La viuda joven y millonaria
La viuda joven y millonaria
Por: Ivonne Mogollon
CAPITULO 1

Don Juan Montero, multimillonario hacendado de la región de San Miguel en el estado  Trujillo,  llegó a su hacienda “La Montanera”,  de sorpresa, se veía bien, recuperado, no parecía una persona que había sido desahuciado por la ciencia, hace un mes aproximadamente, quien a pesar de sus sesenta años, conserva mucho de sus atractivos, en época de juventud.

Para, Helena España, su joven y hermosa Gerente General,  de apenas veinticuatro años, fue una agradable sorpresa verlo ahí, de pie en el umbral de la puerta en su oficina, razón por la cual, sonriendo y con unas ganas inmensas de correr hacia él, se levantó de su asiento apenas lo vio, caminando a su encuentro.

El haciendo lo mismo, hacia ella sonrió, la abrazó y le besó levemente los labios;  beso éste que no fue rechazado por ella, pues sentía, mucho agradecimiento, cariño y hasta una especie de lastima, por él.

—¿Cómo estás? Preguntó él, todo emocionado.

—Estoy muy bien, ahora, dime ¿Cómo estás tú? ¿Cómo te sientes?

—En este instante, inmensamente feliz —respondió él, respirando muy profundamente, aspirando la envolvente fragancia que de ella emana.

«Trataré de darle muchas alegrías, antes de que se vaya de este mundo» pensó ella, recordando el día que Juan fue sometido  a cirugía  y su médico habló con ella.

«Señorita Helena, no hay nada que hacer, ya está totalmente invadido por la enfermedad. No hay posibilidad de curación alguna. Le queda muy poco tiempo de vida», le confirmó, el medico al salir del quirófano. Noticia esta que al recibirla la llevó a permanecer más días a su lado, exponiéndose “al qué dirán de los demás”.

Concentrados en este abrazo, escuchan detrás de ellos la voz fría y cortante de Thomas Briceño, su hijo de crianza, quién le preguntó, muy enojado:

—¿Por qué no me avisaste que venias, papá? Hubiera ido por ti. —Con su mirada afilada fija en la espalda de su padre y de rabia al ver a Helena en los brazos de su padre.

—Quería darles la sorpresa —dijo don Juan, volteando su cuerpo hacia su hijo, sonriendo con ojos y labios; mientras, Helena camina de vuelta hacia su sillón frente al escritorio. 

—De veras, me hubiera gustado ir por ti. Pero bueno, ya veo que hay otras personas que tienen ese privilegio, antes que yo—afirmó con su cara larga, retirándose, sin prestarle atención a su padre, que lo llamaba.

—Thomas… Thomas… Thomas… —le llamó don Juan.

»Nunca pensé que Thomas reaccionará así —le dijo Juan a Helena, con una mirada muy triste, pues, realmente amaba a Thomas como a su propio hijo.

—¿Porque no te sinceras con él? Cuéntale la verdad, tu hijo te lo agradecerá. A todos aquí nos consta como te ama y te admira —respondió ella, sintiendo su corazón latir con fuerza en el pecho, pensando en lo que Thomas pudo haber visto y lo que esto representa para ella, cuando lo vuelva a tener de frente.

Seguidamente, don Juan salió de la oficina, en busca de su hijo, en tanto, ella hecha un mar de confusiones por todo lo que pasó, quedó preocupada, primero por la actitud de Thomas y segundo, por el comportamiento de Juan, recriminándose por haber dejado que él la besara así, quizás… Thomas los vio.

Ese mismo día, en horas de la tarde, ella recibe una llamada de  don Juan, para invitarla a cenar, invitación ésta, que aceptó de inmediato. Al concluir su jornada laboral, ella sale hacia el área del garaje donde tropieza con Thomas de frente, distraída, mientras revisa unos documentos que lleva en sus manos.

—¡Puaj! —gritó, Thomas.

—¡Perdón! —comentó ella.

—Por lo visto, ya no te conformas con el cargo que papá te ha dado, sin merecer, sino que ahora, vas por él hombre ¿Por qué juegas así conmigo?

«Me vio, cuando Juan me besó», fue lo primero que pensó ella, ante sus palabras.

No obstante, ante éste ataque verbal, solo lo miró y quiso seguir su camino, ignorándolo, pero, él halándola fuertemente por el brazo, le dijo entre dientes:

—No me vas a dejar con la palabra en la boca —apretándola fuertemente por el brazo, hasta causarle dolor y atrayéndola más hacia su cuerpo.

—¡Ay! Por favor, ¡suéltame, Thomas! ¡Me estas lastimando! —le pidió ella, en tono suplicante.

—No voy a permitir que te salgas con la tuya. ¿Me escuchas? —le dijo él, acercándola a su cuerpo de manera brusca.

—Por favor Thomas, déjame, no tienes derecho alguno a reclamar algo. Siempre estás pensando lo peor de mí.

»Suéltame, por favor, déjame ir  —Ante esta insistencia, él la soltó rápidamente, caminando hacia las oficinas.

Ella continuando su camino, masajeándose su brazo, subió a la camioneta que le había sido asignada por don Juan, antes de su último viaje y en la cual la esperaba su chófer, quien observó todo silenciosamente.

