Capítulo 1

Paolo despertó al escuchar una puerta cerrarse en la distancia. Abrió los ojos y miró en esa dirección antes de dirigir los ojos al lugar a su lado. La mujer con la que había pasado la noche se había marchado. Era una lástima, habría sido divertido estar con ella antes de decirse adiós.

No es que le importara mucho. Era una mujer hermosa, sin duda, y eso era todo. Las relaciones no eran lo suyo, implicaban un nivel de confianza que no creía que podría entregar a alguien que no fuera parte de su familia, e incluso con ellos le había tomado su tiempo abrirse.

Además, por qué acercarse a alguien cuando podrías perderlos. No quería pasar por eso… otra vez.

Era precisamente su aversión a las relaciones el tema de principal preocupación de sus hermanas —una más entrometida que la otra.

A Vanessa y Elaide les encantaba meterse en su vida mientras sus esposos se limitaban a observar. No es que alguien pudiera hacer algo para detenerlas cuando tenían algo en mente. Ellas hacían lo querían cuando lo querían.

Sin importar cuantas veces les había dicho que estaba bien solo, seguían tratando de emparejarlo. Tal y como habían intentado hacer con la cita a ciegas que le habían organizado el día anterior y a la cual lo habían enviado con mentiras.

Amaba a sus hermanas, pero no iba intentar fingir que no estaban locas. 

El sonido de su teléfono lo sacó de sus pensamientos.

Se puso de pie y fue hasta donde estaban sus pantalones, para sacar del bolsillo el aparato que sonaba insistentemente. 

—Paolo Giordano al habla.

No pudo evitar hacer una mueca al decir su apellido. Incluso después de tantos años utilizándolo seguía sin gustarle demasiado. Durante mucho tiempo, pese a lo que decía en su acta de nacimiento, se había limitado a usar el apellido de soltera de su madre.

—Señor, buenos días —saludó su secretario desde el otro lado del teléfono.

Alejó el celular para mirar la hora. Era apenas un poco más de las seis de la mañana.

Nestore era el secretario más eficiente que podía haber encontrado y era bastante madrugador Se preguntó si dormía en algún momento. No es que el fuera quién para hablar sobre ello. La definición que sus hermanas tenían para él era un adicto al trabajo.

—Llamaba para recordarle de su cita con el señor D’agostino.

—No lo he olvidado.

—Después de eso tiene la reunión con los directivos de la empresa… —y así Nestore comenzó a recitarle todos los pendientes del día.

Paolo aprovechó para levantar su ropa y colocarla sobre la cama.

Un objeto brillante llamó su atención desde debajo de la cama y se inclinó a recogerlo. Se trataba de una pulsera, la misma que había visto adornando la muñeca de la mujer sin nombre. Jugó con el objeto en sus manos mientras pensaba en la manera para devolvérsela. Dejarla en la recepción del hotel sonaba mejor, en especial porque no tenía un nombre.

—¿Señor? —preguntó Nestore—. ¿Sigue allí?

—¿Eso es todo?

—Sí.

—Bueno, entonces nos vemos en la oficina más tarde. Y Nestore…

—¿Sí, señor?

—Si mis hermanas te llaman, diles que no estaré en la oficina durante el día.

Sus hermanas seguro se estaban muriendo por llamarle para preguntarle qué tal había ido su cita y no estarían nada contentas cuando descubrieran que se había marchado tan pronto se dio cuenta de la trampa. Entonces le dirían lo malo que era vivir con la cabeza enterrada en los negocios. Había escuchado el mismo discurso más veces de las que podía contar con los dedos y prefería no hacerlo otra vez… al menos hasta finalizar el día.

Pudo escuchar la sonrisa en la voz del hombre cuando habló.

—Así lo haré señor.

Dio por terminada la llamada y se dirigió al baño para tomar una ducha rápida. Todavía tenía que ir a su casa para cambiarse de atuendo.

El sonido del motor de su auto colocó una sonrisa en su rostro tan pronto se subió al él. La única otra cosa que lo apasionaba fuera del trabajo, era manejar. No había mejor sensación que la de sentarse detrás del volante y correr a toda velocidad.

Su casa, al igual que siempre, estaba en silencio cuando llegó. El lugar era demasiado grande para él solo y necesitaba al menos un equipo de cinco personas para mantenerla limpia y organizada.

Su vida había cambiado tanto en los últimos once años. Había pasado de no tener nada, a ser el dueño de diversas propiedades y el director general de la empresa familiar.

Solo mientras se cambiaba de ropa, se dio cuenta que al final no había dejado la pulsera en el hotel. Aquella joya todavía estaba en el bolsillo de su pantalón.

