Capítulo 4: El Viaje

Todas mis cosas están arregladas, he estado una semana preparando mis maletas, para que nada de lo necesario se me quede. Al fin ha llegado el momento de volver a esa ciudad, aburrida y llena de gente.

Cerca de las cuatro y media de la tarde, mi nana me dice que ya es hora de irnos al terminal. Faltan tres horas, pero ella quiere llegar con tiempo, no sé para qué. Cada año es exactamente lo mismo.

Llama un taxi, mientras yo saco mis pertenencias a la sala. Maleta, mochila y un reproductor mp3, mi chaqueta para la bajada en Caldera y la mejor sonrisa que puedo tener.

No ha habido día en que mi nana no me diga lo necesario que es que ella viaje a ver a su hermana y que yo pase tiempo a solas con mi padre, que ya estoy grande y que puedo viajar sola, etc. Y sigue sin entender que soy como ella, no estoy de acuerdo.

El taxi toca la bocina, tomo mis cosas y las saco a la calle. El chofer se baja para meterlas en el maletero y nosotras subimos en la parte trasera del auto. Mi nana le indica a donde vamos, el hombre arranca de una vez y yo siento un nudo en el estómago. Recién ahora soy consciente de que viajaré sola, no es lo mismo irme sola al colegio que ir a otra ciudad sin compañía.

Cuando llegamos a nuestro destino, mi nana le paga el viaje al chofer y nos dirigimos hasta el lugar desde donde salen los buses. Me compra unas galletas y una gaseosa para el viaje, aunque no creo que me sirvan. Mis planes son diferentes para este viaje: dormir.

Me dice que espere sentada en una banca y que tenga cuidado con mis cosas. Se va a la agencia de buses a la que mi padre le compró los pasajes y vuelve para decirme el andén desde dónde saldrá el bus que debo tomar. Hablamos de cosas como los materiales del colegio, que ella volverá a tiempo para comprar todo lo que necesitaré este año y que buscará un hermoso regalo para traerme. Eso no me anima mucho, pero le doy de todas maneras una sonrisa.

-Sé cuándo sonríes para mentir. Yo te crie, ¿lo recuerdas? – me mira con el ceño fruncido y yo miro a otro lado. Intimida con esa cara -. Pero de todas maneras te traeré algo.

Tras lo que parece una eternidad, porque hemos llegado muy temprano, el alto parlante avisa que el bus con destino a Caldera ya ha llegado. Nos vamos para entregar mi equipaje, momento que aprovecha mi nana para encargarle al auxiliar del bus mi integridad. El muchacho, que debe tener unos veintialgo le asegura que nada me pasará, con una gran sonrisa, de seguro divertido por la preocupación de mi nana. Si ahora está tan preocupada, pudo haber ido conmigo o llevarme con ella.

No, no dejaré de quejarme de este viaje forzado, a mi parecer.

Tras un abrazo que dura más de lo que esperaba, me subo al bus. Mi padre me ha comprado asiento en el primer piso, para que pueda bajar más cómoda. Habría sido ideal que me tocara en uno de los asientos que van solos, pero no fue posible, porque estaban todos ocupados.

Mi nana agita sus manos pálidas y arrugadas desde el andén, por primera vez en mis 16 años viajaré sola desde Santiago hasta Caldera y siento unos nervios terribles, veo que se quita algo de los ojos y recién ahora soy consciente de que ella tampoco se ha separado de mí desde que se hizo cargo de la responsabilidad de su hija. Le devuelvo la despedida con mi mano y le lanzo un beso, para que no se quede tan triste.

Son aproximadamente 12 horas de viaje, si nada nos retrasa. Mi padre me estará esperando en la carretera, y yo sigo deseando haber ido con la señora que se despide de mí.

Antes me gustaba ir hasta allá, pero este verano me habría encantado ir con mi nana María a visitar a su hermana al sur, que vive en San Pedro de la Paz, como para cambiar de rumbo, conocer otras personas y otros paisajes. Pero que se hace, pasaré dos meses rodeada de playas muertas y que ya conozco como la palma de mi mano, será un largo verano para mí. Para los que van por primera vez, es la gran novedad, para mí es un martirio. Que esperaban, soy adolescente.

Como la salida es a las siete treinta de la tarde, una vez que pasemos por el túnel El Melón me dormiré, mañana llegaré muy temprano y no quiero bajarme con mala cara, que mi padre no se dé cuenta que no quería venir. El asiento junto a mí lo ocupa una joven, a mí me ha tocado a la ventana. Gracias papi, porque detesto los empujones o los golpes con bolsos de la gente poco cuidadosa.

