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Después de presenciar el encuentro entre Danna y Luke, Boris se levantó sigilosamente y se dirigió al hotel, entró a su habitación, y se tumbó en el sofá. Se sentía cansado, agotado, tenía varios días sin poder dormir bien, en su rostro se reflejaba su condición.

Escuchó el golpe en la puerta y se levantó a abrir. Frente a él se encontraba Dimitri, su mano derecha.

—Sigue— dijo con voz seca y fría, sin mostrar algún gesto en su rostro.

El hombre entró seguido de dos hombres que le ayudaban con el equipaje. Dejaron todo en la entrada y se retiraron cerrando la puerta. Apenas esta fue cerrada y quedaron los dos hombres a solas, Boris se tiró en los brazos de Dimitri y exhaló fuerte dejando en claro el peso que lo consumía.

—Hijo mío— dijo el mayor abrazando fuertemente al joven. —Por qué estás así, a tu madre no le gustará saber que te encuentras mal. ¿Qué sucede?—. Preguntó Dimitri mirándolo con verdadera preocupación.

El joven se separó del hombre y le instó para que siguiera y se sentaron juntos en el sofá.

—Los fantasmas han vuelto— dijo con voz queda. —No puedo cerrar los ojos, allí están, me atormentan de día y de noche—.

Boris hacía referencia a los rostros de todos aquellos que hasta sus 15 años ya había matado. Era muy joven y ya había cegado la vida de muchos hombres y mujeres, tanto buenos como malos.

—Tranquilo hijo, verás que entre más pase el tiempo ellos desaparecerán, te acostumbrarás y no volverán más— respondió Dimitri tomando del rostro al muchacho mostrándole afecto.

—Está bien— fue todo lo que dijo cambiando abruptamente de tema.

—Bien ¿Para que soy bueno?— preguntó el mayor.

—Te hice venir porque vamos a finiquitar el tema de Edward— respondió, mientras se levantaba y tomaba del buró una carpeta con documentos y se la entregaba a Dimitri.

Esa noche Boris le reveló sus planes a Dimitri, le entregó la información de Edward, Danna y otros más. Dejó en claro lo que había que hacer. Edward se escondería, eso era claro, la policía lo buscaba por cielo y tierra.

Escuchó gritos fuera de la habitación. Abrió un poco la puerta y vio a un furioso Edward.

—Dónde está— gritaba el hombre a los guardaespaldas que se encontraban en el pasillo.

Ninguno sabía de quien hablaba.

—Espérame aquí, debo resolver algo primero— le ordenó a Dimitri, quien solo asintió con la cabeza.

Salió con cuidado de la habitación y recostó su hombro en la pared frente a su puerta, cruzando los pies.

—¿Quién señor? — contestaron.

—¡La perra que se cogen cada vez que quieren imbéciles! ¿Dónde está?— gritó nuevamente.

—No la hemos visto señor— respondieron casi al mismo tiempo. Ninguno de ellos la había visto.

—Salió del brazo de Luke. Hace ya... media hora— respondió Boris mientras maniobraba un pequeño puñal con sus manos.

Edward miró con recelo al muchacho, le pareció más un niño que un hombre por su dulce rostro de ángel. Edward nunca lo había visto o más bien no lo recordaba.

—Y tu ¿Quién eres? — preguntó arrugando el entrecejo y acercándose a él con el ánimo de intimidarlo.

Boris levantó la vista mirándolo a las ojos sin un ápice de temor. —Soy Boris Vólkov. El bastardo de Alek Vólkov—. Dijo deteniendo el puñal a tan solo milímetros del mentón de Edward.

Este último al ver el acto, abrió demás los ojos y se paró en seco sintiendo la filosa punta en su piel.

—¿No me crees? ¿Quieres comprobarlo por ti mismo?— dijo sacando su móvil. Sabía que ninguno se atrevería a llamar a Alek para corroborar esas pequeñeces. Si el joven había dicho que era su hijo, lo creería, además la expresión de su rostro y sus gestos eran igual a las de Alek, casi como dos gotas de agua.

