3. Sirviendo a un empresario

La idea de tener relaciones sexuales con un extraño no sonaba tan complicada hace una hora. Me da un poco de susto verle desprenderse del nudo de su corbata con tanta desesperación, como si se tratara de un león hambriento frente a una atemorizada cervatilla. No me extrañaría si, de repente, tirara un rugido y se lanzara sobre mí para devorarme con todo y ropa. Le veo desabrochar los botones de su camisa y librarse de su cinturón; tardo un poco en reaccionar para también empezar a hacer lo mismo, levanto la basta de mi sweater hasta quitármelo por completo y me quedo solo con el oscuro sostén strapless que cubren mis senos, dejando a aquel hombre embelesado por el tamaño de estos. Él no pierde tiempo y de un solo bajón se saca el pantalón, dejando a la vista un boxer blanco que se amolda hermosamente hasta la parte baja de su entrepierna, lo cual me roba el aliento, hace que pierda el susto y me hace rogar para que aquella bocanada de aire no sea lo único que vaya a tragarme esta noche. Así que de inmediato desabrocho el botón de mi jean y dejo al descubierto mi braga de encaje negro y mis recién depiladas piernas. Por suerte me rasuré completita esta mañana.

El empresario se aproxima acompañado de una mirada lujuriosa, una sonrisa coqueta y unas evidentes ganas de tocarme. Por su pausada y prolongada respiración es evidente que está conteniendo las ganas de enloquecer con mi cuerpo. Se detiene frente a mí y lleva las puntas de sus dedos sobre mis hombros, luego baja deslizándolos lentamente hasta navegar entre el canal de mis pechos, engancha un dedo entre las copas de sostén y con su otra mano desprende los broches tras mi espalda. El sostén cae al piso, frente a nuestros pies.

—Tus tetas son hermosas… —alaga sin apartar la vista de mis pechos—. ¿Son reales?

—Claro, no soy una muñeca inflable —susurro en su oído y adentro mis pulgares bajo el elástico de su boxer—. Soy 100% real, ¿quieres probarme?

Me agarra de la cintura y me empuja hacia la cama, caigo de espalda sobre el colchón y le espero acostada mientras le veo gatear hacia mí. Cuando ya lo tengo sobre mí, me agarra de las muñecas y aprisiona con unos fuertes agarres llevando mis manos por encima de mi cabeza.

—Sin ropa te ves mucho mejor —dice y luego lame sus labios—, en especial porque la que traías puesta era un montón de trapos viejos y de mala calidad.

—Irrespetuoso... —Levanto mi cabeza para atrapar sus labios entre mis dientes y, al lograrlo, muerdo su labio inferior dándole un estirón sin llegar a lastimarlo.

—Sin dudas, eres única. Eres la primera ranita dorada que no derrocha lujo.

«No entendí lo de ranita dorada, pero no importa».

Prensa la abertura de su boca sobre mi cuello y luego chupa suavemente, humedeciendo así la piel que recorre junto con el roce de su lengua. Suelta una de mis manos y la suya la lleva hasta mi pecho para iniciar una estimulante y excitante sesión de masajes. Sus labios y su lengua bajan desde mi cuello hasta mis hombros, sigue avanzando hasta llegar a mis pechos y permanece ahí chupando alrededor de mis pezones. Deja libre mi otra mano para usar la suya sobre mi humedecida zona íntima, sus dedos alcanzan un ritmo exquisito, una fricción casi nula; de repente, se detiene para tantear sus dedos chorreantes sobre mi rostro y luego sonríe como si hubiera alcanzado el mayor de los logros de la noche, pero lo que realmente me sorprende es ver cómo lleva sus dedos a su boca y los chupa como si se tratara de jalea de manzana.

«¡Diablos! Nunca nadie me había saboreado de esa manera». No puedo ocultar mi rostro asqueado.

Se baja de la cama para levantar su pantalón del suelo y del interior de un bolsillo saca un condón sellado. Aún acostada en la cama, contemplo el momento exacto en que se quita el boxer, abre el envoltorio del condón y lo enrolla en su erecto miembro, el cual no es exagerado ni tampoco deprimente, es decente.

El empresario regresa a la cama con su cabello despeinado y su cosita forrada; sus brazos cruzan bajo mis rodillas y me abre para darse paso. Sin ningún tipo de consideración me penetra profundamente.

—¡Maldita seas, eres bastante estrecha!

Al parecer, mi vagina le ha impresionado bastante, tanto que hasta ha tardado un par de segundo en iniciar con el estregón.

—No eres como las demás putas que me ha traído Murgos, las otras son de vagina floja.

¿Será que digo algo para ver si este tipo se caya? Está bajando mis niveles de excitación.

—¿Qué pasa? —pregunta entre jadeos—. De pronto te siento más dura.

—Si te cayas, de seguro podré relajarme —respondo un poco molesta.

Repentinamente, saca su espada de mi humedecida funda y me agarra de las caderas para darme vuelta y ponerme en cuatro. Vuelve a penetrarme, con sus manos aprieta fuerte mis senos y, sin soltarse, empieza dar varias estoqueadas.

No pasa mucho cuando le siento eyacular dentro del condón, lo saca y luego baja de la cama. Me quedo sentada en el colchón y me le quedo viendo en silencio mientras se aleja a, lo que creo es, el baño.

Regresa ya sin el condón puesto, agarra su ropa del piso y luego empieza a vestirse como si tuviera prisa y sin decir una sola palabra. Ni siquiera gira a ver cómo me dejó sobre la cama. Me hace sentir un poco extraña, esperaba que dijera algo referente al sexo que le acababa de dar. ¿Le gustó?... ¿Me dará propina?

