Capítulo 3: Navidad

Hoy ya es 24 de diciembre de 2014.

Tengo trece navidades sin mi madre, sin saber de ella. Ni un llamado, ni una carta, ni un presente. Cada año, en esta fecha sobre todo, pienso en ella. Pero este año, me toca pasarlo con mi padre luego de tres navidades separados por su trabajo. Eso quita de mi cabeza cualquier pena que pudiera tener, aunque no viva conmigo, este hombre vale por los dos.

Me arreglo el vestido rojo que mi nana ha hecho para mí. Tiene un corte princesa, con mangas hasta el codo, un escote cuadrado y unas flores burdeo bordadas a mano en la parte inferior. Es que ella es la mejor en estas cosas, en realidad lo es en todo.

Me miro al espejo, soy una chica normal. Delgada, pero sin un cuerpo espectacular. No podría ser modelo jamás. Mi cabello es el típico, nada extraordinario y mis ojos de color marrón oscuro. Mi piel es blanca, creo que demasiado, esa es la razón de que deba usar protector solar en extremo, porque apenas unos veinte minutos en el sol bastan para dejarme como cangrejo.

Esa debe ser la razón por la que no me miran los chicos en el colegio, porque no soy ninguna maravilla, sumado a que me consideran la nerd. Además, hay chicas bastante dotadas en mi clase y en todo el colegio, yo soy la única rara entre todas ellas.

Sin embargo, no puedo decir que dudo de mí misma. Me resigné a que estaré sola por mucho tiempo más y esa no es una prioridad para mí ahora. Puede que en la universidad o más adulta encuentre a alguien que me quiera y me valore tal como soy.

Tal vez en mi inconsciente me dejé claro que es mejor concentrarme en otras cosas. Sólo espero que no me enamore de un esperpento, de esos que son bonitos por fuera y que son terribles por dentro.

Mi nana llama a mi puerta, sacándome de mi juicio interno y personal. Algo que le agradezco es que cada vez que empiezo con mi meditación interna para autocriticarme, ella me interrumpe, debe ser por eso que no he alcanzado a llegar a esa parte de odiarme por ser una chica simple, común y corriente.

Me uno a ellos en la sala, nos sentamos en la sala, junto al árbol de navidad. Veo que de la nada han aparecido varios regalos. Sonrío internamente, porque todavía me esconde los regalos, como si fuera una niña pequeña que los abrirá en cuanto se descuide. Mi padre me regala una enorme sonrisa.

-Mi niña, estás tan grande y hermosa – me dice mi padre con orgullo -.

-Ya me lo dijiste ayer, cuando llegaste.

-Y no me cansaré de decirlo.

Pues bueno, tendré que hacerme la idea que para un padre no hay una hija poco agraciada. Como todos debe creer que soy la octava maravillas, una futura miss universo… pero ni para miss nerd me alcanza.

Hablamos del viaje que piensa hacer mi nana para visitar a su hermana. Me pierdo un poco de la conversación, porque es como que estén metiendo el dedo en la llaga.

Me pongo de pie y voy hasta la cocina. Me sirvo un vaso de agua y veo cómo va la cena. Nos hemos decidido por una carne a la olla y puré de papas. Las papas están casi listas y la carne se ve perfecta.

Comienzo a buscar las cosas que necesitaremos para terminar la cena, veo la hora en el reloj de la pared y me siento un momento, a esperar que las papas estén listas, por supuesto con mi delantal de cocina puesto, para no ensuciar este hermoso vestido.

Tras unos minutos, mi nana aparece justo cuando estoy comenzando a moler las papas. Se acerca para ayudarme con la tarea en completo silencio. Al terminar, agregamos la leche, la mantequilla y revolvemos los ingredientes.

-Sé que sigues molesta porque no te llevaré conmigo – me dice mientras agrega papas en la prensa, yo las aplasto con fuerza, como una manera de quitarme la frustración -.

-Eso no importa ahora, ya tomaron la decisión y, aunque no me gusta, no me queda de otra – meto un dedo en la preparación y la pruebo -. A esto le falta mantequilla.

