Capítulo 2

Las horas siguientes se centró únicamente en preparar todo lo necesario para perpetuar su ataque; su ordenador portátil, y un pendrive que guardaba en su interior el programa que usaría.

Había trabajado en el durante años, pues era el responsable de asumir si era tan poderoso para romper las defensas y, de hacerlo, sabía que debía mejorar aún más el cortafuegos.

Sabía que en la versión actual, su virus no podría hacer nada pues días antes había creado una nueva barrera para impedir su acceso, por lo que estaba añadiendo nuevas funciones y códigos que le ayudasen en su cometido.

Sabía que no sería fácil, no solo iba a atacar lo que con tanto cariño había creado, sino que el riesgo era enorme; cualquier fallo significaría acabar posiblemente en la cárcel, y perder para siempre la oportunidad de que volvieran de rodillas suplicando su ayuda.

El reloj de muñeca, que como cada día, dejaba en la misma repisa de su dormitorio, marcaban las ocho de la noche. El cielo americano ese día amenazaba con una poderosa lluvia, aunque poco le importaba.

La hora siguiente la usó para sus rutinas diarias, pues a esa hora es cuando solía llegar a casa; limpiar a conciencia cada mancha y mota de polvo que encontraba, tomarse su segunda ducha del día, que se torna más larga que la de la mañana, y cenar algo ligero para que no sintiera pesadez en el estómago a la hora de dormir.

A las nueve en punto de la noche, con una hora por delante antes de ir a dormir como cada día, a las diez en punto, se puso manos a la obra y comenzó su recital de habilidad tecleando a una velocidad casi imposible de imaginar. Abría programas, los ejecutaba, y así estuvo durante diez minutos hasta tener todo preparado para el único intento que tendría.

La lluvia caía fuertemente en el momento que activó el ataque. Estaba absorto en la pantalla, corrigiendo o cambiando cualquier dato del programa a medida que avanzaba para evitar que fuera detectado.

Seria un proceso largo, pero confiaba ciegamente en su habilidad.

Media hora más tarde, había llegado al punto crítico; las últimas defensas que días antes había implementando.

Aún no habían detectado el intento de acceso, era una buena señal. Sin embargo no podía confiarse aún, pues estaba luchando contra él mismo. Un error sería fatal.

Siguió trabajando calculando cada paso, cada posible error, y se adelantaba a lo que pudiera pasar. Conocía muy bien lo que hacía, sabía hasta donde tenía que llegar para conseguirlo. Casi estaba hecho; en unos minutos la información privada de todos los clientes alrededor del mundo estarían en sus manos. No la usaría con ningún fin delictivo, solo demostraría cuan vulnerable se volverían sin él a partir de ese momento.

Se levantó de la silla del salón donde había estado trabajando, y se estiró aliviado. Sólo unos segundos. Había atravesado cada una de las barreras previstas… Todas salvo una.

El ordenador se quedó congelado. Todo lo que había avanzado se estaba perdiendo. Algo estaba provocando que saliera del sistema, y no podía teclear nada; se había quedado literalmente inmóvil ante el ataque de aquello.

Las cientos de línea de código que durante cinco años había estado creando en aquel pendrive desaparecían a gran velocidad. Estaban eliminando el programa y no podía evitarlo. Aunque sacara el pen de la ranura para romper la conexión, el programa ya estaba dentro de él.

No sabía cómo había sido posible. Él no había creado esa poderosa arma defensiva y sin embargo se hallaba ante «una obra de arte» que pudo burlar todo lo que había conseguido.

Sintiéndose derrotado, solo le quedaba mantener una mínima esperanza en que aquel programa destructor no hubiera conseguido adivinar la ubicación del ataque. Retiró el pen y desenchufo el equipo de la toma de corriente. Forzó el apagado del portátil y se derrumbó sobre la silla. Sabiéndose derrotado, no sabía cómo seguir con su vida a partir de aquel momento.

«tal vez fuera cierto que habría personas más preparadas que yo» pensaba en silencio.

A las diez en punto, se dirigió hacia la cama, pero esa noche sabía que no sería capaz de dormir; había fracasado en lo que se consideraba experto, y eso estaba hiriendo su orgullo.

La lluvia había decidido dar una pequeña tregua, sobre las dos de la mañana, cuando una llamada inesperada le sacó de su sueño. Sabía que su número estaba en el registro de personal de la empresa, por lo que preocupado pensó que se trataría del señor Norris para pedir explicaciones.

Miró aquel número desconocido durante unos segundos; no era de su antiguo jefe pues lo tenía agendado, por lo que, esperando que no hubiera sido localizado ya, cogió la llamada.

—Hola. ¿Eres Gabi, verdad?.

La voz de aquella mujer le resultaba muy familiar, y solo conocía a una persona que le llamaba así muchas veces de forma cariñosa.

—¿Karen? —Estaba incrédulo, molesto por aquella llamada que rompía su rutina de sueño.— Ya te dije que no estoy interesado en salir con nadie. Volveré a dormir y si es otro asunto, llámame mañana.

—¡Por favor no cuelgues!. —Hablaba asustada, desesperada por poder comunicarse con alguien—. Estoy en problemas Gabi, por favor necesito que me ayudes.

