Capítulo 5

El sol radiaba su poderosa luz con gran fuerza esa mañana, el barullo de las personas en las calles comenzaba a sentirse cada vez más molesto, el café que bebía no era el mejor del mundo, ni siquiera podría considerarlo a su altura, era un día ya bastante tedioso y eso que recién estaba comenzando.

Alejandro O´Neill era un hombre exigente, todo debía ser a su entero gusto y las voluntades siempre debían estar a su merced, nunca se hallaba satisfecho con nada, era un joven caprichoso con ambiciones demasiado grandes, ambiciones que, sin duda alguna, prometía ver cumplidas.

Arlina no había deseado acompañarlo a visitar al alcalde del pueblo, hombre regordete de baja estatura que se hallaba permanentemente nervioso en su presencia, el sudor en su frente le causaba asco, sus manos sudorosas no era algo que deseara estrechar ni en broma, aquel hombre feo jamás podría estar a su misma altura, Alejandro se consideraba perfecto y un experto en belleza, no gustaba de las cosas o personas feas o sin clase, era un clasista por excelencia, nunca había demasiada belleza en el mundo para él, nunca nada lograba entrar en su propia definición de perfección, el, por otro lado, se consideraba perfecto, era la imagen misma de la belleza y perfeccionismo, sus cabellos ondulados eran dorados como la luz de sol que irradiaba fuera de aquella maloliente oficina, sus ojos eran de un hermoso azul similar al color del océano más profundo, su rostro, de perfecta simetría, era andrógino y aristocrático, demasiado hermoso y completamente perfecto, sus labios eran naturalmente rojos, de un hermoso color carmesí como los pétalos de las rosas, era alto, de piel blanca y pálida como el alabastro, que resaltaba aún más su belleza, un ser privilegiado en todo aspecto, un favorito de los dioses, lo tenía absolutamente todo, belleza, dinero, poder y posición…sin embargo, aun a pesar de ello, había una sola cosa que no tenía por completo, y eso era ella, la única mujer a su altura, que lo superaba en belleza, aquella besada por la luz plateada de la luna, de cabellos platinos que brillaban igual que la plata, de hermosos y profundos ojos violeta como un campo de lavandas, de piel tan pálida como la nieve en las montañas, tersa, perfecta, una rara hermosura que solo el albinismo podría regalar a sus privilegiados, Arlina, su obligada prometida y la única que merecía su amor, sin embargo, ella le odiaba, y aun cuando estaba forzada a ser suya, aquello no se sentía como un triunfo, quería más que solo eso, quería que ella estuviera a sus pies, adorándolo por completo, sin embargo, no era de tales maneras, aquella hermosa mujer no perdía oportunidad alguna para humillarlo, burlarse y hacerle saber que jamás llegaría a amarlo, cantaba con total cinismo y libertad su odio hacia él y su familia, nunca bajando la mirada ante él, nunca intimidada por su presencia, por ello, era aún más deseable a sus ojos, no había nada que deseara más que ver a la orgullosa Arlina besando sus plantas en completa adoración, y cuando llegara el momento y aquello ocurriera, él la amaría más de lo que ya lo hacía…y llenaría su vientre con su perfecta semilla para crear descendientes de belleza sublime y superior.

– Señor O´Neill, lo que me pide no es posible, los Artigas son igual de importantes que su familia, no puedo inventar una acusación contra el joven Jacobo, además, es muy querido por todo el pueblo, lamento mucho no poder ayudarlo con esto – decía el viejo alcalde sintiéndose realmente miserable y atemorizado.

Alejandro miro con desdén al viejo sudoroso frente a él, se sentía completamente asqueado en su presencia, y no le estaba dando la respuesta que esperaba, su molestia comenzaba a acrecentarse cada vez más.

– Eso ya lo sé, sin embargo, no me has entendido, no deseo que lo acuses de nada, solo quiero que comiences a esparcir un rumor, tu sabrás cual será el más conveniente, no quiero a ese hombre rondando por el pueblo por demasiado tiempo, haz lo que debas hacer y no esperare otra cosa si no los mejores resultados – dijo Alejandro saliendo con premura de aquella oficina que le causaba repulsión.

Mirando a las personas del pueblo, seres insignificantes de belleza insignificante, sabía que no había mejor ganado que ese, aquellos menos afortunados solían seguir a los lideres por conveniencia, solo era cuestión de hundir en lo más profundo a los Artigas para que estos dejaran de recibir el respaldo del pueblo, todos aquellos que se cruzaban por su camino sentían su ira sobre ellos, y Jacobo Artigas no sería la excepción, aquel infame aún se mantenía en las memorias de Arlina, ocupando un lugar en su corazón que debía ser solo de él, y nunca podría perdonarlo por ello, lo sabía bien, aquella gran amistad y confianza que los había unido una vez cuando eran pequeños, aquella patética promesa de amarse, lo sabía todo, por ello, no podría permitir que se volvieran de nuevo cercanos, nunca habría querido regresar a ese pueblo lleno de personas pobres, feas y mediocres, sin embargo, era necesario, completamente necesario para obtener todo lo que deseaba, y el heredero Artigas no sería un estorbo en sus ambiciones.

