2. Una propuesta para mis problemas

Desde aquí abajo se nota la clase de personas que ocupan el área VIP, la mayoría son hombres que visten igual de elegante que Murgos.

Le regresa la mirada y la veo con un rostro pasivo. Creo que no hay manera que yo termine rechazando su propuesta. Muero por subir a aquella zona y conocer a todos esos hombres con rostro de chequera. Así que asiento a su invitación y nos ponemos en marcha.

Luego de subir el último escalón del área VIP, veo a cuatro hombres rodeando una mesa que soporta varias botellas de vinos, todo visten trajes de etiqueta, zapatos excesivamente lucrados, peinados acicalados y un olor a tabaco que se mezcla con una suave y exquisita fragancias de Christian Dior.

No nos sentamos con los radiantes caballeros, Murgos termina sentándose en una mesa que está distante a ellos. Yo me siento frente a ella sintiéndome un poco intrigada y desilusionada.

—Creí que estabas con ellos —digo muy cerca de su oído, el escándalo del bar me obliga alzar la voz.

—Sí estoy con ellos… Es más, ellos están aquí por mí.

Me causa gracia lo presumida que es esta chica.

—Te sientes riquísima, ¿eh?

—No me siento, lo soy. —Murgos se sonríe de medio lado.

—Ojalá yo tuviese la autoestima que tú tienes —me lamento recordando el caos que hay en mi vida.

De repente, un mesero llega a nuestra mesa para dejarnos un par de copas y una botella de vino, él abre la botella y sirve las copas hasta la mitad.

Murgos agarra su copa y toma un trago.

—¿Esa misma autoestima es la que te trajo aquí?

—Vine aquí en busca de alcohol para desconectarme de los problemas.

—¿Problemas económicos?

—¿Por qué crees que es económico?

—Porque es el problema que más golpea a la humanidad.

—Buen punto…

Agarro mi copa de vino y tomo de ella, es deliciosa y tiene un buen nivel de alcohol, no me molestaría embriagarme a punta de un buen vino, siempre y cuando Murgos siga patrocinándome esta noche.

—¿Conocerás de alguien que pueda ofrecerme un préstamo? —Dejo la copa sobre la mesa y continúo—. Pareces conocer gente con mucho poder adquisitivo.

—¿Tienes empleo?

—Estoy desempleada.

—¿Entonces como pretendes pagar un préstamo?

—Bueno…, tenía pensado hacer una venta de patio frente a mi casa…Claro, no sería una venta de patio, porque no tengo patio, sería una venta de callejón.

Murgos se me queda viendo inexpresiva y luego vuelve a beber de su copa de vino.

«Doy es pena... En serio, ¿venta de callejón?».

Murgos deja salir un par de risas que rayan en el cinismo mientras menea su cabeza con negatividad.

—Nadie te prestaría dinero con una garantía tan absurda. Lo primero que debes hacer es conseguir un empleo.

—¡Es lo que trato de conseguir! —me exalto controlando mi disgusto—, pero la mayoría de las vacantes exigen mínimo dos años de experiencia laboral, y yo no la tengo.

El estrés vuelve a apoderarse de mí. Hundo mis dedos dentro de mis esponjados risos y mantengo mi mirada agachada al tratar de reprimir mis ganas de llorar…, lo cual no ayuda, así que alcanzo mi copa de vino y vuelvo a tomar otro buche, uno grande.

—¿Cuánto te urge?

La pregunta de Murgos me hace fijarme en ella.

—Necesito doscientas libras.

—¿Y si te dijera que puedo hacer algo para que esta noche puedas conseguir trecientas libras?

—No quiero ser traficante de drogas —estipulo negando con la cabeza.

—No tiene que ver con drogas ni con nada ilegal, descuida.

—¿De qué trata?

Murgos gira la mirada sobre sus hombros y me hace dirigir mi atención en dirección a la mesa donde están los hombres de traje elegante.

