iniciar una discusión con su padre que ganarla.

_ ¿Cómo vas a conocerlo si apenas sales de la casa?

_ Voy allí solo donde me invitan _ Respondió ella con toda la paciencia posible _. Y a los que me permites asistir _ lo que limitaba aún más sus escasas opciones _. Si no quieres que me vean en compañía de Xemena no puedes culparme por quedarme en casa. Todo el mundo sabe que perder su favor significa perder la condesa de Falister y seguramente también a violía. Mi hermana se ha vuelto muy social desde que se casó.

_ Desde que se casó con un don nadie! _ añadió su padre _. ¡Y sin mi bendición.! 

_ No debes tener celos de tu hermana, Aita _ intervino Druster, la nueva mujer de su padre.

Se había atribuido el papel de sabia consejera de mejor de los casos, patéticos.

 Aita no sería celos de su hermana, pero no era ajena a la realidad. Después de que Xemena se casara con Heliodor, su padre obligo a la aristocracia londinense a tomar partido. Y la sociedad no dudo un segundo en elegir a Xemena. 

El escándalo comportamiento de Aita el verano pasado había sido la gota que colmo el vaso, y desde entonces su vida social era prácticamente inexistente. Su escándalo y el escándalo de su amiga Dolores de Romsome tenían a todo en su nombre.

_ No estoy celosa, Druster. Me alegra que Xemena por fin tenga la temporada que merece, aunque no llegara a tiempo para conseguir un marido rico y poderoso.

_ Bah _ espeto su padre, negándose, como de costumbre, a admitir su parte de culpa. Si le hubiera ofrecido una temporada a Xemena, la habría acabado casando con quien él quería.  

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