Capítulo 2

—No sabía que se conocían. —Renardo los miró a ambos con curiosidad.

—Tuve el placer de conocerla anoche —se adelantó a decir el recién llegado.

Loredana fulminó al hombre con la mirada. No le gustaba para nada como su tono de voz había cambiado y la sonrisa que adornó su rostro al hablar.

No necesitaba que Renardo dedujera lo que había pasado entre ellos. Ya estaba en suficiente desventaja al no saber qué hacía allí.  

El hombre alzó una ceja con un brillo de diversión en los ojos y miró su mano que todavía seguía extendida.

Observó en esa dirección con recelo, pero la tomó con seguridad. Nunca demuestres debilidad.

Sus músculos se tensaron cuando lo sintió acariciar su muñeca con el dedo pulgar. Las cosas solo empeoraron para ella cuando experimentó una ola de calor recorrerla de pies a cabeza.  Era difícil olvidar la manera en la que la había acariciado con la misma mano apenas la noche anterior, al igual que todo lo que sucedió después.

Había sido un desliz, uno provocado por la molestia y la sed de venganza. Por lo general era una persona racional que se detenía a evaluar las cosas antes de actuar. Pero, después de escuchar a su, pronto, exnovio, hablar con uno de sus amigos sobre ella, no había podido actuar con su usual calma.

—Ella está comiendo de mi mano —había dicho Aurelio con sorna—. Pronto le pediré matrimonio y me haré cargo de la empresa.

Loredana jamás había escuchado a Aurelio hablar con tanto desinterés. No es que fuera el hombre del año, pero al menos parecía… ¿decente?

La verdad ni siquiera estaba segura de porque habían comenzado a salir. Tenían intereses en común y una cita se había vuelto en dos y antes de darse cuenta él estaba diciéndole a todo el mundo que estaban juntos.

—Suenas demasiado seguro —había respondido su amigo.

Debería de haber hecho notar su presencia en ese momento o de lo contrario haberse marchado, pero prefirió terminar de escuchar lo que el idiota de Aurelio tenía para decir.

—Sé lo que hago y la conozco mejor que nadie. 

—¿Y es tan fría como dicen?

—Nada que no se pueda arreglar con un par de amantes.

Ambos hombres habían soltado una carcajada.

Loredana se había dado la vuelta, aun cuando todo en ella le había exigido entrar y confrontar a Aurelio.

Estaba furiosa cuando abandonó el edificio en el que trabajaba. Escuchar a Aurelio vanagloriarse por engañarla, no la había molestado tanto como darse cuenta de que no lo había visto venir. Viendo en retrospectiva era casi obvio.

Y lo peor es que no lo amaba.

Si habían estado tanto tiempo juntos era porque cada vez que intentaba terminarle, era como si él se diera cuenta de sus intenciones y encontraba la manera de hacerla cambiar de opinión. Una tras otra vez se había echado para atrás porque pensó que con el tiempo podría aprender a amarlo. La soledad podía ser una m*****a perra como consejera.

Loredana había caminado sin rumbo por un tiempo antes de entrar al bar de un hotel. Podría no estar con el corazón roto, pero su orgullo sí que había sufrido un gran golpe y necesitaba tiempo para arreglarlo.

Se había sentado en el rincón más alejado de la barra y se había dedicado a ignorar a todos a su alrededor por la siguiente hora.

Media botella de cerveza después y aun con la ira bullendo en sus venas, un hombre del otro lado de la barra llamó su atención. Era atractivo y no pasaba desapercibido. Pero lo más llamativo era la dureza de sus rasgos. Él parecía haber visto mucho en tan poco tiempo y quizás así era.

Antes de detenerse a meditarlo se había encontrado acercándose. Él había estado sumergido en su propio mundo que ni siquiera la notó hasta que se detuvo a su lado.

—¿Puedo sentarme aquí? —había preguntado señalando el lugar vacío junto a él.

Él le había dado la misma mirada evaluativa que le estaba dando en ese momento y luego asintió.  

Superado el momento inicial, ambos sostuvieron una conversación más que decente antes de que fuera ella quien lo invitara a subir a una habitación.

Nunca se habría atrevido a actuar de aquella manera en otra circunstancia —una en la que no era utilizada como escalón por un intento mediocre de hombre—, ese no era su estilo. Así que, si había que culpar a alguien de ello, pues podíamos agregarlo a la lista de pecados de Aurelio. No le importaba si era maduro o no responsabilizar a otro de la consecuencia de sus actos.

—Es una lástima que te marcharás temprano —comentó el hombre frente a ella.

Sus palabras la ayudaron a espabilarse. Con un movimiento delicado, pero certero, retiró la mano de su agarre.

Él le dio una mirada llena de diversión. Al menos, uno de los dos se la estaba pasando bien con su encuentro. Si tan solo ella también pudiera verle el lado gracioso.

—Tenía cosas que hacer y no había nada interesante por lo que permanecer en el mismo lugar. —Le dio una sonrisa llena de inocencia y se giró hacia Renardo—. Creí que nos reuniríamos a solas.

