(cap 1) El hallazgo (3)

Bajan ambos, Adrián da un beso a su madre, agarra su mochila y emprenden su camino.

En el auto, camino al colegio, tanto Robert como Elizabeth se mantienen en silencio. La niña, con la misma cara de desgano con la que se había levantado. Su postura lo dice todo, más que sentada, está desparramada en la butaca del acompañante, mirando por la ventana como el sol va derritiendo la nieve caída durante la noche.

Robert es quien rompe el silencio.

—Es por Mathew ¿no? —al contrario que con su madre, a él le contaba todo, por eso sabe muy bien por donde viene tan mal humor.

Si pa. No sé porque sigo pensando en él —dice y luego suelta un suspiro, que empaña el vidrio de la ventanilla.

—El amor hija, el amor —la consuela Robert mientras acaricia su mejilla—. Uno no elije de quien se enamora por más que pienses que sí. Sino mira a tu madre con quien se metió —una pequeña broma basta para sacarle una sonrisa.

Con el mismo destino, pero más retrasados, se encuentran los amigos dirigiéndose a un nuevo día de clases. Para el momento en que toman la calle principal es cuando Adrián decide insistir con saber que había sido toda esa locura de Thomas.

—¿Vas a hacerme esperar mucho más? —Adrián está ya demasiado intrigado.

—Estoy pensando bien cómo contártelo —la respuesta logra aumentar mucho más la intriga.

—Dale, no me hagas preocupar por nada. ¡Cuéntame ya! —insiste.

Thomas, sabe muy bien que se pondrá cada vez más denso si no le cuenta. Ya no tiene opción.

—Te cuento, pero te largas a reír y no te cuento nunca más nada —por más que solo había sido un sueño, tenía ciertos elementos que lo inquietaban.

Le contó todo, con lujos de detalles tal cual se acordaba. Desde ese símbolo que quedó grabado en su mente, pasando por el saber anticipadamente lo que vendría, hasta ese ardor tan real que aún después de despertarse sentía.

—Ah, bueno. Los videojuegos te están quemando la cabeza, querido amigo —se burla Adrián una vez terminado el relato. Pero sin soltar ni una risa.

—De verdad te estoy diciendo —la seriedad en su tono hizo que paren las burlas y lo que quedaba de camino se mantuvieron en silencio, pensativos. Adrián, misteriosamente no volvió a preguntar. Ni Thomas agregó nada a la anécdota.

—Tarde —dice Robert, quien está como siempre supervisando la entrada de los estudiantes— Se nota que te desviaste en el camino —agrega haciendo alusión a la compañía de Adrián— Aquí tienes tu mochila —Thomas se la saca de las manos apurado y mirando hacia todos lados, ya que nunca le gustó que los demás lo vieran en situación de hijo del director.

—Y rápido que comienza su clase —agrega mientras los jóvenes ya recorren el pasillo principal.

Ya en el salón de clases, Thomas se remite solo a su pensamiento. Mientras, transcurre la hora de matemáticas.

<<Tal vez son mis ganas de que ocurra algo interesante lo que me hizo sentirlo tan real>> piensa <<algo en que ocupar mi mente mientras sigo metido en este aburrido pueblo>> Pero ¿pueden solo las ganas de algo, volverse realidad? ¿puede un sueño provocar dolor verdadero? Thomas piensa que esto no es posible, pero también, recuerda muy bien ese dolor en su cuerpo.

—Pude haberme golpeado mientras dormía —su pensamiento sale por su boca.

