6. Adam

Adam estaba desconcentrado. Toda aquella mañana había sido demasiado rara para él, y no tenía ni idea de como iban a mirarlo sus empleados ahora que había despedido a una ayudante que había salido llorando del edificio, cargando solo con un bolso y una minúscula planta de escritorio.

Y por si eso fuera poco, los informes financieros que le habían hecho llegar no cuadraban, así que los estaba revisando de nuevo.

Y en esa tediosa tarea se encontraba inmerso, cuando escuchó el estridente sonido de su teléfono móvil. Lo miró con desdén, pensando que sería alguna llamada de la que podría librarse, pero pronto se dio cuenta de que el número que aparecía en la pantalla era el de Benedict, el Beta de su padre.

- Dígame.

- Hola muchacho.

- Te he pedido que no me llames así.

- Chico, aunque ahora seas un hombre importante, para mi nunca dejarás de ser un muchacho.

- ¿Qué deseas?- dijo Adam cortando la charla sin trascendencia del hombre.

- Llamó para preguntarte como se llama tu compañera, porque doy por hecho que vienes acompañado, y ya sabes que aquí nos tomamos muy en serio la seguridad.

Adam se quedó en blanco, no tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero si que tenía claro que no podía acudir a aquella casa él solo.

- Si, por supuesto que iré acompañado.

- Bueno, pues eso, que como se llama.

Adam pensó a toda la velocidad que su cerebro podía trabajar, y de repente de sus labios escapó un nombre que no hubiera esperado decir nunca.

- Sarah Meinland.

- Perfecto, lo prepararemos todo para vuestra llegada.

El Beta de su padre colgó en cuanto tuvo la información que necesitaba, pero él se quedó estupefacto, contemplando el aparato como si estuviera a punto de explotar ¿de veras había sido capaz de decir su nombre sin darse cuenta del problema en el que se estaba metiendo?

¿Cómo iba a convencer ahora a esa mujer a la que acababa de despedir, de que lo acompañara a una visita a su casa? Él sabía que no podía permitirse ir solo, no quería que volvieran a humillarlo, y eso es exactamente lo que ocurriría si aparecía solo; así que tenía que convencerla de que lo acompañara a cualquier precio.

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