—Genial —musitó y lo colocó en el primer cajón de su velador. Ya se encargaría luego de eso.

Se dirigió a la cocina para desayunar, solo utilizaba el comedor cuando recibía visitas.  

Adelina, su cocinera, estaba cerca de la estufa, preparándole el desayuno como cada mañana. Cuando su madre venía de visita, ella se encargaba de eso. Ella se había mudado a su propio lugar unos años atrás, según ella para darle privacidad. Como si la necesitara. Nunca llevaba a sus pocos encuentros de una noche a su casa, con o sin la presencia de su madre.

—Hola, Adelina —saludó—. Te ves particularmente bien esta mañana.

La mujer soltó una carcajada.

Adelina trabajaba para él desde que se mudó allí, al igual que su esposo que estaba encargado de los jardines.

—Un seductor sin remedio —dijo la mujer sin perder la sonrisa—. Vamos toma tu desayuno.

Paolo asintió y se sentó a la mesa.

Media hora después se encontró dentro de su coche en dirección a D’agostino y asociados. Al igual que siempre que se encontraba frente a un negocio importante, la adrenalina recorría sus venas. Aunque la emoción nunca duraba por mucho tiempo. En cuanto se alzaba victorioso, buscaba el siguiente reto.

Llegó a la empresa diez minutos antes de la hora acordada. Tomó el maletín que estaba en el asiento de pasajero y se dirigió al interior del edificio.

Estaba seguro de que esta sería su última reunión antes de que de Renardo firmara los documentos. Se habían reunido un par de veces antes, la primera fue tan pronto se enteró de que él estaba pensando en expandir su empresa a nivel internacional.

D’agostino y asociados era una empresa de biotecnología para la industria alimentaria. Tenía una reputación en el medio y años de trayectoria. Ahora que ellos querían ampliar sus horizontes, necesitaban un inversor confiable que además viniera con un plan de acción para que las cosas funcionaran.

Es allí donde él entraba. Paolo sabía ver una oportunidad cuando la tenía en frente. Su empresa se encargaría de inyectarle el capital a cambio de recibir un porcentaje de las ganancias. El documento en su mano mostraba con claridad su estrategia para la inserción en el mercado internacional y las ganancias que obtendrían.

El trato tendría que haberse firmado hace unos días, pero por alguna razón Renardo estaba dándole largas.

—Señor Giordano, buenos días —saludó la secretaria de Renardo tan pronto entró. Ella le dio una sonrisa coqueta que ignoró por completo.

Asintió con la cabeza como respuesta.

—El señor D’agostino lo está esperando en su oficina. —La mujer rodeó su escritorio—. Por aquí por favor —indicó ella y lo dirigió por el pasillo.  

La secretaria entró primero a la oficina. Paolo pudo ver por encima de ella que Renardo no estaba solo. Una mujer estaba sentada frente a él y por un instante creyó saber de quien se trataba, pero lo descartó de inmediato.

Esperó que la secretaria anunciara su llegada antes de entrar. La mujer que acompañaba a Renardo se dio la vuelta justo en ese mismo momento y descubrió que no se había equivocado.

Allí, frente a él, estaba la misma mujer que había salido a hurtadillas de su cama esa mañana. Se veía más formal y serena que la noche anterior, pero no cabía duda de que era ella. 

Siempre se había jactado de ser alguien que no se sorprendía con facilidad, pero mentiría si no dijera que la presencia de aquella mujer en la oficina de su futuro socio no lo tomó por sorpresa.

Por un segundo pensó que tal vez era una mala pasada de su mente y que se estaba confundiendo. Sin embargo, sabía que no era así.

Mantuvo su rostro inexpresivo mientras la miraba de pies a cabeza. Se veía demasiado seria enfundada en su traje de oficina al igual que con su cabello castaño recogido en una tensa cola. Recordó esa misma cabellera extendida en la cama mientras ella estaba debajo de él y aquellos ojos severos brillando con pasión.

Jamás se le habría ocurrido pensar que se la encontraría de nuevo apenas unas horas después de que ella hubiera abandonado su cama. Era claro por la expresión de la mujer que ella tampoco estaba preparada para verlo allí.

—Señorita Romano, le presentó al señor Giordano.

Interrumpió su análisis al escuchar el apellido.

«¿Romano?»

No le tomó demasiado tiempo hacer las conexiones necesarias.

Aquella mujer era la hija de Sabino Romano. Y si sus instintos no se equivocan, él se había acostado con su futura competencia porque solo se imaginaba una razón por la que ella estaba reunida con Renardo.

—Señorita Romano, un gusto verla de nuevo —dijo. Estiró la mano y le dio una sonrisa de cortesía—. No esperaba verla tan pronto.

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