Capítulo III

Sergio caminaba de un lado a otro por el pasillo, observado por Marcela, sentada sobre una silla plástica, al costado de un garrafón de agua vacío. Por momentos intercambiaban una mirada, pero al instante se evadían, solo para volverse a encontrar unos minutos después. Vieron a las enfermeras entrar con los gemelos y entonces volvieron a unir sus miradas.

—¿Te parece si vamos por un café? —preguntó Sergio.

Marcela asintió y tomaron juntos el ascensor, en silencio.

La loción de Sergio impregnó el elevador. Era un hombre de casi dos metros, tan grueso que casi ocupaba la mitad del cubículo, reduciendo a su compañera a un costado, contra la pared. Mantenía la cabeza gacha, las manos juntas, el rostro de un niño que ha sido regañado por su padre después de una diablura. Marcela no sabía si compadecerlo o también reprocharle

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