Capítulo 2

Debía llamar a Stephen, levantar nuevamente a Jessie, ducharla, preparar el desayuno e ir directo al trabajo.

Aun envuelta en la toalla amarilla, entro al interior del departamento, caminando a la habitación de Jessie.

Abro la puerta con cuidado, enciendo la luz de su habitación y camino hasta la pequeña cama.

- Jess, cariño – Muevo su pequeño y menudo cuerpo y escucho un murmuro.

- ¿Ciara? – Pregunta soñolienta. Restregándose los cojos con la mano.

- Si, cariño. Ven conmigo. Te duchare, vendrás conmigo al restaurante – Su sueño parece desaparecer y abre los ojos en grande.

- ¿Pasaremos el día juntas? –

- Eso parece. La señora Olivia enfermo y Luke tiene que ir a terminar algunas cosas pendientes de la escuela. Y no puedo dejarte en el departamento sola. –

- Voy a guardar mis cosas en la mochila – Sale disparada de la cama.

Niego con la cabeza, divertida. Mirando como Jessie guarda sus libros para colorear, sus crayolas y sus viejas muñecas. Y mi corazón se encoje cuando intenta meter el sweater tejido que mi madre hizo cuando le revelaron el sexo de su segundo bebé. Y que sería una niña.

Dejo que termine de guardar sus cosas importantes y necesarias en su mochila de princesas y que se prepare para entrar a la ducha. Salgo en busca de mi teléfono a mi habitación. Aun con los chorros de agua deslizándose por mi piel.

- Ciara. Muchacha. ¿Qué sucede? – La voz cansada y rasposa de Stephen llena el otro lado de la línea.

Aún es temprano, por eso el tono de preocupación en su voz por mi llamada.

- Perdón por asustarte, Stephen. Llamaba para decirte que llevare a Jessie conmigo al trabajo. La señora Olivia esta un tanto enferma y no puede cuidarla – Lo escucho suspirar.

Sabe lo difícil que es mi vida como “mamá”.

Stephen es un hombre mayor unos sesenta y tantos, regordete, de cabellos negros y apenas unas canas en él, tierno y muy amable con todos sus empleados. Es como un padre para nosotros.

Él y su esposa, tienen dos hijos que también trabajan con nosotros y son dueños mayoritarios del restaurante Olio è Piu.

Elliot y Kenai no son engreídos o creyéndose superiores que los demás empleados. Nos tratan como iguales.

- Sabes que puedes traerla las veces que lo necesites, Ciara. No tienes que pedirme permiso. Solo ten cuidado en que no se acerque demasiado al fuego a las cosas filosas – Su voz se vuelve relajada y tranquila.

- Gracias, Stephen. Prometo que no dará problemas. –

- Zaheera y Elliot estarán al pendiente cuando te encargues de a tender tus mesas. Tu tranquila muchacha – Stephen es todo un amor.

Él y Heather, siempre desearon tener una niña, pero jamás lo lograron. Pero en cuanto me vieron con Jessie aun en brazos, asustada de cómo sería mi vida después de abandonar y ganar la custodia total de Jessie, sucia y chorreando gracias a la torrencial lluvia. No duraron un segundo en tendernos la mano.

Me empleó en su restaurante. Sin importar que llevara Jessie.

Ellos son las almas más puras con las que me he encontrado en la vida después de salir del convento donde vivimos un año separadas.

El que me pareció una eternidad, hasta cumplir la mayoría de edad.

- Muchas gracias, Stephen. –

- No te preocupes. Estará en buenas manos – Ríe por su propio comentario.

- Zaheera es una loca. Solo hace que Jessie diga incoherencias – Ruedo los ojos, aunque sé que Stephen no puede verme.

Solo recordar las ideas descabelladas que mi mejor amiga le mete a Jess en la cabeza.

Debo recordarle que es solo una niña de seis años, que debe aprender que en el mundo real no hay finales felices, que está lleno de gente cruel y despiadada.

Que debemos esforzarnos para obtener las cosas, que nada es fácil ni mucho menos que llegara un príncipe azul a rescatar a la débil princesa.

Aunque es una loca fiestera y extrovertida. Que quiere arrastrarme a un bar cada viernes.

Siempre me hace compañía cuando más la necesito. En ocasiones se queda conmigo en el departamento a hacer trabajos escolares y a cuidar de Jessie cuando esta se enferma y termino preocupada hasta el amanecer.

- Ya sabes cómo es, Zaheera. Todos acá queremos a la pequeña Jessie y para nosotros es un honor tenerla una jornada completa, revoloteando por todo el local. –

- Una cosa más, Stephen. –

- Dime, muchacha. –

- ¿Puedo tomarme el día de mañana? Creo que la señora Olivia se presentara hasta el lunes. Y quiero pasar un poco más de tiempo con Jessie. –

- Por supuesto, Ciara. Puedes tomarte el día libre. –

- Gracias, Stephen. Por todo. –

- No hay nada que agradecer, muchacha. No vemos en un rato – Él se despide.

- Adiós – Sonrío porque es el mejor jefe.

- Adiós y con cuidado – Alejo el teléfono de mi oreja y doy por terminada la llamada.

Me apresuro para terminar de vestirme.

***

Camino de la mano con Jessie, quien va a brigada con su bufanda, guantes y su chamarra azul marino. Tengo que abrigarla bien porque estamos a nada de entrar al invierno. Nueva York está siendo poco considerado con nosotras.

