Capítulo 1: La llegada

     Y aquí estaba, con una maleta de mano y un baúl mal empacado por los sirvientes apresurados, debido repentina partida de su joven ama. Escupió el chicle que llevaba desde el diminuto aeropuerto, justo al frente de la gigante puerta del edificio rococó al que se iba adentrando. El solo abrir la puerta le asqueó, el olor penetrante a flores y a popurrí, la edificación antigua, con igual de antiguas recepcionistas y un grupo incontables de jóvenes que pasaban con sus anticuados uniformes y libros en la mano dejándole nada más que una mirada de espanto en cuanto la veían. ¿Por qué? Se preguntaba ella, luego en sus pensamientos encontró la respuesta, y es que ese grupo de campesinas de países prácticamente inexistentes apenas sabían lo que era el internet y la moda grunge, se respondió a si misma con arrogancia.

     Caminó haciendo resonar el tacón de sus altos botines negros de cadenas, para luego reclinarse sobre el counter  igual de viejo que la mujer que esperaba sentada detrás del mismo, esta enarcó una ceja cuando la vio de reojo y volvió su atención a la revista que tenía  entre manos—disculpe—Megara exigió la atención de la señora, tratando de ignorar la insolencia a la estaba siendo sometida, bajó sus grandes gafas de sol, revelando unos grandes y gatunos ojos amarillos—mi nombre es Megara Mcklain, tome— deslizó un sobre manila por la superficie de madera blanca, a lo que la anciana ajustó sus lentillas y con la mano temblorosa lo tomó y lo leyó, Megara en cambio le dio la espalda sin preocuparse, mientras miraba a todas aquellas colegialas de un mundo demasiado diferente al de ella. Un mundo demasiado country chic, uno muy sano a su parecer ¿Dónde estarían las ovejitas y el té?

     —Perfecto—respondió con la voz igual de temblorosa que todo su cuerpo—sígame—se puso de pie demostrando una altura sorprendente, Megara la siguió asombrada por unas escaleras que la llevaron a un segundo piso con un pasillo repleto de ventanas abiertas por la cual se colaban pequeñas florecillas traídas por la brisa fresca, llenando así el suelo de los pasillos. El sol destellante chocando contra las paredes, algunas chicas sentadas en los bancos del ancho pasillo, leyendo, cotilleando o siendo terriblemente aburridas a los ojos de nuestra Megara, que no encontraba la diversión de las páginas de un libro como lo hubieran querido sus padres.

     Un internado. No era la primera vez que pisaba uno, de hecho, había sido expulsada de la mayoría de ellos y todavía le sorprendía que sus padres lograran encontrar uno en el que la aceptasen, pero, esto no cambiara el resultado al final, a la larga todos eran iguales, funcionaban del mismo modo, no importaba que tan estrictos, alejados o refinados fueran… no duraría mucho allí. Tomando en cuenta el tiempo que tardaría para armar su próxima fuga, le tomaría un mes como máximo. Siguió caminando detrás de la mujer, una que otra escalera en aquel laberinto con forma de castillo blanco y dorado con adornos vintage— ¿no estamos ya muy lejos de mis cosas? —Siguió caminando sin prestar atención a nada—Perdone, pero tengo mis cosas abajo y no pienso ser robada ¿me está escuchando? —Insistió indignada.

     —Aquí no se roba—Alegó sin mirar hacia atrás—Las cosas van directo a los cuartos—Ya solo quedaba a la vista una puerta debidamente identificada con un letrero afuera con marco igual de floral que todo ¿serian reales todas esas porquerías? Megara pensó, esto no podía ser más cursi y raro ¿es que no tenían sentido de la decoración? El cuarto era amplio, una pequeña salita sacada de una casa de muñecas del siglo XVIII, un ventanal y un por fin adorable escritorio moderno con una mujer tan bella como “miss universo” retirada—Aquí está la que esperábamos—Megara tomó una de las sillas y se sentó cruzando las piernas, pensando que tan eterno seria el proceso de ingreso y como la anciana se refería a ella como un objeto, respiró calmadamente echando la cabeza hacia atrás y sacudió su largo cabello color arcoíris haciendo suya la butaca en que estaba sentada.