—¡Señor Tindergar! —exclama el profesor Carson— Eso que está en su hoja no se parece ni un poco a los ejercicios que estamos haciendo. —El muchacho se percata de que, mientras estaba dentro de su cabeza, casi como por impulso, garabateó algo en su hoja. Cuando vio lo que hizo, lo tapó con su cartuchera asustado y levantó su mirada, todos en el aula están observándolo y continúan haciéndolo hasta que el profesor pide que prosigan con la tarea. Adrián, quien está en el banco que se encuentra delante de él, no le saca los ojos de encima. Le llamó mucho la atención lo nervioso que se puso su amigo. Una vez que el profesor Carson recupera la atención de todo el salón, Thomas corre por fin la cartuchera, dejando ya visible aquel garabato. Abre sus ojos sorprendido. Sin pensarlo, incluso sin darse cuenta, lo que dibujó es exactamente igual al símbolo que vio en aquella puerta en su sueño. Arranca la hoja de su carpeta, la dobla en cuatro y guarda en su bolsillo derecho del pantalón. ¿Podía haber quedado tan obsesionado solo con un sueño?, él sabe que no, algo más está pasando.

La mañana transcurrió con más normalidad de como venía hasta ahora y será que Thomas estuvo tan distraído que, al sonar el timbre, pensó que era el momento del recreo, pero en realidad ya había terminado el día de clases. En cuanto se percata, guarda sus cosas apurado y junto a Adrián salen del salón. Ambos saben que los espera un día más que interesante.

Saliendo de la escuela, se encuentran con Elizabeth, como es de costumbre.

No llegaron a caminar dos metros después de la escalinata cuando Adrián es sobrepasado por la intriga, esa que tanto lo caracteriza.

—¿Qué estabas dibujando? ¿Por qué lo escondiste? ¿Qué te puso tan nervioso? ¡Ey, te estoy hablando! —Thomas va demasiado callado. Ni siquiera lo mira, y su mano, metida en el bolsillo donde guardó el dibujo.

—¿Te soy sincero amigo? —dice— No tengo respuesta para ninguna de esas preguntas —y es verdad. Ni él entiende que está ocurriendo.

—¿De qué están hablando? —pregunta Eli. 

—De nada —responde su hermano. Con un curioso ya es suficiente.

—Aunque sea, déjame ver el dibujo —Adrián no se permite quedarse afuera de nada.

Thomas, acusa que lo había tirado. Sabe muy bien que está mintiendo, pero prefiere alejarse de los cuestionamientos, al menos hasta poder entender mejor él mismo.

Su amigo acepta la respuesta, pero advierte perfectamente que Thomas no saca la mano de su bolsillo.

Los tres se dirigen al mismo lugar, la casa de los hermanos. Adrián está ansioso por seguir con el juego que dejaron el día anterior y Thomas desea que le hayan devuelto el cable de la consola.

Al llegar, los recibe Margareth con el almuerzo ya listo para los tres. Es moneda corriente que Adrián vaya para ahí. Junto a Thomas ya forman un dúo inseparable desde hace cinco años, prácticamente desde el primer día del secundario. Antes eran solo vecinos, pero en la escuela supieron conocerse.

Sin decir mucho terminan de comer. Apurados y sin siquiera levantar los platos salen corriendo a la habitación.

Vamos a seguir con lo nuestro —dice Thomas mientras suben las escaleras, a la vez que a Margareth, le comienza a aparecer una sonrisa y con ésta, la confirmación de que seguir con el castigo era lo correcto.

—No prende —dice Adrián, mientras Thomas se acomoda en su lugar habitual, a los pies de su cama, hasta donde llega el cable del joystick —. Dime que no lo quemaste jugando toda la noche —bromea Adrián— Esto me huele a castigo.

—Pero, que buen olfato tienes —Thomas deja salir a su sarcasmo— ¿no habrás sido perro en tu vida pasada?

Se le ocurre ir a pedirle el cable a su madre, no sin antes, pedirle a su amigo que lo acompañe. Tiene esperanza de que estando con él, su madre seria menos dura.

Margareth está en la cocina, lavando los platos recién usados y ni bien bajaron comenzó el cuestionamiento.

—Ma, ¿me devuelves el cable? —la respuesta que recibió fue un rotundo no, mientras, el agua del lavatorio sigue corriendo—. Dale ma —insiste—. Estábamos en una parte del juego que… —no pudo terminar la frase.

