Capítulo 2

Viernes, 8 Noviembre del 2019.

Una semana después...

No he vuelto a cruzarme con Thomas desde entonces, gracias a Dios y a todos mis ángeles.

Aunque de alguna extraña manera, lo siento cerca. Todo el tiempo... Incluso estando en el trabajo, lo siento cerca.

Quizás porque somos vecinos y vivimos en el mismo piso.

No sé, ya creo que hasta estoy delirando y alucinando. Pues hace dos noche me pareció verlo en el balcón privado de mi habitación, cosa que es imposible. Ya que el apartamento de sus abuelos está a dos del mío y, él tendría que pasar dichos dos balcones para llegar a mi.

Lo bueno, es que con tanto trabajo en el museo de arte, trato de no darle importancia a ese sentimiento a pesar de su persistencia.

Hace una semana celebraba mi nuevo ascenso y hoy, celebro que finalice uno de los trabajos más grandes e importantes y el que más tiempo me a tomado culminar.

Y será nada más y nada menos, que la nueva pintura principal que dará la bienvenida en la reapertura del museo a partir del lunes a todos los visitantes. Y con ello, mi tercera exposición en el museo más importante y simbólico de la ciudad.

Será una noche espectacular y emocionante, vendrán expertos de arte, periodistas y colegas pintores de todas las ciudades y estados del país.

Me emociona el hecho de que mi nombre como artista de obras de arte, se haga más sólido y obtenga el reconocimiento por el que tanto he luchado. Y ya no solo mi nombre, sino, mis obras... Mis preciadas pinturas.

Mis retratos, paisajes y bosquejos merecen ser reconocidos.

Salgo de mi edificio y bajando las escaleras veo a mi amigo Sebastián esperando por mi fuera de su auto al cruzar la calle. Y mientras espero que unos autos pasen para ir a su encuentro, veo como una motocicleta negra se aproxima y estaciona justo en la acera frente a mí edificio y en la cual estoy de pie mientras espero que cambie el semáforo.

El hombre que conducía la moto se baja primero y luego su acompañante, cuando este se gira hacia mí se quita el casco y al ver de quién se trata, mis piernas tiemblan como gelatina.

¿Es en serio?

Casi no puedo sostener mi propio peso y mi corazón... Me traiciona al saltar descontroladamente. ¡Pero que traicionero!

¿Cómo me hace eso? ¿Cómo puede saltar como loco al ver a Thomas?

Lo peor... Es que sin querer pero en el fondo queriendo, desvío la mirada hacia su acompañante y cuando este se quita el casco, su cabello cae en cascada revelando que en vez de 'este' se trata de 'esta' pues es una mujer. O mejor dicho, una chica, de su edad y muy linda, por cierto.

Tragando saliva con fuerza, mis ojos y los suyos vuelven a encontrarse después de una semana sin vernos.

Vaya, una semana. Cómo pasa el tiempo...

Una semana desde que sentí tal bajón y luego tal inesperado subidón que solo su cercanía me dió.

Hace mucho que no sentía algo parecido.

Aunque nunca, por un menor...

Impensable.

Ni en mis más remotos pensamientos.

O sueños...

Me aclaro la garganta y asiento con la cabeza en forma de saludo y dejo de mirarlo. Miro hacia la carretera y aprovecho que ya está despejada para cruzar.

Pero solo me basta dar un paso, cuando escucho mi nombre provenir de su linda voz.

¿Linda? ¿Dije linda?

Caray...

Me vuelvo para mirarlo y él se gira unos segundos para susurrarle algo a su acompañante y esta le sonríe para luego adentrarse al edificio y esperarlo en recepción, supongo.

— Hola, Lucey. Buenas noches...

— Buenas noches, Thomas.

— Me enteré de tu exposición el lunes. —Dice mientras acorta esa pequeña distancia que nos separa— Felicidades.

— Gracias... —Susurro en un hilo de voz y desvío la mirada hacia mi amigo quien observa sigilosamente a Thomas.

Ay mi Dios... La noche que me espera.

Nadie como él para conocerme en la actualidad.

Con una de mis manos le hago una señal de espera y este asiente con la cabeza y se adentra en su auto.

— ¿Vas con tu amigo a celebrar?

— Sí, y con otras dos amistades más.

— Parejas...

Trago saliva y alzando la mirada hacia él, frunzo los labios.

Que manera la suya de lanzar indirectas.

Y es aquí cuando me pregunto; ¿De cuando acá pasamos este nivel de confianza?

Apenas y nos saludábamos antes, las pocas veces que nos topamos en la recepción u ascensor.

Pero supongo que eso cambió, desde aquel viernes... Aunque no podría esperar menos después de tal atrevimiento de mi parte. Yo di el primer paso.

Creo que no debí pedirle que me acompañara a la puerta de mi casa esa noche, ni mucho menos hacer menos su hombría por aún considerarlo un adolescente, cuando de solo verlo su adolescencia pasa desapercibida.

Oh, Dios. De solo recordar lo mucho que me costó dormir después...

Él tiene una apariencia muy varonil. Sobre todo, su presencia. Es imponente. Y su estatura ayuda en ello, al igual que su contextura física.

Jugar fútbol americano le hizo mucho bien, físicamente hablando.

Lo definido de sus brazos y la anchura de su pecho no pueden pasar desapercibidas a pesar de la chaqueta de mezclilla que ahora le cubre. Al contrario, esta lo hace notar mucho mas.

Soy una pecadora, no debería estar fijandome en su apariencia física.

¡Es un adolescente, Lucey!

Le puedes llevar fácilmente hasta diez años.

Ya ni siquiera recuerdo su edad, cuando le conocí, estaba a solo días de cumplir mis veintidós años. Y aunque él ya estaba alto en estatura, en edad aún era un niño, creo que tendría once o doce años. No recuerdo y, a estas alturas, está demás preguntar.

Su mirada recorre cada centímetro de mi cuerpo muy lentamente sin disimular y cuando llega al área de mi cuello, mi pecho se contrae. Siento como mi corazón se agita descontroladamente, mucho más cuando él se pasa la lengua por los labios.

— Te ves muy linda. —Apenas y le escucho decir— Que disfrutes tu noche.

— Gracias, igualmente. —Recalco, desviando la mirada hacia la chica que lo espera en recepción.

Iba a despedirme dándole un beso en la mejilla, pero a mitad de camino me di cuenta del error que estaba cometiendo y sonreí nerviosa.

— Lo siento. —Vuelvo a reír— No sé dónde tengo la cabeza. ¡Cuídate, adiós!

Salgo huyendo y cruzo la calle a toda prisa. Por suerte, está despejada.

Cuando me acerco al auto, mi amigo está por bajarse para abrirme la puerta, pero acelerada musito:

— No, no te bajes. Solo vámonos...

Ya dentro del auto, no puedo evitar mirar hacia la acera donde hace apenas unos segundos me encontraba y ver que Thomas aún sigue allí, con una gran sonrisa.

Puedo jurar por mi vida, que esa sonrisa burlona que predomina en su rostro, es por mi evidente huida a lo que estuve apunto de hacer y no hice.

¡Que estúpida!

Pero ¿En qué ando pensando? Por poco y le doy un beso en la mejilla, como si fuéramos los mejores amigos del mundo.

Thomas alza la mano, saludando a mi amigo y este le corresponde.

— ¡Qué esperas! —Chillo por lo bajo— Vamos,  enciende el auto y acelera.

Sebastián suelta una risotada y al fin enciende el auto, cuando el motor ruge mi amigo acelera y por fin la vista de mi edificio y de un Thomas muy risueño, desaparecen.

Minutos después y, a solo tres calles para llegar a nuestro destino mientras esperamos que el semáforo cambie de color, a mi amigo se le ocurre preguntarme:

— ¿A qué le estás huyendo?

Dejo de mirar por la ventana y al encontrarme con su mirada, me sonrojo un poco.

— ¿De qué hablas? ¿Huir de qué?

— Sabes de lo que estoy hablando.

Niego con la cabeza y al bajar la mirada, le escucho decir:

— ¿Qué edad tiene?

— ¿A quién te refieres?

— Ay, por favor, Lucey. —Resopla— Conmigo no tienes que fingir. Vamos, no soy quien para juzgarte.

— ¿Pero de qué estás hablando?

Sebastián niega con la cabeza y ladeando una sonrisa, acelera de nuevo cuando el semáforo cambia a verde.

— Ví como se miraban —Le escucho decir y mis ojos se abren más de lo posible— Tú le gustas, ese chico babea por tí.

— ¿Qué...? —Pierdo la voz.

— Y a ti, también te gusta. —Dice mientras apaga el auto y se vuelve hacia a mi.

Cuando miro por la ventana, me percato de que ya hemos llegado a la casa de nuestra amiga Jessy y no puedo evitar sentirme acorralada.

— Ahora, la pregunta que me hago es... ¿Desde cuándo? Y ¿Por qué nunca me di cuenta? Tú y yo, casi siempre estamos juntos. ¿Esto es reciente o de esa noche...?

