Capítulo 2

Me detuve en un pequeño parque, quería tomar lugar en un banca y comenzar a llorar, pero no creo que sea la mejor de mis ideas, de esto sólo resultaría dos escenarios, alguien llamaría a la policía y terminaría en un centro psiquiátrico o me tomarían una foto y mañana saldría en los titulares Margareth Ford llorando como una loca en público.

Caminé a una pequeña cafetería, busque la mesa más alejada de todos, un joven de cabello rubio me atendió, después de que me llevo una taza de café con una rebanada de pastel, las lágrimas salieron descontroladas, cayeron sobre mi pastel, no quería nada, tampoco sabia qué hacer o a dónde ir, no tenía amigas, mi madre seguramente estaría enfada si le digo lo del divorcio, estaba totalmente sola.

–Señorita, ¿Quiere que le traiga algo? –dudó chico.

–Supongo que la cuenta.

Él se retiró, tardó un poco en volver antes de colocar el papel con la cantidad en la mesa.

–¿Usted sabe qué idioma habla la tortuga?

–¿Qué?

–¿Usted sabe qué idioma habla la tortuga? –repitió.

Era la pregunta más extraña que me hacían en toda mi vida, me limité a negar con un movimiento de cabeza, el chico sonrió antes de inclinarse y darme la respuesta.

–En tortugues.

No sé si fue la sonrisa contagiosa del chico o el hecho que intentaba hacerme sentir mejor, pero solté una pequeña risa, fue un instante que me sentí mejor.

–Lo lamento –bajó la mirada –. Sé que es un poco tonto, pero una mujer como usted no debería estar triste.

–¿Una mujer como yo?

–Si, una mujer hermosa.

Parece que se dió cuenta de sus palabras cuando iba a corregirse un hombre mayor le gritó desde el mostrador.

–¡Dewey! ¡Deja de perder el tiempo y ven aquí!

–Salgo en quince minutos –murmuró –. La puedo llevar a un lugar donde se sentirá mejor, si usted quiere. 

–¡Dewey!

–Gracias –respondí al señalar al hombre que no paraba de mirarlo. 

No sé si ya perdí la cabeza, pero estoy segura que el día de ayer no estuviera aquí esperando a un chico al que posiblemente le duplico la edad. Aunque ahora mismo no tengo a donde ir.

El chico salió con unos jeans azules y camisa negra, se veía más jovén así. 

–¿Vas a venir? –dudó al verme. Afirmé y lo seguí a la salida, caminamos por la acera en silencio, habían pocas personas a pesar de la hora. 

–El lugar está cerca –indicó –. Soy Dewey Weiditz.

–Margareth O'Neil. –Supongo que debo comenzar a usar mi apellido de soltera, el Ford ha quedado atrás.  –Puedes decirme Maggie. 

Su sonrisa es muy sincera y sus ojos brillan con esperanza, no es una sorpresa para un chico tan joven, tiene todo un futuro por delante, una vida con todas las posibilidades. 

–Llegamos –murmuró al tomar mi mano y llevarme adentro de un edificio, cerca de una entrada se encontraba un hombre robusto y alto –. Hola Mark.

–Hola Dewey, has venido antes aún no ha salido. 

–Lo sé, me gustaría ver el final. 

El hombre me dio una mirada, me dí cuenta que fijó su vista en nuestras manos entrelazadas y sonrió, me hizo sentir incómoda por lo que pensaría en este momento. 

–Solo por está vez. 

Abrió la puerta para dejarnos entrar, me sorprendió cuando ví un elegante teatro, el sonido de la música llego a mis oídos, sentí un cosquilleo en mi cuerpo cuando lo escuché, al darme la vuelta una chica de cabello rubio estaba en el escenario, traía un vestido negro, su brazo se agitaba contra las cuerdas del pequeño violín que tenía en sus manos, el sonido era angelical. La música se sentía en cada parte de mi cuerpo, cada nota era perfecta, no había público, lo estaba haciendo sola, ella tocaba para sí misma.

Disfrutaba la música, pero no cualquier música, recuerdo que papá nos llevaba a ver alguna orquesta sinfónica a mi hermana y a mí, era tan emocionante escucharla, no entendí muy bien como este chico sin conocerme me trajo hasta aquí, a algo que me deleitaba.

–¡Dew! Te he dicho que no traigas a nadie aquí –reclamó la chica desde el escenario, guardó su violín con rapidez y bajó del escenario –. Ich will nicht, dass mich jemand hört. 

Le dijo algo en alemán que no entendí, reconocía el idioma, recuerdo que cuando fui a algunas reuniones con Sean algunos socios hablaban en Alemán.

–Es tut mir Leid, Sie war trauring –murmuró Dewey –. Tú música siempre me anima. 

–Si estaba triste le podías comprar un helado –gruñó –. No traigas a nadie aquí. 

–Lo lamento mucho –interrumpí –. No quería que tuviera problemas, fue amable eso es todo y tocas precioso, hace años que no escuchaba algo tan perfecto. 

La chica me vio y cambió de postura.

–Soy Maggie. 

–Madeleine Weiditz, la hermana de este tarado. 

–Un gusto Madeleine, fue muy hermoso y sí que me siento mejor, muchas gracias. 

–Me falta un poco, pero mis vecinos se han aburrido de escucharme así que tuve que venir aquí al menos por unas horas, tengo una presentación el viernes y tiene que sonar bien. 

–Suena hermoso. 

–Me agradas –sonrió.

–¡Ya debo cerrar, chicos! –gritó el hombre que nos había dejado entrar.

–¿Vienes con nosotros? –preguntó Madeleine. 

Mire a Dewey que se había mantenido en silencio con su hermana al lado, ella se veía mayor que él y más sensata, por primera vez en mi vida no tengo nada planeado y por supuesto nada que tenga que ver con Sean. 

–¿A dónde van? –dudé. 

–Pasaremos por algo de comer y luego iremos al departamento, te podemos llevar a casa más tarde–mencionó. 

–Acepto. 

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