Luego de acicalar su cabello frente al espejo que está a un lado de la mesita de noche, saca su billetera del pantalón y lanza un fajo de dinero sobre la cama, a un lado mío. No tardo en agarrarlo para contarlo.

«Trecientas libras. No hay propina… Bueno, ni modo».

—Gracias por sus servicios, ranita.

Me ha dado la sensación de que le ha hablado a mi vulva…

El empresario sale de la recamara, yo le sigo los pasos aun estando desnuda y desde la entrada de la recamara le veo cruzar la puerta principal de la suite.

Me ha dejado sola.

No estoy segura si también debería irme o si puedo quedarme hasta mañana, no sé por cuanto tiempo está reservada la suite. Aquel hombre ha dejado la llave sobre la mesita de noche y no me dijo nada al respecto.

Luego de darme un baño decido bajar hacia la recepción, solo para averiguar por cuanto tiempo ha sido reservada la suite. El recepcionista me confirma que la suite se reserva por noche, que tengo hasta el mediodía de mañana para entregar la llave.

No me dejó propina, pero si una noche en una suite. Nada mal.

Esta noche he disfrutado de la comodidad de aquella acolchonada cama, de la calidez de la suite y de una copa de champán mientras contemplo la belleza del paisaje nocturno Londinense a través de las altas ventanas de la habitación.

Esta noche dormiré sola en la enorme suite de un prestigioso hotel.

Ha pasado un mes desde que conseguí el dinero para pagar parte la deuda que tengo pendiente en la universidad. Un mes más buscando empleo, porque tengo claro el hecho de que todos los meses se suma una mensualidad a mi deuda y vuelvo a correr el riesgo de que no me dejen entrar a las clases.

Esta mañana, antes de salir del apartamento para ir a la universidad, recibí la misma carta donde me advierten de las consecuencias de no pagar parte de mi deuda dentro de quince días, por tal razón se me hace difícil concentrarme en mi clase de ingeniería económica; y mi amiga tampoco es que ayude mucho en mi concentración, no si sigue dando golpecitos con la punta de su bolígrafo sobre mi hombro.

Giro la mirada y echo la cabeza hacia atrás para escuchar lo que tenga por decirme. Danna se me acerca al oído y me susurra:

—El maldito italiano no deja de sorprendernos, esta mañana llegó en un hermoso Ferrari rojo.

—Lo odio, lo único que viene a hacer aquí es a presumir toda su m****a…

No estoy segura si Giovanni Paussini ha comprado a varios de los profesores como para llegar hasta el último año de la carrera, no conozco mucho de él ni tampoco hemos cruzado palabras —y espero no hacerlo—, lo único que sé de él es que es un estúpido engreído y que vive rodeados de personas que solo le buscan por su estatus social, porque para cualquiera es evidente que este tipo tiene mucho dinero.

—Amiga, míralo —Danna vuelve a susurrarme y me hace buscarlo con la mirada—, ni siquiera está prestando atención a la clase. ¿Cómo carajos es que está aquí?

Desde mi silla puedo ver que está dibujando el rostro de un niño y está utilizando un bolígrafo de tinta negra; no puedo negar que es un buen dibujante, lo cual no le es ventajoso en la carrera de negocios.

—Las desconcentradas somos nosotras, mejor prestemos atención a la clase…

La primera vez que vi a Giovanni Paussini me dejó impresionada con aquellas delicadas facciones en su rostro y me deslumbró con la noche polar que caracteriza la oscuridad de su lacio y abundante cabello, no puedo negar que también me interesó aquel lujo en el que vive, pero fue el verde y frío pantano que hay en sus ojos lo que me mantuvo alejada, esa frialdad con la que mira a las personas es intensa; a algunos parece no afectarle, pero a mí sí.

Meses después de observarle desde la distancia, me di cuenta que no es lo que busco en un chico, es demasiado presumido, indiferente y grosero; además, está rodeado de demasiados sangrones como para querer estar en su mismo mundo. Giovanni Paussini no es de buscarle el habla a las personas, las personas lo buscan a él, jamás deja que los demás sepan de sus calificaciones, pero los demás sí buscan hasta el mínimo pretexto para hablarle, aunque sea para bromear por una mala calificación; Giovanni Paussini no le importa el mundo, pero el mundo si parece interesado en él.

Luego de que la clase terminara, Danna me ha invitado a comer un helado. Ambas salimos del campus y caminamos por los jardines de la universidad rumbo a los estacionamientos, porque Danna tiene un auto, casi todos los estudiantes tienen uno, menos yo.

—¡Oh, m****a! ... Casi me olvido de entregarle mi investigación al profesor de mercadeo —dice Danna llevándose las manos a la cabeza—. ¿Me esperas un momento? No demoro.

Me implora con las manos, ella sabe que detesto que me hagan esperar.

—Claro, ve. Yo te espero.

Danna regresa corriendo al interior del campus y yo decido esperarla sentada en una banca que está bajo la sombra de un árbol, porque a nadie le me gusta aguantar sol.

Mientras espero por Danna, saco mi libro de contabilidad y empiezo a repasar los temas que vendrán en el examen de mañana. No pasa ni un minuto, cuando siento que alguien se sienta a mi lado, quedo muda al ver de quien se trata.

—Miriam Douglas —Giovanni tiene sus ojos puestos en mí, su rostro está demasiado cerca del mío—… Acabo de enterarme en rectoría que eres la studentessa de negocios con mayor índice —informa con suma seriedad, con aquel acento italiano—… ¿Pero adivina?… Estoy a punto de alcanzarte. —Se sonríe cínico—. Voy a adueñarme de ese primer lugar.

Este desgraciado… ¿De verdad es el segundo universitario con mejor índice académico?

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