03: Nuestra esperanza

Con el corazón en un puño, Salomé bajó hasta la villa, llegó a su casa, entró sin anunciarse con Nicole detrás de ella y lo que vio ahí le indicó que su mal presentimiento era correcto: sentados alrededor de la mesa estaban Daniel, Barak… y Carolos. El beta fue el primero en hablar:

—Bienvenida Salomé, toma asiento por favor.

Pero Salomé no se movió de su lugar.

—¿Qué está pasando? —preguntó ella mientras deseaba con todo su ser que no fuera a ser lo que se temía.

—Queremos hablar sobre lo que ocurrió ayer —respondió Daniel sin darle más rodeos, con la cabeza apoyada en su puño y mirando fijamente a su hijastra—. De su encuentro con Claus Obelidis.

El alma de Salomé se le fue hasta los pies; su mal presentimiento había estado en lo correcto todo el tiempo. Miró dolida a Carolos por la traición a su pacto silencioso y furiosa le espetó:

—¡¿Les dijiste?!

Ante el reclamo de Salomé, Carolos bajó la mirada. Era la primera vez que le molestaba la debilidad de su amigo ya que si había tenido el valor de delatarla con el alfa y el beta, por lo menos esperaba que tuviera el mismo valor para verla a los ojos y aceptar lo que había hecho.

Viendo que la situación se estaba poniendo tensa, Barak se aclaró la garganta y retomó la palabra.

—Para poder hacer esto, tenemos que empezar bien, así que de primeras debes saber que no estás en problemas, Salomé.

«¿¡En problemas?!», pensó Salomé casi ofendida mientras se giraba a ver al beta. A ella no le preocupaba estar en problemas, lo que le preocupaba es que en principio ni ella misma sabía cómo reaccionar a lo que fuera que le estuviera pasando.

Como Salomé no dijo ninguna otra palabra, Barak continuó:

—Lo que nos interesa es que nos digas bien los detalles de lo que te ocurre basado en lo que pasó ayer y ver si podemos usarlo a nuestro beneficio.

—¡¿Su beneficio?! —explotó al fin Salomé, asustando a Nicole quién no comprendía qué estaba pasando—. ¡¿Van a usarme como un arma?!

En el fondo, esa era otra de sus preocupaciones.

—No como un arma —respondió Daniel, impasible—. Como nuestra esperanza.

Salomé se sorprendió por esa declaración. Al ver que la muchacha ya estaba un poco más calmada, Barak le indicó con la mano una de las sillas.

—Entonces, ¿lista para tomar asiento?

Salomé pasó saliva, miró a su hermana y una vez esta asintió con la cabeza, ambas tomaron asiento.

—Gracias Salomé —agradeció Barak antes que nada—. Entremos en materia. Según lo que nos contó Carolos, cuando fue a perseguir a aquel oso cruzó al territorio de los lobos grises, se toparon con Claus y de no haber sido por ti, todos habrían muerto, ¿no es así?

Salomé primero miró feo a Carolos, luego regresó la vista a Barak y se limitó a asentir con la cabeza. Daniel por su parte levantó las cejas, bajó el brazo con el que apoyaba su cabeza, se irguió un poco y preguntó:

—¿En serio venciste a Claus?

Salomé quería mencionar que en realidad no le había vencido, que aquella demonio había interrumpido la batalla, pero no sabía si Carolos les había hablado de la extranjera y no quería hacer más compleja esa charla, por lo que decidió mantenerse en el tema de conversación, por lo que empezó a narrar:

—Desde hace un par de días… mi fuerza física ha estado aumentando. —miró sus manos antes de continuar—. Rompo huesos de animales cazados con facilidad y rocas como si fueran terrones de tierra. Cuando luché con Claus, sus golpes no me dolían, podía ver sus movimientos y fui capaz de darle dos golpes que le lastimaron.

Barak y Daniel se miraron entre ellos con dudas mientras que Nicole miraba a su hermana sorprendida. El beta volvió a ver a Salomé y preguntó:

—¿Te importaría darnos una demostración rápida?

—¿Cómo? —preguntó Salomé inclinando la cabeza.

—Unas vencidas. Conmigo —respondió Barak.

Salomé miró el brazo del beta. Pese a que sus trabajos en la manada eran más del tipo administrativo, aún así se le veían fornidos y no era para menos, ya que de seguro era el segundo hombre lobo más fuerte de todos ellos, sólo por debajo de Daniel. Pasó saliva, pero aún así se animó a responder:

—C-claro.

Ambos contendientes pusieron sus codos del brazo derecho sobre la mesa y luego se tomaron de la mano. Se miraron fijamente por unos segundos hasta que Barak dijo:

—No te contengas, recuerda que quiero ver si de verdad eres fuerte, ¿de acuerdo? —Salomé sólo asintió—. Bien: una, dos… ¡tres!

La loba sólo puso un poco de fuerza en su brazo para mantenerlo firme, pero pudo ver cómo Barak le imprimía bastante fuerza a su brazo, primero para medir la fuerza de la muchacha y luego poco a poco subía de intensidad para hacer que el brazo de esta cediera, pero no ocurría nada.

Salomé decidió que era momento de demostrar lo suyo y le imprimió un poco de fuerza a su brazo y todos los presentes se sorprendieron al ver la forma en que el brazo de Barak comenzaba a ceder. Este por su parte puso toda su fuerza en tratar de llevar su brazo al lado contrario, pero era inútil, así que Salomé decidió terminar con eso para saber ya de una vez qué pasaba ahí, por lo que puso más fuerza y de inmediato, los nudillos de Barak golpearon la superficie de la mesa.

—¡Wow! —exclamó Nicole tan sorprendida por la fuerza de su hermana como lo estaba Daniel, aunque este no pronunció ninguna palabra.

Barak por su parte tomó su mano y se sobó. Había perdido y se veía que le dolía, pero no dejaba de sonreír.

—Vaya, vaya… esto es mejor que lo que esperábamos.

—Bueno, ya demostré que soy fuerte, ¿no? —dijo Salomé mirando a los dos adultos—. ¿Ya van a decir a qué se refieren con lo de “nuestra esperanza”?

Daniel miró a su hijastra y respondió:

El rito del territorio.

«¡¿El rito del territorio?!», pensó Salomé, sorprendida. Ya comprendía a dónde iba la cosa y se sentía estúpida por no haber pensado en eso antes.

Hacía muchos años, cuando los lobos negros y los lobos grises estaban en constante guerra por las presas de Arcadia, el rey Licaón estableció el rito del territorio, donde una vez al año el mejor cazador de cada manada sería enviado a luchar contra el elegido del otro bando y quien resultara ganador de la contienda, ganaría para su manada la mayor parte de los territorios de caza de Arcadia.

—¡¿Entonces eso es?! —explotó Salomé golpeando la mesa, haciendo que las patas de esta crujieran al romperse un poco— ¡¿Quieren que vaya a pelear por ustedes al rito del territorio?! ¡Y pensar que habían dicho que no querían volverme un arma!

—¡Por eso fue que hablé! —dijo Carolos dando un manotazo en la mesa y poniéndose de pie para encarar a Salomé—. ¡Tú mejor que nadie sabes la situación por la que estamos pasando! El rito balanceaba las cosas, una temporada una manada se quedaba con los territorios de caza y luego la otra. Pero desde hace cinco años Claus ha ganado todos los ritos del territorio para los lobos grises, lo que luego de ese tiempo nos ha llevado a una pesada hambruna. Tenemos que ganar el siguiente rito del territorio porque si no quién sabe si sobreviviremos el siguiente año con tan pocas presas a nuestra disposición y dado que casi venciste a Claus ayer, ¡eres la más indicada para hacerlo!

Salomé miró a Carolos con los ojos bien abiertos por la sorpresa. Era raro que al principio de la charla el muchacho se mostrara con miedo de verla directo a los ojos para aceptar que la había delatado y ahora, se le ponía enfrente sin miedo exponiendo las razones por las que lo había hecho, unas razones muy válidas si se pensaba bien. Era casi como ver a su amigo de la infancia bajo otra luz.

—Básicamente eso que expuso Carolos —dijo Barak retomando la palabra con un tono suave para tratar de calmar la situación—. Te necesitamos Salomé, si de verdad venciste al campeón de los lobos grises, necesitamos que tomes parte en el siguiente rito y nos ayudes a recuperar territorios de caza al menos por un año. Además, recuerda que al ganador se le concede una petición, la que sea, siempre y cuando esté dentro de las capacidades de las manadas. No es un mal trato, ¿no crees?

Salomé miró a Barak, bajó la cabeza y se apoyó sobre el respaldo de la silla donde antes había estado sentada.

—Sí, no es un mal trato. Pero eso no es lo que me preocupa; lo que me preocupa soy yo misma.

Todos miraron a Salomé.

—¿A qué te refieres? —Nicole fue la única que se atrevió a preguntar lo que los demás pensaban.

Salomé miró a su hermana y respondió:

—Esta fuerza no es natural. Temo… temo estarme convirtiendo en algo que no soy yo.

Ante las palabras de la muchacha, Daniel se puso de pie y  habló:

—Es verdad que no sabemos de dónde salió esa fuerza, si es herencia de tu especie de lobo o la adquiriste de otro lado. Pero sí sé esto: debemos enfrentar a nuestros propios temores por el bien de las personas que nos importan.

Salomé miró a su padrastro y vio las tres cicatrices en el lado derecho de su cara, testamento de cuando él tuvo que luchar contra el anterior alfa de los lobos negros, un hombre lobo incluso más temible que Claus si ella recordaba bien. La razón del conflicto había sido que Daniel les había encontrado a ella y a su madre una vez que fueron arrojados a esa isla y su padre había muerto. Daniel les había ofrecido asilo, pero el anterior alfa no quería lobos extranjeros en su territorio, así que Daniel tuvo que retarlo a un combate a muerte para quitarle el título de alfa y permitirles a ella y a su madre quedarse con ellos. El resto era historia.

Si Daniel había enfrentado a tan temible enemigo por el bien de ella y su madre y triunfado, sin la ayuda de súper fuerza, ¿por qué ella no debería hacerlo? Esas tres cicatrices en el rostro de su padrastro fueron lo que necesitó para convencerse.

Suspiró, irguió la espalda y dijo:

—Está bien, lo haré. Seré la campeona de los lobos negros, tomaré parte en el rito del territorio, venceré a Claus y terminaré con la hambruna que nos azota.

Barak y Daniel se miraron entre ellos y sonrieron mientras que Nicole se dedicó a aplaudir el valor de su hermana.

—Entonces eso lo decide —dijo Daniel—. Barak, prepara unas sesiones de entrenamiento para Salomé, aunque sea fuerte necesitará saber pelear ya que una pelea no es lo mismo que una cacería.

—De inmediato Daniel —respondió Barak haciendo una reverencia. Daniel asintió con la cabeza y luego miró a su hijastra:

—Y Salomé, gracias. De verdad.

Salomé sonrió y se sintió un poco avergonzada, pero se le pasó cuando Nicole llegó ante ella para bombardearla con preguntas sobre lo que había pasado el día anterior y sobre si creía que cuando creciera ella sería tan fuerte como su hermana mayor.

Salomé trató de responder a sus preguntas, pero al mirar a Carolos vio que otra vez evitaba verla. El valor que había demostrado hacia poco ya se había ido.

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