—Ay hijo —interrumpe Margareth con una voz cansada— ¿Cuándo vas a crecer?

—¡Jugar con los videojuegos no quiere decir que no crezca! —eso lo enfureció. Se nota en su cara—. Ustedes no saben nada —reprocha sumando a su padre al reclamo.

Margareth cierra la canilla, se apoya en la mesada y respira profundo.

—Puede ser que nosotros no entendamos muchas cosas —responde mirando cómo se termina de escurrir el agua por la rejilla— ¿Tener dieciocho años y no saber que quieres de tu vida, eso sí es crecer? —lo increpa ya mirándolo a los ojos. Su madre tiene la paciencia colmada— No levantar los platos de la mesa e ir desesperado a pegarte a una pantalla, ¿eso también es crecer? —no deja meter ni un bocado a su hijo— Me parece que el que no entiende nada eres tú —claramente la idea de que sea más leve no había funcionado y Adrián ya se está lamentando de haber ido hoy. Los muchachos solo escuchan, Margareth esta vez tiene mucho por decir— ¿Por qué no nos sentamos y charlamos sobre lo de ayer? —Thomas, no duda en responder.

—Antes de hablar de eso prefiero salir a caminar —dice mientras abandona de la cocina—. Voy a salir a ver la luz del día, lograste eso que tantas veces pediste —Tankian sigue sus pasos y su madre prefiere dejar que se vaya. En estos términos no iban a llegar a ningún lado, incluso, le parece bien que por fin salga una tarde de su habitación.

Thomas, ya no se encuentra en la casa para cuando su madre abre la canilla para terminar con lo que estaba haciendo. Adrián, debido a la tensión, se había quedado inmóvil y todavía sigue parado allí.

—¿Y tú? ¿Me quieres ayudar a lavar? —pregunta Margareth, recién ahí el muchacho pudo reaccionar.

—No señora —atinó a decir—. Tal vez otro día —agacha la cabeza y así abandona también la cocina. Yéndose debe pasar inevitablemente por el cuarto de estar, donde está sentada Elizabeth haciendo la tarea que le habían dado hoy. Al pasar por su lado le palmea la espalda.

—En unos años te va a tocar a vos —le dice en voz baja y abandona la casa.

O Adrián había estado atónito por la situación más de lo que creyó o Thomas caminó demasiado rápido, porque al salir ya no podía divisarlo. Si bien Calm River no es grande, no va a encontrarlo solo por ponerse a caminar, pero hay un lugar en particular donde su amigo va en estas situaciones. Toma la calle que va hacia el centro del pueblo, por la cual llega a ese lugar y ahí está Thomas, sentado en el árbol caído junto a la iglesia. Por alguna razón ese lugar lograba calmarlo, al menos un poco. Tankian se encuentra sentado junto a él.

—¿Qué sucede amigo? —pregunta mientras se sienta a su lado. Thomas sigue con cara de enojo, mirando a la nada y Tankian se encuentra sentado junto a él, con la misma actitud.

—Sé que aparte de lo de recién pasó algo más. Puedes contarme —no solo pregunta de curioso—. Soy tu hermano —él lo considera como ese hermano que nunca tuvo. Después de unos instantes, Thomas rompe el silencio.

—¿No te parece que este pueblo es demasiado aburrido? —le pregunta mientras levanta una piedra del suelo.

¿Qué hacemos aquí? —Adrián no entiende a que va con esto—. Deberíamos irnos.

— Por eso, vamos a mi casa si quieres —le dice mientras pone una mano en su espalda.

—No Adrián, digo de irnos de aquí, de Calm River —reprocha al momento en que lanza la piedra contra un árbol cercano.

—¿Qué pasó para que tengas semejante idea Thomas?

—Mis padres —responde—. Siguen presionándome con el tema de mi futuro.

Adrián acerca su mano al mentón, el cual acaricia con sus dedos índice y pulgar, entrecierra los ojos, aprieta sus labios y de su boca sale.

