El precio de un error
El precio de un error
Por: Jeda Clavo
Capítulo 1. Una invitación

Brigitte, había estado de viaje por un mes en Milán, por razones de trabajo, durante toda su vida había querido ser modelo y se le presentó esa oportunidad, la cual no quería rechazar.

Con toda la tristeza y el dolor del mundo dejó a su novio en Roma y se subió a un avión que la llevaría hasta allá, él no había estado de acuerdo con esa decisión, de hecho, el día que le informó tuvieron una fuerte discusión.

“—¿Por qué debes ir allí? No quiero que te dediques a eso, a modelo se dedican solo las… —comenzó a decir y ella lo detuvo.

—Cuidado con lo que vas a decir… es un trabajo decente como cualquier otro, tu apreciación es ofensiva, machista e injusta —lo debatió.

—La novia mía no se va a dedicar a ese oficio, por mucho que te parezca un trabajo decente, a mí no y eso es lo que importa —dijo con soberbia.

—Por si no lo sabes, la gente normal en este país y en cualquier otra parte del mundo, debe ganarse el dinero para poder vivir y así me lo ganaré yo —declaró ella con un poco de indignación, sin comprender la actitud del hombre.

—¡¿Y acaso crees que yo no me gano el dinero?! ¿Piensa que mis inversiones en la bolsa, mis negocios es un juego para mí? Si es por dinero, ¡¡Aquí tienes!! —le dijo levantándose, sacando de su cartera varios billetes y tirándoselos en la mesa con violencia—. Te doy lo que necesites, pero me niego a que trabajes y más si es mostrando tu cuerpo como si fueras una z0rra. 

Brigitte no sabía que sentir, si rabia, lástima, decepción, porque para ella el hecho de que le colocara el dinero en la mesa es como si la estuviera tratando como una cualquiera, y él fuera su cliente quien le estaba pagando por sus servicios.

—¿Qué decepción contigo Sebas? ¿Crees que todo es dinero? ¿De verdad que piensas eso? —preguntó ella con incredulidad.

—¿Eso no es lo que acabas de decir? ¿Qué la gente normal trabaja para ganar dinero para vivir? —inquirió el hombre alzando las cejas, con una expresión de desdén.

—Sebas, no sé por qué actúas de esta manera, tan cerrado… no había conocido esta faceta de ti… y sinceramente, no sé si me gusta —habló la chica con sinceridad.

Sebastián la vio con los ojos chispeantes del enojo.

—A mí no me gusta lo que estoy viendo de ti… y estoy seguro de no tolerarlo. Se me quitó el apetito.

Se levantó del asiento y tiró los cubiertos en el plato y la servilleta en la mesa con clara actitud hostil, comenzó a caminar hacia la salida, cuando vio que ella se mantenía sentada comiendo, le gritó desde la puerta.

—¿Y tú no piensas levantarte? ¿O es que pretendes que te espere como si fueras una princesa?

Ella se giró y lo vio con una expresión de tristeza.

—A ti se te quitó el apetito, pero a mí no ¡Yo aún tengo hambre! Y no me voy hasta no terminar de comer —habló con firmeza.

—¡¡No pienses que voy a esperarte!!

—¡No te lo estoy pidiendo! —exclamó enfática.

Sebastián salió del restaurante tirando la puerta, mientras ella inclinaba su cabeza, sosteniéndosela entre las manos.

“Esto no está nada bien”, pensó sin poder ocultar su preocupación, pero no iba a ceder, ella necesitaba ir tras sus propios sueños y aunque estaba enamorada de él con todo su corazón, también era bueno hacerle entender que las cosas no siempre podían ser como él quisiera.

Cuando terminó de comer, estaba indecisa, no sabía dónde ir, a casa de su madre estaba descartado, porque para hacerlo debía avisar con anticipación, porque si no su padrastro se molestaba, revisó su cartera y no cargaba suficiente dinero y sus tarjetas estaban en números rojos, suspiró con resignación, porque no tenía otra opción, sino regresar al apartamento que estaba compartiendo con Sebastián desde hacía tres meses.