—Te creo. Todos vayan recogiendo en tres días debemos salir de aquí. Esperen indicaciones del nuevo lugar.

En dos días Boris y Dimitri dejaron todo organizado, incluso hasta lo de la casa donde Edward se escondería. Dimitri preparó una reunión con el hijo de su amigo John, Yuri.

La reunión fue organizada en un almacén de ropa femenina en donde cada uno llevaba una mujer, contratadas por Dimitri, para que escogieran atuendos, para una fiesta.

Los dos jóvenes se reunieron, en la misma sala de vestier para las mujeres. Allí Boris entregó mucha información del embarque de drogas y los planes de Edward por recuperar a Rebecca, la mujer de Arturo. Para él ellos no representaban nada importante, pero solo quería arruinarle los planes a su padre y derribar el negocio tanto de droga como de trata de blancas, ese que apenas iniciaba con Rubesco.

Boris sentía que de alguna manera debía redimir su alma negra y manchada de sangre inocente. Y si frustrando los planes de su padre le hacían alcanzar un poco el perdón de Dios y la paz que su corazón y su alma necesitaban, lo haría.

Se despidió de Yuri, pagó lo de la mujer que lo acompañó y se retiró solo a su hotel. Recogió sus pertenencias, empacó todo. Si todo lo que había planeado salía como él lo esperaba, en pocos meses debía regresar.

15 años después...

Los planes contra Edward salieron a pedir de boca. Todo fue perfecto. Edward había sido muy predecible. Ayudó con el rescate de la esposa de Arturo, un millonario arquitecto atrapado en los encantos de una hermosa mujer. Recordó el día en que lo conoció. Se rio de solo pensarlo. No sabía qué pedirle para hacerle más frustrante la tarea de encontrar a su esposa. Así que solo le pidió a Dimitri que llevara al encuentro los planos del hotel que una vez soñó.

—¿Crees que hará lo que le pides?— le preguntó Dimitri viendo entrar a Arturo a la mansión.

—Está enamorado, lo hará— dijo viéndolo entrar con una tonta sonrisa. —Es un idiota enamorado—.

—Quizás es lo que tu necesitas para calmar tus miedos— le comentó Dimitri tratando de que el joven entendiera a qué se refería.

—El amor no se hizo para mí. Sabes que soy un alma solitaria, estoy condenado. No lo olvides— dijo con un pesado suspiro.

—Algún día me daré el gusto de verte agonizar por un amor... seré el viejo más feliz del mundo cuando te vea sufrir por una mujer— Dimitri se rio en su cara viendo como el muchacho cambiaba su expresión a una de enojo.

—Deja de decir tontería y vámonos, tenemos asuntos que atender—.

Durante 15 años muchos negocios sucios de Alek se vinieron abajo, tanto en los Estados Unidos como en Londres. Los embarques de droga que salían de México y Colombia habían sido interceptados por la DEA, la INTERPOL buscaba a Alek y todos sus cómplices, el negocio de la trata de blancas también fracasó. Los embarques que llegaban de Suramérica eran interceptados, Alek se vio en la obligación de ocultarse y delegar todo a sus fieles perros, alguno negocios se los dejó a su hijo, uno de ellos fue la droga y los clubes nocturnos. Alek solo supervisaba.

Pese a que tenía control sobre el negocio de drogas, siempre destinó su tiempo y dinero a los hoteles. Uno de sus más preciados bienes era el Imperial New York, el hotel más lujoso y grande de Nueva York, con 300 habitaciones, registrado bajo el nombre de Ángel Wood. El segundo estaba en Londres con 200 habitaciones, era el hotel que le había encargado a Arturo, el The Imperial Queen, y el tercero con 160 habitaciones estaba en Miami a nombre de su amigo Cristopher el Imperial Miami Beach.

A Boris le llegó el momento de ordenar todo. Se mudó a su hotel en Nueva York junto con su nana Petra y Dimitri. Todo el último piso del Pent-House era para ellos, el piso de abajo para sus hombres, ya que les quedaba más cerca de las escaleras de salida hacia el helipuerto. Las oficinas administrativas quedaban en el piso 10, en ella estaba su oficina, desde allí manejaba sus negocios lícitos y resolvía los ilícitos.