—Amigo… creo que en cierto punto tienen razón. Ya deberías… —un rotundo ¡NO! Interrumpe su habla.

—¿Tú también con eso? —las facciones del muchacho, que ya estaban un poco más relajadas, vuelven a tensionarse—. Al final, parece que se ponen de acuerdo para molestarme —se levanta y camina como si fuera de regreso.

—¡¿Te vas para tu casa?! —le grita Adrián mientras ve cómo se aleja —¿Por qué no vamos a la mía, así te calmas un poco? —insiste.

—¡No voy a la mía, ni a la tuya, me voy al bosque! —contesta mientras apura su paso y como es habitual, Adrián se queda inmóvil en el lugar. En este tipo de situaciones su cerebro se paraliza. Mientras, Tankian está a su lado y se miran mutuamente.

Al momento en que Thomas se encuentra cruzando uno de los brazos del río su amigo le grita:

¿Y qué vas a hacer cuando un árbol te contradiga? ¿Adónde vas a ir?

Thomas frena su paso al instante y parado en el puente responde con enojo:

¡Si quieres ven ¿O te vas a quedar ahí solo?! —claramente prefiere soportar los cuestionamientos de su a migo a que caminar sin compañía por el bosque, ya que está atardeciendo.

—Vamos Tankian —dice Adrián, y ambos salen corriendo para alcanzarlo.

Lo que nadie advirtió es que el cielo está nublado y lo que parece una gran tormenta se avecina.

Estuvieron ambos, junto a Tankian, caminando un largo rato mientras siguen charlando sobre el tema. Al mismo tiempo la tormenta se formaba justo sobre ellos. Suele pasar que cuando charlan el paso del tiempo pierde total importancia, se detiene, ni siquiera lo perciben. Una vez dentro del bosque el sol ya había perdido su fuerza y el primer relámpago aparece acompañado por unas gotas que caen de manera dispersa. La caída del sol, las copas de los árboles y las nubes grises se unieron para dejarlos prácticamente a oscuras de un instante a otro.

El segundo relámpago bastó para que se iluminaran sus rostros asustados. Se olvidaron de sus edades, en esta situación son dos niños y un gato inmersos en la negrura de aquel bosque, sin saber ya que dirección habían tomado ni cuanto caminaron.

Al tercer rayo, los muchachos al unísono anuncian con un movimiento de cabeza que es momento de volver.

Con la ayuda de los flashes del cielo comienzan a correr y la lluvia ya tupida convierte la tierra en barro, el cual dificulta sus pisadas. Entienden perfectamente que un lugar lleno de árboles en medio de una tormenta eléctrica es el equivalente a correr por un campo minado.

Al cabo de un buen rato de correr Thomas se detiene en un sector en donde el campo es más abierto, sin tantos árboles alrededor, una buena zona para recobrar el aliento y pensar mejor hacia donde seguir.

—No podemos seguir corriendo sin saber adónde vamos —dice Thomas con voz agitada.

—Tienes razón, pensemos —contesta Adrián—. Yo soy Hansel y tú eres Gretel.

Ambos comienzan a reír, por un segundo el humor de Adrián les hizo olvidar lo empapados y embarrados que están, pero ese momento no duró mucho. Adrián deja las risas de lado y abre exageradamente los ojos, mira a su alrededor y vuelve su vista a Thomas.

—¿Y Tankian? —le pregunta a su dueño, esperando que por lo menos él no lo haya perdido de vista. La cara que recibe como respuesta deja en claro que lo había hecho.

El primer impulso que tiene es el de volver sobre sus pasos cuando, Adrián lo toma del brazo.

—¿Adónde vas? —cuestiona—. Mírate los pies —ambos están enterrados hasta el tobillo en aquel barro espeso—. No hay huellas que seguir y quedarse acá sigue siendo un peligro —Thomas intenta soltarse.

—Es Tankian, no lo puedo dejar acá —la preocupación es lógica, el quedarse no.

Adrián aprieta más fuerte al ver que su amigo no cambia de parecer, así que, decide calmarlo.

