Casada con el gemelo equivocado.
Casada con el gemelo equivocado.
Por: Sunflowerfield
1. Es cuestión de honor.

Los motores del jet privado rugían suavemente mientras cortaban el cielo azul, llevando a Layla hacia un destino que no había elegido. Miraba por la ventana, deseando que las nubes que veía abajo pudieran detener el tiempo, que el océano que brillaba al sol pudiera lavar la decisión de su familia y darle la libertad que tanto anhelaba.

—¿Por qué tengo que hacerlo, papá? ¿Por qué yo? —La voz de Layla temblaba mientras buscaba en los ojos de su padre una respuesta que pudiera calmar esa sensación de angustia en su pecho.

Su padre, un hombre de rostro serio y marcado por los años, suspiró. Sus ojos, que solían estar llenos de calidez cuando miraba a su hija, ahora reflejaban la resolución de una promesa hecha años atrás.

—Layla, yo... nosotros te debemos mucho a la familia de Hassan. Cuando estábamos al borde del abismo, nos extendieron la mano y nos salvaron de la ruina. Hicimos una promesa y ahora debemos cumplirla. Es cuestión de honor.

—Pero papá, no tiene sentido. Fui criada aquí, en América. Tengo mis propias creencias, mis sueños, mis amigos... No puedo simplemente abandonar todo eso para casarme con un hombre que ni siquiera conozco. ¿Qué pasa con mi felicidad?

Layla sintió cómo las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos, haciendo que las luces del jet brillaran como estrellas distantes. Su padre, con un pesado suspiro, se acercó y tomó su mano con delicadeza.

—Lo siento, hija. Sé que es difícil, pero nuestra palabra es nuestra vida. Te prometo, Hassan es un buen hombre, y su hijo Amir es un joven honorable y respetuoso. Te tratarán bien.

Pero las palabras de su padre no lograron consolar el corazón roto de Layla. Se sentía atrapada en una red de tradiciones y promesas que no eran suyas, llevada hacia un futuro incierto en el que su voz, su elección, parecían haber sido silenciadas.

El jet continuó su vuelo hacia Arabia Saudí, hacia el cumplimiento de una promesa, hacia el entrelazado de dos vidas en un lazo que Layla no había escogido, y mientras las millas pasaban, un sentimiento de pérdida y resignación se asentaba en el alma de la joven, mezclado con la débil esperanza de encontrar un resquicio de luz en la sombra del deber.

El jet aterrizó en el aeropuerto de Riyadh, la capital de Arabia Saudí. El sol se reflejaba en las extensas pistas de aterrizaje y los edificios de cristal del aeropuerto brillaban como joyas en el desierto. Layla, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, observó el nuevo mundo que la rodeaba mientras descendían del avión.

Al bajar, una figura imponente los esperaba. Era Hassan Al-Farsi, el hombre que había salvado a su familia de la ruina y que ahora reclamaba el cumplimiento de la promesa hecha hace tantos años. Vestía una túnica blanca tradicional, y su semblante serio contrastaba con la sonrisa cordial que ofreció al padre de Layla al saludarlo.

—¡Sun! Bienvenido, hermano —dijo Hassan, extendiendo la mano para estrechar la del padre de Layla.

Sun devolvió el saludo con un apretón de manos, mientras Layla observaba la interacción con cautela.

—Gracias, Hassan. Te presento a mi hija, Layla —dijo Sun, señalando hacia ella con una mano temblorosa.

Hassan se volvió hacia Layla y, guardando las distancias, inclinó la cabeza en señal de respeto. Layla, aún nerviosa y confundida, hizo una pequeña reverencia en respuesta, tal como había visto hacer en las películas.

—Es un placer conocerte, Layla —dijo Hassan con una voz calmada y autoritaria.

—El placer es mío —respondió Layla con voz titubeante, sin saber muy bien cómo manejar la situación.

Hassan les indicó un coche negro, una limusina que los estaba esperando. Todos subieron al vehículo, que se deslizó silenciosamente por las calles de la ciudad hacia la lujosa residencia de la familia Al-Farsi.

Durante el trayecto, Layla no pudo evitar sentir un miedo creciente en su interior. Todo esto era nuevo para ella: la cultura, el idioma, las expectativas. Su padre, Sun, parecía igualmente nervioso, como si también él dudara de la decisión que había tomado. Había pensado que Hassan nunca reclamaría la promesa, que su hija viviría su vida en América, lejos de las complicaciones de las tradiciones árabes.

—No temas, Layla —dijo Sun, notando la tensión en el rostro de su hija—. Estarás bien aquí. La familia Al-Farsi es una de las más respetadas del país.

Pero las palabras de su padre hicieron poco para aliviar la ansiedad de Layla mientras la limusina se detenía frente a las imponentes puertas de la mansión Al-Farsi, un palacio en medio del desierto, y un nuevo capítulo en la vida de Layla estaba a punto de comenzar.

Layla solo asintió, apretando suavemente la mano de su padre. No quería mostrarse maleducada o ingrata, pero en su interior, un mar de emociones tempestuosas la golpeaba, dejándola herida y vulnerable. Sentía que había sido entregada como una mercancía, una pieza en un tablero de ajedrez en el que no tenía voz ni voto.

Cuando la limusina se detuvo frente a la entrada principal de la lujosa mansión, el chofer abrió la puerta y Layla bajó del vehículo. Una extraña sensación de ser observada la inundó, como una brisa suave pero insistente que recorrió su espalda. Levantó la vista instintivamente hacia el gran balcón que se extendía en el segundo piso de la casa.

Allí, observándola desde la sombra, estaba un hombre de apariencia impresionante. Su postura era recta y segura, y sus ojos oscuros se clavaban en los de Layla como dos estrellas en la noche del desierto. Layla sintió un calor inexplicable al encontrarse con esa mirada, un magnetismo que la atrajo hacia él, haciendo que el resto del mundo desapareciera en ese instante.

El susurro de su padre en su oído rompió el encantamiento.

—Ese es Amir, tu futuro esposo.

Layla parpadeó, desviando la mirada del hombre en el balcón. Su corazón latía rápidamente en su pecho, y una mezcla de miedo, curiosidad y un atisbo de atracción se agolpaba en su mente. ¿Sería él tan cruel y demandante como las historias que había escuchado sobre matrimonios arreglados? ¿O habría una chispa de bondad y comprensión en esos ojos profundos que la habían cautivado?

—Hola, Amir —murmuró Layla, casi para sí misma, con una mezcla de temor y esperanza, mientras se adentraba en el umbral de la gran casa, hacia el desconocido futuro que la aguardaba.

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