*****

—Maura, a mi oficina— ordenó a su secretaria.

—Enseguida señor— respondió la risueña mujer.

Boris ya tenía varios meses viviendo en el Pent-House, ninguno de sus empleados lo conocía con ese nombre, para ellos él era el señor Ángel Wood.

Dos toques en la puerta se escucharon. —Pase—.

—Señor ¿Me mandó llamar?— dijo la mujer mirando a su jefe de forma insinuante.

Maura era su secretaria, una bella morena de cabello castaño y de ojos cafés, hermoso cuerpo, pero muy descarada para su gusto, era demasiado insinuante y torpe en el trabajo.

—Ayer te dejé estos documentos para que los organizaras y para que entregaras estos otros para las firmas. ¿Qué hacen aquí todavía?— cuestionó él enojado y mirándola con severidad.

—Lo siento señor lo olvidé— respondió insinuante mientras se inclinaba hacia el escritorio y tomaba los documentos. El acto hizo que la blusa de su uniforme se abriera de más y mostrara así con descaro sus pechos. El cabello le cayó hacia el frente y con movimientos seductores lo retiró para seguir mostrando sin descaro su cuerpo. La falda se subió dejando ver sus morenas piernas.

Boris se removió incomodo por el descarado acto de la mujer. Le molestaban las mujeres insinuantes, pensaba que, si con él se comportaban así, qué se dejaría para otros. De solo pensarlo se enojó.

—Usted es una mujer muy hermosa— dijo levantándose y acercándose a ella.

La joven empleada se irguió orgullosa por conseguir la atención de su jefe. —Si gusta puedo complacerlo como usted quiera—.

—Así que te gustaría complacerme— dijo él mirándola seductoramente. —Quiero saber hasta dónde serías capaz de complacerme—.

Las palabras de su jefe la tenían más que excitada. Ansiaba sentir sus carnosos labios, saber si era tan pasional como se veía. Ese hombre le hacía mojar sus bragas con solo hablarle.

La secretaria se acercó hasta él colocando sus manos en su pecho y restregando sus semi desnudos senos en él.

—Pídame lo que quiera— dijo humedeciendo sus labios con su lengua de forma sensual. —Haré todo lo que me pida—.

Boris sonrió de lado y la tomo por sus hombros con furia en su mirada. —Retírese de mi vista, vaya a su puesto tome sus cosas y lárguese lejos— soltó a la mujer y paso de ella hasta su silla. —Ah, y no olvide pasar por recursos humanos por su liquidación. Está despedida... señorita Maura— dijo lo último haciendo énfasis en la palabra señorita y retirando su vista de ella.

La joven mujer lo miró anonadada y sin comprender en qué momento pasó todo. Lo que creyó sería su mejor momento con su jefe, pasó a ser el peor rato de su vida. Había perdido su puesto.

Boris ya tenía cinco días sin secretaria. Recursos Humanos no había logrado encontrar una que se amoldara a sus exigencias.

Su oficina estaba hecha un caos, había documentos por todos lados. Tenía carpetas enredadas unas con otras, los asuntos de sus hoteles se acumularon sin darse cuenta y los pendientes de sus otros negocios lo tenían cansado cada día más. Había perdido varios negocios por no recordar las citas con los inversionistas, sus demonios seguían atormentándolo y su mente le estaba jugando malas pasadas, ya no dormía, las pesadillas eran constantes. Boris estaba enloqueciendo.

—Christopher, necesito una secretaria, pero ya— dijo a su amigo por teléfono.

—Hola mi Ángel de la guarda, yo estoy bien y ¿tu?— respondió su amigo a través de la línea.

—Sí, sí hola. Necesito que consigas una muy buena pronto, me voy a volver loco— dijo molesto por las fanfarronerías de su amigo.

—Muy bien, la elegiré a mi gusto, así que después no te quejes hermano. Y procura que te duren más de un mes. Todos nos cansamos de que las despidas a cada rato, hermano. Nos haces trabajar el doble— se quejó Cris. —Porque no las llevas a la cama y así te quitas ese problema. Eres irresistible bombón—.