—Ese hombre de corbata morada es mi cliente, está esperando a una chica que va a ofrecerle servicios sexuales, pero ella se ha demorado en llegar. Necesito hacer algo rápido, porque no puedo perder a ese cliente, ya que es alguien sumamente importante para mi negocio. Estamos hablando de un gran y apuesto empresario que solo buscan conseguir una noche de diversión, nada más.

—¿Sugieres que me prostituya? —le cuestiono con cierta molestia.

—No lo veas de esa forma, sino como una noche de parranda que al final te dejará un extraordinario encuentro sexual y hasta algo de dinero... No es que te vayas a dedicar todos los días a ser una trabajadora sexual, amiga.

Trato de enfocar mi mirada en el rostro de aquel hombre para capturar el mínimo detalles en sus facciones y así validar si realmente se le puede catalogar como un apuesto empresario que amerita ser consumido. Nariz perfilada, tiene una sonrisa que deslumbra junto con una blanca y alineada dentadura, cejas gruesas y ojos profundos. Desde aquí se ve buenísimo, realmente me ha llamado la atención.

—No puedo negar que es un sexy y suculento empresario —digo mientras me sonrío maliciosa—…No me molestaría tener una noche con él.

Acepto la propuesta de Murgos, porque también tengo necesidades sexuales y ya hace más de un año que nada de nada.

Antes de levantarse de la silla, Murgos me deja varios puntos claros: el cliente no tiene derecho a maltratarme físicamente y no puede ir a rin pelado. Me recomendó no dar mi información personal. También me ha pedido que, si el cliente llegara a preguntarme si soy una de las chicas de La rana que baila, que diga que sí; supongo que es el algún tipo de prostíbulo.

Murgos va hacia donde está el cliente, le susurra algo al oído y luego desvían la mirada hacia donde estoy sentada, el cliente se levanta de su silla e inmediatamente viene caminando hacia mí. Al llegar frente a mi mesa, me sonríe coqueto sin apartar sus ojos de los mío y luego me extiende su mano.

«Vamos», es lo que logro leer en sus labios.

No dudo en tomar su mano para levantarme de la silla, el hombre me hace entrelazar mi brazo con el suyo y luego salimos del agitado bar.

Ya estando afuera, ambos nos detenemos en la entrada del bar, a la orilla de la calle.

—Mi chofer llegará en un par de segundos.

—Ok.

La brisa fría de la noche y lo nerviosa que estoy hacen que un escalofrío recorra todo mi cuerpo hasta tensionarlo por completo; necesito relajarme frente a él, no puedo parecer inexperta en este tipo de encuentros.

Frente a nosotros se estaciona un elegante Rolls Royce que parece ser del año, carrocería negra, rines plateados y vidrios ahumados. El chofer baja del auto y corre hacia nosotros para abrirnos la puerta, agacha la mirada mostrando respeto frente a su jefe y luego nos permite entrar. Después de asegurarse de que ambos nos acomodáramos en el sillón trasero del auto, el chofer regresa frente al timón y enciende el motor.

El auto se pone en marcha en medio de la madrugada, con la calle despejada y los faros alumbrando hasta donde alcance la luz.

—A la suite de The Langham, Max.

El chofer levanta la mirada para verle desde el retrovisor central del auto.

—Como ordene, señor.

¡Oh, por Dios! ¿En serio dijo The Langham? Estamos hablando de uno de los hoteles más lujosos de Londres, jamás me imagine entrado a una de sus suites, es de esos lugares que siempre me han parecido inalcanzables por lo costoso que es... Este tipo debe estar podrido en dinero.

De pronto, lo tengo más cerca de mí, lleva su mano hacia el cabello que cae sobre mi oreja y empieza a jugar con unos de mis risos.

—Estas muy callada… ¿Cómo puedo llamarte?

Ahora puedo asegurar que el aroma a Cristian Dior viene de él.

—Mi…—«¡No Miriam, no des tu nombre!», pienso y enseguida una valla publicitaria de una barra de chocolate me da una idea—. Milkyway.

Malísima idea.

—¿Tu nombre artístico es el de una barra de chocolate? —me pregunta curioso.