Es un felino más inteligente que nosotros dos. Seguro él sí supo orientarse —sus palabras no logran despreocuparlo, pero sí lo convencen de volver.

Fue el viento o algo más, pero, Thomas siente lo que parece ser un susurro, “Río”, lo repite en voz alta. Adrián lo mira.

—¿Río? —su expresión es entre confuso y risueño.

Al igual que su amigo él tampoco sabe que quiso decir, pero, su cerebro piensa rápidamente.

—Río. Cualquier brazo del río pasa por Calm River y desemboca en el mar, si seguimos su curso volveremos a casa —Adrián se sorprende

—Lo de niño explorador realmente te sirvió ¿eh? —bromea mientras le sacude el cabello.

—Veo que tu gracia también funciona en climas hostiles —le responde —. Vamos a buscar ese río, dale.

Estuvieron corriendo en línea recta hacia el lado contrario a donde iban y no habían llegado a ningún lado, así que las opciones eran dos, pero ¿cuál elegir? Mientras piensan qué camino tomar aparece nuevamente ese susurro en el oído de Thomas, “Derecha”.

—¡Para allí! —grita Thomas decidido, y hacia allí se dirigen, ambos gritando el nombre de su querida mascota que sigue sin aparecer.

Ya no pueden correr, el terreno lo dificulta y acompañando sus pasos siguen los lamentos de Thomas.

—No puede ser que lo haya perdido —se repite mientras mira hacia todos lados. Caminaron un tiempo más y aún no hay rastros de Tankian, al menos la lluvia ha disminuido en intensidad, lo que ayudó a que se deje oír la corriente del río.

—¡Allí está! —grita Adrián y ambos apuraron el paso como si hubieran visto un oasis en el medio del desierto. Ya no había más que pensar, la corriente los llevaría a casa.

Al cabo de unos cuantos metros bordeando el río, Thomas ve lo que parece ser la silueta de su querido gato. No duda un instante y al grito de “Tankian” comienza a correr, las rocas que hay a la vera del río hacen que sus pasos sean más firmes. Adrián no vio absolutamente nada, pero confió en su amigo y fue tras sus pasos.

Si bien allí pueden pisar con más firmeza, no es fácil correr, y debido a la irregularidad de las rocas sus largos pasos se vuelven imprecisos, lo que provoca que Thomas tropiece y caiga con todo el peso de su cuerpo sobre aquel terreno escabroso. Su amigo pudo verlo ya que no sacó sus ojos de él, con un perdido alcanzaba. Llega a dónde está y ayuda a que se levante.

—Creo que tirado en el piso no vas a encontrar a Tankian —se burla mientras su amigo se incorpora, lo toma del brazo y ayuda a que se termine de poner de pie.

El rostro de Thomas parece indicar que el golpe fue bastante duro y sus rodillas lo confirmaron, las rocas rompieron su pantalón y abrieron su piel, podía verse la sangre mezclada con el barro.

—¿Estás bien? —le pregunta preocupado.

—Sí, fue solo un rasguño —mostrarse débil no era una opción para Thomas quien está agachado limpiando sus rodillas, mientras levanta su mirada en busca de aquello que lo había hecho tropezar. No había sentido que su pie haya chocado con algo, sino que, le pareció como si alguien lo hubiera empujado. Se levanta y comienza a recorrer el terreno y en su búsqueda ve que entre las rocas sobresale algo de madera que llama poderosamente su atención, y otra vez esa voz al oído, “Acércate”, decide ir a comprobar de que se trata, mientras Adrián sigue mirando a su alrededor, buscando alguna señal de Tankian.

Thomas comienza a sacar las piedras, descubriendo lo que paree ser un cofre y ni bien termina de liberarlo limpia el barro que tiene pegado en su tapa.

—¡Adrián, ven para aquí! —grita con cara de sorprendido. Al escuchar su tono, su amigo se acerca enseguida.

—¡Un cofre! con lo curioso que es Adrián está emocionado solo de verlo.

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