La Gran Historia

La acción transcurre en la plaza concurrida de alguna metrópoli. Se escucha gente caminando de un lado para el otro, bocinas, y automóviles en movimiento. No hay elementos naturales, solo el concreto y el metal dan contorno a la escena. Al fondo se levanta un monumento (este puede ser algún prócer, figura influyente o escultura futurista). En el centro hay un banquito, a un lado, un cesto de basura; pueden verse desperdicios de diferente naturaleza en su interior y fuera del mismo (latas, papeles, bolsas plásticas, empaques de golosinas, entre otros). Sobre la banca está sentado un mendigo, este porta gafas oscuras y sostiene un cuenco con algunas monedas, el cual agita por momentos. A los pies del mendigo descansa un cartel con la siguiente frase: “UNA PEQUEÑA ACCIÓN HACE LA DIFERENCIA”. Aparece un niño; viene desorientado, está perdido.

NIÑO:              (Llorando) ¡Mamá! ¿¡Mamá, dónde estás!? (Interactúa con algunas personas del público, preguntándoles acerca del paradero de su madre, para ello se vale de la descripción física de la actriz que interpretará a dicho personaje. Transición) ¿Y ahora qué hago…? ¡Ah, ya sé! Una vez vi en la tele que cuando alguien se pierde, lo mejor es permanecer cerca del lugar. (Se sienta en el banquito, alejado del mendigo, manifiesta cierto recelo y lo observa detenidamente) ¡Pobrecito, es ciego! ¡Buenos días! (El mendigo no responde) A lo mejor es sordo… Debe ser muy feo no poder ver ni escuchar nada. (Para sí mismo) Ojalá mi mamá me encuentre rápido, antes de que se haga de noche. No quisiera pasar la noche aquí… (Mira al mendigo) Aunque este señor debe dormir en este lugar, así que no debe ser tan malo… (Extrae una golosina del bolsillo de su pantalón. Se la come con desánimo. Mira a su alrededor) Creo que este es un buen sitio para esperar. (Pausa corta)En este momento mi mamá debe estar buscándome; (Comiendo) eso espero…. (Al terminar de comerse la golosina, en lugar de botar el envoltorio en el cesto de basura, la arroja al piso).

MENDIGO:      ¡Pero qué mala educación! ¡Para algo está el cesto de basura ahí!

NIÑO:              (Sorprendido) ¿Puede ver, señor?

MENDIGO:      ¿Ver? ¿Ver para qué, para presenciar un acto tan irresponsable? ¡No, gracias!

NIÑO:              ¿Pero entonces cómo supo que tiré el papel al piso?

MENDIGO:      (Jactancioso) Pues, porque tengo muy buenos oídos. ¡Ja! ¡Hasta los murciélagos sentirían envidia!

NIÑO:              ¿En serio? Pero no respondió cuando le di los buenos días.

MENDIGO:      (Extrañado) ¿Me diste los buenos días? A lo mejor no te escuché…

NIÑO:              Pero si me acaba de decir que tiene muy buenos oídos.

MENDIGO:      ¡Silencio! ¡No me repliques, muchacho! Detesto a los niños respondones. (Agarrándose el cabello) ¿Ves esto…?

NIÑO:              Sí, señor, es su cabello.

MENDIGO:      Muy bien… ¿Y de qué color es?

NIÑO:              Es gris… Casi blanco.

MENDIGO:      ¡Exacto! ¡Y eso se respeta! ¡Estas canas me las gané con mucho esfuerzo!

NIÑO:              Disculpe entonces, señor.

MENDIGO:      Respóndeme una cosa, criatura: ¿Cuánto pesan tus manos?

NIÑO:              (Mirándose las manos) ¿Cuánto pesan mis manos? No lo sé... ¿Cómo podría saberlo?

MENDIGO:      Es que si te costó tanto colocar la basura en su lugar, es porque deben pesarte muchísimo, ¿no crees?

NIÑO:              Pero es que todo el mundo hace lo mismo…

MENDIGO:      (Serio) ¿Y si a todo el mundo le da por comerse los mocos, tú también lo harías?

NIÑO:              (Apenado) Bueno, yo me los como de vez en cuando. Es que saben a maní.

MENDIGO:      (Aturdido) ¿Cómo? (Para sí mismo) Nunca dejo de sorprenderme con los niños. ¡Dicen cada cosa! (Suspira) Pero algo tengo que hacer con él, parece un buen muchacho. Por cierto, pequeño, ¿se puede saber qué haces en este lugar? Estás muy joven para andar por ahí tú solo.