Voy a buscar más mantequilla al refrigerador, aprovecho de sacar las ensaladas que hemos dejado ahí para que el calor no las malogre. Mi nana solo emite un suspiro, pues qué esperaba, soy su nieta y puedo ser tan testaruda igual que ella cuando algo se me mete en la cabeza.

Mi padre se nos une y comienza a llevar las fuentes con ensalada a la mesa, con un ceño fruncido de desaprobación total por parte de mi nana, algo que jamás se le ha quitado de la cabeza es ese pensamiento machista de que el hombre no debe hacer nada en casa. En eso, creo, es lo único en lo que no nos parecemos y es que mi padre me tiene prohibido tratarlo como deforme mutante de otro universo, sus palabras exactas.

Yo termino el puré y con mi nana llevamos ambas ollas hasta el comedor. Cada uno toma su lugar, mi padre hace el honor de cortar la carne y yo le voy pasando los platos que ya contienen el acompañamiento.

Mi nana da las gracias por la comida y mi padre hace un brindis.

-Quiero brindar por nuestra familia, que nunca olvidemos lo que es importante para nosotros y que, aunque la distancia no nos permita estar juntos, somos más unidos que cualquier otra familia. Salud – dice levantando su copa -.

- ¡Salud! – decimos todos, chocamos nuestras copas con jugo de arándanos y bebemos, felices de estar juntos -.

Nos quedamos en silencio unos minutos, para saborear esta cena tan deliciosa. Mi padre es quien rompe el silencio:

-Como adoro esta comida – dice cerrando sus ojos, saboreando la delicia que tenemos frente a nosotros -, me encantaría probarla todos los días.

-Podrías, si vivieras con nosotras – le dije sin pensar, mi nana detiene a medio camino de su boca la comida y me fulmina con la mirada, ya estoy en problemas con la señora -. Lo siento, no fue con mala intención, yo…

-Lo sé, cariño – le pone una mano sobre la mía y me sonríe -. Pero no podría dejar mi trabajo ahora, tengo muchos años allí. Cuando lo acepté, fue porque aquí no encontraba trabajo.

-Pero en ese tiempo ya tenías trabajo. No entiendo… - mis palabras son casi un sollozo, no puedo evitarlo -.

-Sí, pero no me pagaban bien. Tampoco ejercía lo que había estudiado. La casa en la que vivíamos era alquilada. Para entonces debía hacerme cargo de ti y de tu abuela…

-Nana, por favor, si no te molesta – le dice mi nana, mi padre le sonríe -.

-Tu nana se quedaría contigo y yo debía ver por las dos – vuelve a la atención a su plato -. Ese trabajo apareció y fue lo mejor para nosotros en ese momento. En cuestión de meses pude comprar esta casa y ya está pagada, ahora tengo los recursos necesarios para pagar la universidad más cara si tú decidieras estudiar allí, porque para mi princesa quiero lo mejor – bebe un poco de jugo y me sonríe -. No creas que no he llorado por tenerte tan lejos. Aun así, si quisieras ir a cualquier lugar del país para estudiar, quedarte aquí o ir conmigo, lo aceptaré. Lo que tú quieres me importa más.

-Quiero ir con mi nana al sur – ya agarré el vuelo, no me voy a callar ahora, mi padre la mira -.

-No – me dice mi nana -. La verdad es que voy a arreglar algo muy delicado. Es por una herencia. Ni siquiera me quedaré en la casa de mi hermana, porque lo más probable es que terminemos peleando. Si voy sola, podré hacerlo tranquila – mira a mi padre y le pregunta como si nada hubiese pasado -. ¿Ya tienes el dinero para la universidad?

-Claro. Cuando terminé de pagar esta casa, busqué la carrera más costosa en una universidad privada, le sumé un poco más y me hice un plan de ahorro. Si Estella lo quisiera, puede estudiar medicina.

-Gracias papi – fue todo lo que pude decir -.

Sólo miré mi plato y seguí comiendo en silencio. Mi padre suspiró y cerró sus ojos. Por un momento me sentí mal por causarle esta pena, pero después pensé en que a pesar de todo he sido feliz, en sus sacrificios para asegurarse de que tendré un buen futuro.

Estas dos personas han estado en todos mis logros, aunque mi padre desde la distancia la mayoría de las veces. Siempre ha estado pendiente de mis estudios, mis avances y lo que me hace falta para seguir cumpliendo sueños.