Una vez en la camioneta, Helena apoyándose en el espaldar del asiento trasero, derramando unas silenciosas pero dolorosas lágrimas,  comenzó a recordar aquel primer día que llegó a su pueblo, después de haber obtenido su título de Ingeniera Agrónoma.

Este título, le costó muchos esfuerzos, sacrificios y enfrentamientos con sus compañeros de clases y hasta con sus conterráneos, para quienes esta profesión no era para mujeres, sino un campo laboral, netamente masculino.

En el recorrido hacia su pequeña casa y montada en la destartalada camioneta que para ese entonces manejaba su padre, de repente, le llamó la atención un hombre, quien salía del mercado mayorista camino a una camioneta de lujo, estacionada justo por la misma vía donde ella y su padre venían.

Ella concentrada en su físico, pues, era un hombre joven de unos treinta años, alto, atlético, guapo, muy atractivo, parecía un príncipe de cuentos, se encontró de frente con su mirada y sonrisa burlona, demostrando el confiado y conocido interés que producía en los ejemplares del sexo opuesto. ¿Quién será? Se preguntó en aquel momento.

Pero la respuesta a esa pregunta, la obtuvo al día siguiente, cuando acompañada de su amigo Raúl del Castillo, asistió a una celebración en la Hacienda La Montanera, la primera hacienda productiva y próspera de la región y del país, en la cual conocio a Don Juan Montero el hombre más rico de la región, según algunos, incluso del país y su hijo de crianza Thomas Briceño, el precioso ejemplar masculino, que habia visto salir el dia anterior del mercado mayorista y quien le dedico una sonrisa burlona, por la forma como ella lo estaba observando. Ella al observarlo, le dedico una leve sonrisa, recordando el episodio del dia anterior.

Volviendo a su realidad, frente a su casa, ella secó sus lágrimas, se bajó de la camioneta y comenzó a revisar mentalmente su closet, para elegir cual vestido ponerse esa noche para la invitación que le hizo don Juan. Eligiendo un traje tipo sirena, todo cerrado en la parte delantera, pero con un profundo y extraordinario escote en la parte trasera, que resalta de forma espectacular  su figura.        

Siendo las ocho en punto de la noche, don Juan, llegó a la casa de Helena, se bajó para saludar a sus padres; sin embargo, se  despidió  casi de inmediato, porque la llevaría a comer a un famoso y lujoso restaurante en la capital del estado. Una vez en el coche, alabó lo hermosa y bella que se veía.

—¡Oh, Helena! De veras, eres una mujer muy hermosa.

—Gracias, Juan —le respondió ella con una sonrisa de satisfacción.

En el trayecto, al restaurante, fue conversando con ella y poniéndose al día sobre las cosas de la hacienda, sobre todo lo relacionado con sus nuevas investigaciones. Además de preguntarle cómo se sentía en este nuevo cargo, pues, justo una semana antes de someterse a la cirugía que le practicaron, la nombró Gerente General, en la hacienda, mientras, a su hijo Thomas, el Gerente y Presidente, en el resto de sus empresas e inversiones.

Ella le detalló algunos asuntos, pero sin comentar para nada, todos los enfrentamientos que sigue teniendo con su hijo, quien no confía, ni cree en ella. Al llegar al local, entraron y él buscó al maître para que los condujera a la mesa que había reservado. Pidió de inmediato, la mejor botella de champan, una vez que les sirvieron en las copas, él le dice:

—Según  mi amigo Heriberto, me quedaban de tres a seis meses de vida. Ahora, tomando en cuenta la fecha que fui a pabellón y el mes de recuperación que acabo de culminar,  me queda menos tiempo.

—¡Oh, Dios! ¿Has consultado a otros médicos? —preguntó ella con un tono y gesto triste, al borde de las lágrimas.

—No, Heriberto es toda una eminencia. Confío en él —respondió con un tono de voz grave.

—¡Lo siento! Juan —afirmó ella, con su rostro muy triste.

—No quiero tu lastima Helena, por favor, ese día no nací yo.

—Ten seguro, que no es lastima.

—A veces siento que me quieres, pero otras veces, me da la impresión que estás enamorado de otro ¿Es esto cierto?

—Nunca, me has preguntado por mis sentimientos ¿Por qué ahora?

—Te hice una pregunta y quiero una respuesta —respondió el mirándola a los ojos.

Ella, no está dispuesta a reconocer delante de él que ama a su hijo, pero que lamentablemente éste la desprecia; por lo tanto, niega cualquier sentimiento de amor, basándose en lo que en una oportunidad le comentó a él:

—Por ahora, no me interesa conocer el amor, sino dedicarme de lleno a salvar a mi padre, su salud es para mí una prioridad y cada día ésta se deteriora más, aún no he podido, conseguir el donante, ni todos los recursos que necesito.

 —Entonces, te tengo una propuesta, cásate conmigo y cubriré todo lo relacionado con la operación de tu padre, incluyendo el donante. Desde que llegaste a mi hacienda invitada por Raúl, me sentí muy atraído por ti,  ya que me voy a ir de este mundo, que al menos tú recibas lo que tanto necesitas.    

—¿Quéeeeee? —Se alzó la voz indignada de Helena, antes que su mirada se enfrentará con rabia a la de don Juan —. ¡¡Ni de broma!!

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