Capítulo Uno

Muchas mujeres pasan gran parte de su vida soñando con encontrar el amor de su vida, casarse y vivir felices por siempre; y no digo todas, porque hoy en día son tan pocas las mujeres que fantasean con la idea de encontrar un príncipe azul.

Obviamente yo me incluyo en ese no tan reducido grupo.

Y es que, me canse de la idealización barata que por años nos vendieron las historias de las princesas Disney. Y debo agregar, con total responsabilidad… ¡¿qué carajos con enamorarse de alguien a quien apenas conoces?!

¿Dónde coño estaban los principios de moral de esos escritores?

¿Acaso no tenían hijas?

Por fortuna, actualmente la sociedad ha transformado sus pensamientos e ideologías. Hoy existe lo que muchos llaman la liberación femenina; aunque ya existía desde años atrás, solo que hoy en día se respeta mucho más nuestros derechos y la igualdad de género, entre otras cosas.

Sin embargo, soy fiel creyente de que el fracaso de muchas parejas y de que existan tantos divorcios en la actualidad, tiene mucho que ver con la forma en la que fue programado nuestro cerebro hacia la idea de que el amor es perfecto; pero el asunto es más profundo que eso, solo que no pienso ahondar en esos temas ahora.

Se supone que el día más importante en la vida de una mujer es el día de su boda; año tras año soñando con encontrar al hombre perfecto, el vestido ideal y un día de ensueño total.

El deseo perfecto hecho realidad.

No podría decir que para mí este día se sentía de esa forma, pero sería una mentira no admitir que se siente como un día diferente en mi vida. Un día no tan perfecto, pero si esperado en esta última semana, después de haber descubierto que por mucho tiempo estuve viviendo en una mentira.

Cada quien escoge vivir la mentira que más le conviene.

Y sabía que lo que estaba a punto de hacer marcaría un antes y un después en mi vida, pero sobre todo, desataría la furia de una de las mujeres más importantes de la ciudad… Úrsula Krantz, a quien suelo llamar madre desde que tengo uso de razón; la cual, después de hoy me odiaría por el resto de mis días.

— ¡Oh, santo dios! Gigi te ves fabulosa, realmente hermosa —escucho decir a mis espaldas—El sueño de cualquier jodido hombre —la voz entusiasta de mi amiga Nina interrumpe el hilo de mis pensamientos.

Sonrió, aunque no con sinceridad.

Los ojos de mi mejor amiga conectan con los míos a través del espejo frente a mí.

— ¿Ya llegaron todos los invitados? —Pregunte mientras revisaba que todo estuviera en orden con mi maquillaje. Nina se acercó hasta estar contra mi espalda para ayudarme a colocar el tocado sobre mi cabello.

—Sí, ya todos están ubicados en el salón donde se llevara a cabo la ceremonia. Y Jair, ni te cuento… luce radiante, no para de sonreírle a todo el mundo, el novio perfecto diría yo —se mantiene pensativa por unos segundos antes de volver a hablar—. Gigi, ¿en serio vas a hacerlo? —Pregunta con seriedad y a la vez con algo de duda—. Aún estamos a tiempo de huir y olvidarnos de toda esta locura.

Me giro con cuidado de no pisar la cola de mi vestido para quedar de frente a mi mejor amiga, la cual me observa preocupada.

Nina Bianchi, me conocía muy bien, casi tanto como yo misma.

— ¡Pero por supuesto que vas a hacerlo! —Se respondió a si misma convencida.

Con un encogimiento de hombros, le hago entender que ya no hay nada que me haga desistir de mis planes.

Resopla luciendo resignada.

—De acuerdo, entonces vamos.

Me doy un último vistazo en uno de los tantos espejos que hay por  el corredor del hotel y con algo de entusiasmos le sonrió a mi reflejo; nadie puede negar que el vestido que he escogido para esta ocasión se amolda como un guante al cuerpo, un diseño exclusivo y que me hace lucir imponente y regia.

Toda una Krantz.

—Estas de infarto, Gigi, te veo y te juro que me excitas —confiesa mi amiga al percatarse de mi escrutinio—; y es una lástima porque a ambas nos gusten los penes.

