K, puedes llamarme K.

El agua fría cayó directamente sobre mi espalda, cerré los ojos y me concentré en el sonido del agua fluyendo por mi cuerpo hacía el suelo de la ducha y a la alcantarilla. Traté de no pensar en nada más, ya había tenido suficiente intentando dibujar durante toda la madrugada aquel par de manos del tipo del tren. 

Cerré el agua de la ducha y tomé la toalla que había dejado sobre el lavamanos, cubrí mi cintura con ella y me miré al espejo, las ojeras de un tenue color púrpura enmarcando mi rostro dándole un toque algo siniestro, mi cabello oscuro y algo largo cayó sobre mis ojos, esos ojos que siempre me devolvían la mirada un poco más asqueados que el día anterior. Sonreí, pero esa sonrisa jamás llegó a esos ojos azul prusia. Le di un puñetazo a esa imagen, el espejo tembló y un par de grietas aparecieron en la superficie. Salí del baño cuando los nudillos de mi madre se estrellaron contra la puerta de mi habitación.

—¡Sal de una vez! ¡Llegarás tarde! — gritó y no es que realmente le importara que fuera tarde al trabajo simplemente lo hacía porque era ese dinero el que pagaba las cuentas y las botellas de alcohol que ella y mi padre bebían noche tras noche. 

Respire hondo y escuche sus pasos lentos y algo torpes alejarse por el pasillo hacías la escaleras. 

Me vestí sin demasiado entusiasmo y tomé mis cosas del escritorio; bajé las escaleras y vi a mi padre aun dormido en el sofá con el gato de mi madre sobre su regazo; la televisión seguía encendida y mi madre deambulaba de un lado a otro dentro de la cocina sin hacer nada realmente. El golpe en su mejilla ahora era de un morado apagado bajo su piel blanca. 

—Me voy — dije, ella levantó la vista y un intento de sonrisa curvó sus labios resecos; caminé hacia la cocina y la abracé contra mi pecho su cuerpo un poco más delgado que antes se sintió demasiado frágil bajo mis brazos. 

—No dejes que vuelva a golpearte, por favor, madre — susurré, ella se sujetó con más fuerza a mi camisa. 

—Ah… Querido — su mano fría acarició mi rostro, ella continuó: — Sabes que tu padre nunca me lastimaría. 

—¿En serio? ¿Qué pasó ayer entonces? — pregunté, la alejé suavemente de mí. 

—Solo que, tu padre en ocasiones tiene problemas. 

—¿Problemas? ¿Es en serio? — la observé, mi madre inclinó un poco el rostro hacia un lado, su mirada se dirigió a la sala donde mi padre aún roncaba, una mirada que estaba llena de amor. Me reí, ella solo se unió a mis risas sin motivo.

—Mi precioso bebé, ¿cuándo creciste tanto? Eres tan hermoso — me sonrió y yo besé su mejilla—. ¿Cuándo traerás a alguna chica a casa? — susurró, yo tomé sus manos con las mías y besé el dorso de estas. 

—Madre — negué suavemente con la cabeza, ella jaló un mechón de mi cabello. 

—Está bien. Vete. 

—Adiós. Te amo, madre. 

—También te amo, bebé — y con esa mentira salí de casa. 

❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁

El tren se detuvo, suspiré esperando a que continuará su recorrido y me alejará de todas aquellas personas que ahora llenaban el vagón; hombres con trajes de negocios y celulares en sus manos, mujeres con las compras de la semana y niños llorando por dulces. 

Estaba molesto, me dolía la cabeza y quería ir a casa lo antes posible, no importaba si mis padres estaban ebrios como todas las noches o tuviera que comer una cena fría comprada en la tienda de conveniencia; simplemente quería bajar de ese tren que llevaba más de 30 minutos atestado y sofocante. 

Fue entonces que vi a ese par de tipos. Manos grandes, fuertes, un poco rudas y con callos en los dedos, aun cuando prefería un poco más las manos delgadas y bien cuidadas, estaba tan desesperado por encontrar a alguien más que cualquier persona serviría. No me importaba mucho ahora, sería suficiente si tan solo se dedicaban a darme placer durante toda la noche. 

Caminé con pasos vacilantes por el pasillo que nos separaba, ambos levantaron la mirada, por un momento me sentí cohibido ante aquel par de hombres que me evaluaban esperando algo de mi parte. Uno de ellos tenía los ojos de un color café algo pensativos; el otro, ojos de color azul cálido y tranquilos como el fondo de un lago, él fue el primero en hablar. 

—¿Podemos ayudarte? — su voz profunda hizo eco en mis oídos, miré de nuevo sus manos que sostenían un folleto de viajes, una de sus uñas de la mano izquierda estaba mordida, me rasqué con indiferencia la mejilla mientras buscaba la tarjeta dentro del bolsillo trasero de mis pantalones de franela. Cuando por fin la encontré, con una mano temblorosa la extendí hasta el hombre de ojos azules. 

—Toma, es para ti. 

La tarjeta era simple de color negro con letras blancas. 

 Lotte Hotel. 

Habitación 1201.

9:00 pm. 

—¿Qué es esto? — preguntó el tipo, el otro miró también la tarjeta. 

—Puedes venir o no. Es tu decisión —observe el vagón, había comenzado a desocuparse gradualmente. 

—Mm… Esto es muy extraño, ¿cómo te llamas?