Lucas nunca había tenido especial interés en los problemas ajenos. Simplemente hacia su vida y dejaba que el resto del mundo girase a su ritmo. Pero la voz tan suplicante de aquella mujer, de algún modo le hizo sentirse una vergüenza como hombre si le negaba la ayuda.

—¿Qué te ocurre?. —preguntó sin interés ni curiosidad. Simplemente haría lo que tuviera que hacer y volvería a dormir.

—Estoy cerca de tu casa, no quiero seguir en la calle, estoy empapada y muerta de frío y miedo…¿ Podría pasar esta noche allí?. Te explicaré todo cuando llegue.

—Nunca ha entrado nadie en mi casa sin ser estrictamente necesario, y no creo que sea tan importante…

—¡Joder, Gabi, quieren matarme!. ¡¿Acaso eso no es un motivo estrictamente necesario para ti?!

Durante un momento se quedó en silencio. Aquella mujer cuyos días en el trabajo solo intentaba conseguir la atención del joven, ahora parecía histérica, asustada y sin ningún control sobre su voz, que ya gritaba en una desesperación que Lucas jamás había oído en nadie.

—Está bien. —aceptó de mala gana—. Pero si lo que me cuentes no me parece nada peligroso te irás.

—Vale, gracias, muchas gracias.- Lloraba aliviada—. En un minuto estoy en tu piso.

Mientras esperaba a su llegada, una fugaz idea cruzó su mente. «¿Y si ya sabían lo que había hecho y Karen venía por orden de su jefe a buscar una confesión?». Le preocupó esa idea, hasta el límite de no abrir la puerta cuando llegara. Pero cambió de idea cuando la mujer llamó varias veces. Su voz al teléfono era demasiado real para haber sido producto de una farsa.

Consciente de que un error sería un gran caos en su vida, decidió abrir. Karen entró corriendo completamente mojada y exhausta.

—Gracias a Dios que abriste… Aquí estaré a salvo, seguro.

Hablaba a medida que con gran esfuerzo tomaba aire. Parecía que había estado corriendo durante mucho tiempo.

Como muestra de caballerosidad le cedió asiento, y un vaso de agua que vacío de un sorbo. Esperó a que la chica recuperase el aliento y luego preguntó:

—Cuéntame lo que ha pasado. Te brindo dos minutos de mi tiempo.

—Me metí en un lío. Hoy no fui a trabajar por qué tenía mucha fiebre, entonces al volver del hospital vi en un callejón cerca de mi casa, como dos hombres disparaban a otro. Salí corriendo por supuesto por qué me miraron, pero yo a ellos no les pude identificar. Admito que llamé a la policía, pero solo dije que había visto a una persona muerta, y tampoco les dije mi nombre.

—¿Hasta dónde quieres llegar con esto?. —preguntó el joven impaciente por que fuera directa al grano.

—Hace una hora, me desperté al escuchar un ruido en la planta baja de mi casa, y al mirar había dos hombres con pistola en mano que comenzaron a disparar contra mí. Conseguí saltar por la ventana y, aunque me hice un poco de daño, creo que el miedo evitó que me matase. El caso es que aquellos tipos, tal vez pensaron que les podría reconocer y venían a por mi.

—¿Estás segura de eso?—. Aunque a Lucas no le preocupaba mucho el mundo más allá de su propia vida, que una compañera de trabajo afirmase estar bajo pena de muerte no era algo que podía obviar.

—Uno era de piel morena y el otro era blanco, parecía ruso o algo así… Es lo único que pude ver esta noche. No sé si fueran los mismos, pero atando cabos no veo otra explicación.

—¿Y por qué no llamas a la policía?.

—¿No te parece raro que en sólo unas horas hubieran adivinado donde vivo?. Estoy segura de que si no hubiera llamado a la policía aún estaría durmiendo plácidamente.

—¿Estás queriendo decir que la policía dió tu dirección a esos asesinos?

—Estoy segura de ello. Aunque no di mis datos, llamé desde el teléfono fijo de casa, por lo que saben perfectamente quién soy.

—No me puedo imaginar algo así, simplemente habrán querido asegurarse de que no hablases y te buscaron.

—Sea lo que fuere ,Gabi, por favor… No me dejes a mi suerte. Déjame dormir aquí hoy. Mañana te prometo que iré a casa de mis padres y me esconderé allí. No viven en la ciudad por eso no pude ir hoy.

—Está bien… Me siento en la obligación moral de ofrecerte asilo ya que no puedo mandarte a la muerte, pero mañana a primera hora te marchas.

—¡Oh, gracias! —Se abalanzó sobre Lucas y le besó la mejilla repetidamente.

—Odio el contacto físico, por favor aparta. —espetó de mala gana.

—Lo siento, no pude evitarlo. Mira, duermo en este sofá y a las siete me marcho.

—Lo primero será que te tomes una buena ducha y te cambies de ropa, o acabarás con un buen resfriado.

Agradecida y aliviada de no seguir bajo el frío cielo nocturno de new York, aceptó el ofrecimiento y se dirigió hacia la ducha.