     —Es realmente un gusto tenerte aquí—Su voz era suave, pero muy directa ¿era ella quien regía todo ahí adentro? No parecía tener madera para dirigir una institución con mano dura, lo que esperanzaba a Megara con la idea de irse fácilmente de aquel rincón inexistente del mapa, aunque tampoco fantaseaba con volver a su casa, después de todo no la querían allí, y le parecía perfecto, ella no los quería a ellos tampoco. La directora tenía un cabello muy rubio amarrado en un elaborado moño ¿Cómo podía ser tan hermosa? Reconoció la chica en lo que jugaba con sus dedos y los adornos sobre mesa distrayéndose del mismo discurso que había escuchado unas mil veces antes—No es para nada común tener extranjeros por aquí, pero nos complace recibirte de la más apropiada manera, y en cuanto a tu imagen jovencita—Añadió con una sonrisa rígida refiriéndose a los shorts rotos, la camiseta oscura, las pantimedias gastadas, los botines exagerados y el grupo de cadenas que adornaba su cadera—Tendremos que hacer un cambio, no es algo que veamos apropiado para el alumnado—Finalizó con unos chasquidos de sus delgadas manos y un ladeado de la cabeza que parecía perturbador, puesto que no había quitado la sonrisa de su rostro.

     Todo a partir de allí se movió en un abrir y cerrar de ojos. Dos personas entraron retumbando la puerta y la guiaron a un espacio bastante aterrador. Una bañera muy grande para una sola persona en mismo medio de aquel cuartillo, una peinadora al lado y un perchero con feo uniformes. Esto no iba bien, no iba para nada bien ¿no se suponía que lo correcto era darme un horario, un mapa un lo que sea y ya? Argumentaba en su mente despreciando los métodos de esta escuela—este tipo de vestimenta es inaceptable, las niñas tienen que atenerse a usar el uniforme mientras están el recinto estudiantil—Rápidamente las grandulonas a cada lado de ella le quitaron lo que llevaba puesto—No se permiten, perforaciones de ningún tipo, señorita Mcklain—Casi con rabia y puntería única, quitaron sus muchísimos aretes de las orejas y todos los lugares donde pudieron encontrarles poniéndolos en una tinaja de porcelana—El etilo de cabello de una joven estudiante debe ser el de una dama, no el de un payaso de circo—cada extensión de colores fueron quitadas de su cabello.

     —Su jovencita adecuada ¡se la puede meter por el culo! —gritó mientras era cargada entre las dos guardianas hasta la tina, donde le cerraron la boca con abundante agua y jabón para quitar la gruesa capa de maquillaje con la que siempre andaba.

     —Cuide su vocabulario, joven, no se escucha para nada bien—dijo apoyada desde el marco de la puerta con el porte de una princesa y un perfecto cuerpo—el maquillaje de una jovencita, debe ser femenino, que resalte los dotes naturales, no una máscara grotesca y vulgar—todo el alarido las palabrotas que tenía  Megara para decirles eran perfectamente ahogados con los chorros de agua de la manguera y las inoportunas esponjas que recorrían cada recoveco de su cuerpo, mancillando y estrujando hasta que el aire mundano que llevaba de fuera.

     —Cuando una demanda caiga sobre ustedes destrozando toda esta porquería de sitio, reiré y disfrutare cada uno de sus rostros impotentes frente a la justicia ¡criminales! ¡Abusadoras! ¡Deben irse al infierno de donde salieron! ¡Escoria! Y esas serán de las pocas palabras que todo el mundo les dirá una vez que les cuente de todo esto a mis padres—dijo llena de rabia, ¿Qué tipo de manicomio? ¿Con que clase de gente la habían dejado sus padres? Era trato de una cárcel sin duda alguna. Podían estar cansados, pero no la dejarían allí, pues por algo la habían sacado de Rusia.

     — ¿Sus padres? —Ella se giró y tomó el folder con el que ella misma había llegado— Mcklain ¿no leyó usted estos documentos? Por la sorpresa de sus ojos imaginó que no—se detuvo lamiendo sus rosados labios—veamos, niña insolente, tenían razón sobre eso—seguía leyendo desde su sitio con una calma propia del peor tipo de persona en el mundo, pues le era indiferente— rararara… malcriada, mal portada, indomable, terca ¡vaya! Sus padres le tienen mucho aprecio—curvo sus labios en una sonrisa— ¡oh! Aquí esta—la miró en la tina ya quieta por las ansias de saber que decía allí—por la presente carta, le pedimos que sea tratada como una corriente estudiante más de su comunidad, no queremos ser informados de nada a partir de ahora, ella es su entera responsabilidad. Ya lo demás son nimiedades sobre el pago de la matrícula y unas cuantas cartas que describen su previo historial criminal de las prestigiosas escuela de las que salió. Debe ser una gran pena, pero la vida tiene que continuar—dijo con un ánimo insensible—ahora nosotros seremos responsables de usted y de su futuro, así que parece de allí, séquese y tome los uniformes correspondientes al resto de su estadía. Bienvenida a Santa Rosa, Megara Mcklain.

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