— No sé de qué estás hablando.

Me hago la desentendida y quitándome el cinturón de seguridad a toda prisa, intento bajar del auto, pero mi amigo Sebastián le pasa seguro a las cuatro puertas.

— ¡Thomas! —Espeto con fuerza, pues ahora me encuentro demasiado frustrada y al instante, cubro mis labios ante lo dicho.

¡Pero que metida de pata tan pero tan profunda!

Quiero morir, es más, quiero desaparecer de toda la faz de la tierra.

— Así que, ahora me llamo Thomas... —El dice y suelta una carcajada.

— Oh, Dios, perdóname —Hago una mueca con los labios—. Rayos...

El sonido del seguro de las cuatro puertas del auto me hace dar un respingo al tomarme por sorpresa y veo como mi amigo se quita el cinturón de seguridad.

— Ay, mi querida Lucey —Le veo suspirar cuando se gira de nuevo hacia mi y con su mano acaricia mi mentón—. Si tan solo supieras mi verdadero pasado... ¿Recuerdas de la mujer que te hablé alguna vez cuando nos conocimos?

Asiento mientras percibo como mi vista se nubla de a poco. Me siento al descubierto y con los sentimientos al borde del abismo... No me entiendo, pero así me siento.

Con un pie más allá de la perdición que de la salvación.

— Bueno, es por ello que te digo que no soy quien para juzgarte —El baja la mirada al mismo tiempo que aleja su mano de mi mentón— Mira, para nosotros los hombres las mujeres jóvenes son una verdadera tentación. Hasta las  adolescentes, pues ellas tienen ese no se qué, eso que nos hace recordar nuestros mejores tiempos. O mejor dicho, nos hacen sentir de cierta manera mucho más que vivos. Ellas gozan de una energía que las mujeres de nuestra edad, hoy en día ya casi no poseen. A excepción de ti, que brillas con luz propia de tanta energía que proyectas, a pesar de que te llevo algunos años.

Sonrío ante su comentario.

— A lo que voy con esto es que también hay hombres u adolescentes que ven en mujeres como tú, lo que no encuentran en mujeres de su edad.

— Pero, es que...

El me interrumpe.

— Cállate y escucha, que no soy serio todo el tiempo —Ambos sonreímos—. No culpo a Thomas de sentir cosas por ti, sin importar las que sean.

Suspiro ante lo que Sebastián a dicho, y el recuerdo de Thomas mirando hacia mi cuello mientras lame sus labios, me invade por completo y me eriza la piel.

Rayos, creo que si lo tuviera frente a mí ahora mismo, le brincaria encima y le daría un sonoro beso.

— ¡Pero es solo un adolescente! —Gimo frustrada ante mi pensamiento.

— ¿Y eso qué? Yo le veo unos diecisiete años o quizás más. Y a esa edad, los hombres ya tenemos muy claro cuando alguien nos gusta o no —Resopla—. Ya está algo grandecito como para decidir y, con ello dar el paso. Y se nota que él muere por darlo.

— ¡Pero yo no! Eso está mal, es ilegal.

— Ah, bueno, si a esa vamos... Por supuesto que no es correcto. —Suspira— Pero, ¿Qué no es correcto hoy en esta vida?

— ¡Podría ir a la cárcel!

— Solo si lo gritasen a los cuatro vientos, Lucey. Yo soy una tumba. ¿Quién más aparte de mí podría saberlo? A menos que se miren así en todas partes...

Ríe ante eso último y lo fulmino con la mirada.

— ¿Me estás insitando a que me acueste con un menor?

— No, por supuesto que no —Resopla burlón—. Solo intento hacer que te relajes y que con ello, sepas que no eres la única que a vivido algo parecido. Esto es algo normal y más habitual de lo que parece, Lucey. Aunque la sociedad trate de ocultarlo.

— ¿Cómo pudiste salir bien librado de algo así? Ella... Quiero decir ¿La haz vuelto a ver?

— No, nunca más volví a verla. Pero sé que está bien.

— Pero ¿Cómo?

— No me preguntes cómo —Sonríe—. Eso es un secreto, los hombres siempre sabemos qué hacer para saber de la mujer que un día amamos tanto.

Eso último me hace recordar las felicitaciones de Thomas por mi exposición. ¿Cómo se enteró? Obviamente por mí no fue y, hasta donde tengo entendido... Aún no sale en las noticias locales sino hasta el Lunes a primera hora.

— Entonces, pudiste salir bien librado de eso.

— Nunca pude salir, Lucey. Nunca se puede salir de algo así... Por algo sé que ella está bien y feliz, sin mí. Como debe ser.

