Cuando vio el paisaje que mostraba Turin desde el cielo, Ali se quedó sin aliento. La isla, con sus playas de arena blanca, era una joya en medio del Mar Mediterráneo. Y, situado sobre una colina rodeada de grandes arboles con un acantilado al fondo , había un enorme edificio de piedra que parecía dorado a la luz de la tarde.–Es precioso.Precioso y salvaje, pensó. Como su dueño. A pesar de la sofisticación de Maximiliano, en él había algo crudo y casi primitivo que la atraía a un nivel primario. Algo que no había sentido nunca hasta que lo vio bajando la escalera de su casa.El vuelo había sido tenso, al menos para ella. No porque no le gustasen los hombres o no hubiera sentido deseo sexual alguna vez, claro que sí. Sencillamente, no lo había llevado a la práctica. La idea la hacía sentir como si estuviera al borde de un ataque de ansiedad. La intimidad sexual, abrirse a alguien de esa manera, exponerse y posiblemente perder el control, la aterraba. Y, sin embargo, algo enMax de
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