—Sí.

—¿Por qué?

Su sonrisa es torcida y coqueta. Su atrevimiento se hace sentir con una suave caricia bajo mi entrepierna y logra que un corrientazo de excitación navegue hasta el interior de mi vagina.

—Po-Porque es lo que digo cada vez que pucho un pene. —digo y quedo sonrojada al instante.

El empresario se echa a reír sofisticadamente.

Fijo la mirada en el retrovisor del auto para ver si chofer también escuchó eso, y sí, sonríe como si reprimiera las ganas de reír.

El auto entra al valet parking del hotel y se estaciona frente a una majestuosa entrada de pilares altos y portón de cristal, el botones del hotel se acerca al auto y abre la puerta trasera para dejarnos salir. Luego de que el empresario baja del auto, el botones extiende su mano hacia el interior del auto y, con un gesto de caballerosidad, me ayuda a salir tomando mi mano.

Camino tras la espalda de aquel elegante empresario, al cruzar la puerta principal del hotel quedo maravillada por la finura del lugar, por primera vez en la vida logro admirar todo el lobby desde su interior, no desde afuera o a lo lejos como siempre lo he hecho; esto es exageradamente lujoso: gruesas columnas revestida con un blanco y deslumbrante mármol, piso igual de blanco junto con delicados detalles oscuros, y en el centro de todo el lobby una enorme lampara de cristal que alumbra en blanco led.

El empresario llega a la recepción, yo me quedo atrás de él.

—Tengo una reserva para hoy a nombre de Steve Smith.

La persona encargada de la recepción empieza a revisar su libreta de registro, luego levanta la mirada para responder:

—Listo, señor. —Hace una leve inclinación y de la parte baja del mueble saca una llave—. Esta es su llave. Que tenga una buena estadía —dice sonriente al entregársela.

Avanzamos hacia el elevador, subimos en él y en pocos segundos nos detenemos en el piso más alto del hotel. El empresario introduce la llave en la cerradura de la puerta y luego la abre.

Madre mía…

Aquí podría haberse hospedado la mismísima reina Isabel II.

Me da miedo entrar aquí y destruir alguno de esos jarrones que parecen haber sido barnizados con oro. La alfombra que está frente a mis pies me hace dudar si pisarla o no. Aquí dentro hay varios sofás que parecen haber sido robados del dormitorio de la reina. Y el hermoso paisaje nocturno de Londres que se deja apreciar desde los altos ventanales de la suite hace que se complete toda esta perfección.

De repente, el empresario me toma de una mano y jala de ella para hacerme pasar.

—Te comportas como si nunca hubieses pisado una suite.

Si supiera que hace años tuve un perrito llamado París, y que le puse ese nombre solo para engañarme cada vez que me decía que iba a pasear a París.

—Pues no —respondo en tono indiferente, engreída—, ya estoy acostumbrada a visitar este tipo de suite.

Pongo un pie sobre el costoso alfombrado y rezo al dios de la pobreza para que se olvide de mí, por lo menos, en los próximos minutos. El empresario no me suelta de la mano y jala llevándome hacia donde está una puerta caoba; al cruzarla, me percato de que se trata de una recamara matrimonial, en todo el centro de la habitación está una esponjosa cama Queen con su cabecera llena de cojines, paredes rosadas con estampado de otoño, sedosas cortinas doradas que cubren las largas ventanas, en el techo alumbra una lámpara en forma de candelabro y otras dos pequeñas sobre las mesitas de noches.

Mientras me mantengo contemplando la habitación, soy sorprendida por las escurridizas manos del empresario; desde la espalda, lleva sus manos sobre mi vientre y se adentra bajo el sweater para tocar mi piel, sus dedos empiezan a subir lentamente y con delicadeza transita sobre mis costillas haciéndome gemir de gozo. Sus manos se posan sobre mis pechos y los aprieta convirtiéndolos en la kriptonitas que hacen debilitar mis piernas.

—Espero y me des el mejor sexo de mi m*****a vida. ¿Oíste perra?

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