Siento la necesidad de demostrarle ahora mi gratitud, me pongo de pie y lo abrazo.

-Gracias papi. Sé que lo que haces es por mi bien, por mi futuro. Te quiero mucho.

-Y yo a ti, princesa – me acaricia el cabello y sonrío, esa es una de las cosas que más amo en el mundo -.

Me separo de él, le doy mi mejor cara, tomo asiento nuevamente y terminamos de comer en silencio.

Retiramos los platos, veo la hora en el reloj de la cocina y veo que faltan cuarenta minutos para la medianoche. No sé por qué se me cruza por la mente qué estará haciendo mi madre en este momento. ¿Estará pensando en mí?

Y me vuelvo a preguntar porqué llevo tantos días pensando en ella. Según Antonia, mi única amiga de verdad es porque lo más probable es que pronto vuelva a verla, que de seguro ella también está pensando mucho en mí.

Cómo me encantaría que Antonia tuviera razón.

Llevamos el postre para comerlo en la sala, un rico helado de chocolate y salsa de frambuesa casera.

Al llegar las 12, mi padre se pone de pie y me entrega el primer regalo. Al abrirlo, es un lindo bikini de color turquesa, mi nana frunce el ceño pero no dice nada, ella es de las que prefiere el traje de baño de una pieza. Bueno, ya es algo de lo que no tengo que preocuparme, porque ella no estará allí para decirme que me ponga una polera sobre el traje de baño, para no exhibir tanto. Además, me tocan una toalla y un bolso de playa. Mi nana me regaló unas sandalias rojas y un estuche con marcadores de colores y post-it. Me enamoro de inmediato, porque son elementos que no le pueden faltar a una nerd como yo.

Mi padre, a mi nana, le regala una hermosa cartera, de esas que sirven hasta para meter un gato dentro, y unas gafas de sol muy estilosas.

Yo a mi padre le regalo un libro de cocina fácil, recetas para hacer en 30 minutos o menos, saludables y con ingredientes sencillos. Se ríe y dice que intentará usarlo, porque se le quema hasta el agua.

Pero, lejos el mejor regalo de todos es el libro que mi padre me ha dado: Inferno, de Dan Brown. Ya ha salido el año pasado, pero no había conseguido leerlo aún, porque se había agotado rápidamente en las librerías. Ahora mi colección de Brown está completa… hasta que decida sacar otro libro, por supuesto.

-Esta niña… ni que se hubiese comido un libro de pequeña.

-Los libros nos llevan a lugares que, tal vez, nunca conoceremos – le digo con el libro entre mis brazos -. Podemos vivir realidades y situaciones, sin movernos de nuestro lugar. Además, se aprende mucho vocabulario.

-Como sea, vamos a tener que agrandar tu librero – dice mi nana, creo que algo divertida -. Ahí y no cabe ni una hoja más.

-En cuanto pueda, busque alguien que lo haga, señora María. Que no le falte espacio a mi niña para sus libros – me sonríe y mi nana mueve la cabeza, ella dice que me consiente demasiado, pero él siempre le dice que soy una buena hija, preocupada más de aprender que de perder el tiempo -.

Puedo parecer consentida, pero para nada. Mi nana no me ha dejado subirme a esa nube jamás y se lo agradezco. Porque bien podría tener dos libros o mil. No son lo más importante para mí. Además, siempre está la biblioteca pública.

Hablamos un poco más y nos vamos a la cama. Mi padre mañana regresa a Caldera, bueno hoy mismo, debe estar el viernes en su trabajo, sólo le han dado el permiso para dos días. Según lo que nos contó, se bajará del bus directo para ir a trabajar.

Nos damos un abrazo, antes de irnos cada uno a nuestras habitaciones.

Luego de guardar con mucho cuidado mi vestido, me acuesto y apago la luz de la mesita, pensando en mi madre, esa mujer de la que ya ni siquiera recuerdo su rostro. Solo sé por mi padre que tenemos los mismos ojos, pero me gustaría tener una fotografía de ella al menos.

Cierro mis ojos, pensando en que en una semana estaré lejos de aquí, frente a la playa y sin la supervisión de mi nana, porque ella debe ir a pelear con una hermana por una herencia.

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