El aludido la miró a ella y luego al señor Giordano con interés, pero luego se sentó detrás de su escritorio.

—Tomen asiento, por favor —dijo Renardo en lugar de responder.

El misterio de todo el asunto la estaba poniendo más nerviosa.

—Si los reuní a ambos aquí es porque creo que ambos tienen propuestas interesantes y la reputación de ambas compañías son muy buenas. Sin embargo, aún no he tomado una decisión respecto a quién elegir.

—Creí que ya habíamos llegado a un acuerdo —dijo el señor Giordano con calma.

«Lo mismo pensé yo —quiso decir»

Renardo se reclinó sobre su sillón de oficina y empezó a contarles lo importante que era aquella empresa para él y como una pequeña tienda había crecido hasta ser lo que era ahora.

—…Sus propuestas son buenas, pero esto no solo se trata de ganancias. Necesito saber que los que tendrán una participación importante de mi compañía no solo están preocupados en sacar el máximo provecho, no es que me queje de ello. —Renardo sonrió—. Pero necesito que asegurarme que los valores que nos definen como empresa no desaparecerán con vuestra intervención.

—Es consciente de que puedo retirar mi oferta en este momento —dijo el hombre sentado a su lado.

—Lo sé y lo comprendería, por supuesto. 

Loredana hizo un análisis rápido de los pros y los contras, y la decisión no fue tan difícil. No iba a perder aquel trato.

—Estoy dentro —anunció con toda la seguridad que pudo reunir.

—Y yo también.

—Genial. —Renardo se puso de pie—. Anunciaré al ganador en el aniversario de D’agostino y asociados.

Aún confundida por lo que había pasado y sin estar segura de que era precisamente lo que haría para convencer a Renardo, se levantó y caminó hasta la puerta.

—Eso fue interesante —dijo su oponente como si hubiera estado preparado para recibir la noticia.

—Este acuerdo será mío.  

—Es bueno aspirar en grande, pero es mejor que sepas desde ahora que siempre obtengo lo que quiero.

Sonrió de lado.  

—Entonces no será fácil para ti enfrentar la derrota.

Él se acercó a ella hasta que no hubo espacio entre sus cuerpos.

Intentó controlar su reacción ante su cercanía. Mantuvo la frente el alto, aunque sus ojos se desviaron hacia sus labios. Todavía recordaba su sabor y la fiereza con la que la había besado.

Él sonrió presumido como si pudiera leer sus pensamientos.

—Es una lástima que tengamos que competir, seguro podríamos habernos divertido un poco más. —Él se inclinó y colocó la nariz en la curvatura de su cuello.

Contuvo el aliento e intentó mantenerse firme.

—Sé lo que intenta, señor Gior…

—Paolo, llámame Paolo. —La corrigió él—. ¿Y qué crees que intento?

Durante unos segundos se quedó en silencio.

Paolo Giordano. Director ejecutivo de Giorsa.

Nunca había tenido oportunidad de conocer en persona al hombre hasta la noche anterior, así que no sabía cómo lucía; pero su nombre no le era desconocido. ¿Cómo no había reconocido su apellido tan pronto Renardo lo dijo?

Había estado demasiado distraída, pero eso no iba a suceder de nuevo. Conocía la reputación de Paolo Giordano y sabía que no podía volver a bajar la guardia, no si no quería perder un trato que valía millones.

—Tratas de distraerme—dijo por fin, aparentando seguridad. No era el primer pez gordo con el que trataba—, pero no funcionará. Este trato será mío y nada de lo que hagas cambiará eso.

—No lo había considerado, pero gracias por la sugerencia.

Su teléfono comenzó a vibrar en su bolso y Loredana lo tomó como una señal para salir de allí.

Se hizo para atrás y comenzó a buscar el celular. Cuando lo sacó, frunció el ceño al ver el nombre de Aurelio. Él había llamado un par de veces desde la noche anterior y luego le había enviado algunos mensajes. Había ignorado deliberadamente cada uno de sus intentos por contactarla.

—Hasta luego, señor Giordano. —Lo llamó por su apellido solo para irritarlo.

Paolo no se inmutó.

—Por cierto —dijo él—, no recuerdo como dijiste que te llamabas.

—Es porque no te lo dije.

Se dio la vuelta y se marchó de allí sin mirar hacia atrás. Aunque parecía que había salido triunfante de ese encuentro, algo le dijo que estaba equivocada.  Salió de allí sin mirar hacia atrás. Aunque parecía que había salido triunfante de ese encuentro, algo le dijo que estaba equivocada.  

Su celular volvió a sonar tan pronto llegó al estacionamiento. Aurelio no parecía que fuera a rendirse. 

Soltó un suspiro y contestó.

—Hola, cariño. —Su hipocresía la asqueaba—. ¿Todo bien? Estuve tratando de contactarte desde ayer y…

—Hemos terminado —dijo sin ninguna emoción y luego colgó.

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