40. Rachid, hijo, ven, siéntate.

La oscuridad de la noche había envuelto la mansión, y Rachid caminaba por los pasillos, sumergido en los recuerdos de sus momentos con Layla. Cada pensamiento era un recordatorio de lo que había sido y lo que nunca podría volver a ser. Armándose de valor, sabía que no podía seguir evitando el inevitable encuentro. La cena familiar lo esperaba, y con ella, la necesidad de mantener las apariencias.

Al entrar al comedor, Rachid vio a sus padres, tíos y Amir ya sentados. Había un lugar vacío que, supuso, sería para Layla. Saludó con una cortesía distante, evitando cualquier muestra de emoción.

—Buenas noches a todos —dijo, con un tono controlado.

—Rachid, hijo, ven, siéntate —indicó su padre, Hassan, señalando la silla junto a Amir.

Rachid asintió y tomó asiento al lado de su hermano, manteniendo su mirada fija en la mesa.

—¿Cómo ha sido tu día? —preguntó Amir en voz baja, consciente de la tensión que su hermano debía estar sintiendo.

—Igual que cualquier otro —respondió Rachid secamente,
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