Me llevo unos libros de historia y algunos de los que deberé leer para el colegio este año. La profesora siempre me da la lista, porque sabe que me gusta leerlos con tiempo, unas dos o tres veces, para analizarlos bien y no perderme detalles.

También pienso que, al menos, tendré tiempo para pensar en mi mamá, ni mi padre ni mi nana han querido decirme nada de ella. Mi nana María no me habla de ella porque está enojada aún después de trece años sin saber que le pasó, que fue de su vida. Un día simplemente dejó una carta en la mesa y a mí con una vecina, mientras mi papá trabajaba. Cuando llegó en la noche, la vecina lo llamó y se encontró conmigo durmiendo en el sillón. Sólo eso sé, luego mi padre se fue y me dejó con mi nana para irse a trabajar al norte.

Mi padre, es obvio que no me va a decir nada de ella. Era su esposa y seguro que ella le rompió el corazón.

No sé por qué este último tiempo me he acordado tanto de ella, más que nunca, jamás he podido albergar odio o rencor hacia ella. Debe haber pasado algo grave o ella quería algo más, como para dejarme y no buscarme nunca más. Mi nana no la perdona y dice que no lo hará, que ella no la crio así. Así es, su propia madre no quiere verla ni en pintura.

- Una madre jamás deja a sus hijos, mucho menos por un hombre - que es la razón que ella me ha dado por la que despareció - Un gallo que no acepta gallina con pollos, Estella, no sirve y se tiene que sacrificar.

Como buena mujer de campo, todas sus enseñanzas acerca de la vida son en medio de cosechar tomates, desplumar pollos o preparar chorizos. Seguro que esas son algunas de las razones por las que los vecinos no nos toleran.

Pero, sí, tiene razón, mi nana siempre la tiene, aunque me habría encantado tener a mi mamá en acontecimientos importantes. Como el primer día de clases, o cuando mi papá se fue al norte a trabajar o cuando casi doy mi primer beso, pero no resultó.

Eso sí, mi abuela ni siquiera sabe de eso último, es muy comprensiva pero no creo que quiera saber que estuve a punto de besar al nieto de la vecina que a ella le disgusta. Todavía lo recuerdo y que bueno que no pasó, puaj. Tener en mi recuerdo que casi beso a Gerardo me hace querer enterrarme de vergüenza.

Fue un día que bajé del autobús que me deja cerca de casa. Él venía caminando del suyo y me ofreció acompañarme, hablamos del colegio como siempre y luego se detuvo. Me dijo que yo le parecía bonita y si podía darme un beso. Obvio me pilló por sorpresa esa confesión, me gustó que alguien al fin me viera de otra manera, y casi caigo.

Tras nosotros iban dos chicos, que viven en el mismo sector, con los que Gerardo se juntaba a jugar al fútbol en el parque. Uno de ellos estaba grabando, así que supe que era mentira. Lejos de ponerme a llorar, le seguí el juego y cuando se estaba acercando, cerró los ojos. Aproveché eso para recoger una piedra y la puse en sus labios.

-Espero que ese sea material suficiente para tus amigos – abrió mucho los ojos y dejó caer a su amada roca -. No la botes, guárdala de recuerdo, porque eso es lo único que tendrás de mí.

Y me fui con una sonrisa en mi rostro. Si mi nana supiera, Gerardo sería chorizo y yo ya no haría sola el recorrido de la parada a casa.

Vuelvo al presente, porque el auxiliar del bus comienza a pedir los datos en cuanto salimos de Estación Central, el terminal de buses desde dónde salí. Me acomodo en el asiento y espero a que llegue hasta mi lugar.

Comienzo a pensar en las cosas que haré para no aburrirme en el puerto que aceptó mi padre como su hogar, es difícil buscar algo que hacer allí. La verdad es que en la medida que he ido creciendo, todo se ha vuelto poco atractivo para mí.

Aunque, la verdad, la idea de ver a mi padre otra vez me va calmando el enojo y me hace querer aguantar lo que sea en ese lugar. Sí, soy un mar de contradicciones, pero es que en algún momento m tenía que llegar la adolescencia. Ya creía que había nacido vieja y que me estaba saltando la etapa de las indecisiones juveniles.

El auxiliar me toma los datos de registro de pasajeros y cuando termina, me acomodo para dormir. Desde mañana empieza un largo verano...

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