Volvernos a ver
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Por: Lety Crea
EL REGRESO

En la oficina todo parecía un caos. Ese primer día de trabajo, lleno de promesas para una ejecutiva de alto nivel, contratada para reorganizar las cuentas de la empresa y darle un nuevo rumbo financiero, parecía no tener fin. Ella revisaba expedientes que parecían no tener un correcto registro de los servicios prestados, ni tampoco registro de los resultados para cada estrategia aplicada.

Estaba claro que Andrea tenía ante sí una larga tarea de organización, así que llamó al jefe de los archivos de la empresa para solicitarle documentos que se relacionaran con las operaciones que estaba analizando.

-Te los llevo en seguida – contestó la voz de Gerardo.

La voz grave y cortante sembró en ella algo que no podía definir bien, pero que la acompañaría en toda la investigación. Sentía que necesitaba ponerle límites, pero al mismo tiempo, un enigma le llamaba la atención. Sin embargo, se concentró en sus análisis, era muchísimo trabajo para una sola persona.

La puerta de cristal de su oficina hacía un sonido seco al abrirse, ya que se mantenía cerrada mediante imanes. Gerardo Salazar entró con un enorme paquete de archivos con los documentos que Andrea había solicitado. Ella no lo había conocido antes, así que la impresión que causó en ella la dejó atónita. Era como si lo hubiera conocido antes, y muy bien, porque le daba una sensación de familiaridad, de trato cotidiano, y por eso no podía dejar de mirarlo. Gerardo se dio cuenta, y por un momento su extrema seriedad se suavizó.

-¿Algo más que necesites? - le preguntó con un pequeño asomo de sonrisa- Por cierto, soy Gerardo Salazar – y extendió su mano para saludarla.

Ese contacto de manos resultó ser para ella un reconocimiento todavía más profundo, pero intentando ocultar su reacción, buscó responder con seriedad, diciendo sólo su nombre.

-Andrea González. Mucho gusto.

-Al parecer estaremos trabajando en muchos casos juntos.

- Así es – respondió Andrea intentando ocultar las impresiones que Gerardo le había causado, sabiendo que era probable que él hubiera notado todo.

Cuando Gerardo salió de su oficina, ya era hora de salir, y Andrea fue guardando sus cosas, y organizando todo el material para poder continuar con su investigación al día siguiente, y aligerarse la carga de trabajo. Mientras lo hacía, la sensación en su mano al saludar a Gerardo, permanecía latente, y en sus oídos aún vibraba el sonido de su voz, grave y seria, y ese esbozo de sonrisa que mostró al saludarla. ¿Dónde lo había visto? ¿Por qué le parecía tan familiar este hombre?.

El sonido del teléfono celular interrumpió sus pensamientos.

-Hola mi amor, ¿cómo estás?

-Hola mami. Ya terminé de hacer toda mi tarea, y ya cené con mis abuelitos

-Qué bueno – contestó amorosa. Su hija era el motor de toda su vida. El motivo por el cual ella había aceptado este trabajo, pesado y complejo, y para el cual estaba determinada a lograr cualquier meta que se le impusiera. - Oye, mi vida, ya casi termino aquí y voy para la casa, así podremos terminar de leer el libro de Jeffers y acompañarnos hasta dormir. ¿te parece bien?¿me esperas despierta?

- Sí mami. Voy a ver un ratito más a los pingüinos ¿me das permiso?

-Sí, pero no más de dos capítulos ¿está bien?

-Está bien mami.

Los siete años de la pequeña Azucena habían sido un tanto difíciles, ya que Javier, el padre de la niña, se había ido sin dejar notas, sin despedirse, llevándose todas sus cosas, dejando a Andrea sumida en una larga depresión que sólo sus padres supieron sostener y acompañar en los años más tiernos de la infancia de su hija. Gracias a ellos, Andrea ahora podía empezar una nueva aventura laboral, recomendación de su terapeuta, pues ya parecía lista para abrirse al mundo.