Nina comienza a reír y no pude más que unirme a ella.

—Estás loca, y es por eso te amo —le digo acogiéndola entre mis brazos.

Nina era más que mi mejor amiga, ella es mi hermana.

—Y yo también me amo, cosita, pero será mejor apurarnos si quieres entrar en el momento perfecto a la ceremonia.

Asentí, era mejor continuar antes de que las dudas comenzaran a hacerme flaquear.

Continuamos con sigilo por el pasillo fuera de las habitaciones hasta llegar a las puertas que daban a las escaleras de emergencia. No quería arriesgar a que alguien me viera antes de tiempo y menos la fila de periodistas que de seguro estarían vagando por todas las instalaciones del hotel. Aunque me encantaba llamar la atención, justo hoy ese no era mi plan, al menos no hasta después de que terminara la ceremonia nupcial.

Y muy seguramente, una de las primeras personas en enterarse de mi hazaña seria Úrsula, y muy probablemente me mataría después de todo por haber escogido uno de los mejores diseños de su próxima colección para este evento tan controversial; que de seguro será muy memorable para todos, en especial para mi adorado Jair.

—Okey, ¿estamos listas? —Pregunto Nina al llegar al piso donde se encontraba el salón nupcial.

Me recorrí con la mirada una última vez, me veía como el sueño de cualquier mujer, como una princesa sacada de un cuento de hadas y príncipes; solo que yo no era una princesa y para nada Jair se parecía a un príncipe, ni de lejos. Y de hada madrina Nina Bianchi no tenía ni el pelo.

—Totalmente.

—Bien, entonces vamos a salir de aquí hasta una pequeña salita que esta junto al salón nupcial —me explicó ella—. Allí podrás esperar sin que nadie te vea hasta que sea el momento de entrar. Yo voy a estar dentro para cuando empiece la ceremonia y te avisare cuando aparecer.

Hice una mueca de confusión. — ¿Y cómo se supone que voy a saberlo? —cuestione como si fuera algo obvio.

La vi alzar y agitar un pequeño bouquet que traía en una de sus manos y que por los nervios yo no lo había notado.

—Aquí tienes —me entrego el ramo—. Una novia no estaría completa sin su ramo —me guiño un ojo; sonreí—. Dentro esta tu celular, cuando sea el momento te llamare. ¿Entendido?

Moví la cabeza afirmativamente.

—Bien, entonces salgamos. Tú vienes detrás de mí para evitar que alguien pueda verte antes de tiempo —ordeno moviéndose hacia la salida de las escaleras de emergencia.

—Pase lo que pase, nunca olvides lo mucho que estoy agradecida por todo esto Nina —murmure con total sinceridad.

Mi amiga se detuvo y me vio a los ojos, me sonrió antes de abrazarme con fuerza, una vez más.

—Contigo para las que sean, lo sabes.

Sonreí, con total sinceridad.

—Lo sé, gracias por ser mi amiga —dije con algo de emoción.

—No me lo agradezcas, siéntete privilegiada por tener una amiga como yo y disfrútalo mientras dure.

Una vez dentro de la pequeña habitación a la que ella se refería, me di cuenta de que se había tomado el tiempo para encontrar este lugar. Era perfecto, había una mesa central con un bonito florero de cristal repleto de rosas blancas y encima de este colgaba una inmensa lámpara de cristal, la cual iluminaba con elegancia toda la estancia. Había dos puertas aquí, una por donde habíamos entrado nosotras y otra que daba justo a la entrada del salón donde en pocos minutos Jair diría que sí para toda su vida. Pero fuera de todo eso, lo que llamo mi atención fue que la habitación contara con un pequeño balcón con vista a los exteriores del hotel.

—Es el área para fumadores —me explica de pronto Nina, percibiendo la duda en mi rostro.

Mire todo una vez más y luego clave mis ojos en ella; —Es perfecto, sobretodo porque Jair Garrett no fuma.

Ella sonrió con suficiencia.