Lucas le dio una de sus camisas y un pantalón vaquero que apenas usaba.

—Seguro que te queda grande, pero al menos no estás con la ropa mojada.—. Le decía desde el otro lado de la puerta —.Deja tu ropa en el cesto que tienes ahí y te la lavaré para mañana.

—Muchas gracias. —respondió desde el otro lado mientras el sonido del agua chocaba contra su piel —.Eres un encanto de persona, por eso tienes a tantas enamoradas de ti.

Ignoró aquel cometario típico de la chica, y se dirigió a la cocina para preparar algo caliente. Toda su rutina estaba siendo destruida por la llegada de Karen, pero no podía ignorarla.

 De reojo, observó el ordenador sobre la mesa y recordó el desagradable final que su intento de demostrar su capacidad había tenido.

Cuando Karen salió del baño, con la camisa apenas tapándole por debajo de la cintura, se acercó a Lucas con el pantalón en una mano y con la otra asegurándose que la toalla estuviera bien sujeta sobre su cabeza.

—Me queda muy grande, aunque casi medimos lo mismo, tú estás más fornido y grandote que yo. —decía mientras paseaba su mano sobre el pecho del chico—. La camisa apenas me tapa, pero si eres tú, no me importa si quieres mirar.

La mirada de aquella chica, tan cargada de deseo, habría prendido a cualquier hombre, pero Lucas simplemente sentía que era incómodo que invadiera su espacio personal de aquella forma.

—Karen, ya he perdido mucho tiempo de sueño. Lavaré tu ropa y me iré a dormir. Tómate la bebida caliente que te preparé y duerme.

La chica, un poco enfurecida por la cantidad de veces que había sido rechazada, lanzó un bufido y se tendió en el sofá, tapándose con una manta que Lucas le había dejado allí, cerró los ojos y se olvidó de todo.

El sol apenas empezaba a salir cuando una sensación de peligro recorrió la espalda de una dormida Karen. Se incorporó lo más rápido que pudo y miró toda la estancia; no había nada extraño o fuera de lugar, solo un ordenador y un pendrive encima de él.

El miedo que había sentido hacia horas, le había despertado de su sueño, por lo que se levantó sin hacer ruido y sacó su ropa de la secadora. Se desnudó sin ningún pudor allí mientras alisaba rápidamente su ropa interior y se aseguraba que estuviera bien seca.

En ese momento fue cuando Lucas salió de su habitación, y la vio de espaldas completamente desnuda; su piel era blanca y muy bien cuidada, y se notaba que la chica se cuidaba y hacia ejercicio, pues tenía unos glúteos bien definidos. Sin embargo, no sentía nada.

—¿Es que acaso eres gay? —preguntó una dolida Karen mientras se giraba hacia él—. Estoy desnuda ante ti y siquiera parece que la sangre vaya a donde tiene que ir.

Se ofendió ante la falta de interés del chico, y rápidamente se vistió dándose de nuevo la vuelta.

—¿Acaso tendría que darte el placer de tener sexo cuando yo no tengo el menor interés? . Eres preciosa Karen, eso no te lo niego. Búscate a otro hombre cuya sangre si vaya a donde tú quieres que baje.

Molesta, término de vestirse y sin mediar palabra se marchó cerrando de un portazo.

«Si llegan a matarme, te sentirás culpable por haberme dado calabazas de esta manera». Gritaba mientras bajaba las escaleras.

Frustrado por su pérdida rutinaria que cada día seguía a rajatabla, y molesto por la actuación de aquella chica que, más que agradecida, parecía que Lucas le debiese algo, miró su teléfono, accediendo a las noticias diarias mientras preparaba el café.

En la prensa no mencionaban nada extraño, o que pudieran referirse de algún modo a su actuación de anoche por lo que más tranquilo, y una vez había terminado su ducha y su habitual desayuno, se sentó en el sofá donde Karen había dormido, no sin antes colocarlo tres veces para que estuviera correcto, y pensó en como tomaría aquel día, y el resto de su vida ahora que tenía por delante doce horas en las que no estaba trabajando.

En aquellos momentos en los que se encontraba sumido en sus pensamientos, el teléfono pitó varias veces. Había recibido un mensaje del hombre que hasta el día anterior, había sido su jefe.

«Tenemos que hablar.

Aparcamiento del

Centro comercial

11:25 am».

Aquel mensaje puso en máxima alerta todos sus sentidos. Sabía que ya habría llegado a su despacho, y por ende, podría haberse enterado del intento de acceso no autorizado. Su mente cavilaba entre el ir y con orgullo confesar, o fingir el no haberlo leído y desaparecer por un tiempo.

Entre sus dudas, pensando en los miles de destinos posibles, se percató de que el pendrive que había dejado sobre el portátil ya no se encontraba allí. No había más explicación a aquello; Karen se lo había llevado, seguramente como venganza hacia él por no mostrar interés en un rato de sexo.

Enfadado por aquello, pero sin perder consciencia de todo el problema que podría causar que cayera en manos equivocadas, se dirigió a su coche, y arrancó con la esperanza de encontrarla antes que saliese de la ciudad.

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