—…

—¿Y bien? — el tipo de ojos cafés me evaluó durante un segundo, luego sonrió con humor en mi dirección. 

—Eres tan estúpido que creíste que Adam es gay, ¿no es así? ¡Maldito asqueroso! — gritó, el hombre de ojos azules me miró. 

—¿Es verdad? — me encogí de hombros sin decir nada, él negó suavemente con la cabeza, el otro tipo tomó la tarjeta de sus manos y la rompió en dos. 

—Lárgate de aquí, maldito marica — no dije nada, estaba acostumbrado a que la gente reaccionara de esa forma cuando les entregaba una tarjeta, el tipo de ojos cafés me empujo un poco, dio un par de pasos hacia atrás y luego volví a sentarme frente a ellos en silencio. 

Todo aquello ya no me resultaba extraño o pesado, simplemente había hombres que tenían curiosidad y habían ido a buscarme a ese hotel, eventualmente al darse cuenta lo que quería de ellos algunos me golpeaban, otros más solo se iban en silencio; muchos más se quedaban a pasar la noche conmigo y al final otros me gritaban en la cara. 

Suspiré pesadamente y la mirada de ambos hombres se clavó en mí durante todo el trayecto, cuando llegué a la estación, caminé directo al hotel, probablemente el tipo no iría o quizá tenía suerte y podría tener un poco de placer al final.

—Habitación 1201, aquí tiene la llave. Disfrute su noche — asentí con una suave sonrisa en el rostro a la mujer de la recepción, luego camine hacia el elevador para subir a la planta 12 donde se encontraba la habitación. 

Cuando llegué dejé mis cosas sobre la mesa de noche y fui directamente al baño a darme una ducha tomándome el tiempo necesario para limpiar mi cuerpo a profundidad, si venía o no, quería estar preparado. 

Una vez que terminé con la ducha, enrollé una de las toallas blancas en mi cintura y sequé mi cabello con otra; salí del baño y entonces un par de ojos azules me devolvieron la mirada, tragué con fuerza. 

—¿Qué haces aquí? — pregunté, el tipo suspiro pesadamente y sacó la tarjeta negra rota del bolsillo de su jersey negro, la dejo sobre la cama.

—Tú me invitaste, ¿acaso lo olvidaste? — negué con la cabeza, el tipo me observó atentamente con una sonrisa tímida sobre su rostro, realmente era un tipo atractivo. 

—Creí que no vendrías — murmuré mientras miraba el reloj, eran las 8:42 pm, aún faltaban 18 minutos para la hora citada. 

—Tuve curiosidad, la forma en que te acercaste de repente, tu forma de moverte — se encogió de hombros. 

—S-Sí. Está bien si no quieres quedarte.

—¿De qué se trata? 

—Darme placer — miré hacía la mesa de centro donde la venda roja sobresalía de mi mochila, deseé poder ponerlo sobre mis ojos y dejar de ver a ese sujeto, solo sentir sus manos en mí. 

—¿De eso se trata?

—S-Sí. 

—Vaya… 

—Tu amigo, él… 

—No te preocupes por él, suele ser un poco estúpido en ocasiones. Perdón por lo sucedido, estaba algo conmocionado — se jalo un mechón de su cabello oscuro y continuó: —¿qué quieres que haga? 

No dije nada, me acerqué con pasos algo torpes a la mesa donde se encontraba la venda y la tomé entre mis manos, la suave tela resbaló entre mis dedos y cayó al suelo. 

—Por cierto, soy Adam Howard. No me dijiste tu nombre en el tren. 

—No importa. 

—¿Por qué no?

—Porque no. 

—¿Cómo debo llamarte entonces?

—Mmm… No hay un nombre que prefiera — dije, tomé la venda del suelo y voltee a verlo. 

—Pero… 

—Está bien, no me preocupa, llámame como mejor te parezca — él sonrió, me coloqué la venda sobre los ojos y su sonrisa y su rostro desaparecieron, solo había oscuridad. 

—¿Una venda?

—Sí. 

—¿Qué es lo que realmente quieres de mí?

—Placer, te lo he dicho — caminé un par de pasos en su dirección, escuché el sonido de la cama cuando se puso de pie, sus manos tocaron con delicadeza mi torso, bajaron suavemente por mi abdomen hasta donde la toalla seguía anudada a mis caderas. 

—Placer entonces, cariño. 

—Creí que tu amigo dijo que no te gustaban los hombres — susurré, un jadeo escapó de mis labios cuando la toalla cayó de mi cintura a mis pies. 

—Mm… no todos los hombres, tú sí. Eres hermoso — y mordió suavemente el lóbulo de mi oreja, sus manos recorriendo mis muslos, se sentían cálidas y firmes. 

—¿En serio? — sus labios recorrieron mi mejilla, uno de sus largos dedos toco con cuidado mi erección, mi cuerpo reaccionó bruscamente, habían pasado semanas desde la última vez que había sido tocado. 

—Vaya, creo que nos vamos a divertir mucho, ¿estás seguro que no me darás ningún nombre? — sus labios se aplastaron con los míos con tanta fuerza que fue doloroso, su mano derecha tomó mi cabello para mantenerme en ese lugar mientras su lengua húmeda entraba en mi boca. 

— K, puedes llamarme K — jadeé, lo escuché reír en mi oído, no dijo nada más. 

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