El recuerdo de Javier ya sólo quedaba en algunas de las fotos de su celular, en una pluma fuente que nunca usaba, y en un último mensaje de voz que se negaba a borrar del teléfono, a pesar de haber aceptado que el señor jamás regresaría. Un mensaje que Andrea escuchaba cada tanto, al principio de la ausencia, pasaba todo el día repitiéndolo, como si en esas palabras existiera alguna explicación para la partida, porque no era posible para ella que Javier la abandonara con la bebé, tras haber dicho todo el tiempo que estaba feliz y orgulloso de su próxima paternidad; porque no podía entender que el hombre con el cual se había casado en una ceremonia tan emotiva, que se había desvivido en muestras de amor durante toda la relación, un día, le dijera que todo tenía que terminar, que no lo buscara, y que lo lamentaba mucho.

La vida había continuado sin él, con apapachos de los abuelos a su hija, con largas charlas con Noelia, su mejor amiga, con reuniones familiares, y por supuesto, con la atención terapéutica aceptada luego de la insistencia de su padre, que no soportaba verla todo el día en pijama, sin hacer más que ver televisión, y escuchar ese último mensaje de despedida.

-No puedo verte así, hija. Mira, me duele de una forma que nunca pensé que algo me dolería. Sé que ese mal hombre te dio la peor sorpresa que alguien puede darle a un ser amado, pero mi niña, tú eres mi bebé, yo te ayudé a caminar, yo te llevé a la escuela ¿recuerdas cuando aprendiste a usar tú solita la cuchara para comer, sin mancharte? Tu mamá yo hemos disfrutado cada paso en tu vida, cada logro tuyo, y te sigo viendo como la bebé que sostuve en brazos el primer día de tu vida, y desde ese momento, no he dejado de cuidar de ti. Ahora estamos aquí, apoyándote con todo para que puedas salir adelante con tu hija, pero mi amor, estás en un lugar dentro de ti al que no me dejas entrar para abrazarte y consolarte. Siento que no puedo alcanzarte. Por favor, acepta ir a terapia. Yo te la pago hija. Date la oportunidad de superar esto y alcanzar la felicidad un día. - Don Eduardo le dijo estas palabras a Andrea con lágrimas en los ojos, sosteniendo sus manos. Andrea nunca había visto a su padre llorar por ella más que en su primer festival del día de las madres en primero de kinder. Pero ahora, para ella ver a su papá tan conmovido por el dolor que ella vivía, la había motivado a buscar ayuda, la había hecho entender que su dolor causaba dolor en otras personas, y para ella su papá era su todo. Así que aceptó la terapia un año atrás.

Uno de los resultados de un año de trabajo interno, había sido el atreverse a conseguir un empleo de acuerdo a sus capacidades. Realmente no tardó mucho en encontrarlo, porque contaba con un currículum muy completo, y con recomendaciones de altos ejecutivos de diversas empresas para las cuales había hecho ya trabajo de consultoría.

Hoy, después de un tiempo en el viaje interno que estaba haciendo, completaba su primer día de trabajo, y mientras bajaba por el elevador del edificio hacia el estacionamiento, se sentía cansada y contenta de haber logrado empezar un nuevo ciclo en su vida. Uno en el que acababa de conocer, o reconocer a alguien con quien trabajaría intensamente para resolver diversas problemáticas de una empresa que le pedía su ayuda, y le ofrecía todos los recursos que ella necesitara para completar dicha labor. Aunque tratara a los demás con sequedad y distancia, había sido amable con ella, pero ¿dónde lo había conocido antes?.

Mientras caminaba hacia su auto, Gerardo caminaba en paralelo cerca de ella, y al dar vuelta en dirección opuesta a la de ella, sólo alcanzó a escucharlo despedirse.

-Hasta mañana compañera

Andrea sonrió, se despidió. Una sensación de reconocimiento, nuevamente llenó su mente, y recorrió su espalda dejando en ella preguntas acerca de Gerardo que no podía dejar de pensar mientras abría su auto.