Esa noche, al llegar al departamento y encontrársela a punto de irse a dormir, sin ni siquiera mirarlo o saludarlo, Sebastián la detuvo.

Se la quería llevar a la cama y en contra de su voluntad, la llevó.

—¡Desnúdate! —ordenó con firmeza,

—¡No quiero! —exclamó ella, tratando de apartarlo.

—Pero yo sí quiero… tu opinión no importa ¿No se supone que eres mi mujer?  Entonces cumple con tu obligación.

Ella terminó cediendo mientras él la lanzaba en la cama, prácticamente le arrancó la ropa y él se desnudó en un segundo y se acostó sobre ella, ese día le hizo el amor como si fuera una prostituta, sin enamorarla, ni caricias previas para seducirla, porque solo buscaba satisfacer sus deseos.

Esa noche de amor entre Brigitte y Sebastián, no fue como las ocurridas en el pasado, se portó horrible, brusco y ella sintió su corazón romperse, pero no pudo quedarse callada y le hizo saber a su novio como se sentía.

—Nunca pensé que me ofenderías y me humillarías de esta manera, y mucho menos que me trataras como si fuera un objeto sexual, una prostituta y… —él lo interrumpió.

—Sabes Briggitte ¿Para qué crees que te tengo aquí conmigo? ¿O acaso pensaste que ibas a venir a vivir a mi apartamento a qué? ¿A tomarnos de manitas como dos noviecitos? —dijo con sarcasmo y ella se quedó viéndolo con dolor—. Sabes cuál es tu problema Briggitte, que debes pisar tierra y dejar de leer esas historias románticas que te llenan de estupideces la cabeza… no hay ningún príncipe azul andante que te venga a rescatar y que pise el suelo por donde pises… y te advierto si vas a ese viaje en Milán, juro que te vas a arrepentir.

—¡No más de lo que tu lo harás! —expresó en el mismo tono.

Aunque él al parecer no la escuchó, porque salió de la habitación, dejándola a ella llena de dolor y con esa sensación de que Sebastián Junior, no era el hombre que creyó.

Se quedó dormida y en la mañana muy temprano, se levantó y se fue de viaje, no se iba a dejar de intimidar”.

Y ahora estaba allí, de regreso en Roma, pero decidió no ir al apartamento que compartía con su novio, aunque necesitaba hablar primero con él, porque necesitaba darle una importante noticia, aunque no creía que ese fuera el momento adecuado para hacerlo. 

Las cosas entre ellos no estaban del todo bien, en su mes de ausencia solo hablaron tres veces y no fue para nada cordial, esas conversaciones terminaron en discusiones, por eso decidió ir donde su madre, avisándole previamente que lo haría, porque por supuesto, no tenía derecho a llegar sin avisar.

Solo procuraba quedarse allí pocas veces, porque estaba cansada de discutir con su padrastro y hermanastras... por más que ellos quisieran aparentarle cariño, ella no era tonta y podía percibir cuanto la odiaban, siempre había sido así y a estas alturas no creía que eso cambiara.

La recibió el silencio, pero era denso como si alguna maldad se estuviera fraguando en contra de ella, respiró profundo y caminó a su habitación, no sabía si sentirse preocupada o aliviada, de no encontrar a nadie.

Cuando abrió la puerta de su habitación, pisó un sobre, frunció el ceño, se inclinó y la recogió, lo abrió y allí vio una hermosa tarjeta con letras doradas que decía: 

Sebastián Ferrari Estrada Y Franchesca DellaCroce, tienen el gusto de invitarlos a su gran celebración de la boda religiosa en la Basílica di Santa Maria Maggiore.

No podía creer lo que veían sus ojos, estos se nublaron producto de las lágrimas... el hombre que amaba se estaba casando con su hermanastra.

—¡Esto no puede ser! —exclamó mientras sentía como si su corazón se estuviera rompiendo en cientos de pedazos y sus piernas temblar sin poder sostenerse.

«Dejarse llevar por el corazón puede ser el error más grande que puedas cometer. Es verdad que el sentimiento hace que la vida sea mucho más especial, pero también es cierto que puede llevarte a tener más de un accidente y muchos de ellos, dejan cicatrices bien profundas». Autor desconocido.

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