Capítulo VIII

Los acontecimientos desde el día 27/12/2025

Desde que sacamos a las patadas de nuestro edificio, a aquel extraño hombre que tenía como mascota a un ratón, nuestra vida tomó un giro inesperado. Mi hermano y yo, somos quizás las personas más precavidas durante estos peligrosos tiempos, y tenemos como norma no fiarnos de nadie en absoluto. Cualquier persona viva es un potencial enemigo, un potencial traidor, que no dudará en clavarnos un cuchillo por la espalda con tal de mantenerse vivo y a salvo. Sin embargo, aquel día cuando corrimos a ese hombre y a su singular mascota, yo sentí un extraño vacío en mi corazón, me cuestioné muchas veces si mi hermano y yo habríamos tomado una decisión incorrecta. La mirada de ese hombre era muy diferente a las pocas personas que hemos llegado a ver durante estos años, tenía un singular brillo en sus ojos, ese brillo que tienen los humanos genuinos. El tono de su voz era diferente. Por mi mente pasó sumarlo a nuestras fuerzas. Con él íbamos a ser tres en lugar de dos, porque siempre fuimos solamente dos, mi hermano mayor y yo. Nunca fuimos un grupo numeroso como le hicimos creer a él. Tal vez, si hubiésemos sido tres personas no nos hubiesen capturado Los Pirañas.

Ese día 27/12/2025, cuando mi hermano y yo nos disponíamos a cazar serpientes  o cualquier tipo de reptil, con el fin de conseguir algo de proteína  para nuestros cuerpos, divisamos en la lejanía una camioneta llena de personas, que dedujimos inmediatamente que eran Los Pirañas. Abortamos nuestra cacería y nos regresamos inmediatamente hacia nuestro refugio. Pero al llegar al edificio fuimos recibidos a tiros por otro grupo de personas. Cuando intentamos escapar, ya teníamos a nuestra retaguardia, a esa camioneta. Habíamos sido rodeados y capturados por Los Pirañas. Ellos llevarían días estudiando nuestros hábitos. Todo había sido una trampa, la camioneta solo fue una distracción.

—Suelten sus armas—nos ordenó un hombre desde la camioneta, era obeso, de piel clara y sucia, con una boca deforme y dientes espantosamente afilados como los de una piraña. Su aspecto aterraba.

Todos los hombres de la camioneta empezaron a reírse y mostraban sus repugnantes bocas con dientes puntiagudos. Los otros miembros de ese aterrador grupo que nos había recibido a tiros, se acercaron a nosotros, eran tres hombres armados con pistolas automáticas y uno de ellos tenía un fusil largo. El repugnante obeso se acercó hasta mí, una vez que mi hermano y yo tiramos las armas al piso. Con él venían dos hombres muy altos, de piel oscura.

—Una mujer, la cosa más escasa del mundo—expresó el obeso con dientes de piraña, y se acercó a mí oliendo mi rostro y mi cabello, yo estaba paralizada de miedo, con muchas ganas de llorar, mis piernas temblaban sin control.

Mi hermano golpeó a ese cerdo maldito, lo golpeó tan fuerte que lo tiró al suelo. En eso, mi hermano recibió una tunda de golpes por todas partes de su cuerpo que lo hicieron retorcerse de dolor en el piso. Su máscara había caído a los pies de uno de los hombres que lo golpeaban y éste la tomó para si.

—Te atreves a golpearme. Serás una rica sopa, y tu esposita será la mujer y madre de nuestra tribu—habló el obeso, dirigiéndose a mi hermano y se limpiaba la sangre de su deformada boca en dónde había recibido el golpe.

— ¡Es mi hermano, desgraciado! No le harás nada—grité y al mismo tiempo me arrojé hacia el asqueroso obeso; pero recibí una gran bofetada por parte de él que me hizo desmayar.

No sé cuantos minutos pasaron, pero cuando logré despertar, ya estábamos en la camioneta, amarrados con cuerdas en las manos y en los pies. Íbamos rumbo hacia Marhuanta. Mi hermano estaba hecho un fiambre, lo que me hizo estremecer de dolor por él. “Tanto cuidarnos, tanto ser cautelosos, para que al final cayéramos en manos de estos cochinos caníbales”. Estábamos perdidos, seríamos la sopa de ellos. Yo temía mucho por la vida de mi hermano y, no quería ser violada y ultrajada.   

La camioneta tomó rumbo hacia un lugar dónde ya no habían calles asfaltadas, sino de tierra. Llegamos a una hacienda que estaba custodiada por más de estos infelices. En el centro de esta hacienda había una gran casa muy vieja y de aspecto sombrío. Nos metieron allí y nos sentaron y amarraron  a unas sillas de barberos, que eran muy viejas y estaban atornilladas al piso. Dentro del lugar se respiraba un olor a cobre y hierro, acompañado con un fuerte olor a sudor de personas que llevan días sin asearse. Aquellas siniestras sillas estaban frente a un conjunto de camillas de acero, teñidas en sangre. Al lado de estas camillas había una mesa rectangular con muchas herramientas de quirófano y otras que parecían de carniceros.