En el camino, hizo una llamada a casa, para avisar que ya iba a llegar.

-Hola mami – se escuchaba Azucena un poco ansiosa

-Hola mi amor, ¿qué están haciendo?

-Estamos arreglando mi cuarto. No puedo dormir. Te extraño

-Ya voy en camino mi vida, ya en unos quince minutos llego contigo ¿Qué están arreglando?

-Es que quiero hacer como una tienda de campaña mamá.

-Uy, seguramente que se verá muy bien. ¿Me vas a invitar a entrar cuando llegue?

-Sí mami.

-Bueno, preciosa, prepara todo para cuando llegue, te amo.

-Y yo a ti mami.

Andrea volvió a recorrer con su mente el día que terminaba. Levantarse de madrugada, preparar su desayuno y el de Azucena, dejar en la mesa con una nota afectuosa ese desayuno para su hija, bañarse, arreglarse. Hacer todo sola mirándose a sí misma mientras terminaba de prepararse para ese día, viajar en el auto escuchando música, llegar. Tener que guardar todos sus sentimientos en un lugar de espera dentro de ella para poder poner atención en las indicaciones que le daban al llegar, observar su oficina nueva, con muebles de madera clara, libreros, y únicamente las carpetas que le correspondía revisar. El escritorio grande, la computadora Mac y la impresora sólo para ella, la planta pata de león en una esquina cerca de la ventana pidiendo agua. Una hermosa oficina con vista al exterior, y puertas de cristal. Un lugar para personalizar.

Esa sensación, gusto por lo que había logrado ese día, y cansancio, eran los sentimientos que acompañaban a Andrea ese día mientras se estacionaba afuera de la casa de sus padres, recogía su bolsa, un abrigo que sólo había usado por la mañana, y una taza termo de café que ya estaba vacía, pero que estaba personalizada, regalo de Azucena para que llevara a la oficina, y que decía “te amo, mami”.

Azucena platicaba con su abuelita en el sillón grande de la sala. Hablaban de las ofrendas de día de muertos que habían visto el año anterior, y planeaban con entusiasmo lo que podrían hacer el próximo mes, como parte de los festejos de una tradición profunda en su país. Y Martha, la madre de Andrea, le comentaba con mucha dulzura qué creían los ancestros en relación a ese día, cuando las mariposas y los colibríes se acercaban a las poblaciones, representando el espíritu de los que ya habían dejado este mundo.

Andrea se quedó en el vestíbulo escuchando a su madre, mirando la escena con ese sentimiento que completa cualquier hueco que pudiera tener dentro, porque la voz suave con la que Martha le contaba estas cosas a su nieta, también apapachaban el corazón ajetreado de Andrea.

Una pausa hizo a Azucena descubrir que su mamá había llegado a casa.

- ¡Mami! - Corrió con una gran sonrisa a saludar a Andrea, brazos abiertos y el hueco de los dos dientes frontales recién caídos.

- Hola mi vida – Andrea recibió ese abrazo con el suyo levantando a la pequeña del piso para sostenerla un rato contra su pecho, besándola y sintiéndola por todas las horas que no compartió a su lado.

-¿Cómo te fue? - le preguntó Marta algo cansada, pero alegre de ver a su hija arreglada, llegar del trabajo, con un semblante que volvía a parecerse un poco al que tenía cuando regresaba de la universidad.

-Bien mamá. Es mucho, mucho trabajo, pero siento que lo puedo resolver.

-Sé que lo harás. Nunca te has quedado sin hacer nada cuando tienes un reto ante ti. Siempre buscas la manera de resolverlo. Y esta no será la excepción. Por eso eres buena en tu trabajo.

-Gracias mamá.

-¿Vas a cenar?

-Sí, pero después de dormir a esta preciosa.

Andrea llevó a Azucena a su habitación, y platicaron de su trabajo, leyeron el libro prometido, y se quedó junto a su hija hasta que se quedó dormida… y no se dio cuenta de que ella también se había dormido junto a su hija.

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