La seriedad en su rostro ante eso último que dijo vuelve a nublar mi vista y un suspiro me abandona, solo una vez Sebastián me habló de ella y de eso hace cinco años, cuando apenas nos conocimos. Después de esa vez él nunca más volvió a tocar el tema hasta ahora. Eso me da a entender claramente lo mucho que esta mujer significa en su vida y de lo mucho que me quiere como para hablar de ella nuevamente, después de tanto tiempo.

— Entonces jamás quiero vivir algo así —Susurro y lo abrazo con fuerza—. Perder a Johan a sido más que suficiente para mí. No podría pasar por lo mismo de nuevo y peor, correr el riesgo de ir a prisión por amor o placer.

— De alguna manera, mi hermosa Lucey Jane, todos vamos a prisión por amor.

Alejo mi rostro de su pecho y al mirarlo a los ojos, vuelvo a suspirar.

— Te puedo jurar que no estoy enamorada y que nada a pasado entre él y yo, a penas y nos saludabamos cuando nos veíamos en los pasillos. Pero...

Sebastián sonríe con cierta ternura mientras aprieta su mano en hombro.

— ¿Pero?

— No sé... Esa noche, es que esa noche cuando caminé junto a él hasta la puerta de mi casa, sentí un escalofrío, de esos que erizan la piel de punta a punta. De esos que aceleran el corazón y te hacen pensar que saldrá disparado del pecho. Todo fue tan repentino, como un huracán... Tan fuerte, persistente y dominante.

— ¿Te besó?

— ¡No! —Gimo y golpeo su hombro con la palma de mi mano— Dios, no.

— Se nota que hubiras querido que lo hiciera.

— ¡Sebastián! No me estás ayudando.

Su risa tan bonita me hace sentir menos frustrada.

— Al contrario, quiero ayudarte, sé por lo que estás pasando. Lo vivo aún en carne propia aunque ella ya no esté conmigo. Solo trato de aligerar la situación, no quiero verte mal por algo que a mí entender, no ha comenzado.

— ¡Ni va a comenzar! Te lo aseguro, eso no va a pasar.

— Yo que tú no diría que de esa agua no beberas. Porque luego te cae todo el balde, y en charola de plata.

— Te odio.

— ¡Jah! Me amas.

— También, ambas a la vez. —Me río y el también lo hace, aunque no por mucho— Si tan solo supieras... De solo recordar lo que le dije esa noche. ¿Puedes creer que prácticamente le hice saber que dudaba de su hombría por ser aún un adolescente?

— Puff, no inventes, Lucey.

Sebastián se cubre el rostro mientras niega con la cabeza.

— ¡Ya lo sé! Eso fue muy bajo.

— Me sorprende que aún te dirija la palabra. Eso corrobora lo que digo, tú le gustas. Porque si yo fuese él, creeme, no te hablaría jamás. O tal vez... También esperaría el momento perfecto para hacerte saber el mero macho que soy. (Palabras sabias de nuestro amigo Alberto, eh.)

Suelto una carcajada y a continuación, ambos salimos del auto. Cuando Sebastián llega a mi lado, lo abrazo de nuevo y suspirando musito:

— Esto es tan extraño... Esa noche recuerdo que lloraba por el casamiento de Johan, al saber que no estaré en el día más importante de su vida. Y luego, solo minutos después, suspiraba por otro hombre. En este caso, un adolescente.

— Que perturbador... —Dice en tono burlón.

— ¡Sebas! —Chillo contra su pecho.

El toma distancia y sus manos acobijan mis hombros.

— Es que solo mírate, eres hermosa, la amiga más bella, bondadosa y sexy que he tenido jamás y con la cual, cualquier hombre daría lo que sea con tal de llevarte a la cama, pero veme aquí, yo que ni sueño en tener relaciones contigo, y créeme que eso ya dice mucho. —Ríe— Tengo que aconsejarte sobre amor y conquistas. ¡Merezco un premio Nobel...! Así será lo mucho que te quiero, no solo como amiga sino como persona, como para no querer conquistarte.

Un puchero me abandona ante sus hermosas palabras y sus peculiares bromas y lo abrazo con fuerza.

— ¡Por fin llegaron!

La voz de Jessy hace que nos separemos y que nuestro abrazo finalice.

— ¿Trajiste el vino? —Ella le pregunta a Sebastián después de saludarme.

— Sí, está en la maletera. Entren, ya las sigo con el vino.

Ambas asentimos con las cabeza y Jessy toma de mi mano para luego abrazarme y  adentrarnos a su linda casa.

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