NIÑO:              Es que perdí a mi mamá.

MENDIGO:      (Finge sorpresa) ¿La perdiste? Explícate mejor…

NIÑO:              Bueno, en realidad, ella me perdió a mí.

MENDIGO:      ¡Vaya calamidad! Que un niño pierda sus padres es algo aceptable, pero que un padre pierda a sus hijos… ¡Eso sí es tremendo descuido!

NIÑO:              Solo recuerdo que estábamos cruzando la calle, y de pronto no la vi más. (Poco a poco comienza a llorar) ¡Quiero a mi mamá!

MENDIGO:      Ya, ya… no es para tanto. Ya estás como grandecito para hacer berrinches, ¿no crees? A ver, ¿qué edad tienes?

NIÑO:              Diez años, señor.

MENDIGO:      Diez años… ¡La edad perfecta para empezar a madurar!

NIÑO:              (Sollozando) ¿Y si mi mamá nunca me encuentra? ¿Y si tengo que quedarme aquí para siempre?

MENDIGO:      Tranquilo, eso no va a pasar... Confía en mí.

NIÑO:              (Tajante) No puedo confiar en usted, señor… Mi mamá siempre me dice que no hable con desconocidos.

MENDIGO:      Y tiene mucha razón tu mamá… (Le ofrece la mano. NIÑO se muestra receloso) ¿No responderás a mi saludo? Eso sería una descortesía. (NIÑO responde al salido). Desde este momento, oficialmente ya no somos desconocidos.

NIÑO:              Creo que tienes razón… (Poco a poco comienza a llorar). Mi mamá…

MENDIGO:      Ya, no llores. Todo va a estar bien. Mira, ¿no te gustaría que te contara una historia? Así te entretienes mientras llega tu mamá.

NIÑO:              (Secándose las lágrimas. Intrigado) ¿Una historia?

MENDIGO:      Sí, una historia. Y creo que te va a gustar mucho: trata sobre cosas que también se encontraban perdidas.

NIÑO:              (Algo confundido. Para sí) Que se encontraban perdidas... (Transición) ¿Y cómo se perdieron? (Esperanzado) ¿Y al final las consiguen?

MENDIGO:      Calma, no te diré nada todavía, le quitaría toda la gracia al cuento. (Catedrático)  Aunque en la actualidad es común que los cuentistas inicien sus historias por el final, las avancen con el comienzo y las terminen por la mitad; yo prefiero irme por lo tradicional.

NIÑO:              ¿Pero el protagonista tiene súper poderes, verdad? Si no debe ser una historia muy aburrida.

MENDIGO:      ¡Estás exigiendo mucho!

NIÑO:              (El niño comienza a llorar) ¡Quiero a mi mamá!

MENDIGO:      (Complaciente) Está bien, el protagonista tiene súper poderes. Pero él no estaba consciente de ello. Sus poderes estaban dormidos en lo más profundo de su corazón.

NIÑO:              ¡Qué interesante! (Contento) ¿Y cómo se llama la historia?

MENDIGO:      La historia se llama: ¡El quinto elemento!

NIÑO:              (Maravillado) ¿El Quinto Elemento? (Intrigado) Yo solo conozco cuatro… En la escuela me los enseñaron: Agua, tierra, aire y fuego. No sabía que existía otro elemento. ¿Cómo es ese elemento? ¿Es mejor que los otros cuatro?

MENDIGO:      Solo te diré que es uno muy especial.

NIÑO:              (Emocionado) ¡Parece ser una historia maravillosa!

MENDIGO:      Lo es, pequeñín.

NIÑO:              ¿Pequeñín? ¡Yo no soy ningún pequeñín! Ya yo soy un niño grande. (Contrariado) Bueno, eso es lo que me dice mi mamá.

MENDIGO:      ¡Ya te dije que no me repliques! Para mí eres un Pequeñín y con eso es suficiente.

NIÑO:              (A regañadientes) Está bien, como usted diga, señor mendigo.

MENDIGO:      Escucha atentamente, Pequeñín: Hay otra cosa respecto a esta historia que debes saber, y es que lo que voy a contarte sucedió de verdad; hace muchísimo tiempo, mucho antes de que todo lo que conocemos existiera.

NIÑO:              ¡¿En serio?! ¡Qué increíble! ¡Cuénteme más!

MENDIGO:      Presta mucha atención… (Actitud evocativa) Este relato tiene sus inicios en un lugar llamado La Isla Kun.