El agua fría resbalaba entre sus muy tonificados músculos, su piel morena, besada por el sol, relucía bajo la luz natural de la luz del sol que reinaba sobre su piscina, era una mañana calurosa, perfecta para una agradable sesión de natación para fortalecer sus ya muy poderosos músculos, era joven aun, 20 años tenía, pero su poderoso linaje le daba una muy privilegiada fuerza y tamaño, su cabello castaño goteaba agua cristalina, su rostro de hermosas y masculinas facciones asomaba una expresión seria, la había visto llorando de nuevo, en aquel paraje solitario que era su refugio, el refugio de los dos.

Saliendo de la piscina, Jacobo secaba su cuerpo con una toalla, había estado evitándola, no se había atrevido a mostrarse en el pueblo por temor a encontrarse con ella y terminar sucumbiendo a los sentimientos que aun guardaba en su corazón, Arlina era todo lo que siempre había amado, lo que siempre había deseado, sin embargo, ya no eran los niños que habían sido un día, él tenía un secreto que nunca quería revelarle por temor a su rechazo, ella era la prometida de ese malnacido heredero O´Neill…y aquel deseo infantil se había transformado en algo más fuerte…más pasional, desde aquel día en que la vio en el pueblo y O´Neill la había reclamado como suya, sus emociones estaban descontroladas, un fuerte deseo de posesión lo había embargado, y no podía dejar de pensar en ello, en la figura desnuda de Arlina siendo tomada por ese infame, no podía, no quería permitirlo, no soportaba pensar en alguien más reclamándola y haciéndola suya, el simple pensamiento hacia hervir su sangre caliente en completa rabia, él la había marcado primero, la había reclamado mucho antes que O´Neill lo hubiese hecho, le pertenecía por derecho…y sin embargo, sabía que reclamarla implicaría demasiadas cosas, cosas que no sabía si ella estaría dispuesta a soportar…una vez que alguien como el fijaba sus ojos en una mujer, no había marcha atrás, le seria fiel por siempre y solo con ella sería capaz de procrear, y el, de manera inocente e inconsciente, la había marcado como suya cuando apenas era un niño, eligiéndola como la compañera que estaría a su lado por lo que restaba de vida…no podía evitarse, y aun así, no quería arrastrarla al mundo sórdido al que pertenecía por legado…sin embargo, la ira atroz que lo dominaba al saberla prometida a otro lo estaba consumiendo cada día más y más, verla llorando en aquel lugar secreto, había provocado que reafirmara su dominio sobre ella, Arlina le pertenecía a él, no a Alejandro O´Neill, era suya por derecho, y la tomaría para sí mismo junto a sus afectos…de otro modo no podría seguir viviendo.

Saliendo rápidamente en dirección al bosque, Jacobo sentía su mente y corazón divididos entre sus mas profundos y oscuros deseos hacia Arlina y lo que debía hacer para evitarle dolor, sin embargo, era inevitable, sus instintos primitivos siempre podrían más que su mente humana y racional…después de todo, era un lobo, un alfa que ya la había reclamado.

En la soledad de su alcoba, Arlina observaba en el espejo aquella casi imperceptible marca entre su hombro y cuello que una vez Jacobo Artigas le había hecho cuando solo eran unos niños, no recordaba muy bien como había sido aquello, tan solo sus memorias le decían que había sido el joven moreno quien se la había provocado.

Sus pensamientos nuevamente viajaban a aquel apuesto muchacho al que había amado desde su más tierna infancia, Jacobo siempre estaba de alguna manera en sus pensamientos, incluso, lo veía en aquel lobo que la había consolado de insólita manera, no importaba donde o con quien estuviese, el siempre prevalecía en medios de corazón y pensamientos, como una dolorosa espina que jamás se podría arrancar, sin embargo, él no quería saber más de ella, y aquello lograba herirla en lo más profundo de su ser.

Tomando valor, Arlina se escapaba de nuevo de la mansión de su odiado prometido, buscando la soledad de los bosques que siempre le ofrecerían un refugio llego hasta ellos esta vez sin llamar a Ayla, todo se volvía cada día más difícil, más pesado, aun buscando en los archivos de la mansión no lograba obtener una sola pista del paradero de aquello que los O´Neill le había arrebatado, aquello que era todo lo que más anhelaba.

Escuchando el crujir de las hojas secas, Arlina volteaba en aquella dirección esperando quizás encontrarse de nuevo con aquel misterioso lobo, sin embargo, no era aquel hermoso animal de pelaje brillante quien la observaba con una mirada igual de intensa…era Jacobo Artigas quien se encontraba con ella, aquel al que nunca lograba sacar de sus pensamientos.

Mirándose fijamente, negro y violeta se perdían en el otro, Jacobo, embriagado por aquel abrumador sentimiento de posesión, Jacobo Artigas se acercaba hasta la hermosa albina que amaba…que deseaba, tomándola con uno de sus fuertes brazos, descubría con el otro el delicado cuello de cisne blanco de la chica, aquella marca, la que hizo sobre ella una tarde cuando sus primeros instintos salían a la luz, aún estaba allí, gritando al mundo que Arlina ya tenía un dueño…y que el dueño era el, nadie más que él, la hermosa albina cuya belleza igualaba a la de la luna le pertenecía, aquella marca debía completarse a la luz de la luna llena uniendo sus almas y cuerpos en uno mismo…y nada deseaba más que eso.

Un sentimiento inevitable era lo que Jacobo sostenía por Arlina, una marca que terminaría en un camino lleno de dolor y sangre, un inocente amor que renacía como el fuego y lo quemaría todo a su paso, el deseo de un joven lobo que había marcado a su amada.

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