Tres

Emma

Sus ojos me recorrieron lentamente en cuanto respondió que no estaba bien.

En ese momento lo único que quise hacer fue darle un fuerte abrazo para hacerle sentir mejor emocionalmente, pero no podía arriesgarme a que me diera algún empujón para alejarme de él. Eso sería muy vergonzoso para mí y no podría volver a verle a la cara. Además, eso estaba fuera de lugar. Sentí tanta empatía con él porque yo sabía perfectamente lo que se sentía que te golpearan en la entrada del colegio. Esos recuerdos horribles volvieron a mi mente de un segundo a otro y no pude evitar ayudar a levantarlo.

Se quejó un poco por el dolor del estómago, pero se levantó como si no le hubiese pasado nada. 

—¿Te acompaño hasta la enfermería? Deberían desinfectarte esa herida del labio.

—No hace falta —dijo cortante. ¿Mi presencia le estaba molestando? No sabía la respuesta con seguridad, pero esperaba que no le desagradara que me quedara a su lado para intentar ayudarlo. Su mirada refleja rabia.

—¿Estás seguro?

Se llevó la mano al estómago y sobó la parte afectada repetidas veces.

—Segurísimo.

—No tengo problema en acompañarte —me sorprendí al decirlo. No quería sonar pesada, pero estaba un poco preocupada por él.

—No es necesario —respondió y me dio la espalda para empezar a caminar hacia la entrada—. Puedo ir yo solo. Ve a clase, llegarás a tarde.

Me quedé en mi lugar, observando su espalda derecha.

—Aiden —lo llamé y, para mi sorpresa, no se dio la vuelta. Bueno, no tenía por qué ser una sorpresa, no lo conocía y no sabía cómo era de reaccionar él. Pero supongo que me había quedado con una versión muchísimo más amable de mi compañero. A simple vista y por lo poco que conversé con Aiden el viernes pasado había estado de mejor humor. Y ya que lo pensaba, no podía pretender que estuviese con el mejor de los humores cuando un grupo de estúpidos lo habían rodeado para pegarle, pero sí que esperaba un mejor recibimiento de su parte porque yo solo intentaba ayudarlo—. Insisto.

—No necesito que me acompañes, puedo ir yo solo.

Entró al colegio y me quedé sola en la entrada, sopesando por un segundo.

Su tono me resultó mucho más cortante que cuando le pregunté por primera vez si quería que lo acompañara hasta la enfermería, pero lo entendía, estaba enojadísimo por el suceso. Cuando a mí rara vez algún alumno me brindaba ayuda después de tener que soportar algún abuso por parte de mis compañeros, me comportaba muy amable, pero supongo que todos reaccionamos de distintas maneras.

¿Habrá sentido vergüenza?

Esa pregunta no dejaba de rondar por mi cabeza. Yo sí la sentía después de lo que me hacían y antes también. Me daba mucho miedo y me hacía sentir avergonzada estar asustada de lo que una persona maleducada podía ser capaz de hacerme.

Cuando llegué a la clase de matemáticas, me disculpé con el profesor por mi tardanza y me senté en mi lugar. Observé a mi alrededor, todos los bancos estaban ocupados, a excepción del de una persona: Aiden.

Saqué el libro requerido y la carpeta de mates para copiar lo que el profesor estaba dando y lo que no tenía ganas de aprender. Odiaba las matemáticas. Muy aburrido para mi gusto.

Mis ojos volaron al asiento desocupado y mi mente se centró en él; en ese chico que no conocía nada pero que mucho me intrigaba. Nunca había sentido tanta curiosidad por alguien. Sonaba estúpido, pero así era. Estúpido y raro. Intenté enfocarme en lo que tenía que hacer y me propuse resolver los ejercicios dados. Me sentí orgullosa de mí cuando el profesor pasó por mi banco y me dijo que lo que había hecho estaba perfecto. Al menos comencé la materia del demonio entendiendo el nuevo tema.

Cuando el timbre sonó me fui directo a mi casillero. Al ratito Kendall llegó a mi lado con una expresión rara en el rostro.

—¿Qué te pasa? —le pregunté después de saludarla.

—Chad me propuso saltarnos las clases e irnos a su casa.

—¿Qué? —elevé las cejas. No me gustaba nada esa propuesta de él.

—Lo que escuchas —asintió.

—Supongo que le dijiste que no, ya sabes que eso no se hace y que si mis tíos se enteran te van a querer matar. Apenas empezamos las clases y ya te tientan a hacer esto.

Resopló.

—¿Qué crees que debería hacer?

—¿Acaso no quedó claro? —la miré de reojo mientras metía el libro de matemática en el casillero.

