Dos alfas crueles para la humana
Dos alfas crueles para la humana
Por: Federica Navarro
Capítulo 1: La chica sin lobo

Carmen

La manada Luna de Sangre había ido una guerra y había perdido, nuestro futuro Alfa, Pablo había muerto y ahora, su hermano menor Aníbal iba a ser el alfa. Todos estaban preocupados por el futuro. 

En cambio, yo seguía preocupada por el presente, porque no importa lo que sucediera, mi vida aquí no iba a mejorar. Y cuando los vi venir, a los hijos de los poderosos de la manada, a mi pequeña choza, supe que hoy iba a ser un día malo, muy malo.

—¡Aléjate humana! ¿No te da vergüenza, no servir para nada?— me gritaban. 

—Al menos la dejaron vivir lejos, en esta pocilga, lejos de nosotros. Casualmente, el área que sería de más fácil ataque para nuestro territorio. De todos modos, si algo le sucede a nadie le va a importar— mencionaba un chico pequeño y todos vitoreaban.

Por supuesto, yo no era adversaria para un rogue, u otro enemigo. Pero desde hace un tiempo me preocupaba mucho menos los rogue, y más mis maltratadores.

—¿Estás seguro de que no sirve para nada? Mira que es una mujer y las mujeres sirven solo para una cosa...— decía Augusto. Eran unos chicos mayores que yo y que les gustaba pegarme. 

—S-solo d-déjenme— decía yo tartamudeando del miedo. Todos se echaban a reír hasta casi rodar en el piso.

Todos se reían de mí, pero nadie se reía tanto como mi hermano. Gerardo era menor que yo, y me odiaba como toda mi familia. Mis padres se decepcionaron de mí cuando yo nací y vieron que tenía un problema en el corazón, se escuchaba lento y diferente, y sin lobo.

Ellos eran los Beta de la manada, y mi nacimiento había sido una vergüenza. Me habían sacado de la familia, y Gerardo me maltrataba y se burlaba de mí siempre que podía.

Gerardo se acercaba a empujándome de tal manera que yo caía de espaldas. Todo se reían aún más fuerte.

—La tonta sin lobo, ni siquiera puede hablar bien— era algo que yo escuchaba todo el tiempo.

 Me escondieron… me dejaron vivir en una cabaña lejos, y solo mi amiga Paola, se compadecía de mí y me traía comida y me enseñó algunas cosas. Especialmente me enseñó la música. 

—Estoy seguro de que cuando Aníbal sea el alfa, te va a echar a pedazos— decía uno de los chicos de la manada acercándose a mí y viéndome con asco.

—Quizás deberíamos entregarla a los rogues para que se la coman para darle la bienvenida… tu sabes que se diviertan con ella— dice otro y yo siento que se me va el aire de los pulmones.

Antes eran todos los niños, pero la mayoría fue creciendo y olvidándose de que yo existía, todos, excepto ellos, y lamentablemente a veces se unía Aníbal especialmente.

El hijo del Alpha… siempre había sido un chico lindo, de cabello castaño, ojos marrones claros, y como todas las chicas de la manada… yo soñaba con él. 

Por supuesto que no con ser su Luna, pero imaginaba lo que sería que un hombre como él me viera, me viera de verdad. Aunque venía de una familia terrible. La familia alfa no era buena y mucho menos conmigo. Nadie era bueno conmigo.

—Estoy seguro de que ni siquiera sirve para divertirse, ¡No tiene absolutamente nada que parezca una mujer, estoy casi seguro de que es un alien! ¡Miren que fea!— dice otro señalando mi cuerpo y estallan más risas.

—Al fin y al cabo… ella nunca tendría un mate. Y si por alguna razón la Diosa le diera uno…  la rechazaría al instante… ¿Quién quisiera una humana débil, fea, con cicatrices?— decía otro. Cicatrices de heridas que ellos mismos me habían hecho. 

Había veces que me habían tirado por un barranco, también habían dañado mi jardín, golpeado, burlado… todos me odiaban. Ahora me tenían en el suelo y me empujaban. Yo esperaba lo peor. 

—La muy tonta ni puede hablar. A ver… — me decía Gerardo y yo intentaba pegarle, pero él lo esquivaba y me tiraba contra el suelo. Sentí mi labio romperse y sangrar. 

—S-suéltenme…d-déjenme… no les he hecho n-nada— decía temblando, parecía un pez fuera del agua y me veía aún peor. 

Aníbal había vuelto… se había ido a la universidad, pero volvía para tomar el cargo de Alfa. Él ya debería tener más de 25 años y no tenía mate.

—¿Qué sucede aquí?— escucho una voz sonora y sentía que se me helaba la sangre.

Él.

El futuro Alfa lucía muy atractivo, mucho más de lo que yo alguna vez imaginé. El tiempo le había favorecido, lucía increíblemente musculoso, alto y fuerte. Era un sueño de hombre.

Sus amigos le bromeaban y lo abrazaban, pero él se quedó estático viéndome como si algo en mí le impresionara e hizo una expresión de desagrado al sentir mi olor, mi olor apestoso, una chica sin lobo.

—Carmen… la fea— dijo de repente.

 —Aníbal... te queríamos dar una sorpresa… la chica más lindas de toda la manada… solo para ti— decía otro y todos volvían a reírse, él me miraba con una expresión sorprendida.

El hijo del Alfa en varias oportunidades contribuyó a quemar mi cabaña y todas las cosas adentro, se quedaba viendo mientras sus amigos me pegaban, me empujaba si yo pasaba por un costado. La maldad reinaba en esta manada.

—¿También te huele mal verdad? Lo que sucede es que Carmen no se baña— decía Gerardo.  

—¿Qué podemos hacer?— decía otro. 

—Yo creo que... ¡Hay que bañarla!—, decía Carl y de repente sentí que me levantaban del suelo y me cargaban hasta el río mientras se reían. Sentía como rasgaban mis ropas mientras nos aproximábamos al agua, y me lanzaron como si yo fuera una piedra.

—Chicos, ella no sabe nadar...— decía Aníbal.

Yo le tenía miedo a este río, ellos solían lanzar mis cosas aquí para que yo no fuera a buscarlas. Pero nunca habían hecho esto. 

—¡Llévala hasta el fondo!— gritaban y me empujaban a las profundidades.

Cuándo salí a la superficie, los tenía a mi lado de nuevo y me empujaban mientras yo pataleaba. Yo luchaba desesperadamente por respirar.

— Ya…suficiente— decía Aníbal.  

Pero ellos seguían muy entusiasmados con su juego de torturarme, y de repente me hundieron tan profundamente, que ya sin fuerza… dejé de patalear. Me sentí… en paz, por fin iba a dejar de sufrir.

Perdí levemente el conocimiento y solo sentí que me sacaban, y como si todo mi cuerpo estuviera lleno de agua.

—Creo que está muerta— decía Gerardo. 

—La matamos—

— ¡De todos modos nadie extrañaría a Carmen la fea!—

—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Respira!— escucho una voz más de cerca, y cuando tomé una bocanada de aire vi que Aníbal estaba prácticamente sobre mí, haciéndome reanimación y suspiraba aliviado cuando yo abría los ojos.

Escupía agua mientras todos los demás parecían decepcionados de que seguía viva.

 —Vámonos.. no es bueno que nos vean con ella— dijo él mientras me miraba fijamente.

—Debiste haberte muerto… así serías un problema menos— me susurro mi hermano.

Me dejó ahí mientras yo temblaba del frío y volvía a mi cabaña. Me arropé con todo lo que tenía y encendí el fuego. Ya ni lloraba. ¿Para qué?

Pero a la mañana siguiente, cuando intentaba arreglar mi jardín, me tropecé con Aníbal. 

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