Las palabras de Christopher le sacaron una sonrisa. En verdad que ya tenía años de no estar con una mujer, no sabía se su furia también era por su celibato.

—Ok hermano, a tu gusto será, pero que sea rápido. No aguanto un día más— colgó la llamada.

*****

—Angeline, por Dios apúrate. Te ves bien con cualquier ropa— dijo su amiga Josephine.

—Es que nada me queda bien. Todos tus vestidos son muy cortos y reveladores, no me gustan— se quejó la pelirroja.

—Por favor Angeline, tienes un hermoso cuerpo y eres muy hermosa. Deja de ser tan mojigata y consíguete un novio. Ya olvida a Robert. Ese patán no merece que sigas llorando por él, ya han pasado 6 meses, por favor— rogaba su amiga.

—Está bien lo intentaré— respondió Angeline colocándose un vaquero ajustado y una musculosa negra, con unos tenis converse.

—¿Irás así?— preguntó la rubia. —¿Tanto esperarte para que termines así vestida?—.

—Ya te dije que tu ropa no me gusta, así que voy así vestida o no te acompaño— respondió la chica.

—Está bien, vamos—

Cerraron la puerta del departamento y bajaron por el ascensor para ir directo al auto de su amiga Josephine.

Las chicas se dirigían a una fiesta de cumpleaños de su amigo Oscar. Un compañero de trabajo de Josephine. Ambos trabajaban en un bufete de abogados.

Angeline iría a la fiesta para encontrarse con Oscar quien les había dicho el día anterior que un amigo necesitaba una joven para trabajar en su hotel. El asunto era que no le había dicho mucho acerca del asunto, por lo que aprovecharía la fiesta para hablar con él.

—Hola chicos— saludaron Angeline y Josephine a Oscar y otros amigos.

—Hola nenas hermosas— respondieron los chicos.

—Angeline, pensé que no vendrías. Como no te gustan las fiestas— dijo Oscar haciendo que la pelirroja hiciera un puchero.

—Pues... la necesidad tiene cara de perro. Ya necesito el trabajo, he buscado y no encuentro nada, no puedo dejar que Josephine se haga cargo de los gastos ella sola, y ya me queda poco dinero del trabajo anterior— respondió Angeline un tanto triste por su situación.

—Ok, ok, tranquila. Mi amigo administra un hotel aquí en Nueva York, y está buscando una secretaria. Se que terminaste administración y finanzas así que te servirá. No es lo propio para tu profesión, pero algo es algo ¿no?— dijo Oscar.

—¿Y cuál es el hotel?— preguntó Josephine sintiéndose curiosa.

—Es el Imperial New York ¿Lo conocen?— las dos chicas se miraron asombradas para luego mirar a Oscar quien esperaba una respuesta.

—¿No estás de broma?— preguntó Angeline. —Claro que lo conozco, es el hotel más grande y lujoso de Nueva York—.

—¿Estás seguro Oscar?— preguntó la rubia.

—Totalmente, ve mañana a las 8:30 con tus documentos laborales al hotel y pregunta por Cristopher Lennox— dijo Oscar entregándole una tarjeta de presentación. —El te hará la entrevista—.

—Oh por Dios gracias, Oscar no sabría como pagarte— a Oscar se le iluminaron los ojos con las palabras de Angeline, la chica le gustaba y mucho. Ese sería su momento para conocerla mejor.

—Creo que aceptándome una invitación a cenar un día de estos sería más que suficiente. Si te parece claro— dijo el joven con un suspiro esperanzador.

—Claro que sí acepto. Y si me dan el puesto yo invito— dijo una feliz pelirroja que no cabía de la alegría.

—Bien, entonces, que sea el sábado a las 8:00. ¿Te parece?—

—Claro que sí. El sábado a las 8:00— dijo Angeline haciéndose una nota mental. —Mañana en el hotel Imperial. Por fin conseguí trabajo— pensó mientras se dirigía hacia la mesa de sus amigos para disfrutar la fiesta.

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