—Pero... es que él me gusta de verdad y no quiero que se decepciones de mí.

—¿Tú quieres irte con él a su casa? Casa que seguramente va a estar completamente vacía —aclaré. Ya me veía las intenciones de ese muchacho.

Pensó su respuesta.

—No sé —dijo.

—A mí me parece que no quieres, que te da miedo hacer eso.

Se encogió de hombros. Su rostro de verdad derrochaba indecisión.

—Si no voy se va a decepcionar.

—¿Crees que él te quiere? —inquirí.

—Obviamente.

—Entonces, si eso es verdad, le dirás que no y él no se decepcionará de ti. Si no te sientes segura en hacer algo, Chad tiene que entenderlo y no decepcionarse para nada. Haz que te respeten, Kendall.

Cerré el casillero, la miré y ella a mí.

—Si te vas me voy a enojar —confesé. No quería ser un estorbo en su relación, pero esa propuesta de él no me caía nada. Además, si tanto se quería escapar del colegio, ¿por qué no la invitaba a algún parque o, quizás, a algún café? Kendall siempre me había dicho que quería esperar hasta el matrimonio para hacerlo, y que después, en la luna de miel, se entregaría al amor de su vida en aquel aspecto. Chad no se me hacía del tipo de chico que acepta y respeta todo de su pareja por amor. No creía que fuera del tipo que dice «quiero hacerlo cuando ella quiera porque la respeto.»

Siempre fui muy sobreprotectora con Kend, no me importaba que fuese mayor que yo por unos meses, la quería proteger de todo. Y algo en mí decía que debía protegerla de Chad. No estaba en posición de decir que él era una mala persona, pero sí podía asegurar que la propuesta era una malintencionada. En el caso de que ella se fuese a la casa de él, habría dos posibilidades, ambas malas; la primera es que ella acepta a hacerlo para no verse mal, lo que implicaría que después se sienta muy mal. La segunda es que ella se niegue a hacerlo y que él se moleste por no conseguir su deseo, lo que también implicaría que Kendall se sienta muy mal y que termine en mi casa esperando que la consuele con comida, abrazos, siendo toda oídos, viendo películas o capítulos de alguna serie y quedándose a dormir.

—No seas así.

—¿Y cómo quieres que sea? ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué sí, que vayas y te diviertas? Se te nota en la cara que estás asustada y que no quieres ir a ningún lado porque sabes lo que pasará si vas.

—Tal vez no sea lo que pensamos, tal vez...

—Tal vez, nada. Te lo ruego, Kendall, no te vayas —pedí. Sabía que ella quería hacerme caso, pero la parte embobada de su cabeza la hacía sopesar y sopesar—. Prométeme que no irás. No hagas cosas de las cuales te puedes arrepentir, Kend. Yo quiero lo mejor para ti.

—¿Qué excusa pongo? —preguntó.

—Ninguna, dile que no quieres, que no te animas y ya.

—Pensará que soy una cobarde...

—Si lo piensa es porque es otro idiota en el mundo que no te merece.

Suspiró.

—Me lo tienes que prometer.

—Te lo prometo —respondió, pero no me sentí aliviada al escuchar su respuesta. Temía que Chad le llenara la cabeza y que ella terminara accediendo.

La clase de economía comenzó y me senté al lado de mi prima, en el banco que escogimos la semana pasada. Nuevamente estábamos todos en el aula, excepto la persona de la cual había querido saber desde que lo vi entrar al colegio. No tuve la suerte de verlo en los pasillos cuando fui a buscar y guardar algunas cosas en mi casillero. Quería saber cómo se encontraba. Al menos me conformaba con verle de lejos.

—¿Y entonces se fue? ¿Así como si nada? —levantó las cejas.

—Sí, me quedé como tonta allí parada. Cuando entré no lo vi más.

—Quizás después de ir a la enfermería le dieron el permiso de irse a su casa.

—Me gustaría saberlo.

—Creo que ahora puedes enterarte —comentó y la miré. No tenía idea de a qué se refería, pero en cuanto oí la puerta del salón cerrarse, lo supe. Aiden estaba allí.

Se disculpó con el profesor por la tardanza y dio unos pasos para llegar a su asiento. Dejó las cosas sobre la mesa y, para mi sorpresa, nuestros campos visuales se cruzaron. Fueron, quizá, tres segundos, pero la verdad es que los sentí eternos y me dio el tiempo de sobra para ver su cara. Se notaba mucho que había sido golpeado y esos moretones acaparaban la atención.

¿Dónde había estado? ¿Por qué no apareció en toda la clase de matemáticas?

Quería saberlo, y no entendía muy bien qué pasaba conmigo.

¿Por qué de repente me atraía tanto ese chico?

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