NIÑO:              ¿La Isla Kun? (Extrañado) ¿Y dónde queda eso?

MENDIGO:      (Vacilante) Eh, ¿dónde queda? Bueno… Según algunos geólogos y cartógrafos famosos, esta isla queda justo entre el centro del Triángulo de las Bermudas, a un lado de la Atlántida. La Isla Kun, es un lugar majestuoso, y que además tiene forma de pez.

NIÑO:              (Extrañado) ¿Una isla con forma de pez? Qué raro… En los mapas que hay en mi escuela vi un país con forma de bota, y otro con forma de elefante, pero no vi nada parecido a un triángulo, a una Atlántida y mucho menos a un pez…

MENDIGO:      (Serio) ¿Estás dudando de lo que te estoy diciendo?

NIÑO:              Es que usted me dijo que es una historia real, yo solo estoy verificando la información.

MENDIGO:      ¡Pues deja de hacerlo! Si yo te digo que es una isla con forma de pez, es porque tiene forma de pez. En todo caso, una historia no tiene que ser cierta para que trate una verdad.

NIÑO:              ¿Usar una mentira para decir una verdad?

MENDIGO:      ¡Exactamente!

NIÑO:              ¡Qué confuso! Mi papá siempre me dice que mentir es malo. 

MENDIGO:      Mentir por ociosidad sí, pero en el caso de las historias es casi una norma. A veces, decir las cosas como son, no es interesante. La vida, sin un poco de fantasía, no tiene sentido. (Transición) ¿Por dónde iba? (Piensa) ¡Ah, sí!, una isla con forma de pez. En esa isla vivían los kunianos.

NIÑO:              ¿Los kunianos?

MENDIGO:      Sí, los kunianos… “kunianos” porque vivían en la Isla “Kun”, ¿entiendes? Ese es el gerundio de los que nacen en ese lugar.

NIÑO:              Más o menos…  Aunque yo pensaba que “gerundio” tenía que ver con algo de los verbos.

MENDIGO:      (Piensa. Confundido) ¡Ya te dije que dejes de replicarme! (El niño guarda silencio) Ahora, como te iba contando: al principio los kunianos vivían en armonía con su ambiente, pero con el paso del tiempo se volvieron seres malvados, cuyas vidas giraban en torno a acumular riquezas materiales. Y en su afán por hacerse poderosos, empezaron a contaminar y destruir todo a su paso.

NIÑO:              ¡Ay, como lo hacemos nosotros!

MENDIGO:      (Irritado) ¡Efectivamente! Entonces Los Dioses Elementales decidieron reprenderlos.

NIÑO:              ¿Los Dioses Elementales? ¿Y cómo los castigaron?

MENDIGO:      (Molesto) ¿Me vas a dejar contar la historia, sí o no?

NIÑO:              (Apenado) Disculpe, señor mendigo… Continúe.

Las luces van disminuyendo sobre esta escena hasta llegar a penumbra. Poco a poco se irá iluminando el espacio designado para el Santuario Elemental. Este estará encajonado por enormes columnas y una escalinata que conduce hacia cinco tronos que están cerca del centro del foro (el trono del centro es el más vistoso). La voz del mendigo indica la entrada de Los Dioses Elementales. Cada uno realizará una secuencia coreográfica breve, que estará acompañada de música e iluminación acorde al elemento. Al terminar las coreografías, cada uno se sienta en su trono. El sitial del centro permanece vacío. Mientras todo esto sucede, la presencia del niño será fundamental, este se ubicara a un costado de la escena, contemplando lo que sucede con profunda fascinación. Al terminar la presentación de los dioses, el Niño saldrá del cuadro.

MENDIGO:      Eso espero… (Transición) El primer Elemental en llegar al Santuario fue Flamel: dios protector del fuego y chispa inicial de la creación. Gracias a su poder el cosmos goza de la energía necesaria para mantenerse en movimiento… Luego apareció Silce, diosa protectora de la tierra. Ella es la base para que la vida manifieste sus infinitas formas. Ella es dadora de la vida, de la dulzura de los frutos y el aroma de las flores… Al poco rato llegó Silfo, dios procreador del aire. Silfo representa el aliento universal, gracias a su influencia, la vida se mantiene anclada a la materia… Y la última en aparecer fue Marina, diosa defensora de las aguas. Ella representa el elixir vital, en cualquier lugar donde haya agua, la vida siempre estará cerca.

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