—Descubrí este lugar hace unos días cuando vine a reservar nuestra habitación. Y como ya sabía que tu noviecito no fuma, esto nos vino como anillo al dedo.

—Muy bien, Nina, eres brillante.

Aplaudí su idea.

—Lo sé, así que mejor ya no perdamos tiempo, estamos sobre la hora —dijo con prisas—. Voy a entrar con mi mejor sonrisa al salón y cuando sea tu turno harás que todos sufran un pequeño infarto con tu presencia ahí dentro. Piensa que esta será la mejor pasarela de tu vida, la que marcara un antes y un después en la carrera de Gigi Krantz.

Inhale profundamente antes de asentir con firmeza.

—Por supuesto que sí, ¡hagámoslo!

Alce mi mano al aire y mi amiga me imita, ambas chocamos nuestras palmas como cuando éramos niñas y hacíamos alguna travesura.

— ¡Suerte, Gigi!

Salió del pequeño recinto, dejándome sola y llena de ansiedad.

—Puedes hacerlo, Gigi, eres una Krantz. Eres dueña del mundo y sus miradas te pertenecen.

Solté un resoplido cargado de nerviosismo, estaba a punto de dar uno de los pasos más importantes de mi vida; con solo veinticuatro años había logrado muchísimas cosas, esto solo era un escalón más.

Puse una mano contra mi pecho desnudo, mis manos se sentían frías y sudorosas sobre la piel de mi cuello; apreté los ojos por unos segundos para luego volver abrirlos y con algo de dudas me acerque hasta el balcón que estaba abierto, dispuesto para quien quisiera fumar.

Sabía que cualquier persona podría verme desde algún lugar del exterior pero ya no importaba, ya nada podía detener lo que iba a suceder.

Necesitaba oxígeno; por alguna razón sentía que el aire en el interior de la habitación no llenaba mis pulmones.

— ¡Maldición, p**a madre! — escuche que alguien gritaba tras de mí.

Sus exclamaciones por alguna extraña razón no me hicieron sobresaltar, al contrario me causaron mucha curiosidad.

—Por favor, Liza, déjame explicarte. ¡Con un demonio!

 Me escondí detrás de las cortinas del balcón, el hombre que había entrado a la estancia mantenía una conversación acalorada por teléfono la cual lo tenía tan absorto como para reparar en mi presencia. Se mantenía de espaldas, de pie con una postura tensa y la mano libre contra su cadera. Su espalda, cubierta por una chaqueta de cuero, lucia ancha y bien trabajada; vestía todo de negro, y los vaqueros se amoldaban con tal perfección a la curva de su trasero.

Un buen trasero sin duda, seguro una total delicia.

Sonreí, por un momento. La presencia de ese hombre había logrado distraerme y los nervios al fin habían desaparecido; de pronto un nuevo motivo había surgido para reafirmar que esto que estaba por hacer era lo mejor.

—Oh, m****a… no seas una perra ¡santo dios! Solo escúchate, lo que dices no tiene sentido Liza.

El lugar se quedó en silencio por unos segundos, luego un golpe contra la pared resonó con fuerza.

—Sabes que, no tengo porque soportar esto. Ni siquiera sabes lo que sucedió realmente como para juzgarme —gruño con voz tajante—. ¡Mierda! Olvídalo, ya no importa. Si esto es lo que tú quieres entonces bien, se acabó. Olvídate de mí que yo haré lo mismo por ti. Adiós, Liza.

La voz fuerte e imponente de ese tipo se apagó una vez más dejando la estancia en completo silencio, hasta que el estruendo de algo haciéndose pedazos sí que me hizo sobresaltar y soltar un pequeño grito.

Abrí los ojos de par en par al darme cuenta de mi reacción y tapando mi boca, cerré los ojos  como si con eso pudiera volverme invisible en segundos; solo que eso no sucedió.

Unos cuantos pasos resonaron en mi dirección.

— ¡Vaya, vaya! Mira nada más que sorpresa, una princesita se ha escapado de un cuento de hadas y ahora se dedica a escuchar conversaciones ajenas —comenzó a chasquear la lengua en desaprobación.

—Muy mal princesita, muy mal.

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