Capítulo 4

CAPITULO 4

Alexander

Rodé los ojos internamente cuando entré a la sala de reuniones. Hoy me iba reunir con Valentina para acordar lo de nuestro trato.

Me sentía ansioso y no tenía idea de por qué.

Como forma para tranquilizarme decidí pensar en la última vez que había visto a la inquieta amiga de Ava.

Ambas se habían conocido en Italia, cuando Ava fue de vacaciones, a los cinco meses me enteré que su amiga, la Italiana de la cual no dejaba de alardear de su comida fabulosa y que debía de probarla, había decido venirse a vivir a Nueva York.

No entendía para que me hablaba de su comida, ella sabía que no me gustaba comer. Solo comía lo necesario para llevar mi rutina de ejercicios al día.

Solo había visto a Valentina Armani unas tres veces y una de ellas, no resultó especialmente cómoda para ambos.

Por lo que podía recordar era una chica dulce e ilusa que tenía un carácter demasiado flojo y creía que todo era flores y arcoíris.

Según las anécdotas que había contado Ava, Valentina era una mujer dulce y podía confiar en ella.

Debía admitir que en un principio, pensé en rechazar la sugerencia de Ava: Valentina no encajaba en la imagen que necesitaba.

No sabía moverse en círculos sociales, su aspecto no era el más favorable ya que siempre iba vestida con Jeans y enormes camisetas de deportes y su aspecto parecía el de una universitaria sin aspiraciones en la vida.

Pero se me le acababa el tiempo, había visto y escuchado los avances de Ivana para quedarse con todo.

Según tenía entendido Ivana iba a celebrar una fiesta y planeaba anunciar su compromiso en dos semanas y yo aún no tenía a nadie en quien confiar lo suficiente como para que fuese discreto.

No es que conociera a Valentina, pero según Ava le podía confiar la vida.

Ava me había contado el motivo, al parecer ella quería ayudar a sus padres que necesitaban el dinero urgente.

No sé que tan malo era lo que pasaba, pero debía de ser grande para que necesitará quinientos mil de los grandes.

La puerta se abrió y de inmediato supe que era ella, ya que había dado la orden para que entrara directamente.

La escaneé con la mirada y me detuve.

No era muy alta y llevaba una camiseta de la universidad de Columbia, unos Jeans desgastados y un par de zapatillas converse que lucían viejas, pero limpias.

Su largo pelo negro estaba recogido en una trenza que le caía por los hombros y; no era la mujer más hermosa del planeta, pero era bonita.

—Siento llegar tarde —se excusó—. Es que salí muy tarde del restaurante anoche y me quedé dormida. Lo siento.

Su voz era suave y delicada. En las veces que la había visto, hablaba poco y en las pocas interacciones parecía estar incómoda en mi presencia.

Mi vista se dirigió a sus labios, no sabía por qué, pero en ese momento me los encontré atractivos.

Controlé mis pensamientos y la observé con rostro neutro recordándome que esta sería mi futura socia.

—No te preocupes, solo te has retrasado dos minutos —dije tratando de no ser descortés, no fuera a ser que se arrepintiese de aceptar el trato—. Un placer verte, hace un buen tiempo que no nos veíamos.

Ella me brindó una sonrisa.

—Hola, ¿Cómo estás?

—Muy bien, puedes sentarte—dije señalando la vista en frente, ¿Quieres algo de tomar?

— ¿No hay chocolate? Es que no me gusta él te, mucho menos el café. Sino es mucha molestia, por favor.

Que exigente.

—Descuida —dije y oprimí el botón del intercomunicador mientras ella caminaba hasta el sillón.

— ¿Puedes traerle un chocolate a la señorita Armani?

— ¿Chocolate? —respondió Janice al otro lado de la línea. Como si mi petición fuese lo más absurdo del planeta.

— ¿Eres sorda o qué? —pregunté y Valentina levantó la vista con el ceño un poco fruncido hacia mí como si con esa mirada me reprendiera por hablarle así a Janice.

—Señor Van Loren, usted tiene prohibido el consumo del chocolate a toda la empresa. Es imposible que consiga en el edificio.

—Pues sal y búscalo —dije y cerré la línea miré a Valentina la cual seguía con su vista fija en mí y me aclaré la garganta.

—¿Te ha explicado Ava los pormenores? —contesté yendo al grano.

—Si —bajo la vista y diría que se sentía avergonzada.