El restaurante está a un par de calles del edificio. Pero el aire frio se cuela por mis piernas, el uniforme del restaurante, una falda de tuvo color beige, camia blanca y para mí, zapatos planos del mismo color. No me ayudan mucho.

Tengo bastante frio.

El abrigo de segunda mano, apenas y me cubre.

Cuando entramos en el local. La calidez de emana este, nos envuelve y me reconforta.

- ¡Jessie! – Ese grito es de Zaheera, que provoca que me lleve la mano al pecho. Calmando los latidos frenéticos de mi corazon.

Esa es mi mejor amiga. La castaña de ojos cafés, morena y con cuerpo de infarto. Que estira los brazos para recibir a Jessie.

- ¡Heera! – Sale corriendo hasta Zaheera.

- Oh, mi pequeña Jess. ¿Cuál es el motivo para que tu aburrida hermana te trajera y nos estés visitando? – La alza en brazos y la hace girar. Besa su mejilla en repetidas ocasiones.

Me limito a rodar los ojos.

Por supuesto que no soy aburrida.

- La señora Olivia enfermo y no pudo cuidarme – Le regresa el beso en su mejilla.

- Bendito sea el sistema inmune de la señora Olivia. ¿Y que traes el día de hoy en tu mochila? – Pregunta devolviéndola al suelo.

- Mi manta para poder sentarme detrás de la barra junto a Elliot, con ella abrigo a mi conejito. Unos libros para colorear, mis crayolas que llevo al jardín de niños y mis muñecas. No son tan bonitas como las barbies originales. Pero paso un buen rato jugando con ellas en casa de la señora Olivia – Saca la manta de su mochila.

Es la misma con la que me la entregaron las monjas. El día de mi cumpleaños número dieciocho. 

- Quiero que te mantengas lejos de las cosas que pueden ser peligrosas para ti. Como copas, vasos, platos, cuchillos y especialmente el fuego de la cocina. Elliot y Zaheera se turnarán para cuidar de ti – Me arrodillo delante de Jess y hablo seriamente con ella.

- Sip. Seré obediente – Sonríe dejando ver su hoyuelo en su mejilla izquierda. Tan parecido al mio.

Aprieto su mejilla, sonriéndole a Elliot, él me la devuelve y guía a Jessie hasta la barra y ahí comienzan a hablar emocionados.

Me recojo el cabello en una cola alta de cabello y comienzo a atender a algunos clientes que empiezan a entrar por las puertas del restaurante.

***

Llevo las ordenes que aquí para allá en la bandeja de plástico.

Con los años que llevo trabajando en el restaurante. He tomado bastante práctica hasta ya no derramar a comida o dejar caer la bandeja.

- Aquí tienen. Disfruten su cena – Entrego un fritto misto y un fusilli e manzo a la pareja.

- Gracias – Ellos me sonríen amable y me dispongo a volver a la cocina para dejar la bandeja. Pero un hombre me hace una señal para poder atenderlo. No puedo verlo desde donde me encuentro. Camino hasta él al ver que los demás están ocupados atendiendo a sus propios clientes.

- Buenas noches, señor. Bienvenido a Olio è Piu. ¿Qué va a ordenar, señor? – Pregunto con una sonrisa. Sosteniendo mi libreta en una mano y el bolígrafo en la otra. Y bajo el brazo sostengo la bandeja.

Espero a que el hombre comience a ordenar.

Sin prestarle mucha a tención al nuevo cliente.

- Un salmone e verza - Dice el hombre con un increíble acento italiano. Mucho mejor que el de Stephen.

Levanto el rostro de la libreta después de anotar rápidamente su orden en ella.

La boca se abre ligeramente. Nunca había visto este hombre en el restaurante antes. Conozco a cada cliente que lo frecuenta desde hace cinco años.

Él no es un rostro familiar. Pero estoy segura que nunca me olvidaría de esos increíbles y enigmáticos ojos azules. Tan claros como el agua. Atrayentes con solo mirarlos. Su cabello negro y su barba creciente, hacen ver tan masculino y misterioso. Como su mismo nombre. Unos labios generosos y rosados, viste con un traje gris oscuro de dos piezas, camisa blanca y corbata vino.

No puedo apartar la mirada de este espécimen tan perfecto. Tan … Irreal.

¿Existen esos hombres?

Claro que existen. Tienen uno justo frente a ti.

Su aspecto es intimidante y tiene fruncidas las abundantes cejas, haciendo que una arruga increíblemente atractiva se aparezca en su frente bronceada.

Se aclara la garganta. Trayéndome de vuelta, sacándome de mi pequeña ensoñación.

- ¿Algo más, señor? – Siento las mejillas arder. Dios. Qué vergüenza.

Jamás examino a mis clientes detalladamente. Pero este hombre, me despierta cierta curiosidad y no he podido apartar los ojos de él.

Me refugio en mi pequeña libreta.

- Un coñac Hennesy, por favor – Y también tiene un sexy acento americano.

Vuelvo a anotar el pedido en la libreta.

- En un momento le traigo su pedido – Sonrío amablemente. Aunque por dentro me estoy muriendo de la vergüenza. Por observado más de lo que es debido.

Que descarada me he visto.

Trágame tierra.

Solo recibo un asentimiento de cabeza por parte de ese hombre.

Ni una pequeña sonrisa o un gesto que lo haga ver menos … peligroso y desconfiable.

No dudo un segundo y voy directo a la cocina para dejarle el pedido a Bobby.

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