Capítulo Dos

NARRA AMAYA

Pasadas las diez de la noche aparco el coche frente a la residencia donde vive Alexandra y hago soñar el claxon tres veces. La chica baja con el vestido más horrible que he visto en mi vida y me regala una sonrisa tierna como si yo fuera su jodida cita.

—No me lo tomes a mal, pero así no irás a Infierno— le digo tan pronto entra en el coche. — Pasaremos por mi casa antes.

Cuarenta minutos después entramos al bar con Alexandra vistiendo tan sexy que hará que hasta los meseros suelten la bandeja para detenerse a contemplarla.

Ocupó una mesa lejos de la barra y me siento con los pies cruzados a esperar tranquilamente que acabe la noche.

Pido un vaso de jugo de arándano y una botella de agua, mientras que Alexandra se atiborra de Screwdriver, dentro de media hora no recordará ni cómo se llama.

Una hora después, tal como predije, Alexandra está ebria. La observo mientras baila y se besuquea en la pista con dos tipos a la vez. No es Andres, pero ambos están más deliciosos que el tonto capitán del equipo. Me imagino que esta noche mi amiga tenga su primer trío. Mañana sin dudas no podrá ni sentarse. Sonrió ante  la dirección que han tomado mis pensamientos.

Creo que ya ha estado bien por hoy, mejor que me vaya a casa. Esta noche como simple expectadora me ha confirmado que nada de lo que se mueve en este bar me emociona, nada llena el vacío que regresa en las mañanas después que los niveles de adrenalina han  bajado. Alejarme de este mundo sin dudas es una buena decisión.

Camino  hacia la barra a cancelar la cuenta haciéndome paso entre el gentío que me roza a cada paso. Llamo a la bartender con una seña, y la chica me mira pero no me atiende del todo. Está concentrada atendiendo muy profesionalmente a un tipo que está en el extremo de la barra.

Desde la posición que tengo no puedo ver su rostro, pero solo se puede ver que está jodidamente bueno. El desconocido termina de indicarle algo a la chica y se voltea a mi haciendo que se me corte la respiración.

No es un niñato universitario como los que abundan en este club. Es un hombre hecho y derecho, con un Aura que grita “ soy del tipo de hombre que dan la cogida de tu vida”.

Algo en mi me pide que me le acerque, pero la parte centrada y analítica me exige que deje pasar a ese bombón asesino, que solo traerá problemas.

Los hombres de su edad están casados, y sólo buscan aventuras.

Amaya Bezos no necesita sumar a su lista de escándalos el ser la amante de un hombre casado.

La Bartender se acerca y el hombre sigue en el extremo de la barra disfrutando una botella de Jack Daniels.

—Cierra la cuenta— prácticamente le grito a la muchacha que me asiente con la cabeza.

Le hago una seña en dirección al desvonocido, porque a partir de esta noche seré una santa, pero no puedo evitar la curiosidad.

—Él es  nuevo por aquí, ¿no es cierto?, es la primera vez que lo veo— la chica asiente y hace un gesto de disgusto.

—Es el nuevo dueño del bar, es un tipo insufrible. Desde que llegó esta mañana ha despedido a tres meseros y descontado el sueldo de otros tantos incluyéndome. Te recomiendo que te mantengas alejada de él.

—Ok. ¿Le recomendaste a él que se mantuviera alejado de mi?— me observa incrédula— si porque creo que viene hacia  a mi.

Efectivamente el hombre se acerca hasta quedar parado frente a mi. Sus ojos de un verde claro son hipnóticos y su boca es de las que grita que es capaz de hacerte temblar las piernas en pocos segundos.  Su cara de chico malo es de las que atraen a las mujeres, y yo no soy la excepción. Me siento atraída por este hombre, pero trato de ignorar las cosquillas que me recorren la piel. También me olvidó de la satisfacción que me ocasiona que se haya acercado a mi, y no a cualquiera de las cientos de universitarias que están en el bar.

—¿Amaya Bezos?— casi susurra a arcándose más a mi cuerpo, ocasionando que comience a temblar como una hoja, pero intento reponerme y parecer segura de mi como siempre.

— La misma. ¿Nos conocemos de algún sitio? — la pregunta retórica le roba una sonrisa que dicho sea de paso termina por robarme el aliento a mi, y termino pasando saliva.

—Eso creo. Te he visto bailando como dios te trajo al mundo esta tarde, en las cámaras de seguridad del bar. Me gusto lo que vi, y me dijeron que eras cliente habitual. Por eso sé tu nombre—mis mejillas se tiñen de rubor e intento marcharme.

El me toma de un brazo  y tira de mi hacia su cuerpo. Lo miro con ira y me suelto de su agarre, pero solo pasa su mano a mi espalda uniéndome a él aún más.

—Quiero que bailes para mi—susurra a mi oído haciendo que me derrita—en privado— mis piernas se sienten como mantequilla y permito que su boca recorra mi cuello sin alejarme de él.  Todo en él grita poder, su aroma se siente el riesgo que conlleva acercarse a él. Nunca había estado cerca de alguien que me hiciera sentir así, siento miedo, peligro, morbo. Pero lo peor de todo es que me gusta lo que ocasiona en mi.

—No soy bailarina, Señor... — el capta mi frase y responde

—Di Alberti, Marcelo Di Alberti. No importa que o seas bailarina, me prende como lo haces. Te pagaré bien— su proposición me hace sentir avergonzada como si de una p**a se tratara. Logro empujarlo y me aparto de él, fingiendo una carcajada.

—Créame Señor Di Alberti, lo último que necesito en esta vida, y en la próxima es dinero.

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