De pronto, a mi hermano y a mí, nos inyectaron algo que nos hizo dormir inmediatamente. Cada vez que nos despertábamos, nos volvían a inyectar con ese extraño sedante. No comprendí porque nos mantenían así, durmiendo en esas sillas de barberos. Solo sé que teníamos mucha hambre al tercer día luego de despertar. También teníamos mucha sed.

—No tengan miedo, y sean bienvenidos a nuestro hogar. Soy el Doctor Lugo—expresó un hombre que se acercó a nosotros. Era alguien de mediana edad, cabello blanco y de baja estatura. Tenía un mandil lleno de sangre vieja y llevaba puesto unos lentes que le daban un aspecto de intelectual y psicópata a la vez. — Señorita, me han dicho que ustedes son hermanos. Quiero darles mi palabra que no les pondremos un dedo encima, si se unen a nuestra familia. Queremos hijos, y eso solo lo puede hacer posible usted, señorita.

—Eso nunca, ¡maldito loco!—vociferó mi hermano y al instante recibió un fuerte golpe en el rostro por parte del obeso de la boca deformada.

—Joven, sepa usted que le dejaremos vivir, si permite de buena gana que su hermana se case conmigo, y comprenderá también que tengo que compartirla con mis hombres. Además, seguiremos buscando mujeres, y podemos conseguir una para usted; al menos claro, que quiera usted cometer incesto.

Mi hermano lanzó un escupitajo sobre la cara del hombre de cabello blanco y lentes. Éste tomó la saliva que cayó en su rostro y la llevó a su boca.

—La saliva, uno de los más importantes fluidos de los humanos y otros seres, aunque yo prefiero la sangre, tibia y fresca—agregó el doctor, quien sin duda alguna era el líder de Los Pirañas. — ¿Han probado ustedes la carne humana? Seguro que no; pero ya lo harán, además no estamos apurados… el hambre siempre gana.

No teníamos escapatoria. Seguro mi hermano estaba pensando lo mismo que yo. En cualquier oportunidad daríamos lucha, con el fin de que nos mataran de manera rápida, sería mejor morir que pasar por todas esas aberraciones que querían que cometiéramos. Nos necesitaban y, harían todo lo imposible por convertirnos en unos de ellos. Nos obligarían a perder nuestra humanidad.

Cuando cayó la noche, sentimos que una de las camionetas partió de la hacienda, de seguro irían a la caza de más humanos. Mientras tanto, a nosotros nos tocó presenciar lo más bajo de la humanidad. Ante nuestros ojos, en una de las camillas de acero, habían traído a una infortunada persona que le faltaba un brazo y una pierna. Era un hombre de unos cuarenta años, estaba desnudo y sumamente flaco, su mirada…pues en realidad no había tal mirada, solo vacío y muerte. Lo acostaron y lo ataron a la camilla. Luego el diabólico doctor, tomó una jeringa y la inyectó en la pierna restante de la pobre víctima.

—Tienes suerte Juan, hoy te he puesto anestesia—dijo Lugo, y se aseguró que escucháramos ese comentario. No había duda que nos iban a torturar visualmente para quebrar nuestro espíritu.

Con uno de esos instrumentos quirúrgico, el pequeño hombre le amputó la pierna. Luego sus ayudantes, con un frasco de vidrio, depositaban la sangre que salía de las venas abiertas del corte recién hecho. Luego, el desgraciado hombrecito cerró el corte que había hecho. Estos desgraciados, conservaban vivas a sus víctimas, para sacar el mayor provecho de ellos. Porque si los mantenían vivos no necesitarían conservarlos en refrigeración.

Los presentes se fueron de la sala dónde estábamos, solo se quedó el pequeño psicópata de lentes, con el frasco de vidrio lleno de sangre en su mano izquierda.

—Hoy probarán la sangre humana…perdón, la sangre humana “de otra persona”. Porque todos hemos probado nuestra propia sangre en algún momento—comentó el psicópata, y al instante empezó a beber sangre del frasco. Luego le ofreció a mi hermano. —Amigo, tienes dos opciones, o te bebes esta sangre, o llamo a mis ayudantes para violar a tu hermana en frente de ti.

— ¡Vete al carajo, hijo de las mil perras!—exclamó con mucha energía mi hermano.

—Como quieras.

—No te muevas, no grites; o tú mismo beberás tu propia sangre—dijo un hombre alto, quien le había llegado por atrás de manera sigilosa al pequeño caníbal, colocándole el cañón de su arma en la cabeza.

Era el hombre del ratón, a quien nosotros habíamos corrido, y ahora se convertía en nuestro salvador. Me emocioné de esperanza y a la vez sentí vergüenza.

Nuestro salvador, luego de agregar esas palabras que hicieron paralizar de miedo al pequeño psicópata, le dio un fuerte golpe en la cabeza con la cacha de su escopeta.  El doctor se desplomó y dejó caer el frasco de vidrio con sangre en el piso, este se quebró e emitió  un gran sonido que, en breve haría volver a sus ayudantes. Nuestro salvador cortó rápidamente nuestras ataduras con su cuchillo, en eso se escuchó una voz desde el exterior.

— ¡Doctor! ¿Está bien? ¡Doctor!

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo