Capítulo 1: Las decisiones de mi Nana

Terminó el colegio, al fin soy libre de descansar. Me lo merezco, luego de un año intenso de clases, me gusta estudiar e ir al colegio, pero ya que el próximo es el último para mí, los profesores se encargaron de saturarnos con información y ensayos de la prueba de selección universitaria para nos vaya bien y quedemos entre los mejores puntajes nacionales y seamos merecedores de ofertas académicas en las mejores universidades con becas incluidas.

Por supuesto que agradezco esas intenciones, pero en verdad varias veces sentí que se pasaron de la raya. Tres ensayos mensuales fueron demasiados, además de los deberes que nos dejaron para las vacaciones de invierno y los recesos de semana santa y fiestas patrias.

Pero dejo eso atrás, ahora hay otras cosas que me interesan y emocionan.

Tal vez vea a mi padre para las fiestas de fin de año, todo dependerá de su trabajo. Pero no quiero pensar en eso ahora. Han sido pocas las fiestas que he pasado junto a él y es triste.

Me quedan algunas semanas antes de ese viaje, el que espero durante todo el año, por ahora puedo levantarme un poco más tarde, pero no tanto porque a mi nana María no le gusta la flojera.

Ella es mi abuela, de cariño le digo “nana”. ¿Por qué vivo con ella? Otra historia triste.

Voy a la cocina, para tomar desayuno, ella se encuentra allí, hablando por teléfono.

-Claro que sí, deja que hable con Bruno y te aviso. No creo que tenga problemas – me mira con el ceño fruncido -. En un rato te aviso.

Cuelga y me sigue con la mirada. No sé con quién hablaba y no me interesa, porque nunca me gustó meterme en la vida de los demás, y sé que a ella no le gusta que escuche sus conversaciones. Abro el refrigerador y saco la leche, el queso y la mantequilla. Veo que ella marca el teléfono otra vez.

-Bruno, buenos días – siento que me sigue con la mirada y decido salir de la cocina, no me gusta cuando hace eso -. Sí, necesitaba pedirte algo, lo que pasa es que…

Y no sé qué quiere pedirle a mi padre. Voy a mi habitación, para ponerme una chaleca liviana. Siento un poco de frío, a pesar de que es verano. Vuelvo a la cocina, justo cuando ella ha terminado de hablar.

-Ya, Estella. Este verano te vas sola con tu papá. Yo tengo otros planes.

- ¿Así…? Mire usted ¿y cuáles serían esos planes? – la miro tomando un pan y sentándome a la mesa -.

-Me voy al sur, a ver a una hermana. Tengo cosas que ir a arreglar y no quiero que te pierdas del verano con tu papá.

- ¿Y yo por qué no puedo ir con usted? Me encantaría conocer el sur.

-Porque tú tienes que pasar tiempo con tu papá, no es mucho lo que se ven – me dice muy seria dejando el teléfono sobre la mesa -. Este año no pudiste ir en las vacaciones de invierno y él tampoco ha podido viajar, ni siquiera sabe si vendrá a pasar las fiestas. Es mejor que aproveches esos momentos.

-No es justo… debieron preguntarme.

-Miren la señorita, va a cumplir 17 y ya se cree adulta – apoya sus manos sobre las caderas -. No, mi ‘ja, usted no se manda sola y hace lo que le digan. Se va solita a ver a su papá y punto. No hay discusión.

Y qué discusión voy a tener, si con ella no se puede ni hablar, sobre todo cuando decide algo que cree importante. Pensándolo bien, ni siquiera mi papá podía decirle que no, él también sabe cómo es la señora.

Termino mi desayuno lo más rápido que puedo, siento que me va a incinerar con la mirada, lavo lo que ensucié y me voy a ordenar la casa. Empiezo por mi habitación, me encargo de cambiar las sábanas de mi cama, las cortinas y de limpiar mi escritorio. Dejo toda la ropa sucia de mi habitación en la lavadora y me voy por la sala. Hoy toca aspirar.

Muevo todo, para no dejar ni un rastro de polvo, siempre he tenido la impresión de mi nana le pasa el dedo a los muebles para saber si están limpios. Debo quitar la alfombra y la cuelgo en la reja de nuestra casa, para quitarle algo más de polvo. No sale mucho, porque ya la había lavado hace unos días.

Termino al fin con la sala y me voy a la cocina, mi nana está allí, limpiando porotos granados. Me gusta ayudarle con eso, porque es entretenido sacar el poroto de la vaina. Locuras mías.

Pero como no he terminado, sólo bebo un vaso de agua y sigo con el comedor.

Me preocupo de sacudir los muebles y ponerles un poco de líquido para que queden brillantes y no se les pegue el polvo. Tiene uno con vajilla de loza muy fina y cristalería, la que usa solo en ocasiones especiales. Me toca limpiar cada una de las puertas de vidrio, para que se vea el contenido del mueble.

Quito las flores viejas de los floreros y voy al jardín de mi nana a buscar nuevas. Hoy tenemos unas rosas amarillas y blancas preciosas. Las corto con mucho cuidado, luego de pedirle permiso al rosal. Mi nana me dice que debo hacerlo, para que este no se enoje y no dé más rosas.

Tras ese ritual, sigo con el baño, con el antejardín, cuelgo mi ropa y me voy a la cocina. Me sirvo un vaso de agua y me siento, para ayudarle con las últimas vainas.

-Te vas los primeros días de enero – me dice muy seria -. Tú papá ya compró el pasaje.

-Muy bien, nana – le digo igual de seria, sigo molesta porque no me preguntaron -.

-No te enojes, yo voy a algo serio y aburrido. En invierno podrías acompañarme, no hace tanto calor y hay más lluvia, como te gusta a ti.

-Como usted diga, nana – qué más remedio, obligada a esperar -.

Seguimos así hasta terminar, luego ella se dedica a lavar los porotos, yo los voy secando con un paño limpio y luego los meto en bolsas plásticas herméticas. Todo eso se va a una congeladora, donde guardamos sólo vegetales de temporada. Así, los podemos consumir cuando queramos. Idea de mi nana, por supuesto.

Una vez me dijo que su abuela le enseñó, pero antes no había congeladoras ni bolsas herméticas, así que se usaban otros métodos. Como las conservas en los frascos de vidrio.

Ella empieza a preparar el almuerzo y yo me voy a comprar lo que le hace falta, no necesita pedirme que lo haga. Así es nuestra relación. Desde pequeña me enseñó a ser responsable de tareas de la casa, a ser ordenada y a no perder el tiempo. Comencé por buscar mi ropa sucia y ordenar mis juguetes, luego por ordenar mi cama.

A medida que fui creciendo, yo fui tomando otras responsabilidades dentro de las tareas de la casa, porque podía hacerlo y porque mi nana ya se ha vuelto una mujer mayor. Tampoco nunca aceptó que mi padre pagara ayuda, para que yo no me acostumbrara a esa vida. Siempre me enseñó a hacer las cosas por mí misma y se lo agradezco. Puedo decir que soy una muchacha independiente en ese aspecto.

Tomé una de las bolsas reutilizables, salí de la casa y veo que el sol ya está alto. Al menos vivimos en un sector tranquilo, mi padre se aseguró de comprar una casa donde pudiéramos vivir bien y tranquilas.

Pero no podía ser todo perfecto. De pronto, me siento perseguida, seguro es el mismo burro de siempre: Gerardo.

Es el nieto de una vecina que a mi nana le cae mal. Creo que todo empezó cuando recién llegamos, según me contó mi papá, cuando la señora empezó a esparcir el rumor de que veníamos arrancando de algo, porque éramos muy sencillas y el barrio muy alto para nosotras.

Yo me visto como una adolescente normal, pero sin mostrar lo que muestran las demás. Mi nana nunca dejó su ropa de campo, sólo nos falta la crianza de animales, que, si no fuera por tan prominentes vecinos, ya tendríamos una carnicería en casa de seguro.

-Deja de seguirme como un psicópata, me pones nerviosa. Y cuando me pongo nerviosa, doy golpes bajos – le digo a Gerardo, sin mirarlo ni dejar de caminar -.

-Lo-lo siento, es que justo me mandaron a comprar también. Fue un malentendido.

-Sabes que no es cierto – no dejo de caminar -, así como sabes que nunca me volveré a acercar a ti.

- ¿No puedes darme otra oportunidad?

- ¡NO! – le dije muy fuerte, mirándolo con la cara roja de rabia -.

Llegué a la tienda, compré y salí a la calle de regreso a casa, pero de él ni luces. Como sabía, era mentira lo del mandado.

Al llegar a casa, le dejo la compra a mi nana y le digo que iré por una ducha. Mientras busco ropa limpia, me pregunto como irán a ser mis vacaciones, sin la vigilancia de mi abuela. Trato de ver el lado bueno, pero no lo encuentro. He vivido con ella siempre y no tenerla cerca, se me hace muy extraño.

Tras el almuerzo, llamé a mi padre. Hablamos de lo que haríamos y nos pusimos de acuerdo para el viaje. Mi pasaje llega hasta el cruce en la entrada de Caldera, el bus no entrará porque llegará muy temprano y nadie más se dirige hasta allá en esa fecha.

Y no culpo a la gente de no querer viajar hasta allá, lo único bueno son sus playas. No tiene nada que pueda llamar la atención. Mi único interés allí es mi padre.

También me cuenta que vendrá a pasar la navidad con nosotras, eso es algo que no me esperaba y me agrada. Siempre pasar esas fechas con él es una bendición.

Pero de buena gana habría sacrificado un verano con él por irme al sur.

Luego de la conversación, a través del teléfono de la casa, ya que mi abuela no me permite tener teléfono personal (con la idea de que soy muy joven para ello), me voy a mi habitación, me tiro en la cama y miro el techo. Doy un enorme suspiro, cruzo mis brazos sobre mi abdomen y me resigno a lo que me espera. Tras unos minutos, me siento en la cama y fijo la vista en la maleta sobre mi ropero.

La bajo y empiezo a guardar algunas cosas que necesitaré allá. Mientras más lo piense, menos me gustará, de eso estoy segura.

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