I parte. Capítulo 3- Adams

Nadia y Fernanda habían organizado una cena en casa sin contar con él. Ellas dos, que últimamente se iban de juerga a algún bar y llegaban felices y borrachas, en alguna de esas embriagadas conversaciones se pusieron de acuerdo. ¿De cuál de las dos fue la grandiosa idea? Dos o tres horas con aquellas dos mujeres, después de lo sucedido con Fernanda. Lo sucedido con Fernanda era lo “no” sucedido con Fernanda. Nadia quería agradecerle la dedicación al trabajo. Eso le había dicho, pero él había escuchado entre líneas: necesito desesperadamente una amiga para esta patética existencia mía.

Nadia era una mujer inteligente, bastante inteligente, pero esta vez se la metieron doblada, pensó Adams metido en la bañera con espuma. Hasta se animó a sonreír. Nadia no tenía amigos. ¡Qué triste! Él por lo menos tenía sus seguidores de internet. Pero ella ni eso. Los padres de Nadia estaban muertos, como los de él, pero él no los extrañaba. Estaban los dos solos en este mundo. ¡Qué triste!

Nadia le pidió y luego le ordenó que se bañara temprano indicándole con el dedo. Alguna que otra vez tuvo que refrenar el impulso de morderle el dedo cuando ella le apuntaba con el, justo entre los ojos. Nadia estaba muy animada con la visita de Fernanda. Muy animada con su única amiga que no se folló a su novio porque tiene la boca muy grande y no sabe estar calladita. ¡Qué triste!

Adams resbaló sobre la cerámica de la bañera hasta que el agua le cubrió los oídos y disfrutó la sensación de estar aturdido. Terminó por zambullirse hasta quedar completamente sepultado debajo del líquido que ya no sentía como agua. El líquido también era caliente y muy espeso, casi una nata. Aguantó la respiración mientras pudo y cuando creyó que ya no podía aguantó un poco más.  Emergió con los ojos cerrados y la boca abierta tragando una buena bocanada de aire. Ahora ya se sentía más ligero como si el agua hubiera absorbido toda la pesadez que antes tenía en el cuerpo.

Abrió los ojos y no se sorprendió ver que era sangre. Toda una bañera de sangre espesa y tibia.

Despertó en la tina de baño con el agua saturada con sales hasta el cuello. Nadia irrumpió con un tremendo portazo.

Otra pesadilla más. Le pareció bien, muy bien.

—¿Te quedaste dormido? —preguntó Nadia.

—No, para nada. Solo estaba relajándome.

—¿Por qué saltaste cuando entré?

—Me tomaste desprevenido con el tremendo portazo que has dado.

—¿No habrás tenido otra pesadilla?

—No, no he tenido ninguna pesadilla. No recuerdo mis sueños, lo sabes. Pero si sé que sueño.

—¿Cómo lo sabes?

—Se lo escuché a un youtuber: “Siempre soñamos lo que no recordamos lo que soñamos”.

—¡Ah, ya! No remolonees más que Fernanda ya está abajo. Yo termino de vestirme y bajo.

# # # # #

Cuando Adams salió del baño ella ya estaba lista. Usaba un vestido verde oscuro por las rodillas. Parecía que iba a una cena de gala y no simplemente a bajar las escaleras. Llevaba unos pendientes artesanales también verdes que casi le rozaban los hombros. Estaba perfectamente combinada con el collar y el anillo. Nadia cambiaba los aretes, pero nunca el collar ni el anillo. Ambas prendas eran de oro y contenían piedras verdes.

Y justo allí calzándose unos zapatos de aguja negros estaba la versión de Nadia de la que se había enamorado.  Se acercó atraído por el movimiento de los pendientes. Se acercó abrazándole desde atrás.  Jugó con su nariz a tocarlos varias veces, pero le atrajo un olor, entonces le olfateó el cuello.

—¿Qué haces? Déjame. Ya estoy lista y Fernanda está abajo. Además, tengo la regla.

La última afirmación lejos de espantarlo le hizo insistir en olfatearla. Deslizó la nariz desde el lateral del cuello hasta acercarse al pecho, al canalillo donde podía acceder al tufillo a sangre. 

Nadia lo espantó un poco con un gesto de la cabeza, cerrando el espacio por donde el accedía. Él contratacó volteándola de frente, luego la agarró por los hombros y la empujó contra la pared, cerca del espejo donde se arreglaba.

Por lo inesperado Nadia no aguantó el grito.

—Fernanda está abajo. Compórtate.

Continuó olfateándola, introdujo la nariz en el escote. Descendió a la vez que recorría sus curvas como moldeando un jarrón. Al llegar a la entrepierna se detuvo y le levantó la falda del vestido. Ella intentaba recomponerla a la vez que el luchaba por desnudarle los muslos.

—Vamos —dijo, Adams ya reconoció sus dudas: el no, pero si quiero.

Con un gruñido Adams levantó de una vez la falda y ya Nadia le dejó hacer.

—Fernanda nos va a oír.

Pues que nos oiga, concluyó Adams. Ya se imaginaba que le diría después: ¿Esto sueles hacer con las demás chicas? Le das una mamada a una mientras la otra espera abajo para una cena incomoda. Me tienes calado, le contestaría.

—Pues no hagas ruido —le dijo Nadia.

—Tú sabes que eso es imposible.

Con prisa le bajó las bragas, las apartó lanzándolas. Luego le retiró el tapón y se deshizo de él con el mismo método. Nadia volvió a hacer un amago de detenerle, pero él con la cara apartó la mano que se interponía entre su premio y él. Nadia arqueó la pelvis para ayudarle a que Adams le penetrara bien con la lengua. Él se detenía por momentos para observarla toda lujuriosa y le sonreía con los labios llenos de sangre.

La conocía bien y por ello esperaba y provocaba su desenfreno. Le lamía, le mordía el interior de los muslos, besaba por aquí y volvía a retirarse jugando con sus ganas.  Entonces Nadia gruñó agarrándole por los pelos y lo zambulló en su entrepierna. Los gritos dejaron ir la furia y quedó solo el placer. Hasta que estallaron en un clímax muy ruidoso que muchas veces lo empujaba a terminar a él también. Los gemidos y la respiración de ella se tornaron más pausados, sus piernas cedieron, temblaban. Le sucedía siempre después del orgasmo.     

Dedicándole un gesto de desaprobación con una risa pícara Nadia se acomodó la ropa. Volvió a señalarle con el dedo y bajó las escaleras. Él tuvo que volver al baño a asearse.

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