—Excelente, entonces —tendí en contrato y ella lo tomo en sus pequeñas manos— puedes leerlo y me dices si quieres agregarle algo.

La observe leer detenidamente y fruncía el ceño cada dos segundos.

— No entiendo porque tanto énfasis en los sentimientos en un contrato—dijo en el mismo tono en el qué Janice respondió cuando le ordené un chocolate.

Me encogí de hombros. Si ella creía en la idea falsa del matrimonio, esto iba a ir mal.

Me aclaré la garganta antes de contestar:

—Porque debe de quedar claro que esto es un negocio.

Ella se echó hacia atrás, sorprendida.

— ¿No crees en él amor?

—No.

Pestañeo varia veces antes de contestar.

—¡Wao! y en qué consiste eso ¿debemos de salir un tiempo o qué?

—No es necesario, estaré de viaje la mayor parte el tiempo y esto es un negocio no será real.

Ella entrecerró los ojos.

—Pero... ¿Por qué tan rápido?

—Estoy casi seguro de que mi prima se va a comprometer para así agilizar el proceso y verse una persona más confiable para el consejo.

—Oh —fue todo lo que contestó y me quedé mucho tiempo mirando su boca.

Señalé los documentos que ella tenía delante y justo en ese momento, Janice decidió hacer su mágica entrada.

—Aquí tengo el chocolate —anunció y me pareció ver una gota de sudor bajando por su frente—Que lo disfrute, señorita.

Conocía bastante bien a mi secretaria como para notar el sarcasmo y burla en su voz.

Valentina le brindo una sonrisa amable mientras tomaba el recipiente en sus manos y olía la bebida como si eso le trasmitiera algún tipo de energía invisible.

Janice se despidió con una sonrisita en los labios y cerró la puerta. Volví a dirigir mí vista a Valentina que le estaba dando un sorbo a su bebida con los ojos cerrados y saboreándose los labios.

Nota mental:

Llamar a Gina, lo antes posible.

Una vez había acabado de saborear el chocolate, como si fuese lo mejor del mundo frunció un poco el ceño y miro el recipiente.

—Un poco aguado, pero no sabe tan mal.

¿Qué era? ¿Una catadora de chocolates?

Había visto muchas mujeres en mi vida quejándose por la marca de un labial, bolsos y tacones, pero jamás había visto una que se quejara del sabor de un chocolate.

Decidí dejar de cuestionar la forma extraña de Valentina y enfocarme en lo que verdaderamente me concernía.

—Ava me ha hablado de la cantidad de dinero que necesitas.

—Si —contestó y Continúo leyendo el contrato.

Ella se tomaba las cosas con demasiada calma, eso era bueno.

Algo en ella me hacía confiar. No sabía por qué, quizás lo bien que se llevaba con Ava y eso era mucho que decir puesto que Ava era difícil para hacer amistades.

— Me parece bien, aunque no entiendo por qué hacer tanto énfasis en la profesión y en que no habrá sexo en el matrimonio.

Lo preguntó como si eso le molestará.

—Solo ciertas cosas que hay que dejar claras.

Valentina abrió la boca como si quisiera decir algo.

— ¿Tengo que acompañarte a eventos?

—Siempre los tengo, si eres mi esposa debes acompañarme.

—Bien.

Valentina me miró sospechosa, cómo si hubiese llegado a una conclusión.

— ¿Vas a salir con otras mujeres para conseguir sexo?

—Si.

— ¿Yo también podré hacer eso? —parecía indignada y de repente no me agrado que me preguntara eso, pero me obligué a responder.

—Si.

Valentina se quedó boquiabierta.

—De acuerdo —Eso, así de fácil quería que fuera esto.

Ella meneó la cabeza, de forma que su trenza volvió a su espalda.

— Pero, yo no tengo título universitario y Ava me comentó que te gustan las mujeres con buenas carreras.

—No importa—respondí y se mordió el labio inferior.

Definitivamente debía de llamar a Gina.

—En vez de cuestionarme, mejor dime, ¿Por qué necesitan tus padres quinientos mil dólares?

Me incliné hacia ella, intrigado.

—Es asunto mío.

—Bien, pues olvídate de lo que a mí me gusta. Tú necesitas el dinero, yo necesito una esposa. Fin del tema.

—¿Vas a conocer a mis padres?

—De ninguna manera, no hay necesidad porque esto no es algo formal.

—De acuerdo.

Dijo y en ese momento me dije a mi mismo que